La desintegración europea

miércoles, 22 de marzo de 2017 · 19:51
BRUSELAS (apro).- Este 25 de marzo se cumplen 60 años de que Alemania Occidental, Francia, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo firmaran los Tratados de Roma estableciendo el Espacio Económico Europeo. La fecha marca el acto fundacional de la actual Unión Europea (UE) --conformada todavía por 28 Estados nacionales-- y representa el inicio de una histórica era de pacífica integración continental. Los jefes de Estado y de Gobierno de la UE se reunirán ese día en el Capitolio romano, donde fueron firmados aquellos tratados, para conmemorar el aniversario. Se espera igualmente que asistan miles de personas a las marchas a favor de una Europa “más fuerte y más unida”, a las que han convocado políticos y personalidades de la sociedad civil. “Los tratados de Roma iniciaron un proceso que desde entonces ha devuelto a otros muchos países, tanto del este como del oeste, a la libertad y a la prosperidad”, señaló el 17 de marzo ante el Senado italiano el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, cuyo país, antiguamente perteneciente a la órbita comunista, ingresó al bloque en 2004. Entre la clase política europea, en particular entre los actores dirigentes de la UE en Bruselas, se vive un periodo de reflexión sobre cuál puede ser el futuro de Europa cuando el auge del populismo de extrema derecha (que en Francia podría salir victorioso en la primera vuelta de las presidenciales de finales de abril próximo), la crisis económica, la inmigración masiva o el terrorismo, sin olvidar el profundo desprestigio de las élites dirigentes, entre otros factores, están poniendo en jaque el proyecto de alcanzar una comunidad de países europeos tolerante, sin fronteras interiores, solidaria y democrática. Se habla de la necesidad de una “refundación” de la UE, sobre todo (pero no únicamente) a causa del shock que ha provocado la salida de Reino Unido (el llamado Brexit), cuya primera ministra Theresa May anunció que justo cuatro días después de la conmemoración de los Tratados de Roma activará el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que permite y comienza oficialmente las negociaciones de retirada “voluntaria y unilateral” de un Estado miembro. El divorcio definitivo podría concretarse en marzo de 2019. Para ayudar a la discusión, el 1 de marzo pasado el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, publicó un “libro blanco” o guía sobre “el futuro de Europa con miras al 2025”. El texto de 32 páginas aborda a grandes rasgos cinco escenarios: el primero, que todo siga igual, con el riesgo de que la “unidad” se ponga a prueba cuando salten diferendos mayores; segundo, concentrarse en el mercado único ante la incapacidad de los Estados miembros para ponerse de acuerdo en otros campos; tercero, que avancen en su integración aquellos países que así lo deseen (“cooperaciones reforzadas”). El cuarto escenario, poner en marcha una UE que se enfoque sólo en materias prioritarias como terrorismo, comercio, innovación, seguridad, migración o gestión de las fronteras, y el quinto, “hacer más en todas las áreas” para acercarse a la idea de una Europa federal que detestan los euroescépticos y nacionalistas radicales. Para no pecar de incorrección política, el escenario de la desintegración de la UE no cabe en las proyecciones del presidente de la Comisión Europea. Dándole la vuelta, aquel se evoca en un párrafo en las últimas páginas, en el que se advierte: “En un mundo de incertidumbre, el atractivo del aislamiento podría tentar a algunos, pero la división y la fragmentación serían consecuencias graves. Lo anterior expondría a los países europeos y a sus ciudadanos al espectro de sus divisiones del pasado y los dejaría a merced de los intereses de las potencias más grandes”. En las últimas décadas, la desintegración de la UE –gradual y práctica y no necesariamente declarada y explosiva-- ha pasado del terreno de la ciencia ficción al mundo de la academia y el análisis político. El entendido de que la UE suele atravesar altas y bajas pero siempre progresa, parece estar perdiendo energía. Aunque es todavía poco probable, ya no es tan lejana para un segmento importante de la sociedad la posibilidad de que, por ejemplo, la ultraderechista Marine Le Pen gane la presidencia de Francia y retire al país de la UE, dejando sin la suficiente fuerza de empuje a Alemania para preservar sola el proyecto comunitario. En su libro ¿Está la UE condenada?, publicado en 2014, el profesor en políticas europeas de la Universidad de Oxford, Jan Zielonka, propone tres escenarios de los que podría germinar la caída de Europa. Por un lado, podría verse desbordada hasta su desintegración si tomara decisiones erróneas o gestionara muy mal una crisis económica. Ese sería el efecto si se dejara que países como Grecia o España se precipitaran en la bancarrota por falta de apoyo europeo. Otra hipótesis es que la UE emprenda una reforma fallida. Por ejemplo, que por salvar temporalmente la eurozona pusiera en marcha medidas que más tarde resultaran fatales. Para ilustrar el caso, se refiere a una imposición simultánea a todos los países de la misma disciplina fiscal que provoque una falta de crecimiento y un rechazo de la población a seguir siendo golpeadas por las políticas de austeridad, lo que agravarían aún más las tensiones actuales. Pero Zielonka se inclina a creer que la tercera opción es la más factible. Se refiere a una incapacidad europea para introducir reformas, lo que terminaría bloqueándola. Si intentara ejercer esas reformas por fuera del sistema comunitario, el resultado sería el mismo: la UE, en un franco declive de poder, dejaría de ser el centro político y sería simplemente ignorada a nivel tanto interno como internacional. El investigador principal para Europa del Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona, Pol Morillas, plantea también tres escenarios: “de continuidad”, “de ensueño” y el “catastrófico”. Los construye en torno a la evolución de “tres crisis que han hecho tambalear los cimientos del proyecto europeo”: menciona, como Zielonka, la crisis griega, más la de los refugiados y la que está provocando la salida del Reino Unido (la cual todavía en ese tiempo no era aprobada en referéndum). El escenario “catastrófico” es para él el “inicio de la desintegración europea”. En este también depende de que Grecia abandone el euro (aunque no la UE), agregando que el gobierno de izquierda estrecharía sus relaciones con Rusia, país que lo apoyaría financieramente, ganando con ello influencia en las decisiones de la UE a través de Atenas, lo cual desencadenaría divisiones. En ese contexto, un grupo de países avanzaría en su integración y se alejaría de los demás. En paralelo, la UE continuaría siendo incapaz de solucionar la crisis de los refugiados, y eso conllevaría a fuertes diferendos y a que predominaran los resentimientos entre Estados, los cuales contaminarían la toma de decisiones en todos los campos, por lo que la UE se paralizaría. Morillas juzga que en esa circunstancia, los gobiernos se volverían “rehenes” de las posiciones xenófobas y antieuropeas de un creciente número de nacientes o arraigados partidos de extrema derecha que acusan a los refugiados de la inseguridad. En Francia, el ultraderechista Frente Nacional dominaría la agenda política. Sería evidente una crisis de los valores europeos y se gestarían sociedades cerradas e intolerantes. Hundiéndose en la descoordinación, la UE entraría prácticamente en el camino de su propia extinción. En 2013 un dramaturgo belga, Thomas Bellinck, causó polémica. Creó en Bruselas, muy cerca de las instituciones de la UE, un falso museo del futuro: la Casa de la Historia Europea en el Exilio. La propuesta artística, mitad ficción mitad realidad, contaba cómo el “Proyecto Europa” se había colapsado en medio de una gran recesión (que había desatado una epidemia de suicidios), una ola de separatismos y regímenes neofascistas. Europa había regresado a lo que siempre fue: un continente dividido. La UE había sido un paréntesis, un breve periodo de entreguerras. ¿La fecha del desenlace fatal, según el museo?: 2018.

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