Túnez: Y de repente... la rebelión
Los jóvenes tunecinos fueron actores fundamentales en la llamada “Revolución del Jazmín”, que derivó en la caída del dictador Zine al Abidine Ben Ali. No sólo protagonizaron las movilizaciones masivas; también echaron mano de la tecnología –celulares e internet– para denunciar atropellos, organizarse y reflexionar sobre la situación de su país. Desconfiados de la clase política, se mantienen atentos para que ésta no les robe una victoria histórica: se trata de la primera revolución en un país árabe que hasta el momento rehúye del extremismo religioso y abraza los valores de la democracia y la libertad.
PARÍS, 26 de enero (Proceso).- El pasado 11 de enero Sami Ben Hassine publicó un texto en nawaat.org, un blog colectivo tunecino que ha jugado un papel importante en la llamada “Revolución del Jazmín”.
Sami, joven de la clase media tunecina, es representativo de la “generación Ben Ali”: nació hace 23 años, en 1987, cuando el dictador Zine al Abidine Ben Ali tomó el poder.
El cibernauta escribió:
Pertenezco a la nueva generación que vivió en Túnez bajo el reino absoluto de Ben Ali. En el liceo y en el colegio siempre uno tiene miedo de hablar de política. Hay soplones por doquier. Nadie se atreve a discutir en público. Todo el mundo desconfía. Tu vecino, tu amigo, el tendero de la esquina es un soplón de Ben Ali. ¿Acaso quieres que la policía te lleve por la fuerza a un lugar secreto a las cuatro de la mañana? Crecemos aterrados por la idea de comprometernos. Estudiamos. Salimos por la noche. No nos preocupamos de la política.
Poco a poco nos empezamos a enterar de los chanchullos de la “familia real” y de historias sobre tal o cual familiar de Leila (Trabelsi, segunda esposa de Ben Ali): uno tomó el control de tal industria, otro se apoderó de terrenos ajenos, un tercero hace negocios con la mafia italiana. Todo el mundo está al tanto. Pero nadie actúa. Seguimos estudiando (…)
Vivimos. No vivimos. Pensamos que vivimos. Tenemos ganas de creer que todo anda bien, ya que pertenecemos a la clase media. Pero sabemos que los cafés están llenos sólo porque son el refugio de los desempleados que pasan el día hablando de futbol. Los policías tienen miedo cuando se les dice que uno pertenece a la familia de Ben Ali. En seguida todas las puertas se abren, los hoteles ofrecen sus mejores habitaciones, los estacionamientos son gratuitos, las reglas de tránsito ya no existen. Túnez es un gigantesco terreno de juego virtual. Los que están en el poder no corren riesgo alguno; pueden hacer todo lo que se les antoja: las leyes son sus títeres.
Internet está bloqueado. Las páginas censuradas aparecen como inaccesibles, como si nunca hubieran existido. En los centros escolares los alumnos intercambian sus proxy (servidores de internet que permiten acceder a páginas web desde otros países). Una pregunta se vuelve obsesiva: ¿Tienes un proxy que sirva?
Túnez. Corrupción. Mordidas. Ganas de irse de aquí. Solicitud de beca para estudiar en Francia o Canadá. Dejarlo todo. Somos cobardes y lo asumimos. Dejamos el país a los que lo gobiernan.
Vamos a Francia. Nos olvidamos un poco de Túnez. Volvemos para las vacaciones. ¿Túnez? Playas de Sousse o de Hammamet, centros nocturnos. Restaurantes. ¿Túnez? Un gigantesco balneario.
Y de repente WikiLeaks revela lo que todo el mundo sabe (sobre el régimen de Ben Ali).
Y de repente un joven se quema vivo.
Y de repente se mata a 20 tunecinos en un solo día.
Y por vez primera todo esto nos parece motivo suficiente para rebelarnos, para vengarnos de esa familia real que se apoderó de todo, para aniquilar el orden establecido, que fue el que imperó durante toda nuestra juventud.
Una juventud educada que está hasta la coronilla y que se apresta a destruir todos los símbolos de ese Túnez arcaico, autocrático.
