Hitler, reencuentro con el pasado

miércoles, 10 de noviembre de 2010 · 01:00

A 65 años de la derrota de Adolfo Hitler y su sueño milenarista, la figura del dictador todavía pesa en el imaginario colectivo del pueblo alemán. Prueba de ello es la gran afluencia que registra la exposición Hitler y los alemanes. Comunidad y crimen, recientemente inaugurada en el Museo Histórico Alemán de Berlín. Seiscientos objetos testimoniales, 400 fotos, fragmentos de noticieros y películas, bustos, cuadros, documentos, muebles y utensilios ponen de manifiesto la fascinación que el Führer suscitó en su pueblo, que hoy reflexiona sobre la actuación de Hitler en el mayor drama histórico del siglo XX: la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

BERLÍN, 10 de noviembre (Proceso).- “Querido señor Hitler: En el día de su cumpleaños le deseo lo mejor ¡y espero que en las elecciones del día 24 usted venga para salvar a Alemania!” 

Así comienza una tarjeta de felicitación escrita por la niña Elga Jarolimek, de 12 años, del poblado de Liebenberg, en Brandeburgo.

En esos días de abril de 1932 una cantidad creciente de alemanes creía ver en Adolf Hitler al “salvador”, al hombre predestinado a “devolverle a Alemania su gloria perdida”. El apelativo Führer –líder y guía– trascendía ya el ámbito del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y reflejaba la voluntad de buena parte de los alemanes.

Cuando el nacionalsocialismo llegó al poder en 1933, la doctrina de Hitler se convirtió en una religión política. El apoyo a su gobierno perduró incluso cuando las ciudades del Reich habían sido reducidas a escombros y la derrota era inminente.

Los motivos de la fascinación que despertó en la inmensa mayoría del pueblo se muestran en la exposición Hitler y los alemanes. Comunidad y crimen, que el Museo Histórico Alemán de Berlín presenta hasta el 6 de febrero de 2011.

En toda la historia germana no existe un político más popular que Hitler. Pero su poder “no se explica a través de sus cualidades personales, sino mucho más por las circunstancias políticas y sociales y el estado de ánimo de los alemanes”, indica el folleto de la muestra.

La exposición aborda la relación cambiante entre el carismático “poder del Führer” y las expectativas y comportamiento del pueblo. El fenómeno se presenta así desde una doble perspectiva: el rol de Hitler y el régimen nacionalsocialista “desde arriba”, y la participación de la sociedad “desde abajo”.

 “Este vínculo con el Führer, esta fascinación, se percibe muy bien en las cartas escritas por niños, muy emotivas; en las tarjetas que ellos mismos fabricaban y pintaban, o en las misivas en las que los adultos le mandaban a Hitler fotos de sus hijos”, dice a Proceso la doctora en historia Simone Erpel, una de los tres curadores de la muestra:

“Lo que más me impactó fue ver que Hitler era percibido como una especie de redentor nacional. Esto ya no muestra lo que era escenificado desde arriba, sino lo que muchos veían en él, la manera en que percibían su imagen.”

Asepsia

 

El auto descapotable avanza lentamente por el estrecho corredor que la rugiente multitud forma en ambos lados de la calle. Hitler va de pie, la mirada abarcadora y seria; de vez en cuando eleva el brazo derecho para saludar a la masa. A un costado de esta proyección, en otra pantalla muda, Hitler baja del avión que lo lleva de campaña electoral por toda Alemania; en otra escena se aprecia el incendio de una sinagoga quemada el 9 de noviembre de 1938.

La exposición presenta una descripción detallada y cronológica del nazismo. Está conformada por unos 600 objetos testimoniales, 400 fotos, fragmentos de noticieros y películas, bustos, cuadros, documentos, cartas, juguetes, muebles y utensilios con imágenes del Führer o suásticas. Con estos elementos el nazismo apuntalaba la propagación cotidiana de su poder y su ideario.

El valor testimonial e histórico de los objetos expuestos es enorme. Pero su presentación escrupulosamente sobria, aséptica y sin ningún componente emotivo, apunta en sentido opuesto a la percepción que el régimen pretendía imbuir en la sociedad. La comunión entre el líder y las masas se ve, se lee, pero no se siente.

La figura de Hitler aparece aquí dentro de un estricto marco de contención, en pequeño formato, carente de brío. Su discurso y su voz están disponibles en fragmentos de discursos que sólo se escuchan mediante auriculares. Sin el efecto de su coreografía, su grandilocuencia y su arte monumental, los motivos de la identificación visceral entre el líder y su pueblo se vuelven abstractos.

“La voz es un medio muy poderoso. La dificultad es que la voz domina el espacio por completo. No podemos destinar un sector al talento de Hitler como orador carismático, porque eso resonaría en todo el ámbito de la exposición. Y por eso nos pronunciamos contra cualquier audio dentro de la muestra”, explica la curadora.

