Palestina: la resistencia cotidiana

miércoles, 12 de enero de 2011 · 01:00

“Mientras haya muro habrá Intifada”, sentencia el habitante de un campamento de refugiados. Se refiere a la muralla que Israel construye alrededor de la patria de los palestinos, a quienes no cesa de atacar: los detiene y tortura, los encarcela en condiciones infrahumanas, hace escarnio de ellos. “No podemos permanecer en silencio mientras nos matan”, afirma un veterano de la resistencia pacífica.

NABI SALEH, CISJORDANIA, 12 de enero (Proceso).- Basem Tamimi ha estado 12 veces en la cárcel y sigue siendo perseguido por el gobierno israelí. La primera vez que lo arrestaron fue después de que Isaac Rabin, Bill Clinton y Yasser Arafat firmaran los Acuerdos de Oslo, en septiembre de 1993.

“Me acusaban de haber asesinado a un colono judío. Me sacaron de mi casa a golpes y estuve en coma ocho días. Cuando desperté estaba rodeado de militares que me preguntaban quién había asesinado al colono. Me tuvieron en la cárcel 40 días. Algunas veces me torturaban. Cuando salí, en diciembre de 1993, el cuerpo de mi hermana me esperaba en casa. Ellos la asesinaron.” 

Basem Tamimi tiene 43 años pero se ve mayor. Nació en Nabi Saleh, al norte de Ramallah. Un pueblo de 400 habitantes con un alto porcentaje de mártires y presos. A lo lejos la carretera se ve como una lombriz entre un montón de casuchas en medio del desierto. 

“La resistencia popular es parte de la vida cotidiana de Nabi Saleh. Es el mejor modo de oponerse a la ocupación. Es una forma de que escuchen nuestra voz palestina. Los israelíes quieren matar nuestra esperanza con los asentamientos, el muro y su violencia”, dice.

La casa de Basem es un homenaje a la resistencia: banderas palestinas de todos los tamaños, granadas de gas lacrimógeno vacías, casquillos aplastados de M-16. Una pequeña biblioteca de insurrección, democracia y libertad. Fotos familiares y carteles que exigen la liberación de Abdallah Abu Rahmah, uno de los líderes del pueblo de Bil’in, en el sur de Palestina. 

Basem se esfuerza por explicar cómo sobrevivió al suplicio de la Intifada, esa insurrección que en los últimos 10 años se ha llevado –según la organización B’Tselem, el Centro de Información por los Derechos Humanos– a 6 mil 371 palestinos (de los que mil 317 eran menores) y a mil 83 israelíes.

“La resistencia popular es el mejor modo de detener la ocupación de Israel. Pero los periódicos de ellos sólo arrojan ponzoña sobre los palestinos: dicen que somos terroristas y que las víctimas son los judíos. No buscamos una resistencia armada pero no podemos permanecer en silencio mientras nos matan y le quitan el futuro a nuestros hijos. La libertad es la vida y la vida sin libertad no es nada.” 

Desde diciembre de 2009 todos los viernes los israelíes cierran los accesos a Nabi Saleh y libran una batalla campal contra sus habitantes. En las dos primeras semanas de noviembre hirieron a 22 personas, entre ellos a una niña de 10 años, un médico y dos periodistas palestinos.

A lo lejos se ve el asentamiento de Halamish. De acuerdo con la ONG Peace Now, en ese lugar viven 956 colonos judíos… y muchos de ellos están armados.

Para Basem los asentamientos son la cara más evidente de la ocupación. “Ellos se robaron la tierra. Son un claro mensaje de guerra, hacen trizas a la humanidad. Tienen un sentido distorsionado de la religión. Vienen aquí y nos quitan el agua y matan a las personas. No tienen humanidad”.

Una eventual interrupción en la construcción de asentamientos judíos no afectaría los barrios orientales de Jerusalén –que desde el plan de partición de 1947 se considera territorio ocupado– y retrasaría los planes de la Autoridad Nacional Palestina para exigir ante la ONU el reconocimiento como Estado. 

“Israel se sobrepone al derecho internacional. En su cabeza no existen las leyes”, dice Basem con un halo de resignación. “Nosotros ya no queremos la tierra, queremos nuestra libertad. Ellos (los militares) controlan nuestra vida. Ellos –dice señalando hacía el asentamiento– no se irán nunca”.

En Nabi Saleh los niños usan máscaras antigás hasta en sus casas. Por eso Basem tiene los ojos irritados. “Ésta es la última oportunidad para que Mahmoud Abbas negocie con Israel. Para destruir necesitas la guerra. Para la paz necesitas la resistencia y la protesta”.

 

Abusos

El pasado 10 de noviembre, el ministro palestino de Asuntos de Prisioneros, Issa Qaraqe, dio a conocer el caso de dos niños de 13 años torturados en el centro de detención de Petah Tikva, en Israel.

