Jugar y luchar: el día a día de las futbolistas en Palestina

domingo, 13 de mayo de 2018 · 08:30
Hace poco más de 10 años, un grupo de jóvenes palestinas que hasta entonces había jugado al futbol en la calle, sin permiso de sus familias y siempre contra varones, decidió crear un equipo. Desde aquel episodio, varios centenares de mujeres palestinas acumulan algunos logros y muchas frustraciones, pero no cesan en su empeño de seguir jugando, profesionalizarse al máximo y tener las mismas oportunidades que los hombres. BELÉN, Cisjordania (Proceso).- Un viejo refrán árabe dice que no se puede aplaudir con una mano. Cuando empezaron a jugar futbol siendo unas niñas, en las calles de Belén o Jerusalén, casi escondiéndose de sus hermanos y de sus padres, Honey, Micheline, Niveen, Jackline y la mayoría de las futbolistas palestinas comprendieron dolorosamente que el rival más duro que deberían derrotar sería una sociedad tradicional que rechazaba la imagen de una mujer anotando goles y disfrutando con un deporte al que se le consideraba reservado para los hombres. Para poder aplaudir precisamente con las dos manos, estas jóvenes perseveraron y trabajaron con tesón para seguir existiendo y llegar a ser muchas, tantas como para formar un equipo que les permitiera seguir jugando y ser tratadas de igual manera que a un chico palestino que desea ser futbolista. Eran los años ochenta y en Palestina, como en la mayoría del mundo árabe, las dificultades de las niñas que querían jugar futbol eran idénticas. “Veía los partidos en una televisión vieja que había en casa, miraba a los niños jugar en las calles. En aquel momento no había gran cosa que hacer cuando terminaban las clases por la tarde, no teníamos demasiados juguetes y sólo me quedaba el futbol. Empecé a jugar con los chicos. Tendría unos seis o siete años”, recuerda Honey Thaljieh, uno de los pilares de Diyar, el primer equipo femenino de futbol de Palestina, y excapitana de la selección nacional. “Cuando mi padre me descubría jugando en la calle se enfadaba muchísimo, decía que eso no era para las mujeres, me sacaba de la calle y me castigaba obligándome a estar en casa. No me importaban los regaños, tampoco tener las rodillas magulladas permanentemente. Yo sabía que quería jugar”, cuenta Thaljieh, quien actualmente trabaja para la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) en Zurich. El embrión del futbol palestino femenino se gestó en la universidad de Belén, donde una decena de chicas, entre ellas Honey Thaljieh, respondieron a un anuncio para formar un primer equipo. Todas ellas comparten los mismos recuerdos de aquella época: problemas en casa, estadios vacíos, burlas de los chicos, entrenamientos en campos de pésima calidad, pero también una incomparable sensación de libertad al jugar futbol. Muchas de las chicas abandonaron el equipo al poco tiempo o cambiaron de deporte a otros considerados más aptos para las mujeres, como el baloncesto o el balonmano; otras se casaron y nunca más volvieron a entrenar. Jackline Jazrawi fue una de las jugadoras que se quedó. “Hace 15 años teníamos un nivel bajísimo, jugábamos contra niños pequeños. Ellos tenían 10 años, nosotras 18, y nos ganaban. Era horrible. Pero empezaron a surgir otros equipos de chicas en Ramallah, Jericó y Jerusalén, y pudimos finalmente jugar entre nosotras”, recuerda. “Cuando jugábamos en la universidad usábamos un campo muy básico, en muy malas condiciones. Había chicos que pasaban por allá sólo para gritarnos: ‘Vayan a la cocina, el futbol es cosa de hombres’. Nuestra respuesta fue seguir entrenando y mostrarle a todo el mundo que éramos capaces”, dice Jazrawi. En 2005, una improvisada selección nacional femenina jugó el primer partido de su historia contra Jordania. Thaljieh recuerda ese momento sin poder evitar la risa. “Por supuesto, perdimos de manera estruendosa. Pero jamás nos habíamos entrenado en pasto, sólo en cemento. Nos dio igual no ganar. Era tal la emoción de representar a Palestina… Aquello fue, sobre todo, un acto de identidad nacional”, explica. En 2008, coincidiendo con la formación de varios equipos de mujeres, la Asociación de Futbol de Palestina comenzó a apoyarlas y se organizó el