Músicas en la alborada de 2012

sábado, 31 de diciembre de 2011 · 15:54

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Mucha vida se nos ha escurrido por los ojos ante las constelaciones de difuntos y los cortejos de infamias que nos endilgó el año extinto. Abandonamos plegarias en sus estertores finales, empero, a través de los cerrojos del tiempo quisiéramos deslizar la mirada hacia senderos nutridos de esperanzas bajo un cielo imantado de sol. ¿Cómo podríamos negar que el espectral ropaje de esa impotencia que degüella sueños y amordaza ímpetus no lo hayamos vestido en todas las horas donde la muerte flotó ensoberbecida sobre los lagos de nuestra agrietada conciencia?...

Incontables mexicanos se desgajaron en los abismos de la sangre volviéndose una noticia hueca que alimenta estadísticas, mientras que para los que seguimos respirando solitarios sobre la faz de la patria, la idea de un año nuevo más próspero que el anterior se antoja lejana, como la distancia que nos separa de una estrella joven cuyo latido más breve durará un año terrestre. Hemos, pues, de contentarnos con que el nuevo alumbramiento calendárico no empeore nuestra percepción del presente. Con eso será ya mucho y debería bastarnos. ¿Pretenderíamos no vislumbrar en nuestro camino a la par de la rotación dela Tierrahorizontes más benévolos todavía sin descubrir? Lo pretenderíamos, sí, con el cuerpo trémulo y los oídos abiertos. La espera de quedar atravesados por un rayo de luna podría prolongarse hasta el infinito si abandonamos nuestros asideros temporales y la rispidez de nuestros agobios sobre las alas de la música, pero sólo de aquella que, como escribiera Romain Rolland, nos haga partícipes del palpitar de la vida eterna, de aquella que constituya por sí sola un mundo, que posea la paz de los astros que trazan en el campo de los espacios nocturnos su rasgo luminoso, como arados de plata que sean conducidos por la mano segura del labrador invisible. Sería suficiente con cerrar los ojos y dejarse inundar por ella para volver prescindible la necesidad de crearnos realidades alternas. Enervantes, vasodilatadores, estupefacientes y antidepresivos podrían tornarse un recurso inservible. He aquí algunas propuestas que egregia y sobradamente pueden venir al caso para despertarnos sin memoria ante la polvareda de los siglos:   1.- Por razones obvias, hemos de despojar de su envoltorio litúrgico el texto del misal ordinario que reza Et in terra pax hominibus bonae voluntatis para escuchar sin tamices el tratamiento melódico que un clérigo apóstata le infligió desde su nativa Venecia alrededor de 1712. En su reflexivo canto palpitan armonías y modulaciones que nos revelan la profunda espiritualidad que al cura en cuestión se le escatima.[1] Es cierto, y él también lo vivió en carne propia, los vicarios de Cristo rara vez merecen subirse al altar para predicar el evangelio. ¿Quién está libre de culpas para sentirse con derecho a condenar los pecados de los demás? Él nunca lo estuvo, ya que prefirió abstenerse de oficiar misa para no expandir las hipocresías dela Iglesiacon las suyas. Además de atreverse a disfrutar como un hombre cabal de los placeres que el Señor le prodiga a sus criaturas, optó por consagrarse a la música y a la enseñanza de huérfanas y desposeídas. Ante la amenaza de excomunión, su oficio habría de protegerlo puesto que, para sus inquisidores, ser músico equivalía a estar demente. El preste rojo, llamado Antonio Vivaldi, nos regala esta invocación para que la paz se disemine entre aquellos hombres que dispongan aún de buena voluntad.   2.- Según Alejo Carpentier son pocas las obras musicales a las que pueda calificarse de sublimes. El segundo Kyrie de la misa en si menor de Johann Sebastian Bach fue para él una de esas cuantas,[2] resultándonos imposible disentir de su apreciación. Sencillamente, la obra completa puede entenderse como el monumento mejor esculpido del rito católico romano, aunque, es de señalar la amarga paradoja que implicó su creación. Fue compuesta por un luterano de cepa, es decir, por un reformista que desde su atalaya musical pretendía reconducir a la feligresía hacia los preceptos cristianos mancillados por los católicos, y hubo de servirse de ella como muestra de su trabajo al solicitar empleo en la Corte de Dresden, que a la sazón estaba regida por el muy católico Augusto II de Polonia. En aquel 1733 los méritos compositivos de la misa fueron insuficientes para que Bach obtuviera el puesto. A sabiendas de la improbabilidad de que la misa entera se ejecutara alguna vez, el menospreciado compositor siguió trabajando en ella hasta el final de sus días. Desde la hondura de su mensaje, el Kyrie retumba ante la constatación de nuestros horrores: Christe eleison (Cristo ten piedad).   3.- En el soneto que Francisco Luis Bernárdez le compuso a Wolfgang Amadeus Mozart queda enmudecido cualquier comentario que abunde en la importancia de convivir con su música. La poesía tiene la palabra:   Dáme asilo en tu reino compasivo, príncipe de cristal y azucena, pues vengo fatigado y tengo pena, porque soy de la tierra y estoy vivo.   Hazme un sitio de paz en la serena soledad de tu mundo sensitivo, para olvidar que el tiempo fugitivo todavía me agobia y me encadena.   Déjame descansar con toda el alma desvanecida en luminosa calma junto al río de amor de tu armonía.   Escuchando el afán del agua pura, por infundirle voz a mi alegría y silencio sin fin a mi amargura.    Concluido el soneto, surge la dificultad para seleccionar la gema sonora que funja de correlato de las imágenes poéticas; en rigor, el corpus íntegro de Mozart podría funcionarnos, aunque, si de comenzar el año con el ánimo en perfecto equilibrio se trata, podemos recurrir al Adagio de su Gran Partita.[3] Queda claro que al ponerse Dios a jugar dados en esa primavera de 1784, el universo mozartiano por entero se acomodó en sus tiros.   4.- En su “Crítica del juicio” Kant reconoció que la obra de arte nos permite desentrañar la esencia de las cosas por “sí mismas”, aduciendo que la razón viene excluida en el proceso; es de añadir que la verdadera obra de arte también nos inocula del veneno que despiden las flores del miedo cuando se acumulan en demasía al pie de nuestras veredas existenciales. En agradecimiento por el refugio que significó para ambos su cercanía, el poeta Franz von Schober y el compositor Franz Schubert plasmaron en 1817 el lied An die musik (A la música). Las dos estrofas del poema adquirieron lozanía imperecedera gracias a la música del pobre Schubert, quien recibió un mendrugo por publicarla. Con la razón en sosiego y el espíritu despierto sumamos nuestra gratitud:   ¡Oh arte benévolo, en cuantas horas sombrías cuando me atenaza el círculo feroz de la vida, has inflamado mi corazón con un cálido amor, me has conducido hacia un mundo de arrobamiento!   Con frecuencia se ha escapado un suspiro de tu arpa, un dulce y sagrado acorde tuyo me ha abierto el cielo de tiempos mejores. ¡Oh arte benévolo, te doy las gracias por ello![4]   5.- Sostienen los entendidos que durante el advenimiento del solsticio que tendrá lugar el 21 de diciembre de este año seremos testigos de una tormenta solar que acabará de devastar a nuestro enrarecido planeta. Y a esto se yuxtapone el fin de la cuenta larga del calendario maya. ¿Nos despertarán hordas celestes en medio del caos? ¿Veremos el desmoronamiento de nuestra evolucionada vida tribal para reconvertirnos en fósiles? Lo ignoramos, y si así sucediera tampoco estaríamos en capacidad de impedirlo, acaso podríamos revertir angustias prestándole oído a una de las partituras más conmovedoras producidas en nuestra ultrajada nación en alabanza a los forjadores de la cultura maya. Sobre su hacedor Octavio Paz aseveró que “aguzaba la punta de su música como el sacerdote aguza la hoja del cuchillo, porque era él el sacrificador y la víctima. Había encontrado el punto misterioso en que el arte y la vida se tocan y se comunican, el nervio tenso de la creación.” Quien logre escuchar las pulsiones ancestrales que arden en La Noche de encantamiento[5]de Silvestre Revueltas sabrá que es todavía posible habitar la infinitud de los días para que la muerte que todo lo muerde, se quiebre los dientes.


