Los estragos de la violencia
MÉXICO, D.F., 3 de marzo (apro).- En el Prólogo que Nelson Mandela hizo al Reporte Mundial de Violencia y Salud de 2002, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), destaca que el siglo XX será recordado como un siglo de violencia nunca antes visto, debido a la intensidad de sus conflictos armados, aunque también a la menos notable pero más extendida violencia diaria que sufren niños, mujeres y demás sectores vulnerables de la población.
Esta violencia cotidiana, advierte Mandela, tiene lugar en los países sin respeto a la democracia, los derechos humanos y el buen gobierno, y puede generar una "cultura de la violencia" que frustre los anhelos de desarrollo económico y social.
En el alba del siglo XXI la humanidad parece seguir los mismos patrones, pues la violencia ha cobrado tal magnitud que distintas organizaciones la califican ya como un “asunto de salud pública”.
“La violencia representa un problema mayor de salud, de justicia criminal, de derechos humanos, y es un reto para el desarrollo”, dice a Apro Alexander Butchart, coordinador del Departamento de Prevención de Traumatismos y Violencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El experto de la OMS recalca que además de presentar una amenaza para la vida, la salud física y mental de millones de personas, el fenómeno de la violencia socava la formación del ser humano y reduce la velocidad del desarrollo, además de que genera más muertes que la tuberculosis, la malaria o los accidentes de tránsito.
La violencia afecta a distintas poblaciones de forma diferenciada. De acuerdo con el programa Prevención contra las heridas y la violencia del 2010 de la OMS, el número de homicidios al año en sociedades “en paz” es de 600 mil, cifra más alta que el número que se da en países en guerra: 200 mil. Cerca de 90% de esas muertes ocurren en los países en vías de desarrollo.
“Aunque (la violencia) afecta a todo el mundo, las personas que viven en países con pequeño y mediano ingreso están en un riesgo substancialmente grande de sufrir violencia”, aclara Butchart.
“No sólo en América sino en África Subsahariana, los índices de homicidios son considerablemente más altos que el índice de muertes en el Medio Oriente”, advierte.
Por ejemplo, Ciudad Juárez, en México, se convirtió por tercer año consecutivo en la ciudad con mayor índice de muertes por 100 mil habitantes de todo el planeta (un total de 229), número muy superior a la tasa de 170 muertos por 100 mil habitantes de Kandahar en Afganistán, acosada por la insurgencia talibán, o Bagdad, que tiene menos de 20 asesinatos por 100 mil habitantes, según la base de datos Iraq Body Count.
El caso de México no es exclusivo en la región. La Secretaría de Seguridad Pública de México anunció el pasado viernes 4 que por cada 100 mil habitantes, Honduras tiene 72.8 asesinatos, El Salvador 61, Guatemala 53, Venezuela 48, Colombia 37.3, Brasil 25, Jamaica 32.4, Belice 32.7 y México 18.4. Todos estos datos superan por mucho los 12 muertos que la OMS califica como intolerables.
Estos casos, dice el experto Alexander Butchart, se dan en los países de América y África por distintas razones que en la convulsa región de Medio Oriente: “Esto es porque en el Medio Oriente la violencia es altamente concentrada y esporádica, mientras que la violencia crónica y alta de los países que están en paz tienen los mismos niveles altos de asesinatos que ocurren semana a semana, mes a mes, año con año, a menudo en comunidades que reportan una proporción considerable de la población total”.
Otro experto entrevistado por Apro, James A. Mercy, menciona que para entender mejor el fenómeno de la violencia habría que diferenciar sus tipos, ya que es diferente la muerte por homicidios comunes, por el crimen organizado y la violencia, y por una guerra abierta.
Asesor especial de la División de Prevención de la Violencia, del Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), Mercy explica que, históricamente, el número de homicidios ha bajado dramáticamente desde los siglos XV y XVI, debido a la creciente organización del Estado, el gobierno y la impartición de justicia, además de la mayor equidad para las mujeres y el reconocimiento de los derechos de los niños.
