El cumpleaños

sábado, 22 de septiembre de 2012 · 20:08
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Para ceñirse al cometido de esta narración es aconsejable recurrir a un formato tendiente al guion cinematográfico, cuya eventual concreción demandaría un presupuesto considerable -hay cinco locaciones previstas-, sin embargo, las vivencias del personaje principal justificarían con creces la inversión monetaria. No se excluye que pudiera hablarse de una coproducción de los cuatro países involucrados. Sin atrevimientos excesivos podría decirse que el éxito de taquilla estaría asegurado y que, difícilmente, quedarían públicos que no aquilataran la trascendencia de lo que pagaron por ver o, mejor aún, por escuchar. ESCENA 1 (Interior, medio día) La cámara enfoca a un grupo de comensales sentados alrededor de una mesa, donde hay varias botellas de vino espumoso y un pastel de chocolate al que le fueron colocadas 90 velas en alineación perfecta. Como música de fondo –podría ser la misma para los créditos iniciales- (1) se escucha un concierto del barroco veneciano. Con esta clave sonora se anticipa la procedencia del festejado. A esto se suma que las voces en coro entonan: Tanti auguri a te, tanti auguri a te… empero, al momento de acercar los platos para el postre un muchacho profiere con acento veracruzano: “ahora Las mañanitas para el abuelo”… En el instante en que el nonagenario se levanta de la silla se hace un close-up hacia los rostros de los presentes. Las miradas con que éstos lo observan transmiten eficazmente su sentir. En ellas se mezclan admiración, agradecimiento, ternura y, sobre todo, cariño. La toma se cierra con la figura central que destaca por su postura erguida –no usa bastón ni andadera-, y la serenidad de su semblante. Ha de quedar en claro que ha envejecido con dignidad y que sus ojos conservan una brillantez impropia de sus años. Debe sugerirse que ha transitado por la vida con sabiduría y que nunca se apartó de sus valores esenciales. Asimismo, la decoración ha de subrayar que lo superfluo no tuvo cabida en la morada. Antes de soplarle a las velas, el adulto mayor acata la orden de pedir un deseo, cerrando los ojos para concentrarse. Un recuerdo que se entromete sirve para disolver la imagen. La música facilita la transición. ESCENA 2 (Isla de la Giudecca, Venecia, 16 de septiembre de 1927.) En una mesa aparece otro pastel con cinco velas y la toma emerge desde los ojos de un niño que está a próximo a apagarlas. Sus facciones recuerdan las del anciano. Entre los presentes se cuentan varios miembros de la familia Brunello –hay tres generaciones incluidas- y un par de vecinitos, amigos del festejado. Para este cumpleaños hay un regalo especial que el progenitor consigna después del brindis: un violín miniatura. Fue pensado para que el infante plasme los sueños entrecortados de padre y abuelo al no haber podido dedicarse a la música. A cambio, hubieron de consolidar una empresa de transportes que ha dado para bien comer. En medio de la algarabía el niño produce su primer sonido y los aplausos brotan espontáneos. El orgulloso papá no duda en ayudarlo para situar correctamente los dedos en el instrumento. Apela a su propia experiencia. Concluida la fiesta, Rino, el cumpleañero, es conducido por sus mayores a una ribera de la isla para observar desde lejos el campanario de Plaza San Marcos y los perfiles del Palacio de los Dogos. Con voz esperanzada le aseguran que si estudia con amor tocará pronto en el Teatro La Fenice. En vertiginosa sucesión las imágenes muestran los empeños familiares para cumplir con los mandatos de la formación musical. (Con sólo dos años de práctica Rino dará su primer concierto y estará preparado para ingresar al Conservatorio Marcello de la ciudad lacustre) Ahora quedan lejos los titubeos de las piezas iniciales. Una nota aguda alcanzada con maestría da pie para suspender la toma. ESCENA 3 (Viena, 1936. Interior de un teatro. Noche) En un panel se disponen los legendarios jurados que han de inclinarse por los ganadores del concurso internacional de esta urbe. Entre ellos se divisa al gran Fritz Kreisler, al director de orquesta Furtwängler, aún titular de la Filarmónica de Berlín, a la concertista Gioconda de Vito, protegida de Mussolini, y a otras luminarias. Cuando llega el turno del joven veneciano –con 14 años de edad- surgen tras bambalinas gritos de rabia. Pertenecen al violinista Giuseppe Sacerdoti, el maestro judío que se ha encargado de instruir al promisorio concursante que ha superado sin margen de duda las primeras eliminatorias. Ese es el problema. Una ida forzosa al mingitorio fue aprovechada por algún envidioso para recortarle las cuerdas a su violín y para sustraerle la brea del estuche. Nadie se da por aludido y la final debe aplazarse para dar tiempo a que Rino consiga cuerdas nuevas y las dome. Al día siguiente se