NAIROBI (apro).- En medio del escándalo causado por lo que parece el primer caso de víctimas civiles de su ofensiva militar en Somalia, el ejército keniano hizo un anuncio preventivo para evitar más daños colaterales en los siguientes días: “Baidoa, Baadheere, Baydhabo, Dinsur, Afgooye, Bwale, Barawe, Jilib, Kismayo y Afmadhow estarán continuamente bajo ataque”, advirtió a las 8 de la noche del pasado martes 1, a través de su portavoz, el mayor Emmanuel Chirchir.
“Las Fuerzas de Defensa de Kenia llaman a cualquiera con parientes y amigos en estas diez poblaciones a darles los consejos correspondientes”.
Es posible que el mensaje, sin embargo, se demore en llegar. Chirchir lo envió por el servicio de internet Twitter, mediante su cuenta @MajorEChirchir, a un país en el que el exiguo 1.1% de la población que tiene acceso a internet está concentrado en la capital, Mogadiscio, y las ciudades del extremo norte, muy lejos de la zona rural del sur, devastada por la violencia, el hambre y una terrible sequía, por la que avanzan las tropas kenianas desde el 16 de octubre.
De manera similar, esta campaña no es una guerra relámpago: el 31 de octubre, la televisión keniana afirmó que su ejército estaba finalmente a punto de intentar la toma de la población de Afmadhow, el primer objetivo estratégico de su intervención contra la milicia islamista Al Shabab, a 96 kilómetros de la frontera.
El pasado miércoles 9, a 24 días de haber entrado en el país vecino, todavía no lograban recorrerlos ni empezar el asedio, a pesar de que no habían enfrentado resistencia significativa: sólo el 31 de octubre se informó que una patrulla keniana había sido objeto de una emboscada en la que, según Nairobi, había muerto uno de sus soldados y en cambio habían matado a nueve milicianos (Al Shabab dijo lo contrario: 10 víctimas kenianas, ninguna propia).
Esa fue la primera baja fatal en combate que reconoció Kenia (cinco efectivos más murieron en lo que fue descrito como un accidente de helicóptero). La noticia, sin embargo, fue superada por lo que parece haber sido un error de su aviación, que dejó cinco muertos y 45 heridos en un campo de desplazados internos.
Nada espontáneo
La operación militar se llama Linda Nchi (proteger la nación, en idioma suajili): Kenia ampara su intervención en Somalia bajo el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que reconoce el derecho de los Estados a responder a las agresiones militares extranjeras.
Es así como el gobierno describe una serie de secuestros realizados en su territorio y seguramente orquestados desde Somalia: el 12 de septiembre, un grupo mató a un ciudadano británico y se llevó a su esposa de un balneario; el 1 de octubre fue el turno de una anciana francesa que vivía en la isla de Lamu y que murió pocos días después en manos de sus captores, debido a la falta de los medicamentos que debía tomar; el día 13, cerca del campo de refugiados de Dadaab, en la frontera con Somalia, hombres armados raptaron a dos cooperantes españolas de la organización Médicos sin Fronteras (MSF).
El gobierno keniano responsabilizó a Al Shabab, una milicia vinculada a Al Qaeda que tiene acorralado al llamado Gobierno Federal de Transición (GFT), que es la autoridad que la ONU reconoce en Somalia. Pero no aportó una sola prueba: “El modus operandi indica que fueron ellos”, dijo Chirchir el 14 de octubre.
El grupo islamista acostumbra reivindicar y celebrar sus ataques, pero en esta ocasión no parece estar involucrado: “Al Shabab niega categóricamente todas las acusaciones relacionadas con el secuestro de turistas y cooperantes en Kenia”, respondió un portavoz de la milicia, Ali Mohamed Rage.
“Las acusaciones son, en el mejor de los casos, infundadas. Y además de ser meras conjeturas, no están sustanciadas con ninguna prueba verificable”, agregó.
Otros posibles responsables son criminales comunes de la región de Puntland, en el norte de Somalia: ese es el lugar de origen de los piratas que plagan el Océano Índico y que, con la llegada de la estación de tormentas del monzón, encuentran difícil hacerse a la mar y preferirían realizar secuestros en tierra.
