Costa Rica, atrapada por la violencia regional

domingo, 5 de junio de 2011 · 01:00

SAN JOSÉ, 3 de junio (apro).- Famosa por arrastrar una vieja tradición de paz con estabilidad democrática frente a un vecindario geopolítico de constante agitación, Costa Rica transita por una nueva ruta social… marcada con lujo de violencia doméstica.

Sin la costumbre de agresividad que por décadas signó al resto de Centroamérica, en Costa Rica ya dejaron de sorprender las noticias de que un hombre de 34 años asesinó a su madre para robarle un televisor, que un padre cayó preso por ensañarse a golpes contra su hijo de solo dos años o que una mujer será enjuiciada por prostituir a sus hijas desde que tenían siete y 10 años.

Tampoco causan sobresalto noticias de un taxista descuartizado a machetazos, de dos hombres que asesinaron a un cantinero de un balazo en la espalda para robarle 60 dólares y algunas botellas de licor, o de familias enteras arrestadas por narcotráfico al menudeo.

¿Pero por qué se descompuso la pacífica Costa Rica? ¿Sufre las consecuencias de migraciones de naciones violentas —como flujos humanos provenientes de Nicaragua y de Colombia— o hay un cambio en una sociedad que, a diferencia de otras épocas, es más vulnerable porque está más empobrecida que hace 30 años, con los efectos de la acelerada aplicación de programas económicos neoliberales que desmontaron el Estado benefactor?

¿O todo es otro resultado de la cruenta penetración del crimen organizado, en general, y del narcotráfico mexicano y colombiano, en particular, con modalidades de sicariato y otros fenómenos que elevaron la tasa de homicidios anuales? ¿Hay importación de la violencia?

Los datos son contundentes. Costa Rica, con poco más de 4.5 millones de habitantes y cerca de 21% en la miseria o la miseria extrema, tenía en 2006 una tasa de seis homicidios por cada 100 mil personas y superaba a Argentina, que con 40 millones de habitantes llegó ese año a cinco homicidios por cada 100 mil, según el Informe sobre Desarrollo Humano para América Central de la Organización de Naciones Unidas de 2009.

En 2010, un estudio del Observatorio del Crimen Organizado de la Fundación Ebert, de Alemania, elevó la tasa a 14 por cada 100 mil, basado en cifras oficiales.

“La sociedad se nos quebró en el momento en que nos seguimos creyendo que éramos la ‘Suiza Centroamericana’ y que no nos iba a pasar nada, mientras el narcotráfico entraba a Costa Rica con toda su violencia y corrupción. Si no actuamos, pues vamos terminar tan mal como Guatemala o El Salvador”, aseguró Roxana Rojas, directora ejecutiva de Asopaz, ente no estatal que auxilia legal, moral y psicológicamente a familiares de víctimas de homicidios.

Y es que precisamente Rojas es una de esas familiares. “A mi hijo, Josué, de 17 años, lo asaltaron, le dispararon y lo mataron sólo para robarle su celular, cuando venía del colegio a la casa”, relató en una entrevista con Apro.

“Seguridad es más importante que educación. ¿Para qué sirve que mis sobrinos tengan a donde ir a estudiar, pero les da miedo ir por temor a ser asesinados en media calle, sólo para robarles el celular?”, advirtió, al recordar que la Organización Mundial de la Salud alertó que si un país alcanza dos dígitos en su tasa de homicidios, “entra en estado epidémico”.

La tasa de homicidios en Costa Rica sigue siendo la más baja de América Central frente a las de los países del Triángulo Norte –El Salvador, con 65; Guatemala, con 47, y Honduras, con 46–, pero continuó creciendo y en 2008 llegó a 11.36 por cada 100 mil habitantes, para acercarse a las de Nicaragua, con 13, y Panamá, con 19.

Para la Asociación Costarricense de Medicina Forense, la tasa de 2008 fue “por mucho la más alta en la historia contemporánea” de Costa Rica. El perfil de las víctimas fue de sexo masculino, en edad económicamente productiva; de noche y los fines de semana, en la capital y provincias portuarias, perdieron la vida por heridas con armas de fuego en cabeza, cuello y tórax, y por la presencia de alcohol y cocaína en un porcentaje significativo.

 

Efecto dominó

El fenómeno costarricense se empeora en el contexto de la aguda crisis de inseguridad pública que sacude a América Central, que apenas viene saliendo de décadas de inestabilidad política, dictaduras militares y guerras de guerrillas. Si se exceptúan las zonas que enfrentan una intensa violencia política, la región centroamericana es la más violenta del planeta, según el informe.

 “Costa Rica es conocida como un país especialmente ‘pacífico’ y hasta finales de los años noventa su tasa de homicidios era similar a la de Uruguay o Argentina, alrededor de cinco muertes violentas por cada 100 mil habitantes. No obstante, en años recientes ha venido aumentando la violencia homicida hasta llegar a un nivel que, si bien no lo pone en situación comparable a la de sus vecinos del ‘Triángulo del Norte’, implica un desafío importante para el país”.

Datos oficiales precisaron que en 2010 hubo 486 asesinatos. El más reciente corte de la Fuerza Pública (policía civil) reveló que en el primer trimestre de 2011 hubo 11,352 asaltos y  65,480 violaciones y robos.

