Juegos Olímpicos, un legado agridulce

jueves, 11 de agosto de 2016 · 12:49
Según la alcaldía carioca, la infraestructura para los Juegos Olímpicos de Río no es tan onerosa como lo fue para las ciudades de Londres o Pekín, debido al esquema de asociaciones público-privadas que corrieron con gran parte de los gastos y a que las instalaciones (estadios, pistas o gimnasios) serán reconvertidas después en escuelas o espacios de esparcimiento para los habitantes de la ciudad. También se ofrece habilitarlas como nuevas unidades habitacionales, lo que les representará cuantiosas ganancias a las grandes constructoras que participan en el proyecto. Esas compañías están siendo investigadas por la trama de corrupción en la que se hallan inmersas. RÍO DE JANEIRO (Proceso).- Los de Río de Janeiro acaso marquen un antes y un después en la historia de los Juegos Olímpicos en cuanto a la concepción del proyecto. Si los de Beijing y Londres se caracterizaron –como antes Barcelona y Atenas– por la construcción de espectaculares estadios con capacidad para que decenas de miles de personas vieran deportes como la natación o el ciclismo, en Río todo es mucho más modesto. El alcalde carioca, Eduardo Paes, ha dicho varias veces que las instalaciones son “funcionales” y, por lo tanto, la belleza está en la orografía de colinas, mar y naturaleza exuberante que caracteriza a la “Ciudad Maravillosa”. Pero los recortes en el presupuesto, en concordancia con el periodo de recesión histórica que vive Brasil y que azota especialmente a Río, no significan que falten servicios. La construcción de las instalaciones se basó en dos premisas: en primer lugar, si el sector privado aporta fondos que alivien el costo público del evento, mejor; y en segundo, las áreas deportivas deben ser desmontables, al menos parcialmente, o transformables en servicios sociales –escuelas, centros de entrenamiento, parques acuáticos…– para que los cariocas puedan disfrutar del “legado olímpico” cuando acaben los Juegos. Por primera vez en unos Juegos, los de Río tienen dos parques olímpicos. El más modesto es el de Deodoro, construido en un área al oeste de la ciudad –la más pobre y peligrosa– que es parcialmente propiedad del Ejército. De las nueve instalaciones deportivas, sólo dos han tenido que ser reconstruidas, ya que se aprovecharon estadios y pistas edificados para los Juegos Panamericanos de 2007. La pista de canotaje slalom, creada para los Juegos, será después del evento un parque acuático para los habitantes de esta zona popular, alejada de las playas y que carece de zonas públicas de esparcimiento. A escala deportiva y urbana, el más importante es el Parque Olímpico de Barra de Tijuca, uno de los barrios más nuevos al oeste de la ciudad y que, por sus bellas playas y lagunas naturales, es lugar de residencia de múltiples celebridades, como el exfutbolista Romario. Dieciséis disciplinas se organizan en nueve estadios y recintos deportivos que, tras la Olimpiada y Paraolimpiada, darán paso a un nuevo barrio a orillas de la laguna de Jacarepaguá, que tendrá como legado una zona educacional y otra de preparación de atletas de alto rendimiento. Algunos estadios –como el llamado Arena Carioca, donde se compite en balonmano– fueron concebidos para permitir su total desmontaje tras el evento y para erigir en su lugar cuatro escuelas para los alumnos de la red municipal. “Queremos evitar sobrecostos e infraestructura sin uso para la población”, explica a Proceso el ingeniero Gustavo Nascimiento, director de gestión de instalaciones del Comité Olímpico Río 2016 tras visitar el estadio. Éste se erigió con vistosas planchas de aglomerado acerca de las cuales los peones que dan los últimos toques advierten que “no se pueden mojar o se echan a perder”. Nascimiento asegura que “con muchos menos recursos” que Londres 2012 o Beijing 2008 la ciudad carioca “tendrá el mayor legado de los Juegos”. El alcalde de Río aseguró el pasado 21 de junio que estas Olimpiadas “costarán 300% menos que las de Londres 2012”, y cifró el presupuesto del evento en 39 mil 70 millones de reales (unos 11 mil 100 millones de dólares). Es un monto considerable que, comparativamente, supone casi lo mismo que Brasil gastó para la Copa del Mundo de 2014, que se realizó en 12 ciudades. Asociaciones bajo sospecha De ese monto, apenas 43% procede de fondos públicos, según la alcaldía; el restante 57% corre por cuenta de asociaciones público-privadas (conocidas en Brasil como PPP) que los organizadores celebran como uno de los hitos de estos Juegos. Las PPP se basan esencialmente en concesiones de terrenos o regulaciones urbanísticas por parte de la alcaldía de Río a las constructoras, a cambio de que éstas erijan instalaciones deportivas o renueven áreas urbanas sin costo para las arcas públicas. El ejemplo más claro de ese modelo es la construcción de las tres Arenas Cariocas: tres estadios, unidos por la misma fachada, en los que se celebrarán las competencias de baloncesto, judo, esgrima y taekwondo. Ese proyecto –así como el centro de prensa y de transmisión y la infraestructura de la Vila Olímpica–recayó en el consorcio Río Mas, compuesto por las constructoras Norberto Odebrecht, Andrade Gutiérrez y Carvalho Hosken, que crearán un barrio nuevo en el parque olímpico tras los Juegos y de esta forma obtendrán un lucro que se anticipa cuantioso, pues el área revalorizada suma 1.18 millones de metros cuadrados a orillas de una fabulosa laguna. El modelo de desarrollo, que según la alcaldía es innovador y ahorra a los contribuyentes el costo de “elefantes blancos” –como