“Lo que vemos ahora es el alza de asesinatos en países en desarrollo o de bajo ingreso, donde la organización del Estado es menor, las leyes son menos capaces de ser reforzadas, no hay estado de derecho y no se puede controlar la violencia”, dice Mercy.
El Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) estableció en su Índice de Impunidad de 2010 que la muerte de periodistas no es castigada, en especial en países en vías de desarrollo como Nepal, Sri Lanka, India, Bangladesh, Rusia, Filipinas, Colombia, Pakistán, Afganistán, Somalia, Irak y México.
Estos últimos cinco países coinciden con las seis naciones que el Barómetro de Conflictos de 2010 (que también incluye a Sudán) --publicado por el Instituto de Investigación de Conflictos Internacionales de la Universidad de Heidelberg, Alemania-- identifica como países “en guerra”.
El Índice Global de Paz 2010 igualmente ubica a todos los países antes mencionados en los peores lugares: Irak ocupa el último con 149, Somalia el 148, Afganistán 147, Sudán 146 y Pakistán 145 (con la única diferencia de que México, a pesar de tener una guerra, ocupa el lugar 107 y es rebasado por Colombia, que ocupa el 138, Honduras el 125, Venezuela el 122 y Guatemala el 112).
El caso de México es muy particular, explica a Apro el experto Fritz Schirrmeister del Instituto de Investigación de Conflictos Internacionales de Heidelberg:
“El principal punto para nosotros para clasificar al conflicto como una guerra y no sólo como una crisis severa es el hecho de que las bandas cambiaron de táctica en diciembre de 2009: más batallas entre las fuerzas de seguridad y las bandas de la droga”.
Además, subraya, en 2007 el presidente de México dijo que los cárteles “minaban la democracia”.
“En este punto, en nuestra perspectiva, el conflicto se convirtió en un asunto político”, dice Schirrmister.
Destaca así los 151 choques entre el Ejército y las bandas del narcotráfico durante los cuatro primeros meses de 2010, los 10 mil a 15 mil muertos del año, el uso de narcomantas, la activación de los carros-bomba del pasado 15 de julio, la operación de los cárteles mexicanos en 47 países y los 25 mil millones de dólares que éstos poseen.
“Como resultado de la creciente violencia, el gobierno parece haber perdido control sobre algunas partes del norte del país, lo cual lo convierte en (asunto) político”, aclara.
De acuerdo con su informe, México enfrenta disputas con el narco por el "predominio regional" y "recursos”. Además, se mantienen latentes los conflictos con el EZLN, el EPR, la APPO y la oposición. Tres de los cinco conflictos que el Barómetro de Conflictos identifica en el país comenzaron desde el año 2006.
Para Schirrmeister, la gran pregunta es saber qué es lo que hace que la violencia sea políticamente motivada. En “Iraq, Somalia y Afganistán existe una diferencia de estrategia y del uso de la violencia. En la percepción del conflicto de las drogas en México no hay tanques ni equipo aéreo ni han sido lanzadas operaciones mayores de combate, pero el número de bajas indica un nivel de violencia que es, desde nuestro punto de vista, propiamente descrito como una guerra y no como una crisis severa”, explica.
“En muchos de estos casos”, agrega James A. Mercy, “homicidio y guerras son diferentes, pero se empalman en cierto grado”. Pakistán, por ejemplo, tiene siete conflictos, según el Barómetro de conflictos 2010.
El conflicto con el grupo Tehrik-e-Talibán Pakistán (TTP) es "sistémico", "ideológico" y de "predominancia". En cuatro años de guerra hay un total de 6 mil 800 muertos y un total de 150 mil militares desplegados.
Irak tiene siete conflictos internos contra grupos militantes suníes desde 2004. Uno de ellos es el conflicto “sistémico”, “ideológico” y por el “poder nacional” entre Al Qaeda y el Estado Islámico Iraquí. El informe destaca los ataques violentos en autos-bomba a templos chiítas y cristianos que dejan gran cantidad de víctimas fatales. En total, hay 156 mil 719 muertos desde la invasión estadounidense.