primer torneo en el que participaron seis equipos. Como no había suficientes jugadoras, los encuentros eran de cinco contra cinco. Por aquel entonces, también las chicas de la universidad de Belén se mudaron a una asociación cultural y deportiva de la ciudad, llamada Diyar, que puso a disposición sus instalaciones. Y así nació Diyar, el primer club palestino de futbol femenino, que cumple 10 años en estas fechas. Carrera de obstáculos Las carcajadas retumban en el pequeño complejo deportivo en el que entrenan cada miércoles y viernes por la noche las chicas del equipo profesional de Diyar. Son unas 15, tienen entre 17 y 34 años, historias de vida muy diferentes, pero les basta compartir su pasión por jugar. Ninguna de ellas ha logrado que el futbol se convierta en un trabajo de tiempo completo, como ocurre con los hombres. Tampoco consiguen que un patrocinador les financie sus zapatos deportivos. Desde hace años pelean por poder entrenar en un verdadero campo empastado, pero en Palestina no hay muchos y siempre se les da prioridad a los equipos de hombres. “Si queremos reservar un campo de pasto nos dan, por ejemplo, el horario del viernes a las 10 de la mañana. Estudiamos, trabajamos… ¿quién puede entrenar un viernes a las 10 de la mañana?”, se pregunta Jazrawi, quien también jugó como defensa con la selección palestina hasta 2013 y fue su capitana durante cuatro años. “La discriminación hacia las chicas sigue ahí. A veces es algo tan arraigado en la sociedad que ni nos damos cuenta. ¿Por qué los chicos pueden tener un salario para jugar y entrenarse y las chicas no?”, cuestiona. Micheline Hadweh, de 20 años, empezó a jugar a los siete años en el equipo de su escuela en Jerusalén. Era la única chica en un equipo de hombres. Su madre la apoyó desde el principio, pero otros familiares se opusieron a esta afición al creer “que nunca sería una buena mujer ni podría encontrar un marido”. A los 12 años se convirtió en la jugadora más joven de la liga femenina palestina y de la selección nacional. “En un momento, el diario local Al Qods publicó un artículo sobre mí después de que jugué muy bien en varios partidos y de que anoté tres goles contra el equipo de Jericó. En ese momento, mucha gente que me criticaba empezó a apoyarme y el orgullo de mi familia fue mayor”, recuerda. Es una de las mejores centrocampistas palestinas, ya entrena a niños pequeños y sigue formándose para obtener diplomas de entrenadora. “Los chicos que antes no querían jugar conmigo ahora me llaman para organizar partidos. Ya no les resulta extraño que una chica juegue futbol. Veo que en pocos años ha habido una evolución, aunque el futbol femenino en Palestina sigue siendo una especie de hobby y no un trabajo”, explica. Pone de ejemplo que en el mundo ningún hombre deja de jugar cuando se casa. “Las mujeres sí. Sinceramente, creo que yo no podré nunca ser jugadora profesional. Tal vez si tengo una hija, ella pueda”. Fuera del campo, Micheline Hadweh es una chica tímida, seria y algo nerviosa. Habla de la situación del futbol y de su futuro como jugadora, con una madurez sorprendente para una chica de su edad. Este deporte le ha permitido viajar a lugares lejanos, como Brasil y Sri Lanka, países en los que descubrió dolorosamente las excelentes oportunidades que en aquellos países sí tienen las futbolistas: campos para entrenar, apoyo del público, patrocinadores, zapatos nuevos cuando los necesitan… “En nuestro caso, el torneo nacional está suspendido desde hace meses y la selección nacional tiene dificultades para entrenar de manera constante. A veces tengo ganas de dejarlo todo, pero no puedo. Si para una es como si paráramos todas, sería como si hubiéramos luchado para nada. Todo volvería al punto cero”, advierte. Para Susan Chalabi, vicepresidenta de la Asociación de Futbol de Palestina, el panorama no es tan desalentador. “En mi época era imposible jugar futbol. Soy de una generación anterior a la de Honey y Jackline, y no pude. Tuve que jugar baloncesto. Pero en la asociación, desde el primer día, hemos querido que las chicas y los chicos futbolistas reciban un trato parecido”, asegura. La directiva no da cifras, pero asegura que la asociación da un gran apoyo