Un año con el buleador

viernes, 19 de enero de 2018 · 09:07
Nunca un presidente de Estados Unidos “había atacado tan frontal y groseramente a México” como lo ha hecho Donald Trump, quien no sólo ha obligado al gobierno de Peña Nieto a implementar una estrategia para contenerlo, sino que ha impactado en las candidaturas presidenciales y en el ánimo de los electores mexicanos. Esto podría implicar “una vuelta a un nacionalismo capaz de sacar raja política de su bajísima popularidad”. En el marco del primer año de la administración de Trump –que se cumple este sábado 20–, el internacionalista Rafael Fernández de Castro analiza el estilo de gobernar del magnate y sus efectos en la relación con México. Lo hace en un ensayo que publica la revista Foreign Affairs Latinoamérica, cuyo número enero-marzo empieza a circular esta semana. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Las comparaciones históricas ayudan poco para entender al 45 presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Los conocedores de la historia señalan que Andrew Jackson, quien gobernó en la década de 1830, despertaba sentimientos parecidos a los de Trump. Sin embargo, con los casi dos siglos que separan a ambos mandatarios y la expansión formidable que ha hecho de Estados Unidos el país más poderoso del mundo, hay pocos elementos históricos para entender la Casa Blanca de Trump. Al cumplirse el primer aniversario de su gobierno, hemos conocido varias características de su presidencia y su estilo personal de gobernar. Su sello distintivo es que no reconoce ataduras. Le irritan visiblemente los pesos y contrapesos de diseño constitucional. Ni siquiera como empresario el gobierno corporativo era lo suyo. Trump se ha buscado pleitos serios con el Congreso, los tribunales y la propia burocracia del Ejecutivo, en especial con lo que se conoce como el “Estado profundo”, es decir, los expertos que forman parte del servicio civil de carrera. Destaca su admiración por los tiranos. Siente fascinación por el más encumbrado y peligroso de los déspotas contemporáneos, Vladimir Putin, de Rusia. En la Cumbre de Líderes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, en Vietnam, se reunió y se fotografió con Rodrigo Duterte, de Filipinas; incluso trascendió que lo invitó a la Casa Blanca. Duterte es un líder tristemente célebre por sus ejecuciones extrajudiciales de los adictos y los traficantes de drogas. El ungimiento de Xi Jinping de China como hombre fuerte al estilo de Mao Zedong en el último congreso del Partido Comunista, arrancó una espontánea felicitación de Trump en un tuit y una llamada personal. Su perfil narcisista se ha revelado en un Ejecutivo muy sensible a las alfombras rojas, al tratamiento zalamero y faraónico, muy propio de los tiranos y alejado, desde luego, de las prácticas de las repúblicas democráticas. En su gira por Asia, Trump, como recalca The Washington Post, fue “festejado, mimado y celebrado con muestras de esplendor diplomático”. Otra acusada característica de su estilo de gobierno es que cuando lo atacan, contrataca “10 veces más fuerte”, según su esposa Melania Trump. Una estrategia bien cimentada en su estilo de gobernar es el ataque como defensa. Incluso se sabe bien de dónde proviene. El legendario y rudo abogado Roy Cohn, que llegó a ser el fiscal más agudo del senador anticomunista Joseph McCarthy, le inculcó a su joven cliente, dueño de bienes raíces, que el ataque, incluso desproporcionado, es la mejor manera de acabar con un adversario. Trump ha demostrado no tener principios, y mentir abiertamente no le genera problemas de conciencia. Sabe halagar a su base conservadora, pero no necesariamente comulga con sus ideas. Los conservadores de cepa, como George Will, de The Washing­ton Post, o Bill Kristol, fundador de The Weekly Standard, lo detestan. En noviembre de 2017 Kristol tuiteó: “Trump está sacando al liberal que hay dentro de mí”. Ahora bien, la clase política, especialmente sus partidarios en el Congreso, como el vocero Paul Ryan (republicano de Wisconsin), lo siguen apoyando, pues lo ven como un instrumento para su agenda, especialmente para reducir impuestos y el propio tamaño del Estado. También corre en el campo republicano una buena dosis de miedo. Es de sobra conocido que si un legislador cruza espadas con el mandatario, éste desatará toda su furia en las redes sociales y utilizará su base para causarle problemas en la reelección. Sólo cuatro senadores republicanos han hecho públicas sus diferencias con Trump: Bob Corker (de Tennessee), Lindsey