reanuda el certamen para que el impetuoso adolescente ejecute el concierto de Mendelssohn y la Rida dei Folletti de Bazzini, una de las obras más intrincadas del repertorio. (2) El dominio de Rino se impone, adjudicándosele el primer premio de la categoría Junior. Su futuro dentro de la música adquiere visos de certitud, aunque la constatación de la mezquindad humana recién experimentada emite señales de alarma. ¿Cómo puede entenderse que individuos que pretenden difundir mensajes de armonía vivan gobernados por sus miserias?... ¿Sería deseable hacer una carrera como la de Gioconda de Vito, que es incapaz de vivir en sintonía con sus semejantes, al grado de que con su consentimiento, su madre sería asesinada apenas aparecieron los primeros síntomas de esa sordera que le habría impedido seguir degustando los prodigios de su hijita consentida?... Un acorde acre cierra la toma. ESCENAS POR NUMERARSE. Sin un orden preciso se intercalan las imágenes y la música que las acompaña magnifica la desconexión. Rino está de vuelta en Venecia y se le observa estudiando con ardor, piensa que quizá deba salir de Italia. Ante la inminente persecución de judíos, su devoto maestro Sacerdoti, se avienta desde un quinto piso, privando a los oficiales de la S. S. del gusto de apresarlo. Otro profesor se encargará de diplomarlo en el Conservatorio. Hay desanimo por doquier y los estragos de la guerra se diseminan con ferocidad. En Berlín, Furtwängler es depuesto del pódium de la filarmónica que patrocina el Tercer Reich –habrá, de cualquier manera, de enfrentar un juicio sumario por colaboracionista- y su lugar lo ocupa un lamebotas llamado Karajan, que no tiene empacho en encargarse de la propaganda que se le ordena. Se entreve a Kreisler y a Einstein desembarcando en Norteamérica. El hongo de Hiroshima se eleva al cielo para ratificarle a Dios que los yanquis son poseedores de la Ley Divina. Una bomba, también norteamericana, estalla sobre la empresa de la familia Brunello y el gobierno italiano declinará la indemnización. Banderas blancas, hambre, desolación y horizontes cerrados para la propagación efectiva del arte sonoro. Para ahondar el desasosiego, Rino es hecho prisionero de un campo alemán que se improvisó para los traidores italianos… ESCENA 4 (Buenos Aires, Argentina, década de los 50s) Se reconoce a Rino, hecho todo un artista que cumple diligentemente con sus oficios de concertino de la recién creada Sinfónica Nacional. Ha contraído matrimonio con una coterránea que le ha dado dos hijas. Su contrato laboral contempla la ejecución de conciertos como solista y de solos orquestales que tienen lugar en el espléndido Teatro Colón. Innumerables estrenos –el Concerto Gregoriano de Respighi entre ellos- (3) dan fe de su estabilidad emocional y de su reciedumbre anímica. Su vida en esta ciudad transcurre sin sobresaltos hasta que un director de orquesta mexicano, de esos que manotean la música con el apoyo irrestricto del gobierno, hace su aparición en escena. Le ofrece un mejor salario y mayores posibilidades de desarrollo para él y su familia. Las recurrentes crisis financieras engendradas por Perón y sus secuaces acaban por inclinar la balanza en favor del viaje a la tierra del cuerno de la abundancia. Imposible imaginar que las promesas del malhadado director serían tan falaces como su fama… ESCENA 5 (Xalapa, Veracruz. 16 de Septiembre de 2012) Al cabo de medio siglo en tierras veracruzanas, el maestro Brunello hace la suma de sus querencias y el balance es positivo, casi inverosímil. Jamás resintió la relativa modestia de sus puestos como concertino de la sinfónica del Estado y como catedrático de la Universidad veracruzana. Aprendió que la existencia se construye cada minuto y que la actitud frente a sus infaltables adversidades es aquella que determina la diferencia. Una sonrisa a tiempo previene enfermedades del cuerpo y una remoción volitiva de rencores preserva el alma intacta. Realizó cientos de conciertos para públicos ávidos de belleza y formó a muchos violinistas mexicanos. Su naturalización fue motivo de júbilo, amén de seguir casado con la misma mujer y de ser patriarca de una familia sana que lo venera. Con los ojos aún cerrados se concentra en su deseo: disponer de otro día para hacer música y para seguir amando la vida… (1) Degústese pulsando el audio 1. (Tomaso Albinoni (1671-1751): Allegro del Concerto per archi e continuo in si bemolle n° 10 Op. VII. I Musici. PHILIPS. 1992) (2) Apréciese dentro del audio 2. (Antonio Bazzini (1818-1897). La Rida dei Folletti Op. 25. James Ehnes, violín. Eduard Laurel, piano. ONIX, 2008) (3) Escúchese en el audio 3. (Ottorino Respighi (1879-1936): Allegro energico (Alleluja) del Concerto Gregoriano. Lydia Mordkovitch, violín. BBC Philharmonic. Sir Edward Downes, director. CHANDOS RECORDS LTD. 1993)

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