Cambio climático: las respuestas de las mujeres

sábado, 27 de noviembre de 2010 · 01:00

MEXICO, DF, 27 de noviembre (apro).- En su paso por Bangladesh, el ciclón de 1991 dejó más de 138 mil víctimas y la mortalidad fue cuatro veces mayor en mujeres que en hombres.

Esto no es una coincidencia: el cambio climático afecta de manera diferenciada a la mujer, afirman expertas consultadas por Apro,

Lorena Aguilar, de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), detalla que esto se debe a las desigualdades estructurales entre los géneros, así como al diferente acceso a la educación, a los recursos, a la salud y a la información.

Y es que, de acuerdo con datos de Oxfam, 69% de las mujeres de Bangladesh no sabe leer o escribir –contra 50% de los hombres--. Además, las mujeres forman 75% de las filas de las fábricas de confección y 50% del campesinado, aunque su salario es la mitad del que reciben los varones.

El caso no es exclusivo del país asiático. Esta desigualdad se presenta en todos los continentes: 70% de los pobres del mundo son mujeres, así como 64% del conjunto de analfabetas.

“Eso hace que el hombre y la mujer se enfrenten de forma diferente al cambio climático”, aclara Aguilar. “En Honduras, por ejemplo, un huracán viene a 260 kilómetros por hora y las mujeres que nunca fueron a la escuela no entienden: ¿qué son 260 kilómetros por hora?”.

Según la experta, cosas pequeñas como el que a las mujeres no se les enseñe a nadar; la inmovilidad por los vestidos tradicionales, como la burka en Afganistán o el sarí en Bangladesh; o el hecho de que en un desastre las mujeres se encuentren en el hogar y sean las encargadas de sacar a los niños, las pone en mayor riesgo.

“En muchos países musulmanes una mujer no puede salir a la calle si no está acompañada de un hombre”, especifica Aguilar. “En Bangladesh, por ejemplo, preferían quedarse en sus casas por la cuestión de la vergüenza social y morían ahogadas”.

Los desastres naturales derivados del cambio climático se dan cada vez con mayor frecuencia e intensidad. En 1975 se registraron 160 desastres en el mundo, y en el 2007 se presentaron 960. En la última década, el número de siniestros aumentó 60%, de acuerdo con el Informe Mundial de Desastres de la Cruz Roja del 2006.

Además, el número de víctimas humanas aumenta cada vez más. El Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres del Reino Unido lanzó un comunicado en octubre pasado en el que se advierte que en los próximos seis años se incrementará en 54% el número de damnificados por desastres naturales vinculados al cambio climático, llegando a 375 millones para el 2015.

Esto afecta particularmente a los sectores más vulnerables ya que, de acuerdo con Aguilar, las mujeres y los niños tienen 14 veces más posibilidades de morir en un desastre que un hombre.

Anteriormente, el debate del cambio climático se centraba en las emisiones de gas de efecto invernadero, pero a raíz de los desastres naturales, de la creciente cantidad de víctimas, el enfoque ha cambiado a un punto de vista humanístico: “Ya hay un rostro humano y de género a la cuestión de cambio climático. No es cuestión de un coral, de una palmerita, sino de las personas”, remata Aguilar.

 

Desigualdad

 

“La desigualdad de género es parte de las desigualdades sociales”, dice a Apro Carmen de la Cruz, jefa de prácticas de género de la oficina regional del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Según la funcionaria de Naciones Unidas, América Latina es el continente más desigual del mundo: la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos es muy grande y hombres y mujeres perciben y viven esa desigualdad de forma distinta.

De la Cruz explica que vivimos en un “modelo de desarrollo diferenciado” que parte de dos tipos de trabajo: el primero es el trabajo remunerado que tiene un ingreso. El segundo es el trabajo de cuidado, no tiene ingreso y se desarrolla en el ámbito privado.

“Ese trabajo es el que permite la reproducción de la vida y de los bienes”, explica.

Entre estos trabajos están el cuidado de personas, semillas, plantas, animales, así como las decisiones dentro del hogar, la preparación de la comida, el almacenamiento, la limpieza, la educación y la salud.

“Se ha atribuido este trabajo socialmente, por este modelo de desarrollo, a las mujeres”, explica De la Cruz. “Y este tipo de trabajo no tiene valor y no se le reconoce como tal, pero es fundamental.

         “Ahí está la causa de las desigualdades. Ahí está la brecha. Las relaciones económicas, políticas y sociales se construyen sobre esas relaciones de poder entre hombres y mujeres que se mantiene mediante la violencia de género”.

Por eso la desigualdad de género es también un tema de desarrollo, ya que si ese trabajo de la mujer se valorase y se redistribuyera, habría un avance en reducir esta brecha, dice la funcionaria del PNUD.