Éste fue el inicio de una serie de afirmaciones kenianas desmentidas por amigos y enemigos. Aunque sus funcionarios aseguraron que tenían el apoyo del GFT y que la ofensiva se realizaba en coordinación con sus tropas, el presidente somalí, el jeque Sharif Ahmed, declaró que “la intervención extranjera no puede ser bienvenida”.
Chirchir dijo que Estados Unidos estaba brindando apoyo logístico y militar, pero Washington aseguró que la operación keniana “nos tomó por sorpresa”. Cuando se aseguró que barcos franceses estaban colaborando en los bombardeos contra el puerto de Kismayo, París lo negó (aunque sus ministros se expresaron con indignación al informar que los captores de su compatriota fallecida exigían dinero para devolver el cadáver).
La confusión, además, se extendía a cuáles era los objetivos de la operación Linda Nchi: ¿Liberar a los cautivos? ¿Castigar a Al Shabaab? ¿O destruirlo?
El 26 de octubre, Kenia abandonó finalmente el argumento de que su ofensiva era una respuesta espontánea a los secuestros. Éstos fueron “una buena plataforma de lanzamiento”, dijo Alfred Mutua, portavoz del gobierno. “Una operación de esta magnitud no se planea en una semana. Ha estado en espera desde hace tiempo”.
Durante años, con el respaldo de Estados Unidos, el ejército keniano ha actuado clandestinamente dentro de Somalia, armando y entrenando a las milicias de distintos clanes, con la vana intención de que éstas pudieran contener a Al Shabaab y evitar que la violencia del país vecino traspasara las fronteras.
El sector turístico, que se ha visto afectado por la serie de secuestros, representa 8% del Producto Interno Bruto de Kenia. Se intenta proteger, además, el proyecto clave del plan Visión 2030, que pretende catapultar económicamente al país: la construcción en Lamu (el sitio donde fue secuestrada la ciudadana francesa, a 100 kilómetros de la frontera somalí) de un gran puerto industrial por donde pueda salir el petróleo del recientemente independizado Sudán del Sur, cuyas exportaciones por ahora siguen dependiendo de sus rutas tradicionales por Sudán del Norte.
Azania
La reticencia del presidente somalí, cuyo mayor enemigo es precisamente Al Shabaab, puede tener que ver con sus dudas sobre las verdaderas intenciones de Kenia: Somalia ha demostrado ser un Afganistán africano, imposible de controlar. Ya Estados Unidos en 1992, Etiopía en 2006 y, desde 2008, una fuerza de paz de 8 mil hombres de la Unión Africana, han fracasado en poner orden. Es muy dudoso que los 2 mil soldados kenianos de la operación Linda Nchi consigan mejores resultados.
Es posible, sin embargo, que pretendan crear un zona colchón en el sur de Somalia, que permitiría no sólo evitar la penetración de milicianos islamistas y de criminales, sino que facilitaría la reubicación del campamento de refugiados de Dadaab (el más grande del mundo, con 450 mil personas y creciendo), para que quienes escapan del hambre y la guerra se queden en Somalia y liberen la presión en el este de Kenia.
Se maneja ya un nombre para este “colchón”: Azania. Y se agudizaría la fragmentación del país: sería un quinto pedazo a añadirse a los cuatro en los que ya está partida Somalia: Somaliland y Puntland, dos regiones con autonomía de facto; Mogadiscio y las pequeñas zonas bajo control del GFT, y las que ha conquistado Al Shabaab.
Temor en Nairobi
Es más fácil decirlo que hacerlo, no obstante, la larga planeación de la que alardeó el portavoz gubernamental no se ha reflejado en una campaña veloz. “No le va a ser fácil a Kenia estabilizar esa parte de Somalia, mucho menos echar a Al Shabaab”, dice a Apro Rashid Abdi, investigador del International Crisis Group. “Creo que los kenianos están metidos en una intervención larga y enredada”.
Tal perspectiva está generando alarma: ¿Cómo podrá enfrentar una guerra prolongada un país cuya moneda ha perdido un cuarto de su valor en un año, con un 20% de inflación y cuyo banco central aumentó en un impresionante salto, de 11 a 16.5%, la tasa de interés de referencia, el 1 de noviembre?
En este escenario llega, además, el primer escándalo: mientras las fuerzas terrestres kenianas se atascaban en un desierto enfangado por las lluvias del monzón, los mandos kenianos sostenían el momentum de la ofensiva con bombardeos aéreos sobre lo que describió como bases y campos de Al Shabaab, y el 31 de octubre se atribuyeron la eliminación de 11 milicianos, “sin bajas civiles, ni niños ni mujeres”, dijo Chirchir, para desmentir denuncias de los islamistas.