[1] Se recomienda la audición de este movimiento del Gloria en Re mayor Rv. 589 de Antonio Vivaldi (1678-1741). Pulse el audio 1 (The Monteverdi Choir & English Baroque Soloists. John Ellit Gardiner, director PHILIPS, 2001)
[2] Se sugiere una escucha devota del sublime trozo musical correspondiente al BWV 232 de Johann Sebastian Bach (1685-1750). Pulse el audio 2 (Jennifer Smith, soprano. Michael Chance, contra-tenor. Orchestra of the 18TH Century. Frans Brüggen, director. PHILIPS 1990)
[3] Degústelo a sus anchas pulsando el audio 3. La Gran Partita de W. A. Mozart (1756-1791) lleva el Kv. 361. (Academy of Saint Martin in the Fields. Sir Neville Marriner, director. PHILIPS, 1984)
[4] Agréguese al cúmulo de agradecidos en este portal electrónico. Para mayor referencia, el lied de Franz Schubert (1797-1828) lleva el número de catálogo D547. Pulse el audio 4 (Grace Bumbry, soprano Erik Werba, piano. DEUTSCHE GRAMMOPHON, 1962)
[5] Pertenece a la banda sonora del film La noche de los mayas de Chano Urueta que musicalizó Silvestre Revueltas (1899-1940) en 1939. Pulse el audio 5 (Orquesta Sinfónica Nacional, Enrique Diemecke, director. INBA y CONACULTA, 1993)

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