La fractura

miércoles, 26 de enero de 2011 · 01:00



PARÍS.- Intelectuales y novelistas del mundo árabe analizan el origen y el impacto de la llamada “Revolución del Jazmín”, que agarró a todo mundo desprevenido, y lanzan preguntas sobre lo que puede suceder en las semanas venideras.

Proceso reproduce a continuación las reflexiones del escritor marroquí Abdellah Taia; del sociólogo de origen iraní Farhad Khosrokhavar, director de investigación en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS, por sus siglas en francés), y del escritor y periodista cultural franco-tunecino Abdelwahab Meddeb, catedrático de literatura comparada en la Universidad de París XI. 

Los tres publicaron sus respectivos artículos el martes 18 de enero. Los dos primeros en el vespertino Le Monde y el tercero en el diario Liberation.

 

Abdellah Taia: el vacío

 

“La revolución que se realiza en este momento en Túnez es un milagro inesperado, y las protestas que sacuden hoy a Argelia deben ser tomadas en serio.

“Hace demasiado tiempo que se dice que el pueblo árabe está totalmente dormido, sometido e incapaz de gritar. Se dice que en casi todos los países árabes el poder logró amordazar a todo movimiento político contestatario. La izquierda ya casi no existe. Se impuso un inmenso vacío político, ideológico e intelectual que se convirtió en el único espacio de vida y muerte para los ciudadanos.

“Sin duda alguna todo es cierto. Todo eso resume bastante bien el desprecio con el que el pueblo árabe fue tratado por sus dirigentes durante las últimas cinco décadas. Se hizo todo para que el árabe no se cultive, no reflexione, no se sienta involucrado en los sucesos del país en el que vive, en los problemas de la sociedad donde evoluciona. Peor aún: todo se hizo para obligarlo a refugiarse en una visión muy radical y medieval del Islam. Todo el mundo necesita dar sentido a su vida. Para algunos árabes el islamismo ha sido la única vía posible. No se les ha dejado otra.

“El vacío ha sido total en el mundo árabe. Tengo 37 años. Sé de qué estoy hablando. Yo también vengo de ese vacío. Como novelista y como individuo, escribo a partir de ese vacío. Parto de esa imposibilidad de existir sin agachar la cabeza.

“La fractura entre el pueblo árabe y sus dirigentes es bien real. Los ricos ligados directamente al poder siguen comportándose como si vivieran en otra parte del mundo, quizás en Suiza, donde todos tienen cuentas bancarias que llenaron robando al país en forma descarada. La cultura que podría dar sentido a la existencia también es el privilegio de quienes tienen medios económicos.  

“Los intelectuales árabes acabaron por abandonar al pueblo. Salvo algunos valientes defensores de los derechos humanos, pocos son los que se atrevieron a dar la alarma, pocos hicieron su trabajo al lado de la gente, y no en otra esfera, en otro planeta. Es triste reconocerlo, pero aún hoy estos intelectuales tratan a sus conciudadanos con desdén, con desprecio. Prefieren hablar de Marcel Proust, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Albert Camus en lugar de ayudar a los árabes a cambiar la imagen que tienen de sí mismos, a reconstruir su dignidad, a levantarse para existir por sí mismos, a manifestarse, a gritar.

“Es en este marco que se debe analizar lo que pasa actualmente en Túnez y en Argelia. El pueblo que se expresa hoy, que desafía todo lo que se le había prohibido, que ya no puede más, surge en gran parte de ese vacío en el que se le mantuvo adrede. Si hoy grita, si por fin manifiesta, si se atreve a retar al poder y a los ricos, si sale valientemente a la calle, es porque ya no tiene nada que perder. La muerte y el poder ya no lo asustan. Ese árabe siempre humillado al que se le prohíbe vivir se está levantado ante nuestros ojos. Estaba muerto. Resucita milagrosamente (…)

“Ante un Occidente obsesionado por los islamistas convertidos en expertos en comunicación internacional, el pueblo árabe se quedó olvidado. Hoy está de regreso. Intenta tomar la palabra (…)