Aunque en un amplio sector de la sociedad alemana existe un fuerte rechazo a la imagen de Hitler, los organizadores se han esmerado para no dejar ninguna puerta abierta a la glorificación del genocida. Era preciso evitar que el museo pudiera convertirse en sitio de peregrinación neonazi.

Para los numerosos visitantes que recorren la exposición en silencio Hitler ha sido debidamente aislado, como si se tratara de una droga peligrosa, capaz de propagar, incluso hoy y en dosis mínimas, su efecto nocivo.

Algunos críticos e historiadores hablan de que los curadores le temen a la imagen de Hitler y a lo que representa.

–¿Le tiene miedo a Hitler? –se le pregunta a Erpel.

–No, de lo contrario no hubiéramos montado esta exposición.

 

Propaganda

 

La carriola de dos ruedas para repartir periódicos, expuesta en una vitrina, tiene los colores de la bandera alemana de los káiseres, desaparecida con la derrota de la Primera Guerra Mundial. La tapa negra, las paredes rojas, la impresión en color blanco: Völkischer Beobachter (Observador Nacional). Encima, la suástica y el águila imperial. El periódico partidario comenzó a publicarse dos veces por semana en 1920. En 1923, se convirtió en diario.

A partir de 1933 el rotativo se hizo del monopolio de la información con una tirada superior al millón de ejemplares. En su libro Mi lucha, de 1925, Hitler otorgaba un papel fundamental a la propaganda con el fin de “educar políticamente” al pueblo. Consideraba que esta propaganda debía ejercerse en primer lugar por la prensa, que “representa una especie de escuela para los adultos.”

Para aquellos que no tienen un pensamiento independiente, “la influencia de la prensa se vuelve descomunal” ya que en ellos “la postura frente a los problemas diarios se debe casi por completo a la influencia externa de terceros.” Hitler sostenía que era preciso “asegurarse este medio de educación popular con una decisión sin miramientos”. La escuela, por su parte, debía “generar el espíritu que hace capaz a un pueblo de portar armas.”

Las fotos de Hitler que pueden verse en la exposición y la mayoría de las que de él se conocen son obra de Heinrich Hoffmann. Este fotógrafo siguió sus pasos desde los comienzos de su carrera política. Con el correr de los años se transformó en el difusor central de la imagen de Hitler multiplicando, a través de un gigantesco aparato, su reproducción en libros, postales, sellos y fotorreportajes.

El retrato del Führer no faltaba en ninguna casa de sus seguidores o simpatizantes. Un altar hogareño competía o desplazaba al de la iglesia católica o la evangélica. La exposición presenta la foto de una mujer que toma un baño sentada en la bañera en cuya cabecera hay un retrato de Hitler.

El culto de las masas hacia su persona es un efecto buscado y dirigido por el propio líder. Ya desde sus comienzos en Munich, Hitler acompañaba sus discursos con un marco escenográfico impactante. Miembros uniformados de las SA (fuerza parapolicial) forman un corredor cuando el Führer ingresa –las banderas rojas con la suástica en alto– y se plantan delante del escenario mientras habla.

“Estos elementos de espectáculo se encuentran más tarde en las presentaciones coreográficas de los congresos partidarios”, sostiene Brigitte Schütz, en su ensayo para el libro Kunst und Propaganda (Arte y propaganda), 2007.

La exposición muestra fragmentos de las películas Victoria de la fe (1933) y El triunfo de la voluntad (1934). En éstas, Leni Riefenstahl plasma al líder hablando en Nuremberg para una multitud entusiasta, y a la vez dispuesta en impecable formación geométrica. El jefe de propaganda del nacionalsocialismo, Joseph Goebbels, veía en el cine uno de los medios más modernos y de mayor alcance para influir a las masas.

La prensa

 

La impronta que Hitler había dado a su imagen pública se perfecciona aún más cuando es asumida simbióticamente por Goebbels. Éste refuerza el culto a la persona del Führer. Se echa mano de los más modernos medios publicitarios y tecnológicos de la época. El nazismo se convierte en una marca. La suástica es el logo. Hitler es el frontman y el estadista.

Su impacto en los actos políticos se refuerza a través de la presencia del líder en diarios, revistas, fotografías y libros. Se imprimen ediciones con sus discursos y otras con letras de canciones que propagan la ideología. El cartel callejero multiplica axiomas de Hitler. Y también el disco, como el que la exposición presenta, una edición con sus discursos, con una foto de Hitler en la portada.

A partir de la toma del poder, el 30 de enero de 1933 –una pantalla muestra la imponente marcha de antorchas a través de la Puerta de Brandeburgo–, todo el aparato del Estado se pone al servicio de la causa. La exposición incluye varios radios como los que el nazismo hizo fabricar a precios populares a fin de que la voz del Führer pudiera escucharse en cada hogar.

