Alemania: los verdes, de las barricadas al establishment

viernes, 15 de enero de 2010 · 01:00

BERLÍN, 15 de enero (apro).- En julio de 2003, a poco de haberse consumado la invasión a Irak por tropas lideradas por Estados Unidos, el entonces ministro de Exteriores alemán, Joschka Fischer, visitó en Nueva York a su par estadunidense, el general Colin Powell. Al recibirlo, a modo de broma, Powell le extendió el cajón de cerveza alemana que Fischer le había regalado dos meses antes, con las correspondientes botellas vacías.
A comienzos de ese año, en Alemania había entrado en vigor una ley que extendía el uso de envases retornables. La ley había sido impulsada por los Verdes, el partido liderado por Fischer. Ahora Powell le devolvía los envases, para que a su regreso Fischer pudiera recuperar en un supermercado la pequeña fianza pagada por ellos.
El buen trato entre los dos ministros, que de jóvenes se encontraban en trincheras opuestas, se asentaba en el interés común de ambos gobiernos. Aunque Alemania no había enviado soldados a Irak, seguía siendo un aliado central de Estados Unidos que usó sus bases y hospitales militares en territorio germano durante la operación.
El encuentro a ese nivel era además posible debido al cambio obrado en Fischer. Figura central de los Verdes, con un pasado juvenil rico en el activismo revolucionario, violentas escaramuzas con la policía, sindicalismo radical y una larga experiencia como taxista, Fischer era ahora vicecanciller de Gerhard Schroeder y máximo representante de los intereses de Alemania en el extranjero.
En Joschka Fischer puede verse la parábola completa de Los Verdes alemanes, que este 13 de enero festejaron 30 años de existencia como partido político.
Los críticos del viraje realizado por Los Verdes consideran que la dirigencia traicionó los ideales que dieron vida al partido. Los líderes actuales elogian el éxito obtenido a la hora de instalar la causa ambiental en el conjunto de la sociedad, y su propia capacidad para asumir responsabilidades de gobierno.
A la hora de su fundación como partido, el 13 de enero de 1980, en la ciudad de Karlsruhe, los sueños de los Verdes eran más trascendentales. La fuerza estaba conformada por activistas de defensa del medio ambiente, críticos de la energía atómica, enemigos de OTAN, feministas, anarquistas, okupas, comunistas, pacifistas cristianos y militantes de diversas corrientes alternativas. Las peleas internas y las discusiones interminables no auguraban una larga vida al grupo. Ese día, sin embargo, los delegados cerraron un acuerdo básico. El movimiento debía ser social, ecológico, respetar la democracia de base y desechar la acción violenta.
Desde los sectores políticos tradicionales, conformados por los democristianos (CDU), socialdemócratas (SPD) y liberales (FDP), nadie creía que ese montón de jóvenes barbados, sin disciplina ni experiencia en el terreno político, habría de conformar una fuerza política digna de ser tenida en cuenta.
Los propios Verdes hubieran tomado como un insulto que se les concediera estatus de partido establecido. Se consideraban un "partido antipartidos". Cultivaban la provocación. Muy pronto se perfilaron como un partido de izquierda, con un marcado sesgo contestatario, tomando como sus ejes centrales la paz --por entonces no se vislumbraba el fin de la Guerra Fría-- y la salida de Alemania de la energía nuclear.

El ascenso

Los Verdes acumularon apoyos y simpatías. Muy pronto se perfilaron dos sectores internos, uno más idealista, el otro pragmático. La militante Petra Kelly encabezó el grupo "ecológico socialista", que rechazó la idea de formar gobierno como socio menor de los partidos establecidos.
Los dirigentes del otro sector consideraron que para lograr sus objetivos era necesario embarrarse en el fango de la política real. Entre ellos estaban, además de Fischer, el líder de las protestas estudiantiles del 68, Daniel Cohn Bendit, y el abogado Otto Schily, que había defendido a los terroristas de la RAF.
En las elecciones de 1983, el partido logró 5.6% de los votos, obteniendo de este modo 28 bancas en el Parlamento Federal.
Para evitar el abuso de poder, los Verdes desarrollaron un novedoso plan de rotación de cargos y desde un comienzo cedieron amplios espacios de poder a sus dirigentes mujeres.
Todo un hito es aún hoy el colorido ingreso de los diputados verdes en el Parlamento.
Cargaban con un abeto, símbolo de la destrucción del medio ambiente, del cual le entregaron una ramita al canciller democristiano Helmut Kohl, quien la recibió sonriendo entre dientes. Parecía ser la hora de los combativos, como Petra Kelly.
Para los partidos tradicionales fue un verdadero shock. Era un choque de dos mundos. Los estirados conservadores, de traje y corbata, veían cómo de repente algunos hippies de aspecto desaliñado, barba y pelo largo, con pulóver tejido a mano y overol sin mangas, pululaban dentro del Parlamento. Los novatos fueron recibidos con insultos y exclusión. Pero ellos no se quedaban atrás.
"Con su permiso, señor presidente: usted es un cabrón", le dijo Joschka Fischer al vicepresidente del Parlamento alemán, Richard Stücklen, el 18 de octubre de 1984, por lo que fue excluido de su banca.
Los Verdes se toparon por primera vez con la obligación ineludible de tener que integrar todas las comisiones parlamentarias. Esto implicaba definirse en temas dejados hasta entonces en una nebulosa, por temor a escisiones internas. Por ejemplo, la política económica.
Los inexpertos diputados comenzaron a tratar con parlamentarios curtidos en su oficio y a codearse también ellos con los lobbystas de los grandes consorcios alemanes.
El 16 de octubre de 1985 es otra fecha simbólica para Los Verdes. Ese día, Joschka Fischer se convirtió en ministro de Medio Ambiente del poderoso estado de Hesse. A la hora de asumir su cargo llevaba saco, vaqueros y tenis blancos. Todo alemán conoce esta postal de época.
El espíritu que dio vida a los Verdes encabezaba las multitudinarias manifestaciones contra la construcción de plantas reprocesadoras de energía nuclear. Éstas cobraron nuevo impulso después de la explosión de la central nuclear ucraniana de Chernóbil, el 26 de abril de 1986, que cubrió de contaminación radioactiva amplias regiones de Alemania.
Durante la campaña electoral de 1990, Los Verdes pusieron como eje del discurso la política ambiental. Sin embargo, descuidaron la inminente reunificación alemana. El partido hizo una buena elección sólo en la República Democrática Alemana, donde existía, de manera limitada, desde 1984.
En octubre de 1992, en un hecho aún no aclarado, Los Verdes perdieron a dos dirigentes históricos: Petra Kelly, y su pareja, el general Gert Bastian. Este último se había acercado a Los Verdes tras abogar, dentro de los círculos militares, en contra del estacionamiento de ojivas nucleares en territorio alemán.
La investigación policial sostiene que Bastian mató de un tiro a Kelly, aún dormida, y luego se quitó la vida.
Otros dirigentes y militantes del ala "ecológico socialista" abandonaron en esos años el partido, inconformes con el curso pragmático impuesto por los líderes.

