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“Rifkin’s Festival: Un romance equivocado, en el lugar adecuado”: pronunciamiento y homenaje

En tono de comedia, Woody Allen toma la infidelidad como el pretexto para la reflexión y se da la oportunidad de reírse de sí mismo, como un tipo que a veces puede ser pretencioso con los alcances de su obra.
domingo, 23 de enero de 2022 · 01:10

MONTERREY, NL (proceso.com.mx).– Rifkin’s Festival: Un romance equivocado, en el lugar adecuado (Rifkin’s Festival, 2020) es un pronunciamiento y un homenaje.

Woody Allen se proyecta en Mort Rifkin (Wallace Shawn), un hombre mayor aspirante a escritor, retirado profesor de cine, desilusionado y lleno de inseguridades. Está casado con Sue (Gina Gershon), una atractiva hembra en brama que hace trabajo de relaciones públicas en el cine.

El Festival de San Sebastián, a donde acuden por trabajo de ella, es ocasión para que pasen unos días cuestionándose el sentido de su matrimonio, convirtiendo sus vidas en una especie de película de esas que van a ver en un show mediático, que a decir de Rifkin – Allen, le resta protagonismo a las películas, que son cada vez más intrascendentes, triviales, ligeras, a diferencia de las que proyectaban en los años de su lejana juventud, cuando importaba esa forma añeja del solemne cine de autor.

En tono de comedia, Allen toma la infidelidad como el pretexto para la reflexión y se da la oportunidad de reírse de sí mismo, como un tipo que a veces puede ser pretencioso con los alcances de su obra. El veterano, sin atractivo físico, aburrido y poco elocuente, sabe que está en desventaja en el juego del amor. Sospecha que su esposa está teniendo un romance con Phillipe (Louis Garrel), un joven atractivo, millonario y laureado director, con el que ella ha pasado la mayor parte del tiempo del festival y con quien, se percibe, tiene una química increíble.

En medio de estas cavilaciones sobre el matrimonio que se desmorona, recurrentes del cineasta, Rifkin alucina con el cine. En escapadas oníricas, fotografiadas en blanco y negro, tiene vivencias que son escenas de Buñuel, Bergman, Godard, Truffaut, en las que él es protagonista, en medio de escenas que son su loa particular a los grandes maestros del Séptimo Arte.

Si su mujer puede caer en los brazos de un célebre artista, él también se da una oportunidad de escapista para tener su propia aventura. La doctora Rojas (Elena Anaya), a la que visita por una dolencia menor, es la materialización de una anhelada compañía. Bella y en crisis matrimonial, es su guía por el recorrido turístico en lugares propicios para el romance, aunque sus intenciones tienen motivos diferentes.

El ambiente de ensueño al norte de España es ocasión para la fantasía y el romance. La prodigiosa cámara de Vitorio Storaro vuelve a hacer un trabajo preciosista, muy similar al que hizo con las imágenes sublimes de Cafe Society (2016).

Obra menor del neoyorkino, la cinta contiene algunos diálogos afilados, aunque extrañamente poco inspirados, que son un pronunciamiento obvio, en forma de protesta artística, hacia la industria actual de la cinematografía. El joven Phillipe es como todos los cineastas nuevos, a los que observa Allen, carentes de sustancia, pero atractivos para el público, porque son ocasión para los chismes y el juego de medios.

Aunque el paisaje es seductor, la historia es pequeña y sin pimienta, con un enredo predecible y una resolución suave, sin conflicto mayor. Sirve más como un testamento de Woody Allen sobre sus inquietudes como realizador.

Rifkin’s Festival es, como siempre, filmada con maestría, aunque serán sus fans quienes más la aprecien.

 

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