Sin embargo, Médicos sin Fronteras (MSF), la organización cuyas cooperantes fueron secuestradas, confirmó que cinco civiles murieron y 45 fueron heridos por metralla después de un ataque con bombas sobre un campo de desplazados internos. MSF no identificó al autor, pero, titubeante, el primer ministro Raila Odinga declaró en Nairobi, el martes 1, que investigarían lo ocurrido, y que “si esto es cierto y fuimos los culpables, lo lamentaríamos”.
La capital keniana, además, está resintiendo ya los efectos de la guerra, y en la prensa el entusiasmo belicista de los días iniciales empieza a dejar lugar a las inquietudes económicas y al temor.
El antecedente se remonta al 11 de julio de 2010, cuando Al Shabaab plantó dos bombas en Kampala, la capital de Uganda, uno de los países de la fuerza de paz de la Unión Africana en Somalia, y mató a 76 personas, en lo que fue un “acto de castigo”. El 17 de octubre pasado, Ali Mohamed Rage llamó a los kenianos a que “recuerden lo que pasó en Uganda”, pues “van a lamentar y sentir las consecuencias a domicilio”.
Una semana después hubo dos muertos y 20 heridos a causa de un par de ataques con granadas en el centro de Nairobi, el 24 de octubre. Cerca de la frontera con Somalia tuvieron lugar varios ataques, uno con granadas autopropulsadas (RPG) que dejó cuatro maestros muertos el 27 de octubre, y otro con dos víctimas mortales (uno de ellos era un niño de siete años) en una iglesia cristiana, el martes 8 de noviembre, así como un intento de secuestrar a turistas suizos, que fueron heridos de gravedad.
Además, un convoy de la ONU tuvo la suerte de que no explotara una mina anticarro sobre la que pasó, cerca de Dadaab.
Estos atentados, así como el origen keniano del culpable de los ataques del 24 de octubre, dieron fundamento a los temores de que Al Shabab cumplirá su amenaza. También dejaron al descubierto tanto las deficiencias de la seguridad interior en el país como la negligencia ante años de denuncias de que Al Shabab realizaba una labor de conversión religiosa y reclutamiento en Kenia.
Al enorme despliegue de agentes en lugares públicos, desde los centros comerciales más lujosos hasta las estaciones de autobus del derruido centro de la ciudad, se suma un batallón de agentes de seguridad privada que registran a las personas y sus posesiones en busca de armas y explosivos. Los jefes policiacos han presumido, además, que cuentan con un ejército de informantes (“lustrabotas, vendedores, guardias y vendedores de periódicos”) activo en las calles.
“Tenemos que preguntarnos si estamos haciéndolo bien”, cuestiona Andrew Ata Asamoa, del nairobino Instituto de Estudios de Seguridad. “Los explosivos ya no son convencionales y están evolucionando. ¿Cuántos de estos guardias que manejan los detectores saben qué apariencia tiene una granada? ¿Conocen los distintos lugares donde se pueden esconder en un coche?”
Peligro interno
Un segundo aspecto es que no hace falta que los atacantes vengan desde Somalia a atentar en Nairobi. Ni siquiera que sean somalíes musulmanes, que forman una comunidad grande en Kenia, ahora bajo asedio policial.
Elgiva Bwire Oliacha, alias Mohamed Saif, condenado a prisión perpetua por los ataques del 24 de octubre, es un keniano que creció en una familia católica, se convirtió al Islam y fue reclutado en mezquitas de la ciudad de Isiolo. Aceptó sonriente su condena y aseguró a los reporteros que estaba feliz. Es uno más de una serie de kenianos conversos involucrados en sangrientos ataques de Al Shabaab.
Un cable del Departamento de Estado de Estados Unidos de junio de 2009, filtrado por WikiLeaks, da cuenta de cuatro mezquitas utilizadas por Al Shabaab en Kenia y cita al jeque Juma Ngao, presidente del Consejo Asesor Nacional de los Musulmanes de Kenia.
Al reiterar sus denuncias ante al diario The Nation, el pasado 29 de octubre, el jeque Ngao afirmó además que “el gobierno nunca se ha tomado con seriedad el reclutamiento de kenianos”.