Bombas verdes

En 1998, Los Verdes llegaron al gobierno por primera vez, como socios minoritarios de los socialdemócratas del SPD. Joschka Fischer asumió como vicecanciller y ministro de Exteriores.
Para muchos militantes del movimiento, Fischer traicionó los principios verdes tan pronto como asumió esos cargos. Abandonó la bandera histórica del pacifismo y apoyó la intervención militar en la ex Yugoslavia. Argumentó que Slovodan Milosevic llevaba a cabo un segundo holocausto.
Los aviones de la OTAN bombardearon Yugoslavia sin mandato de la ONU. En un congreso partidario, un militante le arrojó a Fischer una bolsa de pintura roja. Con la cara “ensangrentada”, Fischer saca a relucir su carisma. Obtiene el apoyo partidario para el ataque.
En 2001, el gobierno alemán apoyó la invasión a Afganistán y hasta hoy mantiene allí un enorme contingente armado. En 2003, Alemania brindó apoyo logístico para la invasión a Irak.
Las políticas ambientales no se llevaron a cabo con el mismo empeño. Los Verdes promovieron una ley que apunta a incrementar a lo largo de diez años el precio de la gasolina, para así financiar inversiones y planes sociales.
Después de tropezar contra la voluntad de la industria automotriz y de los orgullosos conductores alemanes, el proyecto murió sin pena ni gloria.
En cuanto a la política económica, el partido se fue corriendo cada vez más hacia posiciones liberales. Sus votantes provienen ahora de sectores con alto nivel educativo en las ciudades.
Para Jens Jessen, redactor del periódico Die Zeit, “tanto los votantes como los dirigentes verdes provienen de sectores burgueses. Figuras como Joschka Fischer son la excepción y no la regla”.
Los verdes representan, a su juicio, un ejemplo más de la capacidad de crítica y autocrítica características de esta clase social.
Los Verdes se apuntaron su éxito más resonante el 11 de junio de 2001. Ese día se firmó un acuerdo entre el gobierno y los ejecutivos de los poderosos consorcios energéticos alemanes, que se comprometen a abandonar el uso de energía atómica en 2020.
Desde la salida del poder en 2005, los Verdes se mantienen en la oposición. En las últimas elecciones parlamentarias alcanzaron una votación récord de 10.7%. Cogobiernan como socios minoritarios en tres estados federados.
En Bremen, con sus socios históricos socialdemócratas. Pero por primera vez se han atrevido a coaligar con los conservadores de la CDU en Hamburgo, y con la CDU y los neoliberales del FDP en Saarland.
Sus dirigentes dicen demostrar de esta manera que Los Verdes son una fuerza independiente y no un apéndice de la socialdemocracia. La afirmación es algo temeraria.
Conservadores y liberales, actualmente a cargo del gobierno en Alemania, han puesto en tela de juicio el abandono de la energía nuclear en 2020. Los conservadores se han dedicado, además, a torpedear en Bruselas las iniciativas que fijen a la industria automotriz alemana metas ambiciosas con la protección del medio ambiente.
Los principios de Los Verdes alemanes y franceses han inspirado la formación de este tipo de partidos en Europa, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y otros siete países de Latinoamérica.
El apoyo del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) a la pena de muerte le ha valido el retiro de reconocimiento de parte del Partido Verde Europeo.
"Los Verdes tenemos el mérito histórico de haber hecho de la ecología un tema político", dijo en estos días de festejo la presidenta del partido Claudia Roth.
"Somos necesarios. No nos hemos vuelto en absoluto superfluos", señaló, repitiendo la crítica más común entre sus adversarios.
Adversarios ya que no enemigos. Analistas no descartan que en un futuro próximo Los Verdes rijan los destinos de Alemania como socio menor de los conservadores.

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