“Ya ha llegado el tiempo de ver a los árabes en forma distinta. Ya es tiempo de dejar de equipararlos a todos como peligrosos islamistas o de verlos como personas gentiles y hospitalarias que se sonríen cuando masas de turistas visitan sus países. Ya es tiempo de dejar de cegarse. Los árabes, como cualquier otro pueblo, necesitan libertad. Y cuando brotan chispas democráticas, Occidente debe apoyar al pueblo, y no a sus dirigentes que pretenden defender el mundo occidental contra la amenaza islamista.” 

 

Farhad Khosrokhavar: “círculo vicioso” 

 

“El movimiento que acabó con la dictadura de Ben Alí estaba poco estructurado y fue totalmente imprevisible. Sólo lo unía el inmenso hastío que sufría gran parte de la población tunecina.

“Empezó como una rebelión por hambre o, como se dice en el mundo árabe, como ‘una rebelión por el pan’: un joven bachiller se suicida porque la policía destruye su puesto de venta en una ciudad pequeña, ubicada a 260 kilómetros de la capital, en una zona del interior del país muy pobre y alejada de las costas turísticas. Varios factores explican que el movimiento de protestas se haya extendido a todo el país. En primer lugar destaca la fragilidad de la dictadura tunecina.

“Envejecido y poco motivado, incapaz de seguir entendiendo a la sociedad de su país y a sus nuevas clases dirigentes, Ben Alí, cuya familia dominaba Túnez, no se mostró muy dispuesto a defenderse. Al igual que un castillo de cartas, su poder, considerado como temible, sólido y estable, se derrumbó en menos de un mes. 

“En el plano económico, el régimen de Ben Alí fue un poco más exitoso que los de Argelia o Egipto, pero su problema consistió en que no comprendió a la nueva sociedad tunecina que se estaba constituyendo ni el sentimiento de injusticia que crecía en el seno de la población indignada por la brecha de clases, que se convirtió en las dos últimas décadas en abismo entre una pequeña élite privilegiada y un pueblo al borde de la desesperación, excluido y sin recursos.

“También desempeñaron un papel importante los estragos causados por un sistema de represión e intimidación que destacaba como uno de los más espantosos y temidos del mundo árabe, así como por un sistema de corrupción familiar que sólo se podía comparar con el que existe en Egipto o en la alta cúpula militar argelina (…)

“Se quiera o no reconocerlo, la caída de Ben Alí desestabiliza a otros gobiernos árabes autocráticos de la región, como los de Egipto, Argelia, Jordania y quizás en cierta medida el de Marruecos. Todos estos regímenes padecen de un enorme déficit de legitimidad; todos están basados en una visión antidemocrática de la sociedad; todos se alimentan, a distintos niveles, de la corrupción y de la concentración abusiva del poder en manos de una persona o de un grupo restringido de militares. Todos cuentan con el apoyo directo o indirecto de Occidente, asustado por el islamismo radical que blanden como espantapájaros. Círculo vicioso: este mismo islamismo radical se consolida denunciando la “podredumbre” de tales regímenes.

“Los puntos a favor del movimiento tunecino y del que se desarrolla en Argelia son, paradójicamente, su poca organización, su carácter difuso y su total imprevisibilidad; aunque internet ayuda a difundir las imágenes de la represión fuera del país, su fuerza principal radica en la putrefacción de los poderes políticos que ya no tienen nada que proponer al pueblo ni tampoco a sus propios partidarios.

“En cuanto a los países occidentales, ya sería tiempo de que tomaran una decisión fundamental: o siguen apoyando a dictaduras cada vez más en vías de degradación, o respetan la aspiración de una parte creciente de la población del mundo árabe que busca dotarse de poderes pluralistas y abiertos.

