Haití: Los hijos del hambre

lunes, 1 de febrero de 2010 · 01:00

PUERTO PRINCIPE, Haití, 1 de febrero (Proceso).- De los 3 millones de damnificados que dejó el terremoto de Haití, la mitad son niños. Miles de éstos perdieron a sus padres y al resto de sus familiares. Se encuentran heridos en hospitales sin que nadie los reclame, deambulan por calles y campamentos en busca de comida y cariño; se amontonan en orfanatos que proliferan como “tienditas de barrio”. Si antes de la tragedia ya había 380 mil huérfanos, ahora la cifra se disparó. Ante la proliferación de adopciones por parte de estadunidenses y europeos, el Unicef advierte sobre el peligro del tráfico de infantes. Sólo que en Haití los hijos se regalan para salvarlos de la muerte por hambre…

Sus camas están al aire libre, bajo un endeble plástico azul que detienen con las manos para que no se les venga encima. Con pedazos de bloques de lo que era una pared de su orfanato, los niños improvisaron escalones para alcanzar las literas de arriba. Son 40 los pequeños sobrevivientes del terremoto que habitan en este patio; cinco de ellos recién llegados la semana pasada: sus familiares los dejaron ahí para que los den en adopción y no mueran de hambre. Están por recibir dos bebés más, uno de tres meses y otro de seis meses de edad.

“Los trajeron aquí por lo mismo de siempre: porque no pueden darles de comer, no tienen dinero, no hay trabajo. Y ahora está peor que nunca”, dice el maestro voluntario Wisler Beaulieu, a un lado de la austera y desalojada Misión de Dios para los Niños Desvalidos, a cargo del pastor evangélico Aladin Calixto, quien contempla las profundas grietas en piso y paredes, antes pintadas con representaciones de Dios.

El fenómeno en esta misión se reproduce por Haití como epidemia. No pasa un par de días sin que una mano golpee la puerta de cualquier orfanato y deje a un niño con la súplica de que le aseguren otro futuro que no sea la muerte. Algunas mujeres se acercan a extranjeros para pedirles que se lleven a su hija o hijo.

Voces de alarma

La entrega de niños para la supervivencia no es un fenómeno nuevo en este país que, antes del terremoto, ya tenía 380 mil huérfanos y los orfanatos proliferaban “como las tienditas de barrio”. Oficialmente son 660, pero muchos más escapan del registro.

Ahora, con la capital del país y varias poblaciones de provincia destruidas, con escasez de comida y agua potable, falta de trabajo y de dinero, y con 3 millones de personas damnificadas (la mitad, menores de edad) y otras muchas desaparecidas, los orfanatos parecen cargar con el peso de la tragedia.

El desastre desencadenó que europeos y estadunidenses pidieran agilizar los trámites de adopción. Las embajadas apoyaron los intereses de sus ciudadanos y mandaron aviones a recoger niños, hasta que el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) lanzó la voz de alerta: también podrían estar saliendo niños robados.

En una primera llamada de auxilio, que nunca se confirmó, el organismo informó que 15 menores fueron sacados de un hospital. “Ha pasado una semana del temblor y creemos que está ocurriendo el tráfico de niños, porque siempre sucede en situaciones caóticas como éstas (…) Tenemos que pararlo y pararlo ya”, dijo a Proceso Kant Page, vocero del Unicef.

“La gente aprovecha estos momentos, ya que hay crisis y el gobierno no existe, van al aeropuerto y dicen que sí tienen los papeles legales, que ya estaban en proceso de adopción”, explica la funcionaria haitiana de ese organismo, Mireille Triebe. “Desde antes ya había mucha gente que venía acá por niños, ahora con el relajamiento del gobierno y el control de los soldados estadunidenses en el aeropuerto, que dan prioridad a ciudadanos de su país y se llevan a sus niños, hay mucha gente que se aprovecha”, dice.

No sólo corren peligro los refugiados en estos asilos. Muchos niños están heridos y extraviados en hospitales, sin un familiar que los acompañe. Otros están cobijados por familias extrañas en los campamentos de damnificados, o deambulan solos por la calle sin poder hacer filas para recibir alimentos.

Cuando el 20 de enero el Unicef dio la alerta, el primer ministro haitiano Jean-Max Bellerive informó por radio sobre el problema y decidió ser él mismo quien autorice la salida de los niños adoptados. Las radiodifusoras avisaron a la población que se mantenga alerta. Los hospitales recibieron la orden de no entregar a ningún niño a quien no demuestre parentesco, y las oficinas de migración deben revisar concienzudamente los documentos de identidad en la frontera con Santo Domingo, en el aeropuerto y en los puertos.