el Estadio del Nido, de Beijing– está sin embargo, empañado por las sospechas de licitación ilegal, especulación inmobiliaria y corrupción. La empresa Carvalho Hosken, por ejemplo, donó 150 mil reales (50 mil dólares) a la campaña política para la reelección del alcalde en 2012. Las enormes constructoras Odebrecht y Andrade Gutiérrez están por su parte en el corazón de la trama criminal destapada por la operación Lava Jato, sobre los desvíos en Petrobras. También dañó la imagen del proyecto la expropiación –en ocasiones por la fuerza o con estrategias éticamente cuestionables– de la Vila Autódromo, una humilde comunidad situada en el perímetro del Parque Olímpico de Barra y donde vivían mil personas cuando se iniciaron las obras. Este humilde barrio de antiguos pescadores y empleados de la construcción ha sufrido amenazas, demoliciones forzosas de sus casas y todo tipo de presiones para que el área sea arrasada por la maquinaria. Las autoridades, en especial la alcaldía de Río de Janeiro, negociaron durante años la expulsión pactada con familias, que incluyó cuantiosas ofertas económicas (se llegaron a pagar entre 1 y 2 millones de reales, que al cambio son entre 380 y 760 mil dólares) y acceso a departamentos sociales. Casi todos aceptaron, por las buenas o las malas, ya que fueron objeto de tratamiento denigrante: se vetaron los planes para llevar agua corriente a la comunidad, se desplegaron guardias municipales en la entrada de la comunidad para impedir a los habitantes adquirir material para construcción o incluso se llegó a instalar un chequeo de personas a la entrada. Todo ello a pesar de que los vecinos aseguran que no hay narcotráfico. “Si yo le dijera al alcalde que me diera 2 millones de reales y me cruzo de brazos y no hago nada contra las expropiaciones, creo que conseguiría esa cifra. Pero creo que el dinero, aunque forme parte de la vida del ser humano, no puede ser todo en la vida de una persona. Hay otros valores. Tenemos una historia aquí”, explica a Proceso Altair Antonio Guimaraes, que lleva 20 años viviendo en Vila Autódromo y preside la comunidad de vecinos. Guimaraes dice no tener duda de que su expulsión se debe a la “incomodidad” que genera esta humilde comunidad para las constructoras, que quieren convertir el Parque Olímpico de Barra en un barrio de clase media-alta. Junto a Guimaraes, las 25 familias que quedan en esta área de casas medio en ruinas lograron en abril un acuerdo para que sea reurbanizada y no destruida, aunque no todo el mundo confía en que las autoridades cumplan el pacto cuando el foco mediático desaparezca tras los Juegos. Metamorfosis Fuera del urbanismo deportivo, no hay duda de que la mayor mutación de Río es la transformación profunda de su centro histórico. Cinco millones de metros cuadrados de territorio fueron restaurados o erigidos de nuevo en el corazón de la urbe. Túneles de más de tres kilómetros se perforaron para abrir nuevas vías rápidas, en una batalla constante por desafiar a una geografía caracterizada por la bravura del mar y las angostas colinas. Una nueva línea de Metro, un flamante tranvía y una extensa ciclovía que se eleva sobre las aguas del Atlántico permiten ahora dejar el coche en casa para recorrer los lugares más emblemáticos de la ciudad, como las playas de Copacabana o el Sambódromo: una revolución vital para una ciudad con 451 años de historia pero cuya inversión urbanística se quedó estancada en los setenta, o antes. Caracterizado por una decadencia pos­industrial similar, el centro de Río era un cementerio urbano: los edificios históricos perecían por la falta de inversión y el desuso, mientras fuera del horario de oficina la región era tomada por criminales y adictos al crack que obligaban a cerrar bares y restaurantes, dándole un aire de decrépita ciudad fantasma. Para cambiar la dinámica de esa área, de un valor histórico incalculable por ser uno de los principales enclaves del tráfico de esclavos de África a América, el alcalde apostó por crear una zona de esparcimiento focalizada en la flamante Plaza Mauá. La estrategia era atraer a los visitantes para que el barrio recobrara paulatinamente el carácter residencial que una vez tuvo. Así se creó el denominado Puerto Maravilla, donde el arquitecto español Santiago Calatrava diseñó el espectacular Museo del Mañana, cuyo costo se eleva a 90 millones de dólares. Un bello y futurista diseño que, inspirado en la forma de la bromelia, tiene reverberaciones con la Ciudad de las Artes de Valencia por su estructura blanquecina y los constantes espejos de agua. En su interior, los cientos de turistas que todos los días hacen fila a orillas de la bahía de Guanabara para visitarlo, recorren el pasado, presente y futuro del planeta a través de exposiciones interactivas que invitan a reflexionar sobre temas como el cambio climático o la explosión demográfica. El conjunto del proyecto ya comenzó a dar frutos: restaurantes y bares que cerraban los viernes a las seis de la tarde por miedo a los asaltos abren ahora todo el fin de semana, mientras la Plaza Mauá recibe a familias y adolescentes en torno a espectáculos musicales y ferias gastronómicas. Pero es una regeneración que también ha supuesto un “peaje” en forma de desvíos: la Procuraduría General de Brasil investiga pagos de sobornos de los constructores a personajes como el expresidente de la Cámara baja, Eduardo Cunha, promotor del juicio político a la presidenta Dilma Rousseff y acaso uno de los políticos brasileños más deshonestos de los últimos años.

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