Las batallas inagotables de Alima Boumédiene-Thiery
PARÍS (Proceso Especial 35).– No hay amargura en la voz de Alima Boumédiene-Tiery cuando anuncia a la reportera que no fue reelegida senadora. El eje de su existencia nunca fue la ambición personal, lo que le importa es luchar contra toda forma de discriminación. “Si no lo puedo seguir haciendo en el Senado lo haré en otros foros”, afirma muy segura de sí misma.
La lista de los combates de Alima Boumédiene en esta sociedad francesa cada vez más injusta es inacabable:
Contra la marginación administrativa y socioprofesional de los franceses descendientes de inmigrantes, contra el racismo y el sexismo, a favor del derecho de los inmigrantes a votar en elecciones territoriales, para regularizar la situación de los indocumentados, en defensa de las libertades públicas –en grave peligro especialmente durante la presidencia de Nicolas Sarkozy–, por los trabajadores minusválidos o los presos amontonados en cárceles sobrepobladas… además de su solidaridad inquebrantable con el pueblo palestino.
En los últimos siete años, Boumédiene fue una de las pocas parlamentarias que permitió que resonara la voz de los “olvidados de la República” en el cenáculo dorado del Senado.
Desde su elección en 2004 su presencia detonante perturbó el ronroneo de sus colegas, hombres en su mayoría (el Senado francés sólo tiene 22% de mujeres). Irritó a los partidos de derecha e incomodó a los de izquierda, incluyendo a los ecologistas, que dejaron de apoyarla en las últimas elecciones.
En Francia los miembros del Senado son elegidos por sufragio universal indirecto: en cada departamento (entidad administrativa) los elige un colegio electoral integrado por diputados y concejales generales y municipales. La ahora exsenadora nunca aceptó compromisos ni concesiones políticas. Fue “castigada” por su integridad.
En realidad fue un granito de arena en el mecanismo bien engrasado del honorable Senado francés. La divierte esa definición.
Francesa multicultural
Densas fueron la dos largas entrevistas que la reportera sostuvo con esta exparlamentaria fuera de serie, cuya historia personal y familiar arroja luz sobre zonas oscuras de la Francia contemporánea.
La primera se llevó a cabo en el pomposo bar del Senado. La segunda, en su oficina del popular distrito 18 de París, donde sus colaboradores atienden cada día a quienes se debaten con problemas jurídicos, administrativos, sociales… “A veces nos confunden con el Ejército de Salvación”, suspira una de sus asistentes.
Cada semana, Alima Boumédiene trata personalmente los casos más espinosos. “El terreno... Tengo que estar en el terreno. Sólo así sé lo que viven y necesitan mis conciudadanos. Fue el terreno el que me condujo a la política. Llevo 35 años de militancia en asociaciones civiles y esa fue mi gran escuela política”, explicaba la entonces senadora, quien nunca se mudó del barrio obrero de Argenteuil, donde nació.
El inicio de nuestra primera plática –dos meses antes de las elecciones– fue difícil porque ella invirtió los papeles: de buenas a primeras preguntó a la reportera por qué le importaba incluirla en esta edición especial.
“En Francia sólo hay tres senadoras de origen magrebí y la única que hace ruido es usted.”
No le gustó la respuesta.
“No soy senadora de origen magrebí. Soy senadora francesa. ¿Hasta cuándo nos van a decir franceses de primera, de segunda, de tercera, de cuarta generación? ¿Hasta la décima generación? ¿Hasta la vigésima? Más de 50% de los franceses tiene origen extranjero: polaco, español, italiano, portugués, ruso, armenio, alemán… ¡qué sé yo! ¿Acaso se les dice ‘franceses de cuarta generación’ a aquellos cuyos abuelos o tatarabuelos armenios llegaron a Francia a principios del siglo XX después del genocidio de su pueblo por los turcos?”
–¿Cómo se presentaría entonces?
Largo momento de silencio.
“Me defino como francesa de cultura múltiple y de origen plural. Si le parece importante mencionar más detalles, tendré que decir que soy francesa de origen magrebí-árabe-berbero-musulmán.
–¡Debe reconocer que es un tanto complejo!