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La vida de Mohamed Bouazizi cambió radicalmente con la muerte de su padre. Convertido en único sostén de su familia, abandonó sus estudios. Pidió ayuda al Colectivo de Estudiantes Desempleados. En vano. No consiguió trabajo. Acabó vendiendo frutas y legumbres en las calles de su ciudad: Sidi Bouzid, al sur de Túnez. No tenía licencia para hacerlo.
Sufrió el hostigamiento de policías y empleados municipales. El 17 de diciembre le confiscaron su mercancía. Mohamed fue al Gouvernorat (sede administrativa de la región) para quejarse. Los empleados lo rechazaron. Compró gasolina. Volvió al edificio del Gouvernorat, se empapó con el combustible y prendió un cerillo. Murió el 4 de enero en el hospital Ben Arous de la capital. Tenía 26 años.
Houcine Neji también vivía en Sidi Bouzid. Tenía 24 años y era desempleado. El 22 de diciembre participó en una manifestación de repudio por la muerte de Bouazizi. De pronto se subió a un poste eléctrico para protestar a gritos contra el desempleo y la miseria. Tocó cables de alta tensión y cayó electrocutado.
Ayub Alhammi sólo tenía 17 años. Intentaba organizar un mitin en solidaridad con las revueltas de Sidi Bouzid en el Instituto Al Wafa, donde estudiaba. Su iniciativa indignó a las autoridades de la escuela. Lo expulsaron. Al igual que Bouazizi, Alhammi fue a comprar gasolina, regresó a su centro de estudios y se inmoló.
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Slim Amamou fue detenido por la policía el pasado 6 de enero. Los servicios de inteligencia lo acusaron de “destrucción de páginas webs oficiales”. En realidad, Slim404, su seudónimo de blogista, sólo había mencionado el ataque cibernético lanzado contra sitios gubernamentales por Anonymouse, grupo internacional de hackers que, en solidaridad con WikiLeaks, bloqueó en diciembre pasado el acceso a sitios de pago por internet hostiles a Julian Assange. A finales de ese mes, Anonymouse desató el Operativo Tunisia, que paralizó, sin destruirlos, ocho sitios gubernamentales tunecinos, entre ellos el de la presidencia.
Amamou fue liberado una semana después, el 13 de enero. Se mostró parco sobre su detención. Aseguró que no había sufrido torturas físicas. Sólo habló de presiones psicológicas. El 18 de enero asumió el cargo de secretario de Estado para la Juventud y Deportes en el muy caótico y controvertido gobierno de transición tunecino.
Amamou es uno de los ciberdisidentes más influyentes de Túnez. Tiene 33 años y era la pesadilla de los servicios de inteligencia de Ben Ali, que buscaban amordazarlo a como diera lugar. El pasado mes de marzo denunció públicamente los ataques perpetrados por la policía cibernética contra cuentas de correos electrónicos de numerosos internautas. Dos meses después, el 22 de mayo, día de la movilización internacional contra la censura en internet, organizó una manifestación en Túnez junto con activistas del movimiento ciudadano pacifista Nhar 3la 3ammar.
Al enterarse del suicidio de Mohamed Bouazizi y de las repercusiones que tenía en la región de Sidi Bouzid, divulgó en la red imágenes de la represión policiaca tomadas por teléfonos celulares en los lugares de los hechos. No tardó en convertirse en elemento clave de la rebeldía juvenil tunecina.
Su detención fue todo un acontecimiento en la blogósfera, no solamente porque es un personaje reconocido en el cibermundo, sino porque logró prender la función de geolocalización de su celular. Los internautas pudieron así seguir su pista y darse cuenta de que sus captores lo tenían encerrado en los sótanos del Ministerio del Interior… Fue una detención on line.
Antes de su arresto, lucía cabellos largos y rizados. El pasado 18 de enero, cuando se incorporó al gobierno provisional, apareció rapado. Precisó que los policías que lo habían mantenido incomunicado durante una semana eran responsables de su nuevo look.
