Sonoridades de TRIBU

lunes, 12 de octubre de 2020 · 08:45
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Su nombre ha resonado en incontables países como parte de una brillante trayectoria artística que se ha consolidado al cabo de 47 años ininterrumpidos de labor sobre escenarios y plataformas educativas. Y las mismas hipérboles valen para referirse a su producción discográfica que es cuantiosa y para medir la honda huella que han dejado como precursores. En suma, podríamos aseverar que su apelativo bien merece calificarse de legendario, con todo lo que ello implica de estudio, investigación, tenacidad y entrega absoluta a un objetivo que parecía encallado en las nieblas del pasado. Se trata del celebrado quinteto de artistas, arqueólogos y etnomusicólogos mexicanos que se constituyó en Iztacalco, Ciudad de México, por iniciativa de sus dos miembros fundadores: Agustín Pimentel y Alejandro Méndez. Los otros tres, de una generación posterior, son David, Meztli y Ténoch Méndez.
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Consignado lo anterior damos paso a la entrevista que, con sincera generosidad y en perfecta analogía con la naturaleza de su quehacer musical, nos concedieron presencialmente, aún en esta etapa de riesgo por el covid-19. –Es muy poco común que los grupos artísticos nacidos en nuestro país, casi siempre carentes de apoyos y reconocimientos gubernamentales, logren una subsistencia de tantas décadas. ¿Cuál ha sido su filosofía de trabajo y de convivencia? –La música, los instrumentos musicales y el patrimonio sonoro de México se volvieron para nosotros un atractivo tan grande que fuimos acomodando nuestra vida en torno a esa afición, de manera casi imperceptible. Desde que comenzamos supimos que lo prioritario era recorrer el país para visitar comunidades rurales e indígenas. Era imperativo grabar su música, así como hacernos de instrumentos y aprender algo de su ejecución. En ese tiempo, nuestro fundador, Agustín Pimentel, era cirujano dentista, y después de haberse graduado decidió regresar a estudiar antropología para enfocarla a la música. Posteriormente, Alejandro Méndez decidió estudiar música, inscribiéndose en la hoy Facultad de Música de la UNAM, para convertirse, junto con Agustín, en miembros del primer grupo piloto de Etnomusicología. Con las herramientas metodológicas adquiridas sustentamos y fortalecimos lo que ya veníamos haciendo. Investigábamos en el campo y en el gabinete, hacíamos réplicas de instrumentos y aprendíamos a tocarlos. Podemos decir que, de una manera “orgánica”, ser integrante de TRIBU se transformó en una forma de vida.
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–¿Cómo se detonó su pasión por las sonoridades del México antiguo y cuáles fueron los primeros obstáculos a vencer para poder consagrarse a ella? –Al descubrir que México poseía una geografía altamente musical, fuimos avanzando de lo rural a lo urbano y de ahí a lo indígena hasta que, inevitablemente, hurgamos en la raíz arqueológica. Para nosotros el compromiso ha sido siempre darle la mayor formalidad a lo que hacemos. Obstáculos hubo muchos, pero cuando uno se dedica a algo con pasión no son determinantes, sino más bien funcionan como acicates. Por lo demás, el mayor problema ha sido siempre el económico. En nuestro país si el trabajo se recarga en lo cultural hay poco apoyo; sin embargo, con el tiempo logramos construir un público que nos ayuda asistiendo a los conciertos y adquiriendo nuestros discos. "También hemos logrado incidir, aunque de manera modesta, en las instituciones culturales de México y de otros países, ya que hemos sido invitados a simposios internacionales sobre arqueo-musicología, además de haber asesorado a extranjeros que han venido a realizar estudios sobre los instrumentos arqueológicos mexicanos. Nuestra asistencia a festivales también ha incidido, pues nos hemos presentado en el Cervantino, en el Ollin Kan, en la Cumbre Tajín, en la Fiesta de la Toltequidad ?–de la que fuimos iniciadores–, en la Fiesta de la Música en París, en la Festa dell´ Unitá en Bolonia, en Hollywood Forever, en California, por mencionar algunos."
