Un mexicano en el Medioevo

lunes, 24 de febrero de 2020 · 17:36
[playlist ids="619067,619066"] CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Se habla con frecuencia de las taras mentales del pueblo de México, de su incivilidad, de su apatía endémica, de su afición por la mentira, lo frívolo, lo insustancial, y ese largo etcétera que es difícil de refutar, empero, existe ese otro tipo de connacional que equilibra la balanza patria gracias a su amor por el conocimiento y la cultura. Y de éstos también se habla de cómo, muchas veces, la penuria de los horizontes educativos y laborales los fue orillando a desterrarse y a vivir en el extranjero en un halo de nostalgia. El caso del mexiquense Alejandro Tonatiuh Hernández Peralta encuadra dentro de estas últimas categorías y, por tanto, entrevistarlo era oportuno. Desde hace dieciséis años Alejandro rehízo la ruta inversa de Indias, afincándose en Barcelona, donde desempeña una labor absolutamente impensable en un compatriota. Podemos adelantar que posee una maestría otorgada por la prestigiosa Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC), que está casado con una catalana y que, a pesar de comer fideuà y butifarras, no ha perdido su conexión afectiva con nuestra nación. Se te recuerda en el Conservatorio Nacional como un alumno con tendencias musicales atípicas, de hecho, fuiste acreedor del primer premio en un concurso en el que deslumbraste, por lo inaudito, con tu ejecución de la fídula… Cuéntanos de tus años formativos y de cómo se fue incubando en ti el amor por el Medioevo y su música… Desde que empecé a estudiar violín sentí una predilección por la música que hoy denominamos “antigua”. En esos primeros años, la música barroca era mi pasión, pero al deleitarme con ella empezó a surgirme una inquietud: ¿cómo habrá sonado en la época en la que se escribió? y casualmente me topé con algunas grabaciones de grupos que realizaban una búsqueda de dichas sonoridades a través de instrumentos del periodo, así como aplicando los criterios de interpretación de aquellos siglos. ¡Fantástico! Ahí estaba la respuesta. Me pareció fascinante indagar en las diferencias de sonoridad que hay entre el violín moderno y el que se utilizaba en los siglos XVII y XVIII. Pero la duda persistía, ¿y más atrás en el tiempo? ¿Qué músicas había?.... Y así me fui adentrando en los siglos hasta que llegué a la Edad Media. No puedo explicarlo de manera consciente, es la sensación de que vibraba con ese mundo sonoro sin saber el porqué. En mis últimos años en el Conservatorio hice el viraje, asistiendo a muchos cursos de interpretación de música antigua. Y al final decidí estudiar de lleno el violín barroco y por eso llegué a la ESMUC, aunque siempre tuve un ojo puesto en la fídula, o viella en latín, su ancestro medieval. Mi primera fídula la compré en Estocolmo, durante un viaje con los del coro Renacimiento. Los viajes con ellos fueron claves, ya que la primera vez que escuché un concierto de música medieval fue en Toledo. Tenía 16 años. Podemos suponer que tus primeros años en España no deben haber sido fáciles y que hubiste de vértelas con la idea del salvajismo de los naturales americanos… Sin duda el hecho de ser un estudiante de música en un país extranjero no es un camino de rosas, no obstante, fue un factor importante de maduración personal. Afortunadamente llegué a Barcelona, una ciudad bastante abierta donde hay gente de todas las razas. Una manera de integrarme fue a través de la lengua, pues antes de llegar a Cataluña empecé a estudiar el catalán. Después lo estudié oficialmente y esto es algo que te lo agradecen; te abre puertas, pero también es cierto que las dificultades para abrirse paso en el mundo de la música, aquí también las hay, y son padecidas tanto por oriundos como por extranjeros. Con esfuerzo y algo de suerte la vida me ha ido llevando por una senda favorable. Combino mi actividad como violinista profesional con mi pasión por difundir la música medieval. Cada año, en el Curso Internacional de Interpretación de Música Medieval que se celebra en Besalú, tengo la oportunidad de enseñar junto a los eminentes Juan Carlos Asensio, Marcel Pérès y Benjamín Bagby. Es el único curso en Europa donde se aborda el estudio de esta música con rigor académico. Esto me obliga a estar en constante formación, no solo investigando repertorios, sino también los aspectos vinculados a su interpretación. De manera autodidacta estoy estudiando las bases de las lenguas de uso común en