Adelanto de Libros
“El método Catalanotti”, saga final del Comisario Montalbano
Ofrecemos un avance de la novela de Andrea Camilleri para nuestros lectores y, en especial, para los amantes del teatro y de las obras de Luigi Pirandello que, por cierto, fue el autor favorito del autor de "El comisario Montalbano".CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).– Fue proverbial el amor al teatro que tuvo el escritor siciliano Andrea Camilleri (1925-2019), creador de la exitosa serie televisiva “El comisario Montalbano” protagonizada, durante más de dos décadas para la radio y televisión italiana Rai, por el excelente actor romano Luca Zingaretti.
Sin embargo, ha sido sólo en “El método Catalanotti”, una de las últimas novelas de esta popular saga que dio fama mundial a Camilleri, cuando el autor oriundo de Porto Empedocle se mete directamente al universo teatral.
La trama recientemente ha sido adaptada de manera impecable por la Rai, asegurándose que ya no habrá más capítulos de “El comisario Montalbano”, pues para esta historia que como las anteriores acontece en el pueblo mítico de Vigata, Sicilia, un nuevo amor ha llegado “del cielo” a la vida del recto comisario para sustituir a Livia, la novia genovesa del detective.
Este thriller está armado literariamente con la infinita paciencia de Camilleri cual araña teje su red. Se trata, pues, de “El método Catalanotti” que acaba de ser traducido por el español Carlos Mayor en la edición de Penguin Random House (penguinlibros.com) y ni modo, hay que aguantarse los giros a la jerga castellana y no latinoamericana, muchos menos mexicana. Se dice que es la antepenúltima entrega en de estas ediciones sobre Montalbano. La sinopsis es la siguiente:
El amigo y subalterno de Montalbano, Mimì Augello (el actor Cesare Bocci en la serie televisiva) irrumpe en casa del comisario pasada la media noche, diciéndole que ha encontrado accidentalmente un cadáver en un piso deshabitado durante una de sus frecuentes aventuras extramaritales. A la vez, aparece muerto en su dépar un tal Carmelo Catalanotti (Carlo Cartier), usurero, director de teatro y creador de un ingenioso, aunque traumático método de actuación que permite a los aspirantes a actores entrar en un personaje trabajando sus secretos más oscuros.
Ofrecemos aquí un avance de la genial novela de Camilleri para nuestros lectores y, en especial, para los amantes del teatro y de las obras de Luigi Pirandello, que por cierto fue el autor favorito del autor de Montalbano, con este fragmento incluido en el capítulo quinto de “El método Catalanotti”.
Un Stanislavski revivido
Apareció un hombre de cuarenta y tantos años, alto y flaquísimo, con el pelo negro peinado hacia atrás y unos bigotes acabados en unas puntas muy finas.
Parecía claramente nervioso.
–Buenos días, soy el ingeniero Rosario Lo Savio.
Montalbano se levantó, se dieron la mano, el ingeniero se sentó delante de la mesa.
–Cuénteme.
–Ayer me enteré de la muerte de Carmelo Catalanotti. Era amigo mío…
–En ese momento se le quebró la voz y le cayeron dos lágrimas. Sacó un pañuelo y se las enjugó–. Perdone, he venido porque creo que fui la última persona que lo vio con vida.
Montalbano lo corrigió:
–Sin duda, la última persona que lo vio con vida fue el asesino.
–Lleva razón. Entonces yo habría sido la penúltima –contestó el ingeniero.
–Cuéntemelo todo.
Antes de responder, Lo Savio respiró hondo.
–Soy miembro del Trinacriarte, la compañía de teatro aficionado más importante de la provincia, de la que también formaba parte Carmelo. Anteayer acabamos hacia las doce de la noche, salimos al aparcamiento y entonces mi coche se negó a arrancar, así que Carmelo se ofreció muy amablemente a llevarme y me dejó en casa.
–¿Cómo lo recuerda? ¿Nervioso, distinto de lo habitual?
–No, estaba de lo más tranquilo.
–¿Le dio la impresión de que pudiera haber quedado luego con alguien?
–Yo diría que no. No tenía ninguna prisa. Si incluso, una vez que llegamos a la puerta de mi casa, nos quedamos charlando un rato sobre el espectáculo que estamos preparando… Perdone, que estábamos preparando.
Y se le cayeron dos lágrimas más.
–Hábleme de esa compañía. ¿Dónde está? ¿Cuántos…?
Lo Savio interrumpió, estirándose mucho:
–Trinacriarte nació en 1857 de la mano de Emanuele Gaudioso, que fue un gran dramaturgo vigatés por desgracia muy olvidado. Después de la unificación de Italia interrumpió sus actividades durante tres años debido a…
Ante la perspectiva de tener que aguantar ciento y pico años la historia de la compañía, Montalbano se vio incapaz de contenerse.
