WASHINGTON, (apro).- Con la destrucción la semana pasada de la última gigantesca B53, la bomba estrella de los arsenales de Estados Unidos durante los años de la Guerra Fría, las autoridades de este país celebraron “un hito significativo” en la marcha hacia un mundo con menos cabezas atómicas, aunque el Pentágono sigue contando con numerosas armas nucleares apuntando hacia el viejo enemigo, Rusia, y en depósitos que actúan como disuasivo para los más nuevos, como Corea del Norte o Irán.
Las partes explosivas de la B53, del tamaño de una “minivan” y de más de 450 kilos de peso, fueron destruidas en algún lugar del desierto, mientras que el resto fue desmantelado con distintas tecnologías en la planta Pantex, en los alrededores de Amarillo, en Texas, la única capaz de este tipo de labores.
“El desmantelamiento de la bomba B53, el arma más antigua en los arsenales estadunidenses y una de las más grandes de nuestra historia, es un logro que hará al mundo más seguro”, dijo durante una ceremonia el subsecretario de Energía, Daniel Poneman.
Según la Administración Nacional de Seguridad Nuclear (NNSA, por sus siglas en inglés), el desmantelamiento “de la última B53 asegura que el sistema no será nunca más parte de las reservas nucleares” del país.
La B53 entró a los arsenales del Pentágono en 1962 y sirvió como “disuasivo” hasta 1997, cuando se descontinuó, indicó la NNSA. Se trataba de una enorme bomba capaz de penetrar los bunkers donde la inteligencia estadunidense sospechaba que se refugiarían los líderes soviéticos en caso de un conflicto con Washington. Se estima que era capaz de desatar la furia nuclear de nueve megatones de energía, una potencia equivalente a 600 veces la que sacudió la ciudad japonesa de Hiroshima en 1945, a finales de la Segunda Guerra Mundial.
Este tipo de bombas se destacaban “entre los monstruos fabricados por Estados Unidos en el medio de la Guerra Fría”, comentó el escritor Richard Rhodes, investigador de la historia de las armas atómicas y ganador del premio Pulitzer. Fueron creadas “cuando el general Curtis LeMay conducía el Comando Estratégico del Aire y quería las bombas más grandes posibles a bordo de los aviones B52 y su concepto global era, esencialmente, borrar a Rusia del mapa, y a China también”, añadió.
En contraste, “desarmar de manera segura los excesos de armas nucleares es un paso clave en el camino para alcanzar la visión del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de un mundo sin armas nucleares”, dijo el subsecretario Poneman.
Obama “cambió de manera fundamental el impulso y el tono de la política nuclear de Estados Unidos en comparación con la de su predecesor, George W. Bush”, coincidió Hans Kristensen, director del Proyecto de Información Nuclear de los Científicos Americanos (FAS, por sus siglas en inglés).
En un intercambio de correos electrónicos con Apro, Kristensen aclaró que, “si bien está empujando en favor de recortes más profundos y en más categorías de armas, Obama no es una ‘paloma’ y se comprometió a proveer significativos fondos adicionales para modernizar las remanentes armas nucleares y el complejo industrial de su producción”, indicó.
La política de la Casa Blanca en este terreno está delineada en el documento Revisión de la Postura Nuclear. Se trata de un informe que el Pentágono difunde cada año desde 2002. En su edición del año pasado, el reporte presentó la “visión” de Obama que, en efecto, apunta a una reducción del armamento nuclear, pero con reservas.
Por ejemplo, Obama dejó de lado el plan de Bush de seguir con la construcción de pesadas bombas que tienen por objetivo penetrar bunkers en territorio enemigo.
El informe de abril del 2010 estableció los “cinco objetivos clave” del sistema de defensa estadunidense en materia atómica, empezando por “prevenir la proliferación y el terrorismo nuclear” y “reducir el papel de las armas atómicas en la estrategia para la seguridad nacional de Estados Unidos”. También se propuso “mantener un poder disuasivo y estabilidad con unos niveles de fuerza nuclear reducidos”, además de “fortalecer el disuasivo regional y darle confianza a los aliados y socios” y, finalmente, “mantener un arsenal nuclear seguro y efectivo”.
En este marco de transformación se entiende la simbólica destrucción de la última B53, desarrollada al mismo tiempo que estallaba la crisis de los misiles en Cuba. Es que muchas cosas cambiaron desde aquellos años de la B53, en especial la caída del comunismo y la desaparición de la Unión Soviética, el “enemigo número uno” de Estados Unidos durante décadas.
“Desde entonces, la idea de utilizar armas nucleares prácticamente desapareció de la política militar estadounidense”, explicó durante una conversación telefónica con Apro el experto Daryl Kimball, director ejecutivo de la Asociación de Control de Armas (ACA), que tiene su base en Washington. “Actualmente, el propósito fundamental del arsenal nuclear estadunidense es disuadir cualquier ataque nuclear contra Estados Unidos o sus aliados”, añadió Kimball. “En este momento, existe una cantidad muy limitada de circunstancias en las cuales la Casa Blanca podría considerar utilizar armas nucleares”.