“Los tunecinos que pertenecen a la sociedad más secular de todo el norte de África no parecen atraídos por el islamismo político. A pesar de una oposición política decapitada, una visión democrática puede guiar al conjunto de los partidarios de la estabilidad y abrir el camino a un gobierno de unidad nacional representativo de toda la sociedad. Pero sigue habiendo muchos obstáculos. El descrédito que pesa sobre el sistema político puede volver difícil la creación de un poder digno de confianza.”

 

Abdelwahab Meddeb: paisaje devastado

 

“La Constitución tunecina ha sido maltratada y desfigurada, primero por Habib Bourguiba (padre de la independencia y primer jefe de gobierno de Túnez independiente), cuando creó la presidencia vitalicia; luego, por Ben Alí. A pesar de todo, el núcleo de ese texto, elaborado en 1957, debe preservarse porque afirma puntos esenciales: el laicismo y la igualdad de todos los ciudadanos, cualquiera que sea su sexo, religión y etnia. En nuestra Constitución no hay huella alguna de la Charia, no existe ninguna referencia a la ley islámica como inspiradora del derecho, a diferencia de lo que pasa en numerosos países árabes-musulmanes. Es preciso limpiar ese texto de todo lo que lo desvirtúa. Una nueva Constitución no se puede elaborar en la precipitación. Sólo se aprobará después de un gran debate nacional, que puede durar años pero que será el único medio para fertilizar el desierto del espacio público dejado por Ben Alí.

“Se habla hoy en Túnez de un gobierno de salvación nacional con un vocabulario que recuerda un poco al de la Revolución Francesa. Pero la oposición –tanto la oposición legal representada en el seudoparlamento del régimen como la de los partidos clandestinos– tiene un nivel muy bajo. Contrasta con la calidad de los oponentes que salen directamente de la sociedad civil y que se involucraron en distintos movimientos: militantes sindicales de la Unión General de los Trabajadores Tunecinos (UGTT), asociaciones de abogados, defensores de los derechos humanos. Existe una verdadera contradicción entre esas dos caras de la oposición, tanto más cuanto ese movimiento sin precedente no ha generado aún el personaje carismático que podría encarnarlo.

“Estamos ante un paisaje político devastado. La situación recuerda la de Europa oriental en el momento del derrumbe del comunismo. La figura de Mohamed Bouazizi (quien se inmoló el pasado 17 de diciembre en la ciudad de Sidi Bouzid) es similar a la del joven checoslovaco Jan Palach, quien se quemó para protestar contra la invasión soviética a su país en agosto de 1968. Pero si tenemos a nuestro Jan Palach, nos falta nuestro Vaclav Havel o nuestro Lech Walesa (…)

“En cuanto a los islamistas, hay que reconocer que no desempeñaron papel alguno en el movimiento que derrumbó a la dictadura de Ben Alí. Nadie los vio en las protestas populares de Sidi Bouzid, el punto de partida de la revuelta, y tampoco aparecieron en las calles cuando las clases medias educadas y francófonas se integraron a las protestas. Sólo los reportajes en vivo de Al Jazeera les dan sistemáticamente la palabra. Eso quizás podría ayudarlos a volver al escenario político. La inquietud al respecto es palpable entre los jóvenes de la blogósfera que fueron los primeros en lanzarse a la batalla.

“No creo, sin embargo, que haya que espantarse demasiado. El rechazo al islamismo radical es fuerte en numerosos sectores de la sociedad tunecina. De todos modos ese problema no se resuelve con prohibiciones ni con la violencia de un Estado policiaco, sino con el diálogo democrático, la confrontación de ideas. Sólo si siguen utilizando las armas y bregan a favor de la violencia habrá que tratarlos como sediciosos. Espero que los islamistas tunecinos puedan evolucionar como lo hicieron los de Turquía. A pesar de sus ambigüedades, el Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), que se halla en el poder, acabó por aceptar la democracia. 

“Antes, lo confieso, yo era un integrista laico. Evolucioné al entender que no pueden imponerse la laicidad y la democracia desde arriba y por la fuerza. La libertad es un derecho natural.”

 

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