Cultura
La monja alférez y el alférez Antonio
La obra cuenta la historia de una persona que nace con sexo biológico de mujer y se identifica con el género de hombre, se enamora de una mujer de la que tiene que separarse por no poder culminar su amor y seguir manteniendo oculto su sexo biológico.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La Compañía Nacional de Teatro estrenó La monja alférez atribuida a Juan Ruiz de Alarcón, para después presentarse en el Festival Iberoamericano del siglo de Oro Clásicos de Alcalá, España.
La obra cuenta la historia de una persona que nace con sexo biológico de mujer y se identifica con el género de hombre, se enamora de una mujer de la que tiene que separarse por no poder culminar su amor y seguir manteniendo oculto su sexo biológico. El énfasis en la versión de Juan Ruiz está en las historias de amor y las luchas a capa y espada. Otros autores han retomado a este personaje histórico, haciendo otras versiones.
En La monja alférez se habla de la vida de Alonso Díaz de Guzmán. Sus travesías por Cartagena de Indias, Lima y Chile. Los méritos obtenidos en las batallas y su dilema de confesar, en vida, su cuerpo biológico de mujer. Por amor, en el caso de Ruiz de Alarcón, ella lo confiesa, y el Papa finalmente le autoriza portar nombre de varón y reconocerle sus méritos militares.
Bajo la dirección de Zaide Silvia Gutiérrez, la obra logra una buena edición del original, seleccionando su estadía en Lima, Perú. La dificultad de la obra radica en el punto de vista masculino del escritor, en cuanto a la visión de la mujer, y la época histórica en que sucede (escrita en 1626), dado que el público del siglo XXI tiene un bagaje más amplio de la realidad LGBTIQ+ y la violencia hacia las mujeres.
A Catalina de Erauso/Alonso Díaz de Guzmán lo personifica de maravilla Erika de la Llave. Podemos ver su valentía y bondad, y también su sufrimiento. En su clímax trasmite el dolor de la imposibilidad amorosa y la culpa por el dolor ocasionado a su amada.
La puesta en escena es limpia y visualmente atractiva. Con unas rampas y una reja representando los espacios en donde sucede la acción y dando diferentes niveles a los personajes en el espacio. Los actores de primera: Fernando Bueno, Ana Ligia García, y Antonio Rojas, entre otros. Con una eficaz escenografía e iluminación con contrastes, de Félix Arroyo, y el refuerzo de la música y diseño sonoro de Alberto Rosas más la excelente coreografía de Marcela Aguilar, resaltando los cambios de ritmo en las batallas de espadas.
En la pieza, la renuncia al amor entre dos seres con sexo biológico femenino y la deshonra (revictimización) por una violación, son factores cuestionadores de la época, y queda dudosa la visión contemporánea con que se observaría esta violencia hacia las mujeres. En este caso la amada, confundiendo a otro por Alonso, lo deja entrar a su habitación, y al darse cuenta de su error, es violada por el impostor. Su martirio es, durante tres años, conseguir que se case con ella, resignarse al sufrimiento de vivir con su violador y así no ser detestada socialmente.
A Alonso Díaz de Guzmán se le permite vestir con ropa masculina y a Catalina de Erauso se le condena a una vida muy alejada de cualquier concepto de felicidad. La historia está dicha y la realidad es abrumadora. ¿Cómo verlo en el presente?
Por otro lado se podría pensar que el título de La monja alférez no muestra fidelidad al protagonista, que se identifica con el género masculino, y nos preguntamos, en nuestro presente, el porqué la selección de esta obra para presentarla ante un público del siglo XXI que invita a una reflexión y ubicación histórica.