–Mis ancestros fueron colonizados y mi padre fue considerado “indígena”, es decir un ciudadano de segunda categoría en su propio país. No puedo negar que hechos de esa índole jugaron un papel importante en la construcción de mi identidad, la que concibo como un diamante de múltiples facetas.
“Sólo destacaré que soy mujer, mis padres eran proletarios, nací en un tugurio, soy el resultado de una extraña mezcla cultural, ya que mi madre era judeo-cristiana y mi padre musulmán. El país de mis padres es otro rompecabezas: mi padre era marroquí pero vivió en Argelia.
“Su madre –mi abuela– era de Marruecos pero vivió en una región fronteriza con Argelia que por la colonización dejó de estar bajo soberanía marroquí. Fue así como de un día para otro cambió de nacionalidad sin haberlo pedido.
“Tiene razón: todo eso es complejo. Pero considero que pertenezco al lugar donde nací. Y nací a orillas del río Sena, en el suburbio parisino de Argenteuil, una ciudad de izquierda desde el Frente Popular de 1936.
–¿Cuándo llegó su padre a Francia?
–En 1938. Casi a pesar suyo se involucró en la resistencia contra la ocupación nazi. Era minero en el norte de Francia y los nazis lo detuvieron para enviarlo a trabajar a Alemania. Mi padre escapó y llegó a Vandea (occidente de Francia), donde se integró a una red de resistentes.
“El destino de mis abuelos maternos fue muy duro. El padre de mi madre era judío y los alemanes lo enviaron a un campo de concentración. Su esposa, que era católica, fue enviada a trabajar a Alemania. Mi madre tenía 13 años y era la menor. Su hermano tenía 15 y su hermana 13. Después de la detención de sus padres se escondieron en los bosques. Mi padre los descubrió muertos de susto, de frío y con mucha hambre. Los escondió y los salvó.
–Lo que cuenta se parece al guión de una película neorrealista…
–Espere… Ahora viene la parte “romántica”. Después de la guerra mi mamá se enamoró perdidamente de su salvador. Mis abuelos habían regresado de Alemania. Su salud estaba bastante deteriorada, sobre todo la de mi abuelo, pero habían sobrevivido. Estaban muy agradecidos con mi padre, que los venía a visitar a menudo. Pero casi les dio un ataque cuando descubrieron que su hija, menor de edad y judeo-cristiana, quería vivir con un árabe musulmán que le llevaba 15 años.
–¡Era sobre todo un resistente que había protegido a sus hijos!
–Sí, pero prevalecieron los prejuicios… Mis padres se fugaron a Bélgica, donde vivieron hasta 1955, cuando mi madre quedó embarazada de mí. Después de esa larga ruptura mis padres visitaron a mis abuelos y les dijeron que se iban a casar. La familia se reconcilió.
“Entonces la situación en Francia era muy difícil. El país aún no se levantaba de los estragos de la guerra y faltaban muchas viviendas. Mi abuelo, que trabajaba en el ferrocarril, logró que se le regalara un vagón en desuso. Sus compañeros lo ayudaron a remolcarlo hacia la ciudad miseria de Argenteuil donde se amontonaba mucha gente destechada. Mis padres lo arreglaron, instalaron una estufa de carbón y ahí nací yo.
–¿En un viejo vagón de ferrocarril?
–¡Así es! –exclama Alima orgullosa, entre dos carcajadas cristalinas que resuenan en el bar elegante del Senado.
Educación y segregación
Poco tiempo después casi todos los habitantes de la ciudad miseria se fueron a vivir a multifamiliares construidos por el Estado y la municipalidad de Argenteuil. El padre de Alima rehusó rotundamente “dejarse encerrar en una jaula para conejos”.
–Mi padre era terco –comenta–. Compró un terreno agrícola muy barato y junto con algunos amigos construyó una casa con material de desecho. No teníamos luz ni agua pero vivíamos en casa propia…
“Pronto vinieron a vivir con nosotros una prima y un primo, cuyos padres se estaban divorciando, y mi abuela, que había quedado viuda. Formábamos una tribu muy solidaria, alegre y con pocos medios económicos. En realidad todos dependíamos sólo del salario de mi padre, que era obrero en la industria automotriz.
–¿Su madre no trabajaba?