Muhammad Tare Abdul Latif Mukhaimar y Muhammad Nasser Ali Radwan fueron capturados en julio en la provincia de Beit Ur Al-Tahta. Los atraparon en la autopista 443, un camino exclusivo para judíos. Los militares que los aprehendieron los tiraron al suelo y los golpearon con las culatas de los M-16. Les vendaron los ojos y los llevaron al centro de detención en Israel. 

En Petah Kitva los encerraron desnudos en un baño donde el aire acondicionado estaba encendido. “Lo más terrible fue cuando uno de los soldados meó sobre nosotros y grabó todo en video”, dijo Mukhaimar.

Después fueron trasladados al centro de detención del asentamiento de Binyamin, donde fueron interrogados de las 10 de la noche a las tres de la mañana. Más tarde los pusieron bajo “custodia preventiva” en la cárcel de Remonim durante tres meses.

Un estudio –basado en testimonios de 121 palestinos– dado a conocer en noviembre pasado por las ONG B’Tselem y HaMoked revela que “las violaciones a los derechos humanos comienzan desde el momento de la detención y continúan durante toda la estancia en las prisiones”.

Apunta: “Las violaciones incluyen crueles condiciones de aislamiento en las celdas, donde la higiene es vergonzosa (…) El uso de cualquiera de estos medios constituye un trato cruel, inhumano y degradante. Todos están prohibidos en virtud del derecho internacional y el derecho de Israel”.

Desde 2001 los palestinos interrogados por agentes de Israel han presentado 645 denuncias ante el Ministerio de Justicia. Hasta ahora ninguna demanda ha resultado en acciones penales. 

Israel reconoció que pese a que el uso de la violencia en las detenciones está prohibido, “la práctica sigue siendo frecuente y parece que los soldados reciben mensajes contradictorios de sus comandantes”. Y justifican las detenciones como “una acción necesaria para acabar con los actos de terrorismo”. 

La tesis de Israel es que los tiradores de piedras (o tirapiedras, como llaman a los adolescentes de la Intifada) son un ícono de la insurgencia y la resistencia popular. Para ellos lanzar piedras es un acto patriótico. Para los judíos es un acto de vandalismo, cobardía y, además, una incitación al terror. 

 

Intifada interminable 

Para Ali es muy aburrido escuchar de las negociaciones de paz entre Israel y Palestina. Para él lo único que vale la pena es preparar café en una olla oxidada y fumar Gauloises. Desde hace cinco años vive en un campamento improvisado junto al muro que divide Jerusalén de Ramallah.

Ali tiene 24 años y estudia agricultura en la universidad de Birzeit. Se asume como un desempleado y vende madera para sobrevivir. Por una tonelada gana el equivalente a 2 mil pesos. No tiene agua ni electricidad. Su sala está hecha con desvencijados asientos de automóvil.

Entre Israel y Cisjordania se alza un muro de hormigón de ocho metros con torres de vigilancia, puertas especiales y cercas electrificadas. Cuando lo terminen de construir tendrá 700 kilómetros de largo, cinco veces más que el Muro de Berlín. No está diseñado para ser desmontado.

Un informe del Comité Israelí Contra la Demolición de Casas (ICAHD, por sus siglas en inglés) encierra la vida de Ali en el concepto de warehousing (almacenamiento), término que se aplica a los millones de “reclusos” que han quedado “encerrados” detrás de los muros de concreto. 

Según el ICAHD, Israel no sólo separa a la población sino que construye un muro alrededor de la pobreza palestina. Pero los israelíes disfrazan sus acciones en nombre de la “guerra contra el terrorismo” en la que los palestinos “no son más que un frente en una batalla moral contra las ‘fuerzas del mal’”.

Y puntualiza: “El warehousing es peor que un apartheid. El muro también tiene una advertencia fundamental: a los trabajadores palestinos no se les permitirá entrar a Israel”.

Ali habla caóticamente, como si varias ideas se le enredaran en la lengua: “Hace 10 años, en la segunda Intifada, los militares me disparaban sin razón. Los militares palestinos sólo defendían a los ricos. Mira, yo no estoy con Hamas ni con Al-Fatah (las dos organizaciones que se disputan el liderazgo palestino). Yo trabajo aquí, sólo quiero vivir y completar mis estudios”.

Aunque los judíos maquillen su lado del muro con la leyenda “estamos en paz”, por el otro hay una compulsiva tendencia a contradecirlos: “Israel, ¿así quieres ser recordado?”, “detengan la limpieza étnica”, “Palestina libre”, “nosotros podemos volar con las alas que ustedes no pueden tocar”, “dejen de matar a mis hijos, mis hermanos, mi marido, mis padres”.

Ali se palmea los muslos con hartazgo. “Mientras el muro siga ahí, la Intifada no va a terminar”.

 

 

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