Graham (de Carolina del Sur) y los dos senadores de Arizona, Jeff Flake y John McCain; ninguno de los cuatro buscará la reelección. El arco ideológico de Trump es extenso y difuso. Tiene, sin embargo, predilección por ciertas cosmovisiones, como un nacionalismo económico, lo cual es muy peligroso para México. El canciller Luis Videgaray detectó bien esta inclinación de Trump y recomienda leer la entrevista que le publicó Playboy en 1990. A la pregunta sobre qué haría si llegara a la Casa Blanca, Trump no dudó en contestar: “Gravaría todos los Mercedes-Benz que lleguen al país y todos los productos japoneses, y tendríamos aliados maravillosos de nuevo”. El nacionalismo económico del mandatario es un serio problema para el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el acuerdo más importante en la historia bilateral. El TLCAN es fundamental para ordenar y coordinar la relación económica entre los tres países de Norteamérica. Es obvio que está en la mira de Trump, al que irrita el déficit que Estados Unidos mantiene con México. Su base de enojados y desplazados económicos está convencida de que el TLCAN es un abuso de México hacia Estados Unidos y que afecta especialmente a la clase trabajadora. Anularlo sería un importante trofeo para esa base y para el mantra de Trump: “Estados Unidos primero”. Durante las primeras rondas de negociaciones del Tratado, la delegación estadunidense ha explotado varias bombas proteccionistas, como el incremento a la regla de origen del sector automotriz, o bien la cláusula por la que se daría por concluido el tratado en cinco años si las tres partes no alcanzan un acuerdo previo de continuarlo. Es evidente que las propuestas estadunidenses han rebasado varias veces la línea roja establecida por el equipo negociador mexicano: sólo aceptaremos una renegociación que no “retroceda en los beneficios logrados”. Sin embargo, la estrategia negociadora de Canadá y México tiene sentido político. Si Washington quiere romper la negociación, que lo haga, pero que cargue con el costo de hacerlo. Es también acertada la estrategia de ganar tiempo. Cuanto más transcurra, más se desgastará Trump. Así, los aliados naturales de México (todas las corporaciones y empresarios grandes y pequeños que hacen negocios con nuestro país) defenderían mejor el acuerdo. La distancia respetuosa En las llamadas telefónicas que ha sostenido el presidente Enrique Peña Nieto con Trump y en su única reunión en el primer año de gobierno del mandatario estadunidense, en Alemania, durante la Cumbre del G-20, se ha evidenciado la imposibilidad de que establezcan una relación cercana pues, entre otras cosas, Trump sigue insistiendo en que México pagará el muro fronterizo. El resultado es que quedó hecha añicos la esmerada estrategia de la diplomacia mexicana de personalizar la relación con los inquilinos de la Casa Blanca. Los cuatro últimos presidentes –George H.W. Bush, William Clinton, George W. Bush y Barack Obama– tuvieron una relación cercana con sus colegas mexicanos y en los encuentros presidenciales de los últimos 25 años se gestaron o anunciaron las grandes decisiones bilaterales. Carlos Salinas de Gortari relató en sus memorias que fue en el encuentro con Bush padre como presidentes electos en Houston, en noviembre de 1988, cuando se planteó la posibilidad de negociar un acuerdo de libre comercio. Incluso tuvo que producirse otro encuentro presidencial, en Washington en junio de 1990, para que dieran luz verde al tratado. La encargada de negociar tratados comerciales internacionales, la representante comercial, sostenía que estaba muy ocupada en la ronda multilateral de Uruguay para negociar bilateralmente con México. Vicente Fox y su influyente canciller Jorge Castañeda, 12 años después, aprovecharon el primer encuentro con Bush hijo en San Cristóbal, Guanajuato, en febrero de 2001, para realizar la propuesta más osada de todo el sexenio: un acuerdo migratorio integral. En la misma línea, Felipe Calderón propuso en su primer encuentro con Bush en Mérida, en marzo de 2007, el más audaz esquema de cooperación binacional en materia de seguridad: la Iniciativa Mérida. La diplomacia de Peña Nieto, alentada por la inercia y la tradición, pero también por la apertura de un canal informal (la relación de Videgaray con el yerno de Trump, Jared Kushner), lograron agendar una visita tempranera a Washington. Peña Nieto sería el segundo, solo después de la visita de Theresa May, del Reino Unido. Pero un tuit certero de Trump el 26 de enero de 2017 (“sería