El gris retorno de Irak

lunes, 6 de septiembre de 2010 · 01:00

Sin conseguir los principales objetivos que Washington se propuso en Irak –no encontraron armas de destrucción masiva ni llevaron democracia y libertad a ese país–, la mayoría de los soldados estadunidenses iniciará el retorno a su país. Miles de ellos enfrentarán una nueva guerra: la de las enfermedades físicas y mentales que derivan en conflictos familiares, desempleo, inadaptación social, violencia, suicidios...

SAN DIEGO, Cal., 6 de septiembre (Proceso).- En la base militar de Camp Pendleton, en el sur de California, no cesan los preparativos para recibir a los más de 40 mil soldados que regresarán de Irak a este lugar. 

Los habitantes de Camp Pendleton se sienten orgullosos de la misión que realizaron los militares que salieron de esta base. Uno de sus regimientos fue el primero en entrar a Bagdad en marzo de 2003, cuando el entonces presidente George W. Bush ordenó la invasión a Irak con el pretexto de que el régimen de ese país poseía armas de destrucción masiva.

Los pobladores de la base militar pintan sus casas y colocan listones amarillos en los árboles de los parques. En las escuelas, los estudiantes ensayan con todo cuidado los recitales que les han enseñado sus maestros y que se presentarán conforme lleguen los combatientes. 

Pero no todo es alegría; también hay preocupación. 

En la capilla de la base, el párroco Álvaro Aro pide paciencia, comprensión y tolerancia a las esposas y esposos de los soldados que empezarán a arribar. “Recuerden que las cosas allá son mucho más difíciles de lo que creemos; nadie sabe a qué han estado expuestos”, les dice el sacerdote durante su sermón del domingo 29 de agosto. 

El párroco sabe de qué habla. Le llegan quejas y solicitudes de consejo por la violencia que se presenta en muchos hogares de los efectivos castrenses. Ocurre después de que alguno de ellos retorna del frente de guerra con los síntomas del llamado Síndrome de Estrés Post Traumático (PTSD, por sus siglas en inglés).

 El pasado 31 de agosto, el presidente Barack Obama reiteró en un mensaje a la nación que había terminado la misión militar de Estados Unidos en Irak, y que el retiro de las tropas era un hecho. Sólo quedarán 50 mil soldados para realizar labores de apoyo al ejército de ese país. El resto de los efectivos, unos 150 mil, empezarán a llegar en las próximas semanas. 

“Será entonces cuando estos veteranos enfrentarán una nueva guerra”, dice a Proceso Aaron Glantz, autor del libro The war comes home, publicado en 2009, en el que analiza el impacto de los conflictos bélicos de Irak y Afganistán en la milicia estadunidense.

Glantz se refiere a los problemas que los combatientes y sus familiares pueden enfrentar cuando retornen a casa: enfermedades físicas y mentales que derivan en conflictos familiares, desempleo, inadaptación social, violencia, homicidios, suicidios…

Tales fenómenos se añadirán a los costos humanos de la guerra. De acuerdo con el Departamento de Defensa de Estados Unidos, del 19 de marzo de 2003 al 1 de septiembre de 2010 murieron 5 mil 398 militares estadunidenses y 31 mil 929 resultaron heridos. 

Ami Neiberger-Miller, vocera de Tragedy Assitance Program for Suvivors, organización que ofrece apoyo a familiares de militares, sostiene que los efectivos que murieron en Irak dejaron 3 mil 779 niños huérfanos y 2 mil 669 viudos y viudas. Además, 10 mil 796 padres perdieron a alguno de sus hijos.

Esas son cifras elevadas para la sociedad estadunidense, pero muy bajas si se les compara con las registradas en la población iraquí, pues según la organización Iraq Body Count entre 97 mil y 106 mil civiles perdieron la vida en ese país.   

En términos económicos, la organización American Friends Service Committe (AFSC) calcula en 720 millones de dólares el costo diario de la guerra; esto es, 500 mil dólares el minuto o 262 mil 800 millones de dólares al año.

Para dar una idea del monto gastado en la guerra de Irak, AFSC estima que con ese dinero se podrían construir 6 mil 500 viviendas o financiar el seguro médico de 423 mil 529 niños cada año.

 

En las sombras 

 

Julián Martínez, originario del Distrito Federal y residente en San Diego, volvió de Irak en marzo de 2004. Sin embargo, siente que todavía está en guerra.

“Es una guerra en las sombras que nadie ve y que nadie realmente entiende. Una guerra de odio y ansiedad, que se pelea en el interior de mi mente”, dice a Proceso este joven de manos pequeñas y complexión atlética. 

Mientras recuerda su historia, se inquieta y suda.

“En las dos guerras que he estado (Irak y Afganistán), no sé dónde está el enemigo ni quién es. Allá los rebeldes te disparan una y otra vez. Luego se van y se esconden. Lo mismo pasa con el Síndrome de Estrés Post Traumático. Algunos días me siento como si el enemigo estuviera ahí, en la calle, a un lado del auto que estoy manejando; otros días me siento vigilado...”

Julián era miembro de la Primera Fuerza de Expedición, perteneciente al Primer Batallón del Segundo Regimiento de la Marina de Estados Unidos. Llegó a Irak una semana después del día “D” (23 de marzo de 2003, fecha en que inició la invasión a ese país). Cuenta que después de que él y sus compañeros cruzaron la frontera, observaron carreteras destruidas, cadáveres regados por todas partes y vehículos en llamas. Durante todo el año siguiente su compañía se encargó de brindar seguridad a las rutas de abastecimiento de Mosul. Por lo tanto, patrullaba avenidas y calles de esa ciudad. 