Este modelo no se resuelve sólo con la educación, ya que a pesar de que las niñas logren educarse y tener buenas calificaciones, no logran obtener empleo o se enfrentan a brechas salariales por el mismo trabajo que los hombres.

Estas desigualdades no sólo las enfrentan las mujeres de los países del Tercer Mundo. Cate Owren, de Organización de Mujeres para el Medio Ambiente y el Desarrollo (WEDO), explica a Apro que las mujeres de todo el planeta, hasta en los países del Norte, enfrentan los problemas del cambio climático.

“El huracán Katrina (en Estados Unidos) afectó especialmente a hogares dirigidos por mujeres, hogares pobres de personas de color. Todavía están en daño. Las mujeres no tienen acceso a la salud, perdieron sus hogares”, denuncia.

Y agrega: “La ola de calor en Europa del 2003 mató a más mujeres que hombres”.

Además de la desigualdad, hay otras causas estructurales que afectan a las mujeres, como la explotación. De acuerdo con Owren, su organización WEDO tiene un enfoque muy particular, ya que integra la visión de un planeta más sano con la justicia social, económica y los derechos humanos.

Opera un portal de investigación llamado “Missfortune 500”. Un estudio “único en su especie” donde documentan el impacto que las políticas corporativas ejercen en los derechos de las mujeres, sus vidas y su entorno.

“Hay ciertas mafias corporativas que violan los derechos humanos. Llegan a los países y violan tanto las leyes del país como los estándares internacionales, pero a nadie le interesa”, acusa.

Diversos estudios como el documental canadiense La corporación prueban que las empresas transnacionales someten a mujeres de poca edad a explotación laboral a la vez que contaminan de forma indiscriminada el medio ambiente.

“Las corporaciones son las que manejan la economía global. Esto explica por qué la legislación sobre el cambio climático no es rígida, porque es manejada por intereses económicos y de negocio”.

Y advierte: “Nosotros decimos ¡Espera! Es el asunto más importante de nuestro tiempo!”

 

Las mujeres se quedan

 

Las expertas cuentan a Apro que las mujeres no son sólo víctimas, sino agentes de cambio. Tienen una gran capacidad de respuesta y son las que lideran desde las comunidades, la sociedad civil y las agencias internacionales una respuesta práctica y tangible a la crisis ambiental.

Ana Lucy Bengochea es directora del Comité Garifuna de Emergencias (Groots). Para ella, uno de los peores retos a los que se enfrentan las mujeres en su país natal, Honduras, es el efecto del cambio climático en la agricultura.

“En inundaciones, terremotos, debes salir con tus bebés de tu lugar. Luego, del lugar rural a la ciudad, y eso trae pobreza, marginalización”.

Relata que las mujeres tienen que enfrentarse a la venta de sus tierras para comprar medicinas tras los desastres. Además, sufren la destrucción de sus cultivos y tierras, que son su medio para subsistir.

Pero se han logrado sobreponer, pues en Honduras ya existen cooperativas de mujeres para impulsar las semillas criollas. Incluso, han creado un modelo de banco de semillas para rescatar sus variedades autóctonas.

“Nosotros estamos diseñando cosas, desde la necesidad de las comunidades de semilla tradicionales autóctonas. Tenemos un modelo de banco de semillas que se comparte en la comunidad”, explica. “Debemos regresar a las prácticas regionales, a lo tradicional”.

En su comunidad enseñan a las mujeres y los hombres a quitar costumbres dañinas como la quema de la tierra; sin embargo, se han enfrentado a los problemas de los monopolios de los cultivos de las empresas y las semillas fabricadas en laboratorios.

Además, han tenido problemas con algunos hombres que “se van más al negocio y descuidan su patrimonio cultural” comprando semillas de laboratorio que los programas de los gobiernos venden para afectar la semilla autóctona y hacer dinero.

Su organización ha demostrado que al usar esas semillas ya no vuelve a crecer nada, no son aptas para sembrar, así que “no son buenos sistemas de desarrollo”.

“(Las agencias internacionales) están viendo que las políticas neoliberales han sido un fracaso. A parte de ahí se ha puesto atención en grupos comunitarios, grupos indígenas que pueden combatir el cambio climático y el calentamiento global”.

Otra activista, Aliti Vuniseya, asesora del Programa de Desarrollo Humano del Secretariado de la Comunidad del Pacífico, dice a Apro que el problema de la desigualdad de género es mundial y puso como ejemplo su país, las Islas Fidji.

“El problema está en nuestra cultura, donde las mujeres no existen. Estamos confinadas a la casa, (…) no hay derechos de pesca en el mar para las mujeres”.