–Lo hizo cuando empezamos a estudiar. Fue empleada de servicio antes de trabajar en restaurantes escolares y municipales. Nuestros estudios les costaron caros a mis padres, porque tuvieron que inscribirnos en una escuela privada, católica.
–¿Por qué no optaron por una escuela pública, gratuita?
Sonrisa maliciosa de Alima:
–Durante la independencia de Argelia la maestra de primaria nos trató a mi hermana y a mí de hijas de asesino. Lo hizo en pleno curso. Nos apellidábamos Boumédiene, igual que Houari Boumédiene (uno de los líderes del Frente de Liberación Nacional y segundo presidente de Argelia), y el hermano de esa maestra había muerto en combate en esa guerra. Me enfurecí y le aventé a la cara todo lo que tenía a la mano.
“El director convocó a mi madre para arreglar el asunto y fue peor: mi madre y la maestra se agarraron a golpes. Me excluyeron de la escuela. Mis padres nos inscribieron a todos –a mi hermana, a mis dos primos y a mí– en escuelas privadas.”
–¿No hubo problemas con las alumnas católicas?
–Ninguno. Tampoco con las maestras. Había respeto mutuo.
Alima, su hermana y sus primos volvieron a la educación pública cuando pasaron a la secundaria.
–Nuestros padres eran intransigentes. Se sacrificaron para que pudiéramos salir adelante, pero nos exigían calificaciones muy altas y no nos dejaban salir a ninguna parte. Acabé fugándome de casa. Sólo gocé 24 horas de libertad antes de que me detuviera la policía. Nunca olvidaré la golpiza que me dio mi padre.
“La psicología infantil no era su fuerte. En ese entonces me pareció intolerable, pero hace años entendí que fue básico. Mis padres nos pusieron límites y referencias. Amigos del suburbio donde vivíamos tuvieron padres menos severos y su destino no fue envidiable: sida, droga, embarazos a los 16 años, cárcel, muerte...”
En el liceo Alima se tropezó con la discriminación social.
–En el tercer grado nos tocaba escoger nuestra orientación (literaria o científica) para los años que nos faltaban antes del bachillerato. Yo soñaba con literatura y filosofía. Tenía muy buenas calificaciones y hubiera podido ser excelente en esas materias. Pero la junta de profesores se opuso a mi deseo por considerar que una joven de familia pobre tenía que entrar cuanto antes al mercado laboral.
“De la noche a la mañana me encontré estudiando secretariado... Seguí todos los cursos pero me las arreglé para inscribirme en un liceo de adaptación que me abrió las puertas de la universidad. Tenía dos profesores que respetaba mucho. Uno me aconsejó que estudiara derecho, el otro ciencias económicas. No pude escoger. Me lancé por todo y me gradué en todo.”
Con una carcajada menciona también su trabajo como animadora de centros de recreo, que hacía los miércoles y durante las vacaciones.
“Así podía pagar mis estudios”, asevera.
A Alima le dejó recuerdos amargos el liceo dividido entre alumnos de clase media que estudiaban materias “nobles”, casi todos de tez blanca, y los muchachos de familias modestas y pobres, muchos de origen magrebí y africano, que seguían una capacitación técnica.
“Los primeros miraban a los segundos con desdén. Sentíamos que pertenecíamos a mundos distintos. ¿Por qué cree que llevo tantos años luchando contra la discriminación social?”, pregunta muy seria.
Agrega: “Fue un aprendizaje arduo. Entre mis amigos había quienes se sometían a esa segregación y quienes la rechazaban. Y entre éstos había los que la rechazaban con violencia y los que la consideraban un verdadero reto que había que ganar. Fue mi padre quien me enseñó a enfrentarlo.
“En realidad mi padre nos pidió que asumiéramos su reivindicación social. Y ninguno de los cuatro lo defraudamos. No le puedo describir su orgullo cuando me gradué de bachiller o cuando me eligieron eurodiputada en 1999.”
Los años universitarios fueron también determinantes en la evolución de Alima. Estudió en la afamada Universidad de Nanterre, punto de partida de la revuelta de mayo de 1968 y centro universitario efervescente en los setenta y ochenta.