El comisionado Juan José Andrade, director de la Fuerza Pública, informó que de enero a marzo de este año fueron detenidas más de 26 mil personas por “temas de psicotrópicos” y más de 2,500 por delitos contra la propiedad, asaltos, hurtos y robos a vivienda.

En entrevista con Apro, el ministro de Seguridad Pública de Costa Rica, Mario Zamora, admitió que hechos recientes, como el del hijo que mató a su madre, el del padre que vapuleó a su hijo o el de la madre que prostituyó a sus hijas, hoy de 15 y 18 años, “son casos de gran alarma social”.

 “Hay situaciones que por más presencia que tengamos de la policía en vía pública, lamentablemente frente a estos tipos de trastornos psiquiátricos que se convierten en actos criminales es poco lo que se puede hacer desde una policía como la nuestra”, aclaró.

Con abundante experiencia como jerarca de los aparatos migratorios costarricenses, Zamora alegó que también hay “importación de violencia, hoy con la globalización”.

“No es sólo con (flujo migratorio de) personas. Muchas veces (se importa violencia) con televisión. Se observa cómo se materializa la violencia en otras partes. Ya no se ocupa (de) trasladar a la persona. Hoy uno puede trasladarse, con los medios de comunicación, a determinadas partes del mundo y aprender cuestiones para luego materializarlas en un barrio. Es parte del riesgo de la globalización y su impacto en criminalidad”, describió.

“El impacto cualitativo que hace la criminalidad extranjera sobre Costa Rica empezó con sicarios extranjeros, y hoy son sicarios nacionales. Este es el patrón que tenemos que evitar”, insistió.

El sicariato colombiano incursionó en Costa Rica desde la década de 1980, para ajustes de cuentas, robos de droga, protección, choque con pistoleros de mafias rivales y otros hechos ligados a operaciones de tráfico de cocaína y mariguana hacia México y Estados Unidos, que eran dirigidas por los contactos locales de las mafias de Colombia, en especial los ahora desaparecidos y poderosos cárteles de Medellín y de Cali.

El primer caso de sicariato mexicano en Costa Rica ocurrió el 15 de agosto de 2010, cuando los costarricenses Carlos Enrique Granados García, de 41 años y presunto jefe de una narcopandilla, y uno de sus guardaespaldas —Rándall Muñoz, de 43 años— fueron asesinados a balazos por un hombre que los atacó desde un vehículo con varias ráfagas de fusil ametralladora AK-47, en un supuesto ajuste de cuentas.

La Fiscalía General y el gobierno de Costa Rica revelaron a Apro que se sospecha que Granados fue eliminado porque habría robado un cargamento de 100 kilos de cocaína que pertenecían a un cártel mexicano.

 

“Declinación de valores”

El deterioro en la “pacífica” Costa Rica, que abolió su ejército en 1948 y depositó su seguridad interna en una policía civil de unos 12 mil efectivos, es atribuido a distintas causas en un país que desde mediados del siglo XX instaló un Estado benefactor fuerte que invirtió en educación, salud e infraestructura en vez de armas, soldados y cuarteles.

El dirigente político Rolando Araya, excandidato presidencial y exvicepresidente de la Internacional Socialista para América Latina, aseveró que hay una “declinación de valores”.

Desde mediados de la década de 1980, “sin sueños, se abrió espacio al cinismo y sobrevino una declinación en valores, al oportunismo. Del ‘bienestar del mayor número’ se pasó al ‘crecimiento económico’, como la estrella del norte. La ética del dinero permeó la cultura, incluyendo a la política. La corrupción se vio abonada por esa inexorable tentación en una borrachera materialista”, agregó.

“La riqueza se concentra velozmente, y la carga tributaria se perpetúa en niveles tercermundistas. La conflictividad se expande con la frustración”, puntualizó.

Por su parte, Luis Guillermo Solís, analista y estratega del Partido Acción Ciudadana, el principal de la oposición política, dijo a Apro que los fenómenos locales, “como la creciente desigualdad, pobreza y exclusión en zonas costeras y fronterizas o aumento del desempleo en hombres jóvenes, de entre 15 y 29 años, residentes en zonas urbano marginales y con acceso a armas de fuego”, se mezclan con los foráneos, “como las nuevas dinámicas del crimen organizado y en particular del narcotráfico”.

Añadió: “Muchas expresiones de violencia doméstica estarán motivadas por el contexto, agravándose por la tendencia de algunos sectores de armarse presuntamente como ‘defensa’ frente a la delincuencia”.

A juicio de Rojas, de Asopaz, “con lo que el Estado invierte en seguridad no se compra ni una galleta”.

“Alguna gente confunde paz con estar indefensos y sin seguridad, y cree que gastar en más seguridad es militarismo”, reclamó al abogar para que haya estructuras policiales y judiciales con más poder y fuerza para castigar y enfrentar a la delincuencia.

En un tono similar, La Machaca, una página de humor político que se publica a diario en el periódico La República, recordó a finales de mayo que un tribunal costarricense prohibió a la policía utilizar cierto de tipo de armas pesadas.

Y sentenció, con fina ironía: “Según ese tribunal, en el peor momento de la lucha contra un hampa armada, la policía les debe combatir con flechas, hondas, cerbatanas, rifles de balines y versos cantados por una bella dama”.

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