Estas cifras alarman cuando una proyección de la OMC que aparece en el informe Heridas y Violencia: los hechos, 2010, dice que de seguir la tendencia de las cifras, de 2004 a 2030 el homicidio subirá de ser la vigésimo segunda a la décimo sexta causa de muerte en el mundo.
Desigualdad y venta de armas
Además de la mencionada falta de impartición de justicia, así como la impunidad y la debilidad del Estado, existen otros factores que hacen que estos países tengan tales niveles de violencia.
De acuerdo con el experto de la OMS, Alexander Butchart, la desigualdad tiene un gran papel en el problema: “No es la pobreza en números absolutos, pero la desigualdad económica y la brecha entre ricos y pobres está realmente correlacionada con países con altos índices de homicidios”.
El Índice de Desarrollo Humano de América Latina y el Caribe 2010, publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), señala que América Latina tiene 10 de los 15 países más desiguales del mundo: Haití, Ecuador, Brasil, Colombia, Guatemala, Honduras, Panamá, Chile, Nicaragua y Paraguay, seguidos de cerca por México y El Salvador.
Esta inequidad afecta, dentro de los países desiguales, a los más pobres. “Los altos índices de homicidios en países altamente desiguales se concentran entre la gente que vive en las comunidades más pobres”, dice Butchart.
El Centro de Estudios de Guatemala publicó un texto titulado Inseguridad pública: el negocio de la violencia, en el que destaca que las violaciones de derechos humanos se deben a la “incapacidad del Estado para asegurar la vigencia plena del estado de derecho”, y cita que la violencia actual de Guatemala se debe a dos factores: la exclusión social y la falta de aplicación de la ley.
De acuerdo con James A. Mercy, los países más pobres tienen menos dinero para usar estrategias de prevención contra la violencia. “Además, está la gente pobre que se encuentra bajo mayor estrés, lo cual contribuye a un comportamiento más agresivo: estrés por obtener un trabajo, dinero, presión contra los individuos que se ven envueltos en la violencia, en el tráfico de drogas y en homicidios”, explica.
Así, los datos se empalman, pues América Latina es la región más desigual del mundo, según el informe del PNUD, y también es la región con más homicidios dolosos del mundo: 25.2 por 100 mil habitantes en promedio.
A todo ello hay que añadir al aumento de la compra de armas.
“Las armas de fuego incrementan la letalidad de la violencia, y donde son más accesibles, tanto el índice de suicidio como de homicidio tienden a ser más altos”, explica Butchart.
El diario mexicano La Jornada publicó el pasado lunes 21 su editorial EU: el negocio de la violencia. En el texto se destaca la incoherencia de los gobernantes estadounidenses al alarmarse por la violencia en México, pero no detienen el flujo de armas de su país.
Así, la guerra contra el narcotráfico se representa como “un objetivo deseable para los intereses empresariales y geopolíticos de la superpotencia”.
En total, circulan 80 millones de armas ilegales en la región, de acuerdo con el Centro de Información y Defensa de Washington. De esa total, 15 millones circulan en Venezuela y otros 15 millones en México, donde 80% de las armas está en manos “de delincuentes comunes o del crimen organizado”.
Buena parte de esas armas fueron adquiridas en alguna de las 12 mil armerías estadounidenses que se localizan en la frontera con México, reveló en junio pasado un informe de Grupo Multisistemas de Seguridad Industrial.
El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo estableció en 2010 que el comercio de armas entre 2004 y 2009 aumentó 22% en todo el mundo. Sin embargo, en América Latina lo hizo en 150%.
Daños colaterales
De acuerdo con Butchart, al lado de estas muertes que causa la violencia está la significante violencia no fatal: heridas y discapacidades, consecuencias para la salud mental y el comportamiento, salud reproductiva y el impacto de la violencia en el tejido social.
Para Butchart existe una correlación proporcional entre aumento de la violencia y el aumento global de enfermedades. Expone que “en países y regiones donde la violencia es altamente prevalente, ésta erosiona el capital social e intelectual y mina el desarrollo económico y humano”.