“En el liceo descubrí que pertenecía a la clase obrera y que tenía que luchar mucho para abrirme paso en la sociedad. En la universidad recuperé mi raíz árabe, lo que me permite hoy definirme como francesa multicultural.”
En Nanterre encontró a magrebíes que nada tenían que ver con los que vivían en los suburbios pobres de París. Hablaban árabe tan bien como francés, vestían con elegancia, tenían pinta de burgueses y cada mes recibían dinero de sus papás, que pertenecían a las clases acomodadas de Túnez, Argelia o Marruecos.
Alima los miró perpleja y ellos a ella también: nunca se habían topado con una “hermana proletaria” culta y dinámica que apenas chapurraba árabe.
Apoyo al suburbio
Comenta: “En Nanterre me di cuenta de que éramos muy pocos los estudiantes de los suburbios y eso me enojó muchísimo. En 1981 junto con unos amigos tan enojados como yo, decidimos crear una asociación de apoyo escolar a los jóvenes de nuestros barrios. También detectábamos a los alumnos talentosos y acompañábamos a sus padres a las juntas de profesores para impedir que se les impusieran escuelas técnicas, como lo habían hecho con nosotros”.
Los estudiantes acomodados del Magreb se involucraron en la aventura. Además de dar apoyo escolar a los muchachos de las barriadas, empezaron a enseñarles árabe, idioma que nunca habían aprendido. La asociación creció. Se llamaba Tadamoun Solidaridad de Magrebíes en el Extranjero.
“Fue importante aprender árabe. Eso permitió que se valorara la identidad y la cultura de nuestros padres. No nos habían podido transmitir esa riqueza porque pasaban todo el día trabajando y porque la sociedad en la que vivían despreciaba todo lo árabe.
“La asociación hizo muchísimas cosas. Lo que más éxito tuvo fue la proyección de películas sobre el Magreb, gracias a las cuales los jóvenes descubrieron sus raíces. No conocían sus países de origen. Construimos puentes entre el Magreb y Francia. Nuestra meta era doble: permitir a los jóvenes que estudiaran bien para que pudieran integrarse aún mejor a la sociedad en la que habían nacido –su sociedad– y hacerlos sentirse orgullosos de sus raíces.”
Recuerda el fin de los setenta y todos los ochenta como un periodo efervescente. Sin descanso. Con múltiples actividades: estudios, trabajos, militancia. Tres causas la movilizaron. La de las mujeres magrebíes, la lucha contra el racismo y a favor de una mejor integración de los inmigrantes y la situación de los palestinos.
“En 1985, junto con un grupo de amigas, creamos la Asociation Expression Maghrebine au Féminin (Asociación Expresión Magrebí en Femenino), que dio la palabra a las que llamábamos “las mujeres del silencio”. Eran inmigrantes totalmente marginadas y encerradas en sus hogares. Creamos un centro cultural en el que muy pronto se pudo explotar su inmensa creatividad. Abrimos también la radioemisora Mujeres Plurales, que tuvo un éxito enorme.
“Luchamos para cambiar el estatus migratorio de las magrebíes. No tenían carné (permiso) de residencia propio, sólo se les daba en tanto que esposa de o hija de… En caso de separación o divorcio quedaban indocumentadas.
“Batallamos para que pudieran capacitarse y llevar una vida profesional autónoma, para que conquistaran el derecho de pedir el divorcio y para que éste fuera reconocido en su país de origen. Era increíble: una francesa de origen magrebí tenía muchísimo menos derechos que una francesa de pura cepa, en gran parte por falta de acuerdos bilaterales entre Francia y sus países de origen.
“Nos movilizamos también contra los matrimonios forzados que amenazaban a miles de adolescentes. Coordinamos estas campañas con las mujeres que luchaban en todo el Magreb y logramos que se modificara el derecho en ambos lados del Mediterráneo.”
Aún se emociona cuando recuerda su participación en las marchas por la Igualdad y contra el Racismo que se llevaron a cabo en 1983, 1984 y 1985.
“En esos años se multiplicaron los crímenes raciales. No podíamos quedarnos de brazos cruzados. En cuanto no enteramos del inicio de la marcha, la apoyamos”, enfatiza.
Muy pronto se integró a la coordinación nacional del movimiento.