Como medida extrema, el Unicef concentrará a los niños sin parientes en campamentos infantiles, con restricción de ingreso para adultos. A todos se les colocará una pulsera irremovible con su identidad.

En atención a la alerta, algunos países como México suspendieron las adopciones. Otros no sólo la desdeñaron, como Estados Unidos y varios europeos, sino que obviaron los trámites. Así, la primera dama francesa Carla Bruni dio la bienvenida a 33 menores, y en su embajada en Puerto Príncipe hay otros mil 200. Un diplomático de la embajada francesa confirmó el miércoles 27 a periodistas mexicanos que los servicios de asistencia de su país evacuaron a unos 200 heridos, la mayoría niños, a Martinica y Guadalupe. Aseguró que serán devueltos al país. Informó además que 400 niños que estaban a punto de ser adoptados por familias francesas salieron con el permiso del gobierno haitiano. Supuestamente, pasada la emergencia, regresarán a terminar los trámites de adopción.

Otros 109 fueron enviados a Holanda; en Estados Unidos, 53 son esperados en Pittsburg y 80 ya están en Miami.

Aunque las embajadas de esos países dicen que han rescatado sólo a los que estaban en proceso de ser adoptados antes del desastre, organizaciones como el Unicef y Save the Children temen que entre ellos vayan niños separados de sus padres o a los que les sobreviva algún familiar que pueda hacerse cargo de ellos. Piden esperar.

La Comunidad Europea se rige bajo la ley sobre Adopción Internacional que impide que se pueda adoptar niños de países en guerra o catástrofe natural. En Haití estaban suspendidos los trámites desde 2007. Sin embargo, los ministros de Justicia de la Unión Europea estudian la posibilidad de acelerar las adopciones. Estados Unidos, además de los “trámites express”, comenzó a entregar visas humanitarias para “salvar” a infantes.

Pero el daño está hecho. “El miércoles y jueves (13 y 14 de enero) después del terremoto, no hubo personas del servicio del Ministerio de Asuntos Sociales en el aeropuerto verificando pasaportes de los niños, los vi hasta después; y la gente del servicio de la Dirección General de la Policía Judicial a cargo de los niños no está presente a diario en el aeropuerto”, dice a la reportera el comisario de policía responsable del aeropuerto, Justin Marc.

Un funcionario de la embajada estadunidense que controla el ingreso al Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture comenta a Proceso: “Hubo unos vuelos al principio con huérfanos, pero no sé mucho”.

Y explica que durante la evacuación de ciudadanos estadunidenses (hay 40 mil en Haití) se verifican los datos para ver que estén registrados los niños que los acompañan.

“Tráfico hormiga”

Un funcionario de la ONU, cuya identidad pidió no revelar, señala que el problema no está en los niños que salen por los aeropuertos, sino en el tráfico hormiga de niños en la frontera con República Dominicana, realizado por personas que se hacen pasar por parientes. “Puede argumentar que es su tío, que sus padres murieron, que sus papeles quedaron destruidos con la casa ¿cómo pruebas lo contrario?”.

Da otro dato: Haití es ruta del tráfico de droga y en el país hay más de 100 pistas de aterrizaje clandestinas que podrían ser utilizadas para traficar personas y otras mercancías.

“Lo ideal sería que esos niños llega ran con familias que les den cariño, pero muchas veces esos niños son usados para piezas: valen más sus órganos que ellos completos”, lamenta.

Por ahora, el Unicef se dio a la tarea de censar los orfanatos. Varios quedaron en escombros y sus pequeños habitantes se incorporaron a campos de refugiados o viven entre las ruinas. Y más personas –a veces los padres mismos– les siguen entregando niños.

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Nombre: Sebastián. Peso: 3 kilos. Talla: 48 cm. Edad: 3 días. Nombre de los padres: Desconocido.

El bebé duerme en un cunero en el Hospital General de Puerto Príncipe, en una tienda de campaña que hace de pabellón de pediatría.

–¿Cómo saben su nombre? –se le pregunta a Ángela Herrera, una enfermera colombiana avecindada en Miami que lo cuida como si fuera suyo.

–Nosotros le llamamos así. Llegó anoche. El historial dice que no tiene a nadie, sus papás murieron. Está sano, aunque trae cosas superficiales: está quemado por el pañal debido a que nadie se lo cambió durante días, viene deshidratado, con diarrea. Nadie le había dado cuidado, pero ahora yo me encargo de que coma cada tres horas.

La enfermera sonríe y retira pelusitas de la cabeza del recién nacido. Habla de él, de cómo lo alimenta y le canta, y de la frustración y el hambre que siente y que le provoca ganas de regresarse a Miami.