El monopolio informativo iba de la mano con el ejercicio del terror estatal contra los opositores. Éste incluía violencia directa, persecución, espionaje, silenciamiento, deportación a campos de concentración y asesinato selectivo. El 10 de mayo de 1933 se efectúa la quema pública de libros en la Plaza de la Ópera, hoy Bebelplatz, justo enfrente de este museo. Setenta mil personas asisten a un acto que se repite en otras 70 ciudades. Los intelectuales y artistas críticos marchan al exilio.

¿Y mientras tanto qué ocurría con el pueblo? 

Todo el ascenso de Hitler, su relación con las masas, cuenta con un oportuno caldo de cultivo. El país sufría aún los efectos de la derrota en la Primera Guerra Mundial, el pago de compensaciones, la hiperinflación de los años veinte, la crisis mundial de 1929 y su secuela de desempleo masivo. El desánimo y escepticismo en la incipiente democracia de la República de Weimar era grande.

El pueblo, ávido de disciplina, añoraba un líder fuerte. Antes de ser elegido canciller “a Hitler se le veía dentro de la tradición de Federico el Grande”, apunta Erpel. Había sido condecorado por una herida en la guerra. Eso le daba “autoridad moral” para azuzar la sed de revancha y los ideales de grandeza, apelando a palabras tales como batalla, honor, sacrificio, sangre.

Hitler conocía a la perfección el sonido de cada cuerda. “Uno predica la sumisión cobarde y vendrá lo que es sumiso”, dice durante el congreso partidario de 1933. “Uno exige en cambio sacrificio y coraje, osadía, lealtad, fe y heroísmo y se presentará el sector del pueblo al que estas virtudes le sean propias.”

En este punto, la curadora aclara: “Nosotros concebimos al nacionalsocialismo como historia de una sociedad y no de un actor político”.

Imagen explosiva

 

El apoyo al líder tenía sus beneficios. La comunión entre el Führer y su pueblo se basaba también en promesas de igualdad y aumento del consumo. El nacionalsocialismo redujo drásticamente la desocupación. En una vitrina pueden verse réplicas en miniatura del escarabajo de Volkswagen, el primer “vocho” que Ferdinand Porsche lanzó al mercado alemán, en 1938, a un precio accesible para casi todos los bolsillos.

“El escarabajo de Volkswagen significó para los trabajadores de la década del treinta una vinculación con la modernidad, el consumo y las vacaciones”, resume la curadora.

La élite industrial se plegó al nazismo y luego, tras la derrota, se recicló sin demasiado sobresalto a la democracia impuesta en el oeste. “La empresa IG Farben, por ejemplo, se expandió y se benefició a través del trabajo esclavo de prisioneros de campos de concentración, como la planta de Monowitz, en Auschwitz”, dice Erpel.

Y añade: “Aquí hay un involucramiento directo con los crímenes del nacionalsocialismo.” Otros sectores que a su juicio se beneficiaron con el nazismo fueron la élite militar y “los advenedizos que vieron en el partido una plataforma de ascenso.”

La incriminación de un grueso de la sociedad alemana en los crímenes del nazismo, por convicción o conveniencia, aún despierta controversias o rechazo. Tal es el caso de la tesis del historiador estadunidense Daniel Goldhagen, para quien los ejecutores del genocidio, alemanes comunes y corrientes, estaban convencidos de que hacían lo correcto.

En su tramo final de la exposición pueden verse fragmentos de películas que van desde El gran dictador, de Charles Chaplin (1940), hasta La caída (2004), o cortos de animación que ridiculizan la figura de Hitler.

Las 45 portadas de la revista Der Spiegel, que desde el fin de la guerra y hasta la fecha han reproducido su imagen. Las colas de hasta una hora que los visitantes deben hacer para ingresar a la exposición, muestran que hasta el día de hoy Adolf Hitler es sinónimo de interés y buenas ventas. 

–¿Es Hitler todavía hoy una figura histórica tan viva que resulta muy difícil de tratar en una muestra como ésta?

–Sin duda alguna. Aún es muy explosiva.

Sin embargo, la curadora recalca que esta no es una exposición biográfica de Hitler, sino de la influencia que tuvo en la sociedad alemana desde entonces y hasta nuestros días.

“Estamos en Berlín, en la antigua y la nueva capital de Alemania, y este es prácticamente el museo nacional de los alemanes. Se presenta semejante exposición y se le recibe con mucha expectativa, y a la vez con una carga importante”, sostiene.

Y abunda: “Si la muestra fuera en México, entonces uno podría abordarla de un modo mucho menos crispado. Porque, de alguna forma, la exposición Hitler y los alemanes muestra la manera en que éstos se manejan en relación con su pasado.”

 

 

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