Por eso México no es campeón

sábado, 16 de junio de 2018 · 11:19
Magnus Boding Hansen, periodista del semanario danés Weekendavisen, llegó a México con una duda: ¿por qué el Tri no trasciende a escala internacional si el futbol es el deporte más popular del país? Parte de la respuesta la halló en Hidalgo, cuna del balompié mexicano. “Tenía el talento para ser profesional, pero no el dinero para comprar un lugar en el equipo”, cuenta uno de los talacheros, jugadores que –tras no poder debutar en primera división– deambulan en ligas informales, algunas llaneras, en las que regularmente cobran 600 pesos por juego. Un dato sobre el tema: el 90% más pobre de México produjo sólo 12% de los futbolistas profesionales. TULA, Hgo. (Proceso).– Siempre que veo jugar a la Selección Mexicana me extraña lo poco que tiene del fervor y del hambre frecuentemente asociados al futbol latinoamericano. “No sudan la camiseta”, como suelen expresarlo mis amigos mexicanos aficionados al balompié. El Tri, como se le apoda a la Selección nacional, exhibe un buen nivel técnico, pero muchas veces sus jugadores andan correteando por ahí, como si fueran niños bien, carentes de pasión, según también los reprendan con frecuencia los comentaristas mexicanos de futbol.  Tal vez la explicación sea sencilla: ¡Niños bien es exactamente lo que son! Los pilares de las exitosas selecciones de Brasil, Argentina, Colombia, Uruguay y Chile han sido, por generaciones, chicos nacidos en la pobreza, desde Pelé hasta Neymar Jr, desde Diego Maradona hasta Sergio Agüero, desde Faustino Asprilla hasta Juan Cuadrado, desde Héctor Castro hasta Luis Suárez, y desde Iván Zamorano hasta Alexis Sánchez. Casi todos los seleccionados mexicanos, en cambio, provienen de hogares acomodados.  “En México, la Selección es territorio vedado para los que venimos del 50% más pobre (del país)”, cuenta el corpulento y risueño defensor central Max Montealegre, de 28 años. Juega en las ligas semiprofesionales de talacheros, en donde termina la mayoría de los talentos futbolísticos de familias pobres, en vez de estar en la máxima serie profesional, la Liga MX. Él está en camino a su tercer partido del día. Cada fin de semana Max circula en su viejo automóvil entre estadios de pueblos, canchas asfaltadas y de tierra para ganarse unos 600 pesos por partido. Talacheros es como se les conoce a los futbolistas como él. Son todo un fenómeno en México. Estos jugadores son contratados para integrar equipos de cada pueblo o de cada barrio popular. Los más demandados ganan arriba de 15 mil pesos por encuentro. Sin embargo, la mayoría tiene también un empleo regular, como es el caso de Max, técnico en computación. “Muchos de nosotros teníamos el anhelo y el talento para llegar a ser profesionales, pero nos faltó la plata”, dice mientras da vuelta su carro sobre tierra arada, rodeada de matorrales de cactáceas en las afueras de Tula, un pueblo en el árido estado de Hidalgo, cuna del futbol mexicano. Es que se había perdido. En medio de su maniobra lo llama por celular un entrenador. “No, no alcanzo a jugar más partidos hoy,” contesta. “Pero te voy a mandar a otro. Sí, sí, sí que es bueno, tranqui. Es alto y fuerte. El Caballo, lo llamamos.” Según un estudio estadístico, realizado por la organización Data 4, de 2006 a 2016, 10% de las ciudades más ricas de México proveyeron 88% de los jugadores de la liga profesional del país; en cambio, el 90% más pobre de México produjo sólo 12% de los futbolistas profesionales. “Dicho de otro modo, de las 214 ciudades con mayores ingresos del país salieron mil 176 de los mil 335 futbolistas que durante ese periodo fueron registrados en la máxima categoría del futbol mexicano”, señala el estudio que analizó datos de población, ingresos y diversas medidas de desarrollo. No es de extrañar, por tanto, que las ligas de talacheros estén compuestas, principalmente, por jugadores de clase obrera. Según el documental Talacheros FC (México, 2017), dirigido por Gabriel Villegas y Mariano V. Osnaya, para Canal Once y el Colectivo Muchitos Locos, esas ligas patito mantienen un nivel impresionante en algunas localidades. ¿Pero, entonces, por qué no producen superestrellas de la categoría de un Mundial? El gran delantero de la Selección, Javier Chicharito Hernández (máximo goleador en la historia del Tri, con 49 anotaciones en 101 partidos), viene de una familia acomodada y es –al igual que los dos hermanos del equipo, Jonathan y Giovani Dos Santos– hijo de un exfutbolista profesional. Son pocos los seleccionados mexicanos en tiempos recientes que hayan crecido en la pobreza. Según Max, eso se debe a un muro de separación entre las ligas de los pobres y las ligas profesionales. Luego de pasar por chimeneas oxidadas y flameantes de Petróleos Mexicanos, Max se desvía de la autopista para seguir por un estrecho camino montañoso hacia una cancha ubicada en un valle.  Todo el césped en el área chica se ha gastado. Un auto estacionado con puertas abiertas toca corridos y una mujer parada bajo una lona vende tacos, dulces y cervezas a los aproximadamente 100 espectadores.  