el Medioevo; el catalán me ayuda a comprender mejor el occitano, la lengua de los trovadores. Estudiar el latín me socorre para abordar textos de la época. Busco nutrirme de aquello que considero necesario para entender como concebía el mundo la gente de entonces. En los cursos que mencionas en Besalú desfilan estudiantes de todo el mundo, ¿cómo surgió ese proyecto educativo y cómo fue que te involucraste? Tuve la suerte de entablar amistad con el Dr. Mauricio Molina, destacadísimo musicólogo e intérprete dedicado a la reconstrucción de la música de los siglos XI, XII y XIII, quien también vive Barcelona. Lo conocí mientras concluía mi maestría en Musicología y Educación Musical. La pasión por el Medievo nos unió y después me propuso enseñar la fídula en estos cursos que él fundó. Llevo siete años dando clases. Hace poco sacaste a la luz el CD Tempus Viellatorum, en el que compartes los frutos de tus investigaciones y de los trabajos de arqueología musical que lo sustentan, háblanos de él, ya que en México no se ha distribuido… Es una propuesta de reconstrucción del sonido de la fídula “medieval”, mas el término en sí cada vez lo cuestiono más, pues es difícil que un vocablo tan escueto englobe lo que pasó, a nivel musical, desde finales del imperio romano hasta la caída de Constantinopla. Me centré en música a caballo de los siglos XIII y XIV en la región que hoy es Francia y concretamente París. Es ahí donde coexistieron los tratadistas que atestiguaron la importancia que tuvo el instrumento. Sabemos que la fídula fue un instrumento versátil utilizado en todos los tipos de música de ese periodo. Podemos imaginarnos a un juglar utilizándola para acompañar sus cantos de gesta en las plazas, o a nobles y clérigos tañéndola. Johannes de Grocheio escribió que un buen tañedor de fídula debía tocar cualquier tipo de música. También sobrevive un tratado que describe las maneras de afinarla. A la hora de reconstruir su sonido junté tres aspectos: estudiar los escritos teóricos, recrear el instrumento en sí y el repertorio mismo. Los escritos teóricos atestiguan su importancia, pero lamentablemente no ha sobrevivido ningún ejemplar del siglo XIII. Al tiempo de reconstruirla es donde entran los arqueo–lauderos que hacen modelos a través del análisis de los instrumentos plasmados en esculturas e ilustraciones medievales. Florian Jougneau, un gran laudero francés, me construyó dos fídulas listas para afinarse según la descripción de Jerónimo de Moravia en el siglo XIII. Para el repertorio escogí una muestra representativa de distintos géneros musicales a los cuales el instrumento solía vincularse. Por ejemplo, las danzas denominadas Estampies, que son de los pocos ejemplos sobrevivientes de música puramente instrumental. También canciones de trovadores y troveros. La fídula suele aparecer representada en combinación con instrumentos de percusión, cítolas, gaitas, etc…[1] ¿Qué podrías decirnos de tu vida en la otrora Madre Patria?... Por un lado, el emigrar no está exento de asperezas y vicisitudes. Los temas burocráticos para obtener la nacionalidad fueron interminables, pero después de ocho años conseguí el pasaporte comunitario. Por el otro, gozo que nuestra cultura gastronómica esté poniéndose de moda. Hace quince años había aquí un par de restaurantes mexicanos, actualmente hay muchos. Hay taquerías e incluso en mi barrio ¡hay una tortillería!, sí, con la máquina y todo. En una ciudad cosmopolita como esta puedo decir que me siento cómodo. Integrado, no sé... Desde tu lejanía has de tener visiones encontradas sobre el país que dejaste, ¿qué sientes cuando te enteras de las noticias de nuestra nación?... He de confesar que la vorágine diaria me ha alejado de lo que pasa allá. La última vez que estuve, vi a la CDMX tan transformada, que tuve una fuerte sensación de pérdida. Es cierto que cuando ya no vives en tu patria y vuelves, el choque con lo que antes era cotidiano adquiere un tinte fantástico, surrealista, una realidad transfigurada entre colores, olores y texturas. La simple visión del altarcito a la Virgen que encuentras en las paradas de camión, ahora me impacta de otra manera. Es algo lejano pero a la vez atrayente y tal vez por eso ahora cobra un sentido mágico-nostálgico en mí. [1] Audio 1: Anónimo medieval. Amis, Trop me laissiez en etrange pais. Alejandro Tonatiuh Hernández, fídula. TEMPUS VIELLATORIUM,  Archiriadis, 2018. Audio 2: Danse Real (Estampie) (Idem)

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