Música contra la infamia

domingo, 24 de enero de 2010 · 01:00
¿Cabe la compasión en un horizonte de cadáveres que se renueva día con día? se preguntaba con amarga impotencia el pianista de color Ludovic Lamothe ante los crímenes perpetrados por los Marines norteamericanos que se habían aposentado en su patria  para “enseñar a los haitianos a vivir en democracia.” El enemigo ha entrado en casa. ¡Oh Dios! ¿Existes? Haces y aún no cobras venganza. ¿Acaso no tuviste suficiente con los muertos…? Escribía entre fiebres Fryderyk Chopin durante la invasión rusa a su tierra. Sin contención la ira, remataba su diario recurriendo a la blasfemia: ¡Oh, Dios! O ¿Quizás seas moscovita? Valga lo anterior como proemio de estas líneas que pretenden lanzar al viento un destello de sintonía con la última tragedia que se cierne sobre Haití. Su desventura, anclada a sus tiempos fundacionales, induce a la reflexión: Si el cuerpo social está fracturado y si esa fractura se ahonda a pesar de la solidaridad circundante, la alternativa que mitiga el infortunio es aquella de fortalecer la espiritualidad del grupo social antes de su extravío definitivo. Entiéndase que ese es el cometido más certero de la música ? de la buena música, por supuesto ? y del arte en general: crear espacios anímicos en donde la espiritualidad del hombre pueda guarecerse de las congojas de la vida física. La otra, la “música” concebida para envilecer y nulificar su sensibilidad es, precisamente, un poderoso agravante y un signo inequívoco de la descomposición que la sociedad experimenta. Mas no alarguemos el preludio; el paralelismo entre el músico haitiano y el compositor polaco demanda explicación. Repasemos algunos hechos de la frágil existencia del famoso compositor, de quien se celebra el bicentenario de su natalicio. Chopin (1810-1849) fue criado por una familia de origen francés que no escatimó esfuerzos para proporcionarle una educación esmerada. Además de la currícula escolar Federico recibió lecciones de dibujo, literatura clásica y de música aunque, curiosamente, ninguno de sus tutores fue pianista. Sobre el teclado del instrumento la precaria salud del infante parecía mejorarse, empero, su madre trataba de limitar las horas en las que el niño jugaba a hacer música. Frecuentes sangrías aplicadas para mitigar una inflamación de ganglios se alternaban con ingeniosas improvisaciones musicales. Los primeros frutos creativos presagiaron que atrás de la endeble humanidad se escondía un portento de inspiración melódica. Tan notables fueron sus logros, que pronto comenzó a llamársele Niño genio o Mozart polaco (2).Honda impresión le produjo el contacto con la música autóctona de su tierra, al punto que empeñaría la vida para darle voz y otorgarle dignidad frente a las influencias musicales extranjeras que avasallaban a su patria. Apenas iniciada la vida profesional como músico, a Chopin sólo le quedó el recurso de la emigración. Polonia era un bocado irresistible para el Imperio ruso, a cuyos ojos un artista nativo no era otra cosa que un campesino insurrecto. Antes de llegar a Paris, donde el vulnerable polaco difícilmente lograría imponerse como concertista sobreviviendo como instructor musical de señoritas adineradas carentes de talento, llegó la noticia de la caída de Varsovia bajo las tropas rusas. En su diario apuntó:¡Y yo aquí, condenado a la inacción! Me sucede a veces que no puedo por menos de suspirar y, penetrado de dolor, vierto en el piano mi desesperación (3). Magnificada en el exilio la desgracia de su pueblo, Chopin sobreviviría aún 18 años más atravesado por dolores de nostalgia, hasta caer acribillado por la tuberculosis. En su música habría de palpitar un espíritu indómito amortajado por las penas. Procedente de Port-au-Prince, llegó tam bién a Paris el pianista Ludovic Lamothe (1882-1953) con su fardo de dudas y su caudal de miserias. Sus estudios musicales habían sido deficientes a pesar de haber nacido en un hogar donde ambos padres eran versados en la ciencia musical. El sueño parisino, acariciado desde la atalaya de la  negritud, se antojaba imposible pero había cristalizado gracias al apoyo económico de unos comerciantes alemanes que vieron en el joven haitiano una musicalidad digna de estimulo. La aceptación en el Conservatorio de Paris había desatado polémicas pues para la mentalidad imperante, las manos de un negro eran más aptas para cortar cañas de azúcar que para deslizarse sobre teclados de marfil. Desafiando prejuicios, Louis Diemer (1843-1919) lo aceptó como alumno aunque le advirtió que para sobrevivir tendría que trasponer murallas de escepticismo. La estadía francesa fue interrumpida por falta de medios y Ludovic se embarcó de nuevo hacia los mares de su infancia. En el equipaje había un programa de concierto donde figuraba su nombre, promesas incumplidas y una admiración irrestricta por Chopin, a quien habría de emular para el resto de sus días. La emulación sería tan fervorosa que habrían de llamarlo el Chopin negro. Igualmente, el haitiano empeñaría la vida en la búsqueda de una música nacional en donde todos los rostros de una sociedad que se odia a sí misma pudieran reconocerse (4).  En su ardua subsistencia habría de cuestionarse si podía existir un lenguaje sonoro capaz de retratar la pisoteada belleza de su patria. Desbordado de ira por la invasión yankee en acto, compondría un elegante merengue titulado Nibo para que sus compatriotas recordaran que bailando los sueños no huyen. La obra habría de convertirse en el himno que la resistencia haitiana entonaría para celebrar la ilusoria retirada del último Marine en aquel 1934. Más adelante Lamothe sería despojado de su casa por insolvencia muriendo con los ojos abiertos ante la devastación moral de su amado país que se sigue orquestando desde Washington D. C. bajo el pretexto de querer enseñarle a una raza perennemente esclavizada cómo se vive en libertad… Podemos preguntarnos: ¿Tienen derecho los políticos y empresarios yankees de arrogarse la reconstrucción de Haití después de haber cimbrado su esencia con saqueos disfrazados de beneficios, después de haber convertido en escombros su dignidad? ¿No es la ambición una música que también se baila? ¿No es esta danza aquella en la que los norteamericanos se han revelado como maestros ejempla 2. Se sugiere la audición de su Polonesa en si bemol Opus póstumo compuesta a los 7 años de edad. (Interpretación del niño Eduardo Andrade Azanza a sus 9 años. 2003, Ciudad de México). Para escucharla por la red diríjase a www.proceso.com.mx y pulse la liga correspondiente 3. Se recomienda la audición del Estudio op. 10 ? 12 mejor conocido como Revolucionario. En él vertió suspiros de desesperanza frente al atropello ruso cometido en 1831 contra su gente.(Frederic Chiu, piano. Harmonia Mundi, 1997) 4. Se sugiere la audición de sus obras Sous le Tonnelle (Charles Phllips, piano. Ifa Music Records, 1996), y Danza ? 3 en su versión orquestada. (Loyola University Orchestra, grabación en vivo)

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