a las chicas que empiezan a jugar futbol. Un apoyo superior al que exige la FIFA. “Hemos empezado de nada y estamos construyendo un equipo profesional, que es algo que llevará tiempo. Estamos formando a las jugadoras desde pequeñas, invirtiendo mucho en las más jóvenes”, explica. En este momento, un total de 650 palestinas están inscritas en la asociación de futbol y hay una veintena de equipos, un número muy inferior al de los jugadores. En la franja de Gaza, región sometida desde hace 10 años a un severo bloqueo por Israel y gobernada por el movimiento islamista palestino Hamas, aún no hay un equipo femenino porque socialmente las mujeres tienen aún problemas para jugar. Haciendo historia El primer Mundial de futbol entre mujeres se disputó en China en 1991; la selección estadunidense es la actual campeona tras ganar la copa de 2015, en Canadá. Ninguna selección de Oriente Medio estará presente en la justa que se celebrará en Francia en 2019. En los partidos clasificatorios de la región Asia, sólo un equipo de Oriente Medio, Jordania, llegó a disputar los últimos juegos, pero fue finalmente eliminado. La selección palestina perdió por goleada frente a China y Tailandia en los primeros partidos clasificatorios. Jazrawi insiste en que su selección es potencialmente buena, pero que el problema radica en que no consiguen entrenar lo suficiente, no cuentan con gimnasios o lugares apropiados para correr. Además, la ocupación israelí también impide que nos juntemos normalmente a entrenar de forma periódica. “Para una chica de Nablus (al norte de Cisjordania) es complicado ir a un entrenamiento en Ramallah”, lamenta. Ella misma se vio obligada a abandonar la selección por no poder compatibilizar su trabajo, su presencia en Diyar y su labor como entrenadora. Actualmente trabaja en una organización no gubernamental con sede en Canadá llamada “Right to play” (derecho a jugar), que usa el deporte como herramienta de desarrollo y educación en las comunidades palestinas. Desde principios de abril, Jazrawi se convirtió, además, en la primera mujer palestina responsable de un equipo de futbol, ya que fue elegida directora general de Diyar. “Conozco las necesidades de las jugadoras y quiero asumir responsabilidades para poder cambiar las cosas. Tenemos que hacer un plan de entrenamiento adaptado a las chicas, mejorar la infraestructura y los entrenadores, tener mayor regularidad en campeonatos y torneos. No se puede entrenar hoy y no vernos en un mes. La regularidad es imprescindible”, afirma apasionadamente. Honey Thaljieh considera que, pese a sus medios limitados, las futbolistas palestinas “tienen un gran futuro” gracias a su perseverancia y a su espíritu de lucha. “Yo creo que es una revolución lo que ha pasado en el futbol femenino en Palestina”, asegura. En su caso, una lesión puso fin a su carrera como futbolista en 2009, pero no consiguió alejarla del futbol. “Me lesioné en vísperas del partido más importante de mi carrera, que se iba a disputar contra Jordania en Ramallah. Intenté recuperarme, pero no pude y fue terrible no poder jugar ese día en el que miles de personas fueron a ver a la selección palestina femenina”, recuerda. Poco después, hizo un master en la FIFA y hoy trabaja en Zúrich en su departamento de Comunicación, especialmente dedicada a la inclusión y respeto de la diversidad en el futbol. “Fui una niña que jugaba a escondidas en las calles de Belén y ahora represento a la FIFA. Por eso creo que el futbol también puede cambiar la vida de muchas otras niñas de Palestina. Mi mensaje es que no se rindan, que confíen”, pide. La religión fuera del campo “El Corán no prohíbe el deporte, más bien es al contrario”. Niveen Alkolayb lleva años repitiendo la misma frase. Está cansada de que los periodistas, los entrenadores y el público miren más el jihab (el velo que cubre su cabello) que su manera de jugar futbol. “Fui a Brasil a jugar hace algunos años y todas las cámaras me enfocaban a mí porque llevo velo. Todas las preguntas eran sobre mi religión y no sobre mi talento en el campo. Estoy harta”, zanja. Si sus compañeras de equipo cristianas no lo tuvieron fácil, Alkolayb considera que ella, al ser musulmana, vivió un proceso