mejor cancelar la reunión si México no va a pagar por el muro”) acabó con la visita y la agonía de Peña Nieto, quien la noche anterior había señalado en televisión nacional que seguía evaluando la pertinencia de ir o no a la capital de Estados Unidos. El hombre más poderoso para la mayor amenaza Pocos días antes de que Trump llegara a la Casa Blanca, a inicios de 2017, Peña Nieto ajustó su equipo y trajo de nuevo al gabinete, esta vez como canciller, a su más cercano colaborador, Luis Videgaray. Éste había dejado la cartera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público por el vendaval de críticas que produjo la visita de Trump como candidato, en agosto de 2016. Videgaray ya había entablado una relación con Trump y su yerno desde hacía un año, justo como el intermediario de la visita a México. Se dice que cuando Trump ganó las elecciones, el 8 de noviembre de 2016, el extitular de Hacienda literalmente voló a instalarse a Nueva York para iniciar el contacto con el equipo de transición. El nuevo canciller hizo pocos cambios en su equipo. Nombró al experimentado embajador en Washington, Carlos Sada, como subsecretario para América del Norte y despachó a Washington a Gerónimo Gutiérrez, un hombre de todas sus confianzas y con impecables credenciales para el reto. La estrategia de la diplomacia de Peña Nieto ante Trump ha consistido en tres elementos: darle prioridad a la relación bilateral para tratar de evitar que Trump cumpla sus amenazas, en particular, cancelar al TLCAN; aprovechar los contactos informales con Trump y relacionarse intensamente con los altos niveles del nuevo gobierno, y aprovechar la descentralización de la toma de decisiones y cabildear en el Congreso y en otros centros de poder. Así como las reformas estructurales fueron una especie de guion de gobierno al inicio del sexenio, contener las amenazas de Trump se convirtió en la nueva guía para Peña Nieto y su gabinete en sus dos últimos años de gobierno. Aunque Trump ha ladrado más de lo que ha mordido, es evidente que el gobierno de Peña Nieto se ha aplicado a la tarea de contenerlo. Por ejemplo, la transcripción de la llamada de Peña Nieto a Trump a finales de enero de 2017, la cual fue filtrada y publicada por The Washington Post, deja ver un presidente bien preparado para atajar con sutileza en prácticamente todos los frentes a su colega. Desde los primeros días de la presidencia de Trump, y con la intención de preparar la visita de Peña Nieto, el recién nombrado canciller tuvo acceso privilegiado a la Casa Blanca. Kushner, quien se presume que detentaba, especialmente en las primeras semanas de gobierno, enorme poder y cercanía con su suegro, le franqueó la entrada al centro neurálgico del Poder Ejecutivo. Destaca, por ejemplo, la relación de Videgaray con Gary Cohn, director del Consejo de Asesores Económicos, o bien con el general John Kelly, jefe de Gabinete de la Casa Blanca. En relación con el gabinete, el propio Videgaray ha señalado que se reúne muy frecuentemente con el secretario de Estado Rex Tillerson, “incluso hasta un par de veces por mes”, y que los encuentros entre los miembros de ambos gabinetes son intensos. Además de relacionarse con los altos niveles del Ejecutivo, la diplomacia de Peña Nieto ha regresado al principio básico del cabildeo en Estados Unidos, la descentralización de la toma de decisiones, de manera que se han redoblado los esfuerzos en el Congreso. Aquí destaca que el empresariado mexicano, encabezado por el Consejo Coordinador Empresarial, y en estrecha coordinación con la Secretaría de Relaciones Exteriores, ha vuelto a tener presencia en Estados Unidos por medio de una importante empresa de cabilderos, Akin Gump Strauss Hauer and Feld. Aprovechando la extensa red consular, se busca a los aliados de México en todo el territorio de Estados Unidos. Destacan los empresarios que hacen negocios con nuestro país y los mexicoestadunidenses. El secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, insiste: “No conozco empresario que no cuide su negocio, y los estadunidenses lo harán”. La estrategia mexicana ante las bombas proteccionistas que han explotado los negociadores estadunidenses es clara: si quieren reventar la negociación, que carguen con el costo. En cuanto a los tiempos, ya que se hizo evidente que no se terminarían las negociaciones a finales de 2017, a México ya no le corre prisa. Ya se empató la renegociación con los tiempos electorales; pero conforme pasen los meses, Trump se desgastará y los aliados naturales de México ejercerán