Amamou, quien dirige una pequeña empresa de asesoría electrónica llamada Alixsys, se dice apolítico y sólo reivindica su pertenencia al Partido Pirata Tunecino, afiliado a la red internacional de partidos piratas cuyo único objetivo es defender la libertad total en internet.
No renunció a su cargo de secretario de Estado para la Juventud y Deportes después de que cuatro ministros, miembros de partidos de oposición a Ben Ali, se retiraron del gabinete. En entrevistas televisivas explicó que el exprimer ministro Mohamed Ghannouchi le había propuesto entrar al gabinete media hora antes de presentar el nuevo gobierno a la prensa.
No parece perturbar a Amamou el hecho de que los tunecinos rechacen ese gobierno. “Quiero que se oiga la voz del pueblo de internet”, insistió. “Renunciaré si no lo puedo hacer y no porque los demás renuncian”, enfatizó.
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Tunisian Girl es el seudónimo cibernético de Lina Ben Mhemi, una bloguista de armas tomar que decidió reportear en zonas de conflicto y denunció tanto en su blog como en Twitter los abusos de las fuerzas policiacas. Las fotos que tomó de cinco manifestantes muertos en Regueb, ciudad ubicada cerca de Sidi Bouzid, dieron la vuelta a la blogósfera.
Lina fue también la primera en dar a conocer la detención de Slim Amamou, capturado por la policía con otros dos blogistas: Aziz Ammami y Hammadi Kaloutchka. Gracias a su página en Facebook sus reportajes tienen cada vez más audiencia.
Lo mismo pasa con nawaat.org, un blog colectivo que reúne abundante información sobre lo que pasa en todo el país.
Sami Ben Hassine, Mohamed Bouazizi, Houcine Neji, Ayub Alhammi, Slim Amamou y Lina Ben Mehmi son sólo seis jóvenes entre miles que tomaron su destino entre sus manos. Junto con los militantes de la poderosa Unión General de los Trabajadores de Túnez (UGTT) fueron el motor de esa “Revolución del Jazmín” que acabó con el régimen de Ben Ali y busca sentar las bases de un sistema democrático.
No hay que asombrarse por la presencia masiva de los jóvenes en las protestas. La edad promedio en ese país de 11 millones de habitantes es de 30 años y los jóvenes de entre 15 y 29 años son los más afectados por el desempleo, cualquiera que sea su nivel de educación. Representan 72% de los que no encuentran trabajo.
Tres de ellos tomaron acciones radicales y murieron. Los demás se lanzaron a la acción física en las calles y actuaron tecnológicamente con sus teléfonos celulares, sus computadoras personales o las de los cibercafés, para escribir sus blogs, moverse en redes sociales, como Facebook o Twitter, y acudir a los sitios de intercambio de información, como YouTube o Dailymotion. Inundaron la web con minivideos tomados en las manifestaciones del país, en los enfrentamientos con la policía, en los hospitales donde yacían heridos… Acabaron por rebasar el control de los censores de Ben Ali.
Más de 2 millones de tunecinos tienen una página personal en Facebook. Es un récord en el norte de África. Según el nawaat.org, la dictadura disponía de un cuerpo policiaco cibernético de 600 expertos que se dedicaban a hostigar y saquear las páginas más críticas. Las pirateaban y las saturaban con propaganda pro gubernamental. El régimen actuó sin piedad con los pioneros de la resistencia cibernética que crearon en 1998 la página Takriz. Fueron perseguidos y encarcelados. No se dieron por vencidos y sirvieron de ejemplo.
Los cibernautas juegan actualmente un papel importante en “la defensa de la Revolución del Jazmín”. Animan a los tunecinos a organizar comités de vigilancia para protegerse contra los “benalistas”, arman foros de discusión sobre los cambios democráticos que urge realizar en Túnez, debaten sobre la mejor manera de desmantelar el sistema de Ben Ali, cuestionan la composición del gobierno de transición, se citan para nuevas manifestaciones callejeras.
No bajan la guardia. Están alertas. Desconfían de casi toda la clase política de su país. Saben que está al acecho y dispuesta a robarles su victoria. l