“Quiero irme para traer muchas cosas que hacen falta, porque los donantes mandaron cosas sólo para adultos y se olvidaron de los niños, y para ellos todo falta: no hay pañales ni fórmula, falta Pedialite, agujas para bebé porque todas son demasiado grandes para sus venitas y tubos para darles de comer que no les entran. Es difícil, te frustra no encontrar nada de lo que necesitan”, dice.

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Marlene Thompson, administrativa de ese maltrecho hospital, cuyo patio está lleno de heridos, dice que no recuerda cuántos niños solos estuvieron internados, pero los primeros días fueron muchos.

“Ahora sólo hay uno (Sebastián), dos días antes salieron otros dos que había, de cinco y ocho años. Le llamamos al orfanato Danitas Children, de un sacerdote, el padre Frichette, para que los recogiera”, explica la mujer encargada de los abandonados. Ella misma no sabe qué destino tendrán los pequeños.

Las restricciones a las adopciones por el escándalo del robo de menores enoja a los propietarios de los orfanatos que promocionan sus servicios a través de internet.

“En Haití, la adopción es una forma de salvar vidas”, asegura Gladys Maximine, directora del orfanato La Casa de los Ángeles que aloja a 80 niños ansiosos de tomar de la mano a los adultos que traspasan la reja.

El orfanato dañado en el terremoto se mantiene de las donaciones de los padres agradecidos por sus servicios. En su campamento se ven cajas de agua y comida. Ella está orgullosa de su “prestigio”.

El viernes 22, Proceso visitó el lugar. Los niños Tania, Policía, Daplekaina, y Nick estaban preparándose para ser recogidos por familias catalanas que habían iniciado los trámites antes del desastre. Y Maximine estaba molesta con el Unicef:

“Después del terremoto, los niños están en situación terrible. Aquí (en el orfanato) están en el cielo: tienen luz, electricidad, agua potable. En otros lugares la situación sanitaria es muy grave, pueden enfermar y morir. Y si hay mamás que quieren recibir niños, ¿por qué no darles la posibilidad de la adopción? Que se los lleven y que después regresen al papeleo, pero no esperar a los trámites para entregárselos. No sé por qué no quieren los del Unicef que los niños vayan a tener una vida mejor.”

La presión de quienes quieren ser padres adoptivos se refleja en internet. Blogs como el argentino adoptandoenhaiti recibió comentarios como este: “No entiendo: niños muertos de sed y no se pueden adoptar, por favor, en qué mundo estamos... No ven que hay millones de personas, entre las que me encuentro, dispuestos a darles una oportunidad no sólo de que vivan, que allá no la tienen, sino de que vivan bien con cariño y las cosas necesaria para una buena vida”.

Otro: “A Javier, mi esposo, y a mí nos gustaría poder adoptar un niño/a haitiano (…) No sé por dónde empezar, suponíamos que en este momento en que están pasando por esta desgracia, y habiendo tantos niños adoptables, las cosas serían más fáciles, pero veo que no. Agradecería cualquier información”.

La semana pasada, el orfanato de Maximine recibió más niños que no pueden ser cuidados por sus familias. Relata el caso de una señora que entregó a su niña porque no podía alimentarla más; ya de noche se arrepintió y pidió que se la regresaran porque no podía conciliar el sueño pensando que la niña no sabe dormir sin ella. Al día siguiente la llevó de nuevo porque no tenía comida.

“No pueden tenerlos porque no tienen dinero ni trabajo ni pueden ir al hospital si se enferman. La mamá o papá que da al niño hace un acto de amor, un sacrificio, para el niño. Pero la gente que no acepta eso no le importa el niño, al cabo si muere no es su problema”, dice.

Galletas de lodo

Maximine lo pone así: “Afuera les dan de comer galletas de lodo, hechas con tierra y agua. Cuando vienen con niños así, tenemos que tenerlos con medicamentos por seis meses para que se mejoren”.

Los pasteles de barro, las cookies, son baratas y la gente las utiliza para matar el hambre. “Hay gente que las defiende porque dan hierro a las mujeres embarazadas, pero son inaceptables. El año pasado, cuando aumentaron los precios de los alimentos, las cookies reaparecieron”, confirma Alejandro López Chicheri, un español vocero del Programa Mundial de Alimentos, organismo que antes del terremoto alimentaba a 1 millón de haitianos en riesgo de hambruna, y está por incluir otro millón.

El problema es estructural: Haití importa 60% de los alimentos que consume, cultiva poco, sufre una deforestación masiva por culpa de los hornos de carbón vegetal (sólo 3% de los bosques nativos se conservan), 80% de la gente vive con menos de un dólar al día y no tiene empleo.