más influencia. La irrupción de Trump en la política mexicana Nunca un candidato y menos un presidente había atacado tan frontal y groseramente a México. La carga emocional para la opinión pública y, desde luego, para el electorado nacional ha sido grande. Las encuestas de opinión ayudan a entender qué tanto incide Trump en la opinión de los mexicanos sobre él y sobre Estados Unidos. Según el Latinobarómetro, que analiza cada año las percepciones de todos los latinoamericanos, el número de mexicanos que tienen una opinión favorable de Estados Unidos se redujo drásticamente, de 77% en 2016 a 48% en 2017. Ningún otro país de la región registra una caída tan marcada. Igualmente, la opinión desfavorable pasó de 15% a 52%. La calificación de Trump entre los mexicanos en una escala del 1 al 10 es de 1.6; es decir, muy reprobado. Por último, en 2017 México ha tenido la peor opinión sobre Estados Unidos en 20 años, justo el tiempo transcurrido desde que se levanta la encuesta. Con el triunfo de Trump, Alejandro Moreno comentó que se han fortalecido las posibilidades de que Andrés Manuel López Obrador llegue a la Presidencia en 2018. Una encuesta nacional de El Financiero, realizada después de las elecciones estadunidenses, mostró que ocho de cada 10 mexicanos creen que Trump es una amenaza para México, y para la mayoría de los entrevistados, López Obrador es el candidato más adecuado y capaz para enfrentarlo. Por otro lado, la popularidad de Peña Nieto ha remontado ligeramente, de 19% en enero a 26% en noviembre de 2017, según la Consulta Mitofsky. Esto se explica por la reacción del gobierno federal a los terremotos de septiembre de 2017, así como porque no se han concretado las amenazas de Trump y el peso está en un mejor nivel que en enero de 2017. Además, al declinar Videgaray a participar en la contienda por la candidatura de su partido a la Presidencia, favoreció a su excompañero del ITAM, José Antonio Meade. Así, Peña Nieto, con más espacio político, apuntó su dedo de dinosaurio a Meade, que será el primer candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que ha sido canciller; es decir, está preparado para lidiar con Estados Unidos en los tiempos de Trump. Trump ya ejerció una influencia en la política nacional. Lo que hemos visto es apenas el inicio de sus efectos en nuestro país. Así como México fue parte de la campaña electoral de Estados Unidos por la Presidencia en 2016, bien podría ser que el país vecino del norte sea parte del debate entre los aspirantes presidenciales. Esto podría implicar una vuelta a un nacionalismo capaz de sacar raja política de la bajísima popularidad de Trump entre el electorado mexicano. La diplomacia de Peña Nieto ha optado por mantener a Trump a una respetuosa distancia. Ya no se programan encuentros presidenciales, pero tampoco se le provoca ni se contestan sus majaderías. El gobierno mexicano ha aprendido que si ataca a Trump, éste contesta con una furia inusitada. En cambio, se insiste en la estrategia de dialogar con los más altos funcionarios del Ejecutivo y en aprovechar la descentralización de la toma de decisiones para cabildear en el Congreso, con los más importantes gobernadores y con los aliados naturales de México, empresarios y mexicoestadunidenses. Si bien el gobierno de México se ha aplicado en la relación con el vecino del norte, no parece que en el gobierno ni tampoco en los círculos de debate académico haya habido un esfuerzo por abrir una perspectiva de más largo plazo. ¿Cómo será el Estados Unidos posterior a Trump? ¿Tendrá Washington los ánimos para liderar de nuevo el orden económico liberal de la posguerra? Justamente este número de Foreign Affairs Latinoamérica da cuenta de cómo otros aliados de Estados Unidos, como Alemania, Francia y Australia, están evaluando la era posterior al trumpismo, y su respuesta es que tienen que participar más y redoblar sus esfuerzos para que continúe el orden neoliberal que ha dado origen a la globalización de los mercados y a un largo periodo de paz. En conclusión, México tiene que ver más allá de Trump y decidirse a actuar como una potencia global que incida en la gobernanza del mundo. * Rafael Fernández de Castro es director del Center for U.S.-Mexican Studies de la University of California, San Diego. Es el fundador del Departamento de Estudios Internacionales del ITAM y fue director de Foreign Affairs Latinoamérica. Este ensayo se publicó el 14 de enero de 2018 en la edición 2150 de la revista Proceso.

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