–Perdone, lo que me cuenta es interesantísimo, pero avance hasta nuestros días, haga el favor. No, mire, mejor le pregunto yo.
–Muy bien.
–¿Cuántos miembros tiene la compañía?
–Bueno, somos dieciocho, diez hombres y ocho mujeres.
–¿Hay un responsable? ¿Un director?
–Tenemos un consejo directivo formado por tres miembros, entre los cuales estaba el pobre Catalanotti.
–¿Y los otros dos?
–Una es Elena Saponaro, directora de sucursal bancaria, y el otro, el abogado Scimé, Antonio Scimé.
Y ahí el ingeniero hizo una especie de mueca. Estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo. Montalbano no dejó escapar la oportunidad.
–Cuénteme cómo es ese Scimé.
–No, mire, es una gran persona, pero también un tocacojones de campeonato.
–¿Por qué?
–De joven estudió en la Academia Nacional de Arte Dramático y se sacó el diploma de actor. Al parecer, aunque no tenemos confirmación directa, debutó con un espectáculo de Vittorio Gassman, cosa de la que aún no se ha recuperado. Cada cinco minutos encuentra una forma de recordar, a nosotros y a sí mismo, los años románticos de la “dolce vita”.
–Catalanotti, además de formar parte del consejo directivo, ¿qué hacía?
–Aparte de ser el principal financiador de Trinacriarte, era también un actor de reparto estupendo y un director muy serio, preparadísimo, con una concepción del teatro propia.
–¿Ah, sí? ¿Cuál?
–Para él, el teatro era el texto. Todo tenía que nacer del texto. Incluso el vestuario, la escenografía y la iluminación derivan de la escritura. Y su trabajo con los actores era fundamental.
–¿En qué sentido?
–Es un poco complicado, pero intento explicárselo: Carmelo quería que todos los actores, para interpretar su papel, partieran de algo profundamente personal. Qué sé yo, un trauma, un momento vital, una relación amorosa fallida, una experiencia propia, profunda, íntima, que de algún modo pudiera ponerse al servicio de lo que pedía el texto.
–A ver si lo he entendido bien: si en la obra salía una viuda, ¿él buscaba a una viuda de verdad?
–No, comisario. No era tan literal. Lo que hacía era ponerse a excavar en la intimidad del intérprete para buscar, por ejemplo, el equivalente de un sentimiento de ausencia, como puede ser la viudedad, y para eso era muy hábil. Lograba derribar las defensas personales de quien tenía delante hasta conseguir sacar a la luz algo equiparable: una muerte reciente, un divorcio, incluso una mudanza; vamos, una emoción traumática que tuviera que ver, en un caso como el que apunta, con una falta, con un vacío.
–Entendido. Una cosa a medio camino entre un psicoanalista y un confesor. ––Yo diría más bien un Stanislavski corregido, revivido y modernizado.
–Perdone, pero ¿todos los actores se prestaban a someterse a esta especie de exploración psicológica?
–No, todos no. De hecho, alguno se opuso y Carmelo no lo cogió para el papel.
–¿Esas sesiones se hacían en presencia de toda la compañía?
–No, tan sólo en una segunda fase. Primero había una preparación larguísima que Carmelo insistía en hacer a solas.
Al comisario no se le ocurrieron más preguntas concretas, aparte de las de rigor, a las que Lo Savio no supo contestar, puesto que, al parecer, Catalanotti no confiaba en nadie; en consecuencia, no sabía si en su vida había enemigos, mujeres despechadas o parientes traicioneros.
Cuando ya se despedía de él, dándole la mano al otro lado de la mesa, Montalbano le preguntó:
–¿Qué estaban ensayando en estos momentos?
–“La tempestad”, de Shakespeare.
–¿Y Catanelloti participaba?
–No, estaba preparando otra obra que quería dirigir. Pero no se perdía un ensayo.
–¿Qué obra era ésa?
–Una de un autor inglés moderno. Yo no lo conozco.
Hubo una pausa y luego el comisario le hizo una petición:
–Me gustaría asistir a algún ensayo. ¿Dónde tienen la sede?
–Uno de los actores nos deja un antiguo almacén de leña que está en el número 15 de la vía Lombardo.
Mientras lo apuntaba en un papel, le preguntó:
–¿Tengo que avisar antes?
–No se preocupe, estamos allí todos los lunes, miércoles y viernes, a partir de las nueve y media de la noche.
Al marcharse el ingeniero, Montalbano se quedó pensando en algo que acababa de decirle, esto es, que la compañía se reunía día sí, día no. (…)