Cine

“Adiós señor Haffmann”

Este triángulo a puerta cerrada de la vida de un joyero bajo la ocupación nazi, en la adaptación que realiza Fred Cavayé de la obra de teatro de Jean-Philippe Daguerre, encadena situaciones infernales dentro y fuera de la pantalla.
sábado, 2 de julio de 2022 · 10:30

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Este triángulo a puerta cerrada de la vida de un joyero bajo la ocupación nazi, en la adaptación que realiza Fred Cavayé de la obra de teatro de Jean-Philippe Daguerre, encadena situaciones infernales dentro y fuera de la pantalla:

En primera instancia, la situación desesperada de ser judío en una Francia donde la política de Hitler permite que aflore el antisemitismo endémico; en una segunda, la claustrofobia de quedar atrapado en la tortuosa dinámica de una pareja con problemas de intimidad, y la última, el bloqueo del rodaje durante la explosión del coronavirus, con el consecuente saqueo de las muy cuidadas locaciones.

El trío de actores, afortunadamente, sostiene la continuidad de sus personajes: Daniel Auteuil (Monsieur Haffmann) como el joyero que se ve obligado para impedir la confiscación de su tienda por los nazis, de poner el negocio a nombre de su aprendiz, Gilles Lellouche (Francois Mercier), y la esposa de éste, en la estupenda actuación de Sara Giraideau.

Cavayé no pierde pulso aunque se note un tanto la estructura teatral y las metáforas dramáticas sean convencionales, como la cojera de Mercier que señala el aspecto diabólico de su personaje. Asimismo, la reducción de extras, de 120 a solamente cuatro, impone el código de interiores, intimidad y encierro.

El señor Haffmann no sabe que al ofrecer esa gran oportunidad a un tipo que parece inofensivo, honesto y de poca imaginación, ha vendido su alma al diablo; la mediocridad frente al poder, la envidia cara al talento y la imaginación, la esterilidad ansiosa de fertilidad. A medida que Mercier descubre que puede explotar la creatividad de su exjefe, la dimensión de sombra crece y vampiriza a Haffmann, al que somete a las peores humillaciones; todo, en sentido opuesto a la humanización y la conciencia que desarrolla su mujer, y que Sara Giraudeau construye poco a poco a base de gestos casi imperceptibles.

La situación del señor Haffman, en sentido de Sartre, filósofo que habría caminado por esas mismas calles en la misma época, condensa el encierro de los campos de concentración, la maldad del régimen nazi que permitió que una parte del pueblo francés de la zona ocupada mostrara lo peor de sí mismo; la mala fe está siempre latente, germina bajo el clima de abuso y totalitarismo.

El arreglo que hace Haffmann con su aprendiz no está fuera de lo común; judíos y no judíos se vieron obligados a recurrir a ese tipo de tratos para salvar no sólo su patrimonio, sino para mantener el ímpetu creativo bajo el agobio del gobierno de Pétain. Gaston Gallimard, el gran editor, hizo algo parecido, así salvó el pellejo y preservó la empresa en la que Camus y Sartre colaboraban.

De los personajes menores que circulan alrededor de Haffmann, sus joyas y flujo subterráneo de fuerza creativa, Cavayé orquesta una pequeña galería: desde la prostituta, la oportunista, o el nazi, interpretado por Nikolai Kinski (hijo de Klaus), refinado personaje que aprecia la cultura francesa, de los muchos que proliferaron durante la ocupación, pero peligroso como una cobra. 

Crítica publicada el 26 de junio en la edición 2382 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

 

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