Inspirada por las acciones pacifistas de Gandhi y Martin Luther King, la marcha fue promovida por un sacerdote católico, Christian Delorme, y un pastor protestante, Jean Costil. Su meta, además de denunciar los crímenes raciales, era exigir un carné de residencia de 10 años y el derecho de voto para los extranjeros.
La marcha salió de Marsella el 15 de octubre de 1983. Sólo 32 personas participaban en esa aventura. El siguiente 3 de diciembre 100 mil personas desfilaron por las calles de París, obligando al entonces presidente François Mitterrand a aceptar la reivindicación del carné de residencia de 10 años.
“Esa marcha fue determinante, ya que implicó la emergencia en el escenario público francés de una nueva generación de ciudadanos descendientes de inmigrantes. Se trataba de una generación liberada de los complejos de la colonización, enriquecida por los aportes de la revolución cultural de mayo de 1968, acostumbrada a expresarse libremente en radioemisoras nuevas que había creado.
“Era una generación culta, educada, creativa, llena de imaginación, activa en las luchas estudiantiles y en la defensa de los derechos humanos, pero totalmente subrepresentada en las instancias políticas. Aún falta mucho por hacer para que tenga el lugar que merece. Por eso nunca bajo la guardia”, subrayaba la entonces senadora.
El parteaguas de Sabra y Chatila
El de 1982 fue también el año de la matanza de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en Líbano.
“Me traumó igual que a millones de personas en el mundo, en particular en el mundo árabe-musulmán. Desde entonces no quito el dedo del renglón.”
Visitó a Yaser Arafat, asediado por las fuerzas armadas israelíes en su cuartel general de Ramallah. Durante su mandato como eurodiputada fue a iniciativa suya que el Parlamento Europeo aprobó la suspensión del acuerdo de cooperación entre Israel y la Unión Europea (UE).
“La Comisión Europea nunca reconoció esa decisión tomada por los representantes de los pueblos de los 15 países miembros de la UE…”, recalca indignada.-
El 14 de octubre de 2010 su compromiso con los palestinos la llevó ante el tribunal de Pontoise, ciudad de los alrededores de París, por “incitación a la discriminación racial”. Motivo de la acusación: la entonces senadora, firme partidaria del boicot de los productos importados de Israel, se había manifestado en un supermercado contra la venta de estos productos… El tribunal rechazó la acusación, Alima quedó libre de cargos y más decidida que nunca a seguir bregando en favor del boicot.
Ese no fue su único problema con la justicia. En 1992 pasó tres meses en la cárcel de Fleury- Mérogis, en las afueras de París.
“El éxito de nuestra emisora Mujeres Plurales despertó mucha codicia. Algunas personas hicieron lo imposible para transformar esa radio comunal en una empresa que diera ganancias. Nuestra sede fue objeto de un extraño robo y se nos acusó de desvío de fondos públicos; como yo figuraba como responsable jurídica, me tocó pagar tres meses de cárcel preventiva mientras se investigaba mi caso. Me liberaron pronto porque no encontraron pruebas en mi contra.”
–Tres meses... ¿le parece poco?
–No me pareció largo porque de inmediato me di cuenta de que las presas no estaban organizadas. Les expliqué que las leyes de la República no se detenían en la puerta de la cárcel, que tenían derechos y debían defenderlos. Esa estadía en Fleury-Mérogis fue una prueba para mí, no lo puedo negar, pero me permitió entender lo que pasa en nuestros reclusorios.
La doctora Boumédiene
¿De dónde sacó tiempo Alima Boumédiene para trabajar en su doctorado en ciencias económicas con especialidad en economía social del desarrollo? Ella misma no lo sabe. En todo caso se graduó en 1987. El tema de su tesis fue “las estrategias y las alternativas de integración a la sociedad francesa de las mujeres descendientes de inmigrantes”.
–¿Cómo pasó de la militancia en el seno de asociaciones civiles a la labor política?
–Los habitantes de Argenteuil me conocían por mis compromisos sociales. En 1995 me incitaron a integrar el Concejo Municipal. Participé en las elecciones municipales como candidata independiente. Fui electa y rápidamente entendí cómo funcionaba ese tipo de instancias.
