CINE
“Vidas pasadas”
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).– En un bar de Nueva York tres personas conversan, un “close up” se centra en el rostro de una de ellas, y se abre una ventana al pasado cuando Nora (Greta Lee) tenía 12 años en su natal Corea del Sur.
En ese tiempo se llamaba Na Young y estaba enamorada de un compañero de escuela, Hae Sung, con el que competía por las calificaciones, esto antes de emigrar a Canadá; 12 años después, Nora vive en Nueva York, dispuesta a convertirse en escritora. A través del inefable Facebook se topa de nuevo con Hae Sung (Teo Yoo), con quien empieza a conversar directamente por Skype hasta que ella corta la comunicación porque prefiere concentrarse en su escritura.
Otros 12 años más, Nora se halla casada con Arthur (John Magaro), también escritor, y por fin se reencuentra con Hae Sung, quien acaba de terminar con su novia en Corea y decide visitar a Nora en Nueva York.
Con su primer largometraje, “Vidas pasadas” (Past Lives; Estados Unidos, 2023), Celine Song escribe y dirige a partir de su experiencia personal, evidenciando un amor por la geometría; naturalmente, la estructura en tres actos deriva de su labor como directora de teatro, pero el círculo narrativo de la relación y no relación entre Nora y Hae Sung deriva del ritmo de un poema, del camino que se toma y del que no se toma, del amor posible y del amor real, el que toca.
Cada ciclo de 12 años funciona a manera de una estrofa en la que resuena lo que pasa y lo que no pasa: ya sean las decisiones de vida de la protagonista, como la de defender su vocación de escritora desde muy joven, al igual que esas decisiones que no toma, como la de ir a Nueva York y no regresar a Corea.
Celine Song logró lo que pocos realizadores como Hou Hsiao Hsien o David Lynch han logrado, que resulte tan importante en la narración lo que no se ve como lo que se ve. Cuando Nora conoce al que será su esposo, le menciona el concepto coreano de In-Yun, que implica el reencuentro de personas que se han conocido en otras vidas, para después agregar que es sólo una frase que se utiliza en su país sólo para seducir a alguien; la ambigüedad de la historia opera en lo trivial y lo profundo, en la lógica simple de la posible reencarnación para resolver lo que no pudo vivirse, o en la vida, o posibles formas de vida, que se dejan atrás.
Inútil politizar “Vidas pasadas” como costo de la inmigración: La historia de Nora y Hae Sung toca un tema universal, la imposibilidad de dar marcha atrás en el tiempo, cargar con el peso de las decisiones y el dolor de la separación; la distancia podría ocurrir por muchas causas diferentes, sin necesidad de salir del barrio. El tema de emigrar pesa para Nora porque le permite a ella en particular, como mujer, disponer de mayor independencia, de tomar decisiones, vivir en otra ciudad, experimentar con su creatividad y casarse con un intelectual americano; cosa que no siempre es garantía para una inmigrante, aunque viva en Nueva York. Es precisamente este largo horizonte de miras lo que provoca el comentario con su esposo sobre Hae Sung, de que éste es profundamente coreano; en todo caso, este hombre coreano le representa a ella el dolor del exilio, o de la pérdida de la infancia.
Algo hay de muy destilado en “Vidas pasadas” del cine de Wong Kar-wai; más que de influencia directa, de temperamento. Celine Song era aún muy joven cuando se exhibió “Cenizas del tiempo” o “In The Mood For Love”, verdaderos poemas sobre la separación y el dolor de la memoria. El encuentro, por ejemplo, con Arthur en Mantauk, en el mero extremo de Long Island, parece evocar el faro del fin del mundo del “Happy Together” de Kar-wai.