Julián nunca sostuvo un enfrentamiento directo con los rebeldes iraquíes. Éstos siempre lo evitaron. En cambio, era presa de disparos de francotiradores, así como de ataques con granadas, morteros y misiles. Y ello podía ocurrir en cualquier lugar y en cualquier momento: en las calles o en su campamento, durante el día o por la noche. 

“Eso nos mantenía alertas siempre, permanecíamos hipervigilantes. No sabíamos a quién dispararle o desde dónde nos disparaban. Llegamos al punto en que podíamos pensar que cualquier cosa podría ser una bomba; que cualquier cosa, en cualquier lugar, podía explotar”, cuenta.

Dice que ahora el frente de guerra está en su propia casa. Explica que el PTSD, al igual que los rebeldes iraquíes, es elusivo. “Ataca desde cualquier  ángulo. Es casi invisible. El enemigo esta ahí, pero no sabes cuándo o cómo te va a atacar, sólo sabes que lo hará”. 

En enero de 2004, unas semanas antes de que Julián regrese a casa, una explosión sacude el vehículo donde viaja. La onda expansiva lo avienta contra la puerta. Chisguetes de sangre riegan el interior de la cabina. Julián pregunta al conductor y al operador de la metralleta artillada si se encuentran bien. No obtiene respuesta. Sólo escucha el ruido de la sangre saliendo del cuello del soldado a cargo de la metralleta. Se incorpora y lo mira de frente. 

“Recuerdo el terror en su cara; lo recuerdo como si fuera ayer. Ese momento me persigue por todas partes”, confiesa.

Julián es uno de los 320 mil combatientes que, según el Pentágono, padecen el PTSD. Otros 300 mil soldados tienen Lesiones Cerebrales Traumáticas (TBI, por sus siglas en inglés).

“La gente tiene la idea errónea de que las guerras de Irak y Afganistán han sido más fáciles que la de Vietnam porque tenemos 5 mil muertos en las dos primeras y 57 mil en la segunda”, dice Glantz. 

“Pero –advierte– el hecho de que la gente esté regresando a casa no quiere decir que esté bien.” 

De acuerdo con datos del Departamento de Defensa, durante los ocho años de guerra en Irak se suicidaron 564 soldados en activo y otros 2 mil 450 lo intentaron al menos una vez. Según el portal Antiwar.org, 434 excombatientes se suicidaron entre 2003 y 2007.

De acuerdo con datos del Departamento de Defensa, el índice de suicidios entre los veteranos de Irak es cinco veces más elevado que entre los militares que participaron en la guerra del Golfo, y 11% mayor que entre los veteranos de Vietnam.

Una investigación del centro de estudios Rand Corporation, publicada en abril de 2008, afirmó que casi 20% del personal militar que regresa de Irak y Afganistán reporta depresión o PTSD. Menos de la mitad ha recibido tratamiento médico.

 

El frente interno

 

Irlona Meagher, autora del libro Moviendo a una nación para enfrentar el PTSD y el retorno de las tropas, publicado en 2009, creó un blog –ptsdcombat.blogspot.com– con información relacionada con la salud mental de los soldados estadunidenses en activo y retirados. Las cifras que ofrece son elocuentes: 

Casi 40% de las personas que se suicidaron en la marina en 2006 y 2007 ingerían medicamentos sicotrópicos, como Zoloft y Prozac, para tratar los síntomas de depresión y PTSD; casi 60% de los 948 militares que intentaron suicidarse ese año eran atendidos por los servicios médicos del ejército o de la marina. Más de 43 mil soldados fueron enviados a Irak a pesar de que se les había clasificado como “médicamente no aptos” para el combate. Cerca de 100 mil veteranos de las guerras de Irak y Afganistán han buscado atención mental.

Según los expertos, muchos excombatientes presentan, además del PTSD,  diversas lesiones cerebrales traumáticas que han contribuido a un alarmante aumento de problemas siquiátricos, entre los que destacan: ansiedad, insomnio, falta de concentración, paranoia, hiperactividad, depresión, pensamientos suicidas, inadaptabilidad social e inestabilidades laboral y familiar. 

“Las guerras en Irak y Afganistán han sido largas. Como no existe un reclutamiento obligatorio, muchos soldados han viajado a esos países en dos, tres y hasta cinco ocasiones, a diferencia de Vietnam, donde los efectivos militares tenían que combatir sólo durante un año”, recuerda Glantz. 

“A eso hay que agregarle la naturaleza del conflicto, en el que se lucha sin tener un frente definido y donde los rebeldes iraquíes se mezclan con los civiles. Eso es una fuente adicional de tensión nerviosa”, comenta.

Por si los problemas siquiátricos y las mutilaciones que padecen muchos veteranos no fueran suficientes, los recién llegados deberán enfrentar el desempleo y la escasez de instalaciones médicas en sus poblaciones.

 De acuerdo con California Food and Farming Veteran, una organización que ofrece trabajos agrícolas a veteranos de guerra, más de 250 mil de éstos, cuyas edades oscilan entre 20 y 24 años de edad, no encuentran trabajo. Mientras el índice nacional de desempleo se ubicó en julio pasado en 9.5%, entre los veteranos ese indicador alcanza 30%.

Además, unos 200 mil veteranos de todas las guerras carecen de vivienda, por lo que duermen en calles, parques y debajo de puentes.

“La guerra ha tenido un impacto desproporcionado”, asegura Glantz. “Sólo hay que verificar las zonas postales de los lugares de residencia de los veteranos para saber que provienen de los lugares donde el desempleo ha golpeado con más fuerza”.

Con ese panorama, y sin haber localizado las armas de destrucción masiva ni terminar con Al Qaeda ni capturar a Osama bin Laden, este es, sin duda, un regreso sin gloria.

 

 

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