Max juega para Astros de San Andrés, con camisetas copiadas del Manchester United, contra un equipo con camisetas copiadas del FC Barcelona. El equipo de Max no se demora en quedar 3-0 arriba en el marcador. El público agita sus matracas; un perro sucio con manchas cruza la cancha. El nivel es como el del futbol amateur de Alemania, pero con mayor intensidad y con más pausas por la cantidad de golpes y lesiones. El barrio forma Según el hasta hace poco entrenador del Arsenal de Inglaterra Arsène Wenger, hay tantos atacantes de la élite mundial hoy en día que son oriundos de Sudamérica, justamente porque allá se instruyen y endurecen en canchas en mal estado y también con el futbol playero y callejero. “Allá –dice Wenger– los niños de 10 años juegan con los de 15, así que tienes que ser astuto, aprendes a luchar y a pelear por pelotas imposibles. Todo eso desapareció en Europa.” Otro ingrediente clave en la producción latinoamericana de talentos es que los mejores –sean pobres o ricos– luego probarán suerte en equipos juveniles profesionales. Sólo que en México no es tan así. “En el pasado, las escuelas para talentos eran más accesibles para los chicos sin dinero, pero el futbol de nuestro país se ha vuelto cada vez más elitista”, advierte Marco Moreno Migoni, licenciado en educación física y conductor del Sistema de Capacitación y Certificación de Entrenadores Deportivos de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade) en Oaxaca.  En su opinión, eso explica, en parte, los malos resultados. México está totalmente futbolizado y es el segundo país más populoso de América Latina, pero en los mundiales nunca ha llegado más lejos que los cuartos de final. Solamente en la Copa Mundial de Futbol Calle (Homeless World Cup, para personas indigentes) ha vivido la gloria. Las mujeres son cinco veces campeonas y los hombres triunfaron en 2015 y 2016; en ambos casos, gracias al apoyo del empresario Carlos Slim.  La Selección Mexicana se ha clasificado para el mundial de Rusia, pero lo logró sin impresionar y jugando sus eliminatorias contra las débiles selecciones de la Confederación de Futbol de Norte, Centroamérica y el Caribe (Concacaf, por su acrónimo en inglés). En este momento, el balompié mexicano combina lo peor de dos ideologías. Porque, paradójicamente, en este país futbolero tan capitalista y clasista, el entrenador de la Selección, el colombiano Juan Carlos Osorio, tiene una filosofía de trabajo casi comunista. Hace más rotaciones que un entrenador de colegio y, a menudo, coloca a sus jugadores en posiciones distintas a sus preferidas. De esa manera, “mantienes a todos implicados y a todos los haces sentir partícipes del proyecto”, explica el entrenador en su libro La libreta de Osorio, mi modelo de gestión (2015). Se trata de mantener involucrada a la colectividad completa para evitar la monotonía y para que los jugadores no se vuelvan predecibles para los rivales. El método ha cosechado victorias para Osorio en Honduras, Trinidad y Tobago, Canadá y Estados Unidos, donde México no había ganado desde 1965, 1972, 1993 y 2004, respectivamente. Sin embargo, frecuentemente es objeto de críticas. El 29 de junio, cuando México perdió 4-1 con una selección alemana llena de reservas, el equipo de Osorio fue acusado de tener, como constante, un desempeño pobre contra los rivales grandes y de carecer de espíritu de lucha. En 2016 sufrió la derrota de 7-0 frente a Chile. “Ser aficionado del Tri es doloroso –escribe el escritor Juan Villoro en su libro Dios es redondo (2006)–. Si hubiera un campeonato mundial de aficiones de futbol, México llegaría a la final porque en México los aficionados le ponen más empeño que los jugadores”, se mofa el sagaz conocedor de este deporte. Villoro también ha criticado que no exista en su país una federación sindical de futbolistas, tal como hay en Argentina y Brasil. En junio del año pasado, luego de la humillación frente a Alemania, el excapitán del Tri Alberto García Aspe dijo al diario Marca: “Hay jugadores de mucha calidad, pero no los veo con liderazgo”. Otros periodistas deportivos añoran a tipos como el legendario Cuauhtémoc Blanco, quien hizo 38 goles para el Tri desde 1995 hasta 2014. Es, dicen ellos, el tipo de líder que ahora hace falta. El popular y feroz Tiburón Blanco creció en Tepito, el emblemático barrio marginal de la Ciudad de México. Difiere de la gran mayoría de futbolistas estrellas de su país al haberse criado en el seno de una familia pobre. Fue bautizado con el nombre del último emperador azteca, Cuauhtémoc, quien perdió la guerra contra los conquistadores españoles en 1521 pero es recordado y homenajeado por no rendirse nunca, muriéndose bajo tortura por negarse a revelar a los españoles dónde estaban escondidos los tesoros de su imperio. “El Cuauhtémoc futbolista está cortado por la misma tijera”, reza la leyenda popular: un muchacho de la calle que gritaba fuerte, agarraba camisetas y una vez celebró un gol, sobre la línea de meta, con gestos de un perro marcando su territorio con orina.  