Adelanto de Libros

Eduardo Matos y La Piedra de Rosetta

A continuación, de Eduardo Matos Moctezuma, se transcribe el capítulo “Jean-François Champollion y La Piedra de Rosetta” tomado de su libro conmemorativo por el 75 aniversario del Seminario de Cultura Mexicana: “La arqueología”.
martes, 31 de mayo de 2022 · 22:40

CIUDAD DE MÉXICO (apro).– El pasado 18 de mayo se anunció en España al arqueólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma como ganador del Premio Princesa de Asturias, en la categoría de Ciencias Sociales, uno de los más prestigiosos del mundo.

Mientras Matos Moctezuma agradeció a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y a la Academia Mexicana de la Lengua por haberlo nominado candidato al premio, los medios señalaron que dicho agradecimiento era una descalificación a las expresiones del presidente López Obrador en contra de la UNAM. Ya ante Matos había criticado a la 4T por la celebración del supuesto aniversario de la “fundación lunar de Tenochtitlán”, oponiéndose a lo que llamó la “deformación de la historia”.

A continuación, del arqueólogo miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, se transcribe sustancialmente el capítulo “Jean-François Champollion y La Piedra de Rosetta” tomado de su libro conmemorativo por el 75 aniversario del Seminario de Cultura Mexicana: “La arqueología”.

Vida de Jean-François Champollion

Comenzar con el sabio francés y la piedra que lo llevó a la fama no es fortuito, pues el siguiente capítulo tratará sobre el hallazgo, en 1922, de la tumba del faraón Tutankamón, hecho para el que fue importante el conocimiento y la interpretación de los jeroglíficos egipcios que Jean-François Champollion realizó en su momento.

Nació el 23 de diciembre de 1790 en Figeac, Francia, y murió el 4 de marzo de 1832 en París, a los 41 años. A los 20 dominaba alrededor de 12 lenguas, entre ellas latín, griego, hebreo, sánscrito, árabe, ciriaco, caldeo, etcétera, y se especializaba en copto. Muy joven fue profesor asistente en la Universidad de Grenoble.

Pero su mayor aporte iba a ser, sin lugar a dudas, el desciframiento de los jeroglíficos egipcios a partir del estudio de la recién hallada Piedra de Rosetta en Egipto, a raíz de la ocupación de las fuerzas de Napoleón. La historia del hallazgo y del posterior destino de esta importante pieza nos merece especial atención, pues muchos aspectos se han derivado de estos acontecimientos.

La historia comienza el 15 de julio de 1799, cuando las tropas francesas del ejército de Napoleón estaban a unos tres kilómetros de la ciudad de Rashid (Roseta) y un teniente de nombre Pierre-François Bouchard observó una piedra con inscripciones. El monumento estaba elaborado en granodiorita y medía 1.12 metros de alto, 75.7 centímetros de ancho, con un espesor de 28.4 centímetros y un peso de alrededor de 670 kilos.

Se dio aviso al Institut d’Egypte, instalado por el emperador francés en El Cairo, por medio de un informe redactado por Michel A. Lancret el 19 de julio de aquel año, donde decía que la piedra mostraba inscripciones de tres tipos: la escritura jeroglífica egipcia, el demótico y el griego. La noticia llegó a París acompañada de reproducciones. Hasta allí todo iba bien, pero llegó el ejército británico y, ante el asedio que hizo a los franceses, estos optaron por retirarse a Alejandría llevando consigo una serie de objetos antiguos, entre ellos la Piedra de Rosetta.

Las fuerzas francesas fueron sitiadas y se rindieron el 30 de agosto de 1801. Surgió entonces una disputa sobre los documentos y especímenes que llevaban los científicos franceses, entre ellos la piedra. El general francés Jacques- François Menou quiso hacerla pasar como su propiedad para llevarla a Francia, pero el general inglés John Hely-Hutchinson sabía del valor del monumento y no lo permitió, afirmando que todos los materiales pertenecían a la corona inglesa. Finalmente, la piedra fue transportada en una fragata francesa que había sido capturada por ellos británicos y que, paradójicamente, tenía por nombre “Égyptienne”. Estas sutilezas han perdurado, hasta hace algunos años que el tren que unía a Londres con París, pasando por debajo el Canal de la Mancha, llegaba a una estación con el sugestivo nombre de Waterloo…

Ya en Londres, la Piedra de Rosetta fue presentada el 11 de marzo de 1802 a los miembros de la Sociedad de Anticuarios de Londres, una institución que contaba con una gran tradición. Se sacaron copias y finalmente fue entregada al Museo Británico, siendo catalogada bajo las siglas EA 24, que significaban “Egyptian Antiquities 24”. Allí se exhibe desde aquel año y es una de las piezas más visitadas del acervo que resguarda este museo.

Las investigaciones sobre el monumento empezaron a prácticamente desde el momento de su hallazgo. Muchos sabios de la época dieron su parecer y fue así como, paulatinamente, se descubrió su contenido.

Las primeras versiones se basan en el griego antiguo de la piedra, pues quienes se dedicaban a estudios filológicos y lingüísticos conocían ese idioma. Una de las primeras versiones fue de Stephen Weston y la presentó en 1802 ante la Sociedad de Anticuarios de Londres. Un año más tarde, en 1803, Hubert-Pascal Ameilhon publicó una traducción del escrito griego al latín y el francés. En ese mismo año, Richard Porson reconstruyó la parte faltante en la piedra del texto griego, mientras que el alemán Christian Gottlob Heyne hizo una nueva traducción. Sin embargo, el demótico que ocupaba al parte central de la piedra fue identificada por Silvestre de Sacy, quien reconoció cinco nombres personales: Alexandros, Alexandreia, Ptolomaios, Arsinoe y Epífanes.