Para empezar, Kimball consideró que “esas circunstancias podrían ser una guerra en la península coreana, o la posibilidad de que un país use armas biológicas, como podría ser Siria en el Medio Oriente”.
“Las cosas cambiaron un poco tanto por razones ideológicas como geopolíticas --continuó Kimball--. Los funcionarios que diseñan las políticas de gobierno y los líderes militares llegaron a la conclusión de que las armas nucleares no son utilizables, porque no son instrumentos prácticos para resolver un conflicto bélico”.
Según el experto, “el riesgo de producirlos es muy severo, y el potencial destructivo es demasiado grande e indiscriminado”.
“Estamos hablando de las armas de destrucción masiva por antonomasia”, remarcó.
En ese sentido, el informe del Pentágono del 2010 tuvo una recepción mixta por parte de los grupos que trabajan por la desaparición de las armas nucleares. Por ejemplo, aseguró que Estados Unidos nunca atacará con armas atómicas a países que no cuenten con ellas. Sin embargo, una lectura atenta muestra que esa cláusula tiene una salvedad: corre siempre y cuando la nación en cuestión “cumpla con sus obligaciones de no proliferación”.
En aquel momento, Scott Sagan, del Bulletin of the Atomic Scientists, dijo que la postura de Obama “influenció de manera significativa las doctrinas de varios otros países” en materia de armas nucleares y que el informe del Pentágono “produjo un considerable avance hacia un mundo más seguro”.
Pero otros analistas, como Patrick Martin, advirtieron que, visto desde otro ángulo, el informe “sienta las bases de una lógica que puede justificar el uso de armas atómicas contra un país no-nuclear por primera vez desde los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki”, y que “Irán y Corea del Norte aparecen señalados como los posibles blancos”.
Sin embargo, tanto Kristensen como Kimball estiman que, si bien “la la posibilidad de un ataque por sorpresa de parte de Rusia o China es prácticamente cercano a cero, a causa de los cambios en el clima político”, los misiles estadunidenses siguen todavía apuntando hacia Moscú, más que hacia Teherán o Pyongyang.
El Pentágono se mantiene concentrado en Rusia porque “durante 70 años fue nuestro principal adversario y sigue siendo todavía el único país que tiene el potencial de borrar la civilización de la faz del territorio de Estados Unidos”, dijo Kimball.
Kristensen, por su parte, le puso números aclaradores al asunto. “En términos de cabezas nucleares --explicó--, los arsenales de Estados Unidos y Rusia llegaron a su máximo nivel en 1966 y en 1986 con 32 mil y 45 mil armas atómicas, respectivamente; mientras que ahora se establecieron en 5 mil y 8 mil”, también respectivamente.
“Con la reducción de los arsenales y los cambios geopolíticos --prosiguió--, el papel y los escenarios para Estados Unidos cambiaron al rebajarse la necesidad de planear una posible guerra nuclear prolongada con Rusia o China”. Ahora, señaló, el costado “convencional” de las preocupaciones nucleares del Pentágono se pueden afrontar con “una postura mucho más flexible dirigida a Rusia”.
En medio de este panorama, “si Estados Unidos y Rusia siguen negociando una reducción de las armas nucleares, eso puede funcionar”, dijo por su lado Kimbal. “No hay otra amenaza nuclear comparable a la rusa en este momento, y ninguna otra potencial amenaza requeriría hoy justificaría la existencia de siquiera un arma nuclear”, señaló el experto, quien estimó que “hoy tenemos menos amenazas de este tipo de las que teníamos hace 20 años”.
En cuanto a las “nuevas” amenazas, Kimball apuntó que Corea del Norte “tiene suficiente material para construir 20 bombas”. Las autoridades norcoreanas “podrán o no lanzarlas, dependiendo de sus misiles”, pero “el peligro, en este caso, se reduce a la península coreana, lo que podría ser afrontado con armas convencionales”, puntualizó.
Si se tiene en cuenta solamente los frentes convencionales del peligro nuclear y dejando por ahora de lado la posibilidad de que armas atómicas caigan en manos de grupos terroristas --lo que representa “una historia completamente distinta”, según destacó Kimball--, las oportunidades de un desarme continuado aparecen sólidas, aunque con matices.
“Un objetivo realista --señaló Kristensen-- incluye una sustancial reducción de los arsenales de Estados Unidos y Rusia, los cuales todavía cuentan con un número de bombas que exceden sus necesidades”.
Kimball, por su parte, afirmó que “un mundo sin armas nucleares no es solamente posible sino también necesario”, es una meta que “se puede concretar” aunque “hay muchos obstáculos en el camino”.
“Creo que algo que nos llevará en esa dirección es que las armas nucleares no son utilizables: son caras e indiscriminadas”, completó.