“La ciudad de Argenteuil estaba administrada por una coalición de izquierda. El alcalde era comunista y estaba rodeado de socialistas, ecologistas y miembros de asociaciones civiles. Cada partido político tenía sus proyectos y se le otorgaba un presupuesto para realizarlos. Pero los ‘electrones libres’ –como yo– no tenían acceso al presupuesto. Entendí que debía aliarme con un partido.
“Los comunistas me parecían demasiado burocráticos; los socialistas no me convencían. Opté por el Partido Verde, con el cual compartía varios combates.”
Los verdes la acogieron con los brazos abiertos a pesar de sus escasos conocimientos ecológicos. Lo que les interesaba era su estatura de jurista internacional. No sólo apoyaron sus proyectos en la ciudad de Argenteuil, sino que le pidieron que se presentara a las elecciones del Parlamento Europeo en 1999.
De sus cinco años en Bruselas y Estrasburgo Alima tiene recuerdos mezclados. Por un lado le apasionó ver cómo funcionaba la maquinaria europea y le encantó poder actuar concretamente sobre temas tan importantes como la situación de los derechos humanos en Europa, las relaciones entre libertad, justicia y seguridad, la espinosa cuestión de la lucha antiterrorista y las jurisdicciones de excepción que se fortalecen en Europa.
Por otro lado quedó frustrada por el carácter no vinculante de las decisiones tomadas por el Parlamento Europeo. Por eso tuvo ganas de volver a trabajar en Francia. En 2004 su elección al Senado como candidata verde dio un nuevo giro a sus compromisos sociales y políticos.
“No soy política en el sentido ideológico-partidista de la palabra”, recalca. “A menudo tengo problemas con los partidos de izquierda porque suelo ponerlos contra la pared, enfrentarlos con sus contradicciones o sus compromisos diplomáticos. Eso fue patente cuando los socialistas estaban en el poder en Francia...
“En el Senado vivo situaciones interesantes: sobre ciertos temas es imposible avanzar porque la derecha tiene la mayoría, pero sobre otros suelo lanzar iniciativas que, de repente, apoyan los centristas humanistas, los demócrata-cristianos o degaullistas… Son gente con ética que no suele tener iniciativas, pero si alguien las tiene, las siguen... Así fue como rechazaron los tristemente famosos ‘tests ADN’”.
En 2007 la Comisión de las Leyes de la Asamblea Nacional aprobó una enmienda que autorizaba una revisión del ADN de los extranjeros que solicitaban una visa de más de tres meses en Francia.
“En caso de duda sólo un examen de su ADN podía confirmar sus lazos de parentesco con su familiar instalado en Francia”, proclamaba el diputado Thierry Mariani, vocero de los partidarios de esa medida. La propuesta causó escándalo en Francia, y Alima armó en el Senado el debate que acabó rechazándola.”
–¿Cómo se lleva con los senadores socialistas?
“Siento que algunos envidian mi libertad de palabra. Son muy disciplinados y temen por sus puestos. Los senadores ecologistas me ven demasiado ‘radical’ sobre ciertos temas. No me lograron domar.”
El pasado 26 de septiembre, después de darse a conocer los resultados de las elecciones senatoriales, Alima precisó:
“En estas elecciones los ecologistas y yo divergimos sobre la estrategia de alianzas. No acepté las concesiones que hicieron para presentarse junto con el Partido Socialista en el departamento de Val d’Oise, donde yo era candidata.
“Algunas concesiones tienen que ver con el boicot de productos israelíes y el apoyo al pueblo palestino. Ecologistas y socialistas pensaron en las elecciones presidenciales de 2012 y optaron por un perfil bajo sobre ese tema.
“Debo precisar que diputados socialistas del Val d’Oise me atacaron públicamente acusándome de antisemitismo. Usted entenderá que no puedo estar de acuerdo con una alianza con ellos.”
–¿Qué va a hacer ahora?
–Seguiré haciendo lo que siempre hice: luchar. Tengo varios proyectos políticos y reflexiono sobre la posibilidad de crear una asociación. Lo que me queda claro es que mis batallas se darán junto con “los indignados de la politiquería”. Somos cada vez más numerosos. Y a pocos meses de la elección presidencial nos van a oír.