aún más complicado. “Empecé a jugar a los ocho o nueve años y los vecinos iban a hablar con mis padres para decirles que tenían que obligarme a dejar de jugar porque no era digno de una chica musulmana. Decían que nunca podría jugar lo suficientemente cubierta, que tendría que enseñar los brazos y las piernas y que los hombres me mirarían”, cuenta con rabia. Más de dos tercios de las jugadoras de Diyar son cristianas, aunque la religión nunca ha sido un tema importante para el equipo. “A todos los que venían a criticarme mi madre les decía que esto no era haram (pecado). Gracias a ella, a mi padre y a mis hermanos pude seguir jugando”, prosigue Alkolayb. A sus 34 años, hoy es una de las veteranas del equipo y una excelente defensa. Ha jugado con la selección palestina entre 2008 y 2016 y la dejó para ser entrenadora. Actualmente entrena dos días por semana a unas 15 niñas de entre ocho y 13 años, la mayoría de ellas es musulmana. “La situación mejora, pero las chicas musulmanas siguen teniendo problemas. Sus familias y ellas mismas piensan que estarán obligadas a usar manga corta, que no podrán cubrirse el cabello, etcétera”, lamenta esta jugadora, quien vive con su madre en Belén. Alkolayb, diplomada en Geografía e Historia, recibe una cantidad simbólica de dinero por entrenar a este grupo de niñas. Para sobrevivir económicamente trabaja como recepcionista en un hotel y sigue haciendo cursos por internet y aprovechando las formaciones oficiales que se organizan en Palestina para seguir avanzando en su carrera como entrenadora. “A veces pienso que estoy loca, pero soy feliz entrenando a estas chicas, aunque no es fácil. No hay dinero para que seamos realmente profesionales”, explica sin ocultar su enojo. Futbol bajo ocupación “Cuando estalló la segunda Intifada, en 2001, tenía 17 años. Nuestra vida quedó cortada. Me llené de rabia, de frustración. Dejamos de jugar, vivíamos inmersos entre la violencia y los toques de queda”, recuerda Thaljieh. La ocupación militar israelí de los territorios palestinos, los innumerables controles, el muro construido por Israel en torno a Cisjordania y las periódicas olas de violencia que afectan a todos los deportistas palestinos sin distinción de género han sido una barrera adicional para estas futbolistas. Acudir a un partido en el norte de Cisjordania, atravesar un retén militar, viajar juntas al extranjero, etcétera, se convierten en arduas tareas que llevan horas. “El futbol sirve para enviar un mensaje de paz. Nosotras mostramos al mundo que las palestinas, sean cristianas o musulmanas, vengan de una ciudad grande o de un campo de refugiados, juegan juntas con total armonía”, comenta Thaljieh. Micheline Hadweh debe atravesar un retén militar israelí para ir a entrenar, ya que vive en Jerusalén y el equipo juega en Belén. “Ahora tengo un coche, pero mi madre ha pasado horas y horas esperándome durante los entrenamientos”, cuenta. “La ocupación israelí dificulta también nuestro desempeño. En alguna ocasión no pudimos llegar a tiempo a un partido porque el ejército israelí detuvo nuestro vehículo durante horas. En otro momento, había manifestaciones en Ramallah, los israelíes cerraron la carretera y nos regresamos sin jugar”, lamenta. Jazrawi recuerda que para muchas resulta más fácil jugar en Alemania que en Jerusalén, pese a que el campo está a tan sólo 10 kilómetros de la sede de Diyar. Para jugar en la Ciudad Santa, incluso en la parte Este o palestina de la localidad, se necesita un permiso especial de Israel, el cual no tiene la mayoría de las jugadoras. Diyar ha disputado partidos con otros equipos de la región, también ha viajado a Brasil y a Alemania, pero jamás ha tenido el más mínimo contacto con la selección que tiene más cerca: la de Israel. “Creemos que el deporte debe ser fair play (juego limpio). ¿Cómo puedo jugar con israelíes en Israel si para ello tengo que atravesar un control militar o pedir una autorización? Cada vez que cruzamos un retén militar sentimos que no tenemos dignidad, que no es justo. Y el futbol no es eso”, agrega Jazrawi. Este texto se publicó el 6 de mayo de 2018 en la edición 2166 de la revista Proceso.

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