El informe de OXFAM Minados los Objetivos del Milenio a Balazos, publicado en 2008, explica a detalle cómo la muerte por violencia provoca graves daños, como el asesinato de los principales sostenes de las familias, el desplazamiento, el acceso limitado a la educación, la mayor incidencia de enfermedades de transmisión sexual, la explotación de recursos naturales y el aumento de la violencia por motivo de género, por dejar a las mujeres como supervivientes de los conflictos.
Recientemente diversas organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han explicado cómo los grupos armados de Colombia, República Democrática del Congo (RDC), Sudán, Uganda y Rwanda han utilizado a los niños como soldados y a las mujeres como blanco de violaciones. Es decir, ambos son utilizados como “armas de guerra”.
Tan solo en 2008, 200 mil personas fueron violadas en la guerra civil de la RDC, de acuerdo con el documental The Greatest Silence: Rape in the Congo.
También, el aumento de la violencia en el continente americano ha causado un radical aumento en los feminicidios. El artículo Una pandemia de violencia machista desgarra Latinoamérica, publicada por el diario El País el pasado viernes 18, dice que fueron asesinadas 477 mujeres en El Salvador, de enero a octubre de 2010 (en 10 años, el asesinato de mujeres aumentó en 197%).
En Guatemala, entre 2001 y 2010 murieron por causas violentas cerca de 5 mil 300 mujeres, un aumento de 400% durante la década.
“Cuando la violencia ocurre en estos países, la gente tiene un acceso muy limitado a adecuados servicios médicos, ayuda psicológica y asistencia legal”, dice Butchart.
El costo económico de la violencia también es alto. De acuerdo con el informe El costo de la violencia en Guatemala, del PNUD, a este país la violencia le cuesta 7.3 % del PIB y a El Salvador 11.5 %. Según el informe de OXFAM, Minando los Objetivos del Milenio a Balazos, 75% del gasto médico de países africanos como Burundi se gasta en atender lesiones ocasionadas por armas de fuego.
Aunado a esto existe el problema de la cultura de la violencia, como la narcocultura en México o el culto a la violencia en Colombia. Según el libro El idioma de la violencia en Colombia (2003), escrito por Isabel Sánchez, hasta el lenguaje colombiano se ha permeado por vocablos que conviven con la violencia, como “pasar al papayo” (matar) “sicariar” (enrolarse en un grupo delictivo), “jíbaro” (vendedor de droga) y nuevos términos compuestos, como “cadáver-bomba”, “caballo-bomba” y hasta “calzoncillo-bomba”.
El pasado 2 de diciembre se anunció un videojuego brasileño que utilizaba imágenes de la policía en la que se puede asesinar a los narcotraficantes que huyen de Vila Cruzeiro.
Debido a su incremento, la violencia es tratada como un asunto de salud pública por la Resolución de la Asamblea de Salud Mundial de 1997 y 2003. Desde entonces, explica Butchart, se han dado distintos esfuerzos que van enfocados, principalmente, en investigar el asunto.
El documento Prevención de la Violencia, de la OMS, recomienda aumentar la capacidad de recopilación de datos sobre la violencia, investigar sus causas y consecuencias, fomentar la prevención de la violencia interpersonal, reforzar los servicios de atención y apoyo a víctimas, y desarrollar planes nacionales de acción.
Igualmente, James A. Mercy dice que lo primero que se debe hacer es reconocer que existe un problema de violencia para poder trabajar en distintos programas con agencias internacionales como la UNICEF y atacar distintos problemas como la violencia de género, por lo que existe una gran responsabilidad del gobierno.
En el Prólogo de Mandela al Reporte Mundial de Violencia y Salud del 2002 se señala que la violencia es más terrible y extendida en las sociedades cuando los gobiernos la promueven con sus propias acciones.
“Muchos que viven con violencia día a día asumen que es una parte intrínseca de la condición humana. Pero no lo es. La violencia puede ser prevenida. Las culturas violentas pueden terminar. En mi propio país y en todo el mundo hay brillantes ejemplos de cómo la violencia puede detenerse”, dice el texto.
Y advierte: “Debemos poner atención a las raíces de la violencia, sólo así podremos transformar el legado del siglo pasado de una aplastante carga a una gran lección”.