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–En su Tipología de los instrumentos musicales y artefactos arqueológicos de Mesoamérica y el Norte de México aparece una catalogación de los mismos que es, al mismo tiempo, asombrosa y pionera. Sería de gran interés que nos dieran una pincelada informativa sobre los hallazgos que más los emocionaron y sobre el complejo proceso que los llevó a reproducir sus técnicas de construcción… –Teníamos un acercamiento con las comunidades indígenas, que era lo puerta a los antecedentes de la música en el México antiguo, y esto nos provocó a ir más lejos: adquirir instrumentos prehispánicos. Visitamos museos y tuvimos acceso a colecciones privadas, además de indagar en la bibliografía. Conocíamos quién hacía huéhuetles y teponaztlis, pero cuando se trataba de silbatos, ocarinas y flautas, lo que se conseguía no se parecía a lo que se veía en los museos, así que nos acercamos a artesanos que trabajaran el barro y la madera para aprender. Ya después intentamos las réplicas. “Entre nosotros compartíamos la información y en el taller experimentábamos. Pero no fue sólo el barro, también tallábamos madera y trabajamos con cucurbitáceas para hacer sonajas, trompetas, o grandes calabazos percutidos. Todo nos sorprendía; sin embargo, fuimos encontrando particularidades, por ejemplo, la frecuencia de los aerófonos que producen batimientos, o microtonos y los timbres tan peculiares que los caracterizan. Los sonidos que los constructores aplican a los instrumentos musicales corresponden a la ‘sonósfera’ del constructor, y cuando se oye el sonido de estos instrumentos puede escucharse el sonido del paisaje prehispánico.
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"El tema de la ejecución es una historia agregada. Puesto que ya no están los maestros, hay que pasar tiempos prolongados con los instrumentos, tratando de que se vuelvan apéndices de nuestros cuerpos. No se trata de que sólo suenen, hay que transmitir algo, hacerlos valer como instrumentos. Los tepalcates, o sea fragmentos de instrumentos musicales arqueológicos, las radiografías y los instrumentos completos permiten conocer su constitución morfológica, y las huellas de la herramienta dan información de construcción, así como las huellas de uso proporcionan información para tañerlo. “Cada instrumento nos ha dejado una experiencia, cada uno ha sido un regalo, un gozo, pero lo más importante ha sido atrevernos a construirlo y a tañerlo.” –En sus conciertos destacan las sonoridades de los instrumentos musicales prehispánicos en sana integración con las que producen los instrumentos que hoy nos son familiares. ¿Cuáles fueron las premisas para buscar esa fusión? –Bueno, somos de la Ciudad de México, que es una ciudad cosmopolita donde hay acceso a todo tipo de música. Lo que oíamos en nuestro barrio era danzón, cumbia, música de mariachi, pero como efecto generacional nos identificábamos con el rock. Así, para ser congruentes, a este último lo integramos con lo que sentimos que son nuestras raíces cercanas o ancestrales. Incluso, la música académica nos toca grandemente y nos acercamos a ella lo más posible.
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–¿Hay alguna vivencia que los haya sacudido y que quieran compartirnos? –Claro que sí. Cuando participamos en el Festival sobre el Níger, en Bamako, Malí, los grupos africanos que nos precedieron tocaban los tambores de una manera extraordinaria, haciéndonos creer que los nuestros no tendrían efecto. Era de noche, en las riberas del río había miles de personas y el escenario estaba en el agua sobre una embarcación en forma de plataforma… En cuanto empezamos a tocar, todos los asistentes se pusieron de pie y empezaron a bailar frenéticamente, recordándonos las descripciones que Bernardino de Sahagún hizo de las danzas en el patio del Templo Mayor de Tenochtitlan, donde dice que miles de danzantes bailaban en sincronía. Fuimos nosotros los más sorprendidos, y se nos grabó en el corazón para siempre. –¿Qué planes tienen para sumarse a las conmemoraciones por el Quinto Centenario de la caída de México-Tenochtitlan? –No tenemos aún ninguna invitación oficial, aparte de colaborar con el eminente compositor Samuel Zyman para la orquestación, con instrumentos musicales prehispánicos, de la cantata épica a Cuitláhuac, una extraordinaria y loable empresa, que se estrenará en Itztapalapa en estas conmemoraciones. Vale recalcar que los “bárbaros” fueron los conquistadores y que nuestros ancestros no eran una tribu de salvajes… Sus pasmosos instrumentos musicales son una prueba irrefutable de ello.

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