Cine

"Days"

"Days" es resultado de seis años de vivencias clave en el trabajo y en la vida personal del director Tsai Ming-liang, sobre todo en relación a su actor fetiche Lee Kang-sheng.
sábado, 21 de agosto de 2021 · 22:21

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Cuando se le pregunta a Daniel Kasman sobre la escena de apertura de Days (Rizi; Taiwán, 2020) en la entrevista a Tsai Ming-liang para MUBI, confiesa, a manera de lapsus, su embeleso por el cineasta taiwanés; según la versión que se vea, la toma fija del rostro melancólico de Lee Kang-sheng que mira el paisaje y la lluvia a través de la ventana dura varios minutos, Kasman menciona haber pensado que la película sería solo esa toma, y que no le habría importado pasar las dos horas pegado a tal imagen.

Estrenada en el Ficunam, Days se exhibe ahora en la Cineteca y en algunas salas comerciales, parte de la boga que vive Tsai se debe precisamente a que, en estos tiempos de desasosiego y desolación, nada de lo que proponen televisión y series pude competir con la vivencia que ofrece este cine-instalación, cine-substancia del autor de El río.

La anécdota es el encuentro fugaz e improbable entre un hombre de 50 años que vive en Taipei (Lee) y un joven de 20, trabajador inmigrante de Laos, en Tailandia; los temas, jamás ausentes a lo largo de toda la obra de Tsai, son soledad, alienación social, imposibilidad de comunicar, la angustia oscura y espesa del deseo, el tiempo y la política como sustancias cáusticas de tortura y disolución del cuerpo humano.

Days es resultado de seis años de vivencias clave en el trabajo y en la vida personal del director, sobre todo en relación a su actor fetiche Lee Kang-sheng, quien enfermó gravemente en ese periodo; Tsai siempre se ha aproximado al rostro y al cuerpo de sus actores a manera de territorios a explorar, pero la corporalidad de Lee ha sido su verdadero laboratorio, lugar del deseo y del miedo, del dolor y la mortificación. Desde Rebeldes del dios Neón (1992), Tsai entendió que la cámara no podía imponer ritmo y movimiento al cuerpo físico de Lee, sino seguirlo y aprender de él; visto en retrospectiva sería difícil distinguir entre el cuerpo de Lee, deseo y padecimiento, y la escenificación en las películas de este realizador malayo- taiwanés.

Por lo mismo, el proceso de maduración y envejecimiento de su actor fetiche le resulta fascinante, si no fuera por la confianza total que el Lee demuestra en el director que lo hizo famoso, la manera en que Tsai expone la enfermedad y el deterioro serían motivo de acoso y escándalo; la cámara no se despega del padecimiento del protagonista, lo persigue por las calles de Bang­kok y de Hong Kong, escudriña la sesión de acupuntura paso a paso desde varios ángulos. Lee Kang-sheng, que se convirtió en estrella de cine en su país, menciona su incomodidad e intento por no verse tan mal en la pantalla; he ahí un material de premio, el de un personaje enfermo interpretado por un actor enfermo que intenta no verse tan enfermo.

Agujas de acupuntura, cables eléctricos, piel, rituales culinarios al detalle, verduras y pescado, una cajita de música que toca “Candilejas”, rejas, agua de la llave, de lluvia, regaderas, tres países entrelazados por dos cuerpos; los flujos de vida y materia en el cine de Tsai Ming-liang son demasiado complejos para definirlo como naturalista, o peor, como un cineasta minimalista.

Crítica publicada el 15 de agosto en la edición 2337 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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