Cine

"Los lobos"

"Los lobos" está basada en una anécdota de índole autobiográfico: una madre que lleva a sus pequeños hijos de 8 y 5 años a EU con la promesa de un viaje a Disneylandia, aunque en realidad busca sacarlos adelante.
domingo, 27 de junio de 2021 · 01:16

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– En su larga trayectoria, el cine de indocumentados (ficción o documental) ha adquirido estatus de género con mejor o peor calidad, vigente y doloroso en la conciencia de cualquier mexicano.

El género se extiende a Centroamérica, camina continuamente sobre la cuerda floja entre sentimentalismo y tremendismo, con temas como injusticia, desesperación, abuso, vergüenza, aventuras y hasta picaresca. Los bastardos (Amat Escalante, 2008), Norteado (Rigoberto Pérez-Cano, 2010), La jaula de oro (Diego Quemada-Diez, 2013), Llévate mis amores (González-Cato, 2014), y la elegante Ya no estoy aquí (Fernando Frías, 2019) son algunos de los títulos ineludibles.

A la lista se agrega Los lobos (México, 2019), Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín (Proceso, reportaje de Columba Vértiz), dirigida por Samuel Kishi y basada en una anécdota de índole autobiográfico: Lucia (Martha Reyes), una madre que lleva a sus pequeños hijos, Max y Leonardo (Najar Márquez, hermanos en la vida real), de ocho y cinco años, a Albuquerque, Nuevo México, EU, con la promesa de un viaje a Disneylandia.

Viuda y sin recursos, en realidad planea conseguir trabajo y sacar adelante a los chicos, pues el gran sacrificio será dejarlos encerrados en un departamento desvencijado, con alfombra sucia, mala ventilación y en un barrio peligroso.

La cámara de Kishi se queda en casa para observar a estos niños encomendados al ángel de la guarda que personifica una grabadora y casetera –pieza ahora de museo–, que ubica la época y reproduce la voz de la progenitora con recomendaciones y cuidados, música pop o clases para aprender inglés. Sustituto de la madre durante sus largas ausencias, el aparato se convierte en vector narrativo y matriz familiar.

Siete reglas de oro, prácticas y realistas, establecen la voz materna, tales como no salir del departamento a menos de que se esté quemando, no ensuciar, o abrasarse después de una pelea. El espectador experimenta la tensión que provoca el desamparo de una infancia expuesta, tanto dentro como fuera de casa, con la dinámica de juego y afecto de estos niños.

Sonidos y ruidos tales como una pareja haciendo el amor en el departamento de junto, o el habla y gestos del barrio, el foco (fuck off) son recursos sencillos que transmiten el riesgo y la hostilidad que representa el entorno, acentuado por el impulso natural de Max, el hermano mayor, por salir y participar con los demás. Pero Samuel Kishi trasciende el sentimentalismo y el comentario social cuando abre el espacio de la imaginación de los hermanitos, la pared como pantalla y ventana del mundo creativo de estos niños lobos-ninja que luchan contra dragones, linterna mágica donde se animan las fantasías.

Cierto, los lobos del título representan la fuerza vital de estos cachorros, pero evocan, inconscientemente, la leyenda científica de esos niños lobos, parientes de Rómulo y Remo, cuidados por lobos salvajes; inspirado en una historia muy personal, Samuel Kishi creó el mito apropiado para este tema tan lacerante que hace pensar en el mundo interior, hoy en día, de esos cientos de niños atrapados en la frontera, y muchos, literalmente enjaulados.

Crítica publicada el 20 de junio en la edición 2329 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

 

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