Fuera de lugar En la pausa del partido en Tula, Zenón Santos Jiménez me cuenta la historia detrás del equipo vestido como FC Barcelona. Ellos también se identifican con los aztecas, los que inspiran a la fanaticada mexicana un poco como los vikingos a los daneses, simbolizando la fuerza y la bravura. El club se llama Deportivo Aztecas y fue fundado hace 58 años por arqueólogos estadunidenses ocupados en la excavación de los Atlantes de Tula, las famosas figuras toltecas de esta localidad. Al equipo se sumaron sus colegas mexicanos, casi todos ellos residentes del barrio popular 16 de Enero, con sus casas coloridas en la quebrada que se extiende bajo las grandes estatuas. “La mayoría de nuestros jugadores se gana la vida vendiendo artesanía tolteca y azteca a los turistas que vienen a ver las estatuas. Rara vez nos alcanza el dinero para contratar a talacheros”, se disculpa un fiel espectador luego de la discreta actuación de su equipo en el primer tiempo. Él también jugó para el club, desde los 15 hasta los 46 años. Hoy presta su ayuda, de vez en cuando, levantando fondos para comprar zapatos de futbol. También tiene la costumbre de visitar las cantinas para persuadir a los muchachos a jugar. “¡Acaba de llegar la estrella del equipo!”, exclama. “Quizás no esté todo perdido”. Se trata de Alexis Flores, de 20 años. Se atrasó por jugar por dinero en otra parte. Apenas ingresa al campo de juego se nota la diferencia. Aprovechando un buen pase, con sutileza se deshace de su marca y entra al área, donde un rival lo derriba. El árbitro no advierte el penal clarísimo. “Pinche pendejo”, le gritan los aficionados aztecas, cuyo equipo termina perdiendo 4-0. Mientras se saca los zapatos de futbol, Alexis me relata sus experiencias en el sistema de talento futbolístico. Era el mejor de su edad en Tula. Pero para perfeccionarse hay que ir a una “academia”, un internado de futbol. “Se me ofreció una plaza pero no pude aceptar, porque el mismo alumno tiene que pagar y yo no tenía la plata”, recuerda. Su compañero de equipo, el mediocampista defensivo Carlos Pelcastre Torres, de 24 años, vivió una experiencia similar. Jugaba en el mejor equipo juvenil de Cruz Azul, club de la Liga MX. Con sus ocho campeonatos de México y seis títulos en la Liga de Campeones de la Concacaf, históricamente ha sido un club exitoso, aunque en las últimas décadas ha caído bastante su nivel. En su academia vivía Carlos y le iba bien. Pero un día el entrenador le pidió desembolsar 100 mil pesos si quería seguir como titular. “Le dije que no. Y ahí terminó mi carrera.” Amonestación En teoría, el futbol mexicano también beneficia a talentos de familias modestas. Los equipos profesionales organizan torneos de categorías inferiores, donde los clubes amateurs pagan por estar a cambio de, entre otras supuestas ventajas, recibir visitas frecuentes de buscadores de talento de los conjuntos grandes.  Sin embargo, en realidad los buscadores de talento no aparecen casi nunca. Por eso, hace 20 años varios equipos de Tula se salieron de ese sistema. “Hay muchachos de nuestros barrios que son tres veces mejores que ellos, pero los hijos de los ricos se compran acceso a los equipos juveniles. Ellos contratan a dietistas, mientras que nosotros comemos frijoles todos los días”, explica el atacante del Deportivo Aztecas, Federico Reyes Pérez, un mecánico de 46 años sin pelos en la lengua, de baja estatura y con el número 100 en la espalda.  Incluso, uno de los ídolos de la historia del futbol mexicano está bajo sospecha de tener vínculos con el crimen organizado. En agosto pasado, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos congeló una serie de cuentas pertenecientes al héroe popular y capitán de la selección, Rafael Márquez. Es el único futbolista del mundo que ha llevado el brazalete de capitán en cuatro mundiales y está designado para hacerlo otra vez en Rusia 2018. Es exsuperestrella del FC Barcelona, cuatro veces campeón en España y dos veces ganador de la Liga de Campeones de la UEFA. Hoy juega para el Atlas. Las autoridades estadunidenses lo acusan de servir durante años en la red de lavado de dinero de Raúl El Tío Flores, acusado por Washington de ser un capo de la droga. El zaguero central de 39 años alega su inocencia, pero hace tiempo que el caso simboliza la crisis moral del balompié nacional. “Es sólo un ejemplo más de que el futbol en México es como el resto de la sociedad: elitista, injusta e infiltrada por el crimen organizado”, dice Federico Reyes Pérez.  Antes de conducir a casa, Max suspira: “Esta vez tampoco creo que ganemos el Mundial”. * Periodista y corresponsal latinoamericano para el semanario danés Weekendavisen. Cubre crimen y conflictos en América Latina y Somalia. A menudo sus reportajes también se publican en medios internacionales, como El País e Irin News. Este reportaje se publicó el 10 de junio de 2018 en la edición 2171 de la revista Proceso.

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