         “Las mujeres tienen que pescar en lagunas o en ríos, los hombres están en el mar. Así, desarrollamos nuevas técnicas como el uso de redes más amplias o de buceo porque no tenemos acceso a los botes”.

Cuando el cambio climático afecta la pesca, los hombres toman los lugares en los que las mujeres trabajan y ellas deben caminar más lejos para encontrar la comida.

En su país, dice, hay una gran diferencia de acceso a los recursos, a la tecnología, y a las actividades económicas conforme el género.

Explica: “Las mujeres están luchando. La educación es la llave. Cuando la mujer aprenda a leer, pueda estudiar, entonces luchará por sus derechos”.

Según Paulette Bynoe, directora de la Escuela de Ciencias de la Tierra y Ambientales de la Universidad de Guyana, la gente en las comunidades a veces no entiende el papel de las mujeres ni su relación con el medio ambiente.

“Cuando se llega con cuestiones ambientales, las personas preguntan, ‘¿y esto, para qué me sirve?’”, dice Bynoe, y “cuando logras convencerlos, ya está dado el paso”.

Aún así, explica la académica, el tema de la conservación del medio ambiente ha estado por siglos en las comunidades. “Hay que mejorar y tomar lecciones de ellos, de las sociedades tradicionales. Ellos tienen conocimiento que compartir. Es un asunto de respeto”, dice Bynoe.

Cuando las comunidades sufren percances, las mujeres responden, actúan y se les asigna buena parte de la labor de conservación y reconstrucción, aunque no se reconoce. “Las mujeres tienen una gran capacidad de resiliencia. Los hombres migran, las mujeres se quedan, se adaptan y ofrecen soluciones”, explica.

         La experta de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza platicó con una mujer de Bangladesh después de las inundaciones. La mujer criaba gallinas antes del percance, después se adaptó y comenzó a criar patos.

“El mundo lo ve. Las mujeres peruanas tienen decenas de variedades de yuca y mandioca. En Ruanda, las mujeres tienen 60 variedades de frijol”, cuenta Aguilar.

 

Rumbo a la COP 16 

 

Aguilar denuncia que muchas organizaciones feministas limitan el tema de género a la violencia o la salud reproductiva.

Pero el tema de desarrollo y medio ambiente es igual de importante, ya que la falta de acceso –tanto a créditos como a bancos y educación-- reduce la capacidad de las mujeres no sólo para responder al cambio climático sino a mantener a sus hijos y a ellas mismas, advierte Aguilar.

Actualmente activistas como Vandana Shiva de la India (Premio al Sustento Bien Ganado) y Wangari Maathai de Kenia (Nóbel de la Paz) son reconocidas mundialmente por sus aportaciones al ecofeminismo, al desarrollo y la democracia por igual.

Igualmente, las agencias internacionales por primera vez en la historia están reuniéndose con la sociedad civil para tratar el tema de género y su vínculo con el cambio climático y la seguridad alimentaria, dijo a Apro Yianna Lambrou, de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO).

Un ejemplo es la reacción Alianza de Género Global y Clima (GGCA), una coalición de ONG y agencias de la ONU que integra a la organización de Cate Owren (WEDO), Lorena Aguilar (UICN) y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUD).

Lambrou dice que es necesario hacer políticas públicas sensibles, buscar el empoderamiento de la mujer, el acceso a recursos y una representación internacional para saber a dónde van los fondos para el medio ambiente. De esta forma, se creará un frente para llegar con una postura fortalecida ante la Cumbre sobre Cambio Climático (COP16) de Cancún.

Finalmente, durante el foro internacional “La dimensión de género en el cambio climático y la gestión integral de riesgos de desastre”, llevado a cabo en la Ciudad de México el 23 y 24 de noviembre, se presentaron propuestas tangibles para lograrlo como la Declaratoria mexicana sobre género y cambio climático.

La declaratoria fue elaborada desde la sociedad civil y representa a 26 entidades federativas y está realizada expresamente para llamar a la comunidad internacional para hacer trasversal el enfoque de género a los temas de medio ambiente, evaluar las estrategias de mitigación y adaptación al cambio climático; además de recuperar los conocimientos tradicionales y el rol de las mujeres indígenas en el mantenimiento de los ecosistemas.

Al final de la declaratoria se manifiesta lo siguiente:

“Este planeta es nuestro hogar y el de millones de especies, donde la humanidad tiene la responsabilidad de protegerlo, conservarlo y hacerlo florecer en todo su esplendor; impregnarlo de respeto y cuidado a la comunidad de la vida, en un marco de justicia social y económica, permitiendo procesos democráticos sin violencia, y promoviendo la igualdad, la armonía y la paz, que materialice la esperanza para todas las mujeres y hombres de esta Tierra y las generaciones futuras”.

 

 

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