Desde su campamento en Puerto Príncipe, López Chicheri señala los cerros que rodean la ciudad (cada tanto sobrevolados por helicópteros estadunidenses) y dice: “Esas colinas parecen el desierto de Kandahar (en Afganistán). No hay ningún árbol, y cada vez que vienen riadas de lodo y rocas, hay desastres y la gente vuelve a perderlo todo”.

El paisaje seco, deforestado, es dominante. Así luce la parte rural del conurbado Lila Vois, donde tres funcionarios del Unicef se dedican a censar orfanatos. En uno encuentran a 16 niños sobre el suelo comiendo un engrudo grasoso de arroz con frijol; en otros, los platos vacíos y, entre ellos, a una niña desnutrida, con los ojos hundidos, flaquísima, tendida en una lona. Han visto a niños que duermen atrás de unos muros rotos, en una tapia sin techo, en los restos de lo que era un templo.

La maestra vasca Mayi Garmendia se dirige a un grupo de amigos parado en una esquina.

–Disculpe, nosotros estamos buscando el orfanato.

Uno da una dirección, otro señala el de las monjas, y el tercero señala otro sitio.

–¡Hay un orfanato en cada esquina!, esto es como las tienditas de barrio. Sabía que había orfanatos, pero no tantos.

La falta de direcciones complica su misión de ubicar orfanatos para llevarles ayuda de emergencia, y eso desata otras complicaciones, como las que sufrió el orfanato Mesón de Lumiére, en el conflictivo barrio de Cité Soleil, que estuvo a punto de ser atacado horas después de que un camión les llevó víveres para 15 días. No sería la primera vez: durante las revueltas políticas de 2008, los orfanatos fueron saqueados.

La ONU está preocupada también porque los niños con parientes tampoco tienen asegurado el alimento, están ausentes de las filas de repartición de comida. “Los adultos pueden ir a buscar la comida y aguantar en las filas de repartición, son jóvenes, tienen fuerza, ¿pero un niño qué va a alcanzar a coger entre tanta gente? Tenemos que asegurarnos de que la comida no llegue sólo al más fuerte”, dice López Chicheri.

En muchos casos, ante la pérdida de padre y madre, los pequeños quedaron a cargo de familiares que no siempre son aptos para cuidarlos. Una de ellas es María Celia Dorcely, una anciana cansada que acampa en la Iglesia Saint Pierre y carga con un nieto de dos años vestido con overol que se aferra a ella con todas sus fuerzas. Sus otras nietas, Emanuella y Rebecca, la acompañan en la fila callejera para recibir un chequeo de médicos estadunidenses, custodiados por marines armados.

–Cuando fui a ver cómo estaban, los encontré y los saqué. Mi hijo y su esposa estaban muertos –explica la anciana.

–¿Cómo hará para mantenerlos?

–No tengo nada, sólo Dios sabe.

La preocupación de los organismos internacionales va más allá de que los niños tengan alimentos y que regresen pronto a alguna de las escuelas que quedaron en pie (153 se destruyeron): otros riesgos son una epidemia de malaria por el agua sucia, que los infantes sean obligados a prostituirse, que sufran traumas psicológicos.

En el campamento ubicado en Bon Repose, por ejemplo, los niños sobrevivientes al derrumbe de su escuela-orfanato duermen entre el gentío.

“Cuando llegamos a la escuela encontramos que todos los niños estaban llorando. Tres murieron aplastados por los bloques que les cayeron encima, varios estaban heridos. Nos llevamos unos 15 o 16. Ahora todos los niños del barrio duermen al aire libre, sobre un basurero. Van a agarrar infecciones contagiosas y están muy afectados. Hay un niño que cada vez que oye un ruido fuerte se shockea, corre, piensa que es el temblor. Otro perdió la mente”, dice Carl Thelemaque, el vecino que se encarga de encontrar comida para ellos.

Se calcula que en Haití viven 10 millones de personas, y 4 millones 100 mil son menores de 21 años. De los 3 millones de damnificados, la mitad son niños. Antes de que el terremoto generalizara el hambre, uno de cada cuatro infantes vivía con desnutrición crónica y para 6% era severa.

Este es el país latinoamericano con la mayor tasa de muertes infantiles.

“Hay muchos niños que comen pero no están bien nutridos porque se alimentan de puros carbohidratos, pura grasa, nada de proteínas. Quizá comen una vez cada tres días y lo que comen no es adecuado”, dice Mireille Triebe.

Y señala: “Regalar a un niño pasa frecuentemente desde antes de la emergencia: es difícil encontrar dinero para darles de comer. Si se hacía antes, ahora con la emergencia corren más peligro. Muchas mamás regalan a sus hijos porque no quieren que mueran con ellas, y la probabilidad de que esto pase es alta”. 

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