De Sacy recordaba que el francés Jean-Jacques Barthélemy, en 1761, decía que los cartuchos en los jeroglíficos correspondían a nombres propios. Otro interesado en el tema fue Thomas Young, quien encontró los caracteres fonéticos y registró muchas similitudes entre el demótico y los jeroglíficos grabados en la piedra. Entabló correspondencia con Champollion, quien avanzó en su trabajo de interpretación de los jeroglíficos en monumentos y fue así como escribió la célebre “Carta a M. Dacier”, en la que elaboró un alfabeto con jeroglíficos fonéticos y asentó que esos caracteres aparecían tanto en el griego como en los nombres egipcios.

Muchos hemos hablado de la piedra y sus peripecias, pero aún no nos hemos referido a su contenido. Si bien la importante primordial del monumento reside en que permitió, como ya vimos, descifrar los jeroglíficos egipcios, no podemos pasar por alto lo que se lee en la piedra, máxima cuando hemos visto en el relato anterior los aportes de los distintos sabios que ayudaron a conocer su significado y la importancia lingüísticas que representaba. Dicha piedra contiene un relato de un grupo de sacerdotes, que se ostentan como representantes “en todos los templos de la Tierra”, se dio a conocer en Menfis en el año 196 a.C; en él, los integrantes de este grupo acuerdan rendir grandes honores y fiestas al faraón Ptolomeo V –quien gobernó durante el periodo ptolomeico–, en su toma de posesión a los 14 años de edad.

El joven faraón se casó con la célebre Cleopatra VII, quien gobernó más tarde y tuvo relaciones con Julio César, a quien, una vez asesinado en 44 a.C. Marco Antonio le siguió en los favores de la reina. Recodaremos que este linaje griego proviene de Ptolomeo, general de Alejandro Magno; este último estuvo en Egipto entre los años 332 y 323 a.C. Se cuenta que, estando ya en el lecho de muerte, los generales que habían alcanzado tantas victorias al mando de Alejandro deseaban saber a cuál de ellos heredaría su vasto imperio. Viendo el interés de quienes habían estado a su mando, Alejandro contestó: “Al más digno”, con lo cual los dejó en la incertidumbre más grande. Finalmente, una vez muerto Alejandro, acordaron entre ellos repartirse las conquistas, y fue así como correspondió a Ptolomeo el territorio de Egipto, instaurándose la dinastía ptolemaica.

Pero veamos cuán es el contenido de esta inscripción, de acuerdo con la traducción de Edwin Bevan:

“En el reinado del joven –quien ha recibido la realeza de su padre-señor de las coronas, glorioso, que ha consolidado Egipto y es piadoso hacia los dioses, superior a sus enemigos, quien ha restablecido la vida civilizada de los hombres, señor de las Fiestas de los Treinta Años, como Hefesto el Grande; un faraón, como el Sol, el gran faraón de las regiones alta y baja, descendiente de los dioses Filopatores, a quien Hefesto ha aprobado, a quien el Sol le ha dado la victoria, imagen viviente de Zeus, hijo del Sol, Ptolomeo eterno amado por Ptah, en el noveno año, cuando Aëtus, hijo de Aëtus, era sacerdote de Alejandro; los sumos sacerdotes y los profetas y los que entran en el sagrario para vestir a los dioses, y los portadores, y los portadores de plumas y los escribas sagrados, y todos los demás sacerdotes. Estando reunidos en el templo de Menfis en este día, declararon: ‘Desde que reina el faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah, el dios Epífanes Eucaristos, el hijo del rey Ptolomeo y la reina Arsínoe, dioses Filopatores, han sido muy beneficiados tanto los templos como los que viven en ellos, además de todos los que de él dependen, siendo un dios nacido de dios y diosa (como Horus, hijo de Isis y Osiris, quien vengó a su padre), y siendo benévolamente dispuesto hacia los dioses, ha dedicado a los ingresos de los templos dinero y grano, y ha invertido mucho dinero para la prosperidad de Egipto, y ha consolidado los templos, ha sido generoso con todos sus medios, y de los ingresos y los impuestos que recibe Egipto una parte ha sido condonada completamente y otra reducida a fin de que el pueblo y todo lo demás sea próspero durante su reinado; ha parecido bien a los sacerdotes de todos los templos en la Tierra aumentar considerablemente los honores existentes al faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptha y se celebrará una fiesta por el faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah, el dios Epífanes Eucaristos, anualmente en todos los templos de la Tierra desde el primero de Tot durante cinco días en los que se deben lucir guirnaldas, realizar sacrificios y los otros honores habituales, y los sacerdotes deberán ser llamados sacerdotes del dios Epífanes Eucaristos, además de los nombres de los otros dioses a quienes sirvan, y su clero se inscribirá a todos los documentos formales y los particulares también podrán celebrar la fiesta y erigir el mencionado altar, y tenerlo en sus casas, realizando los honores de costumbre en las fiestas, tanto mensual como anualmente, con el fin de que pueda ser conocida por todos los hombres de Egipto la magnificencia y el honor del dios Epífanes Eucaristos, el faraón, de acuerdo con la ley.”

El contenido del escrito en sí nos revela muchas cosas. Por un lado, el endiosamiento del faraón, que en realidad seguía una larga tradición de 3000 años, y, por el otro, la actitud un tanto aduladora de los sacerdotes, que ganaban buscarse así los favores del gobernante. Nada nuevo sobre la Tierra.

Para terminar con este tema, hay que mencionar que Egipto ha solicitado a Inglaterra la devolución de la Piedra de Rosetta a su lugar de origen. También Grecia había pedido al Museo Británico el retorno de los páneles de mármol del Partenón a su tierra natal. México también solicitó a Austria que se devolviera el penacho de Moctezuma (…)

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