La India: el movimiento anticorrupción

lunes, 19 de septiembre de 2011 · 09:48
NUEVA DELHI, 16 de septiembre (apro).- “¿Apoyas a Anna Hazare? Entonces deberías encender el taxímetro”, trata de explicar Shrikant Karwa, un joven ingeniero en la capital india a un conductor de rickshaw que exige el doble de dinero de la tarifa legal para el trayecto desde la Vieja a la Nueva Delhi. El conductor asiente con la cabeza y se ríe, pero prefiere esperar a otro pasajero menos consciente de las recientes movilizaciones del país. Hazare, un activista anticorrupción indio de 74 años que se inspira en las maneras pacifistas de Gandhi, obligó al gobernante Partido del Congreso a aprobar una ley en el Parlamento contra la corrupción tras una huelga de hambre de 12 días y la celebración de manifestaciones masivas en su apoyo por todo el país a finales de agosto. De este modo, Hazare y sus colaboradores –conocidos como el equipo Anna--, con su capacidad de marketing en las redes sociales y los medios de comunicación, en particular los frenéticos 81 canales indios de televisión, doblegaron al triunvirato gobernante formado por el primer ministro, Manmohan Singh; la presidente del Partido del Congreso, Sonia Gandhi, y su hijo y heredero de la dinastía de la histórica agrupación política, Rahul Gandhi. Pasar dos noches en la ominosa cárcel capitalina de Tihar y la detención de mil 300 de sus seguidores también contribuyó a la publicidad de la causa. Y Hazare no ingirió ningún alimento hasta que el Parlamento indio aceptó el pasado 28 de agosto introducir la ley, conocida como Lokpal (Defensor del Pueblo), exactamente en sus términos: la creación de una institución con capacidad para investigar, procesar y sancionar la corrupción de todos los miembros de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, primer ministro incluido. Pero en La India está prohibida por ley la mendicidad –y las calles supuran mendigos; las castas –cuando este sistema jerárquico todavía rige el funcionamiento de la sociedad-- y el pago de la dote a la familia del novio –uno de los principales motivos por el cual todavía se siguen abortando a las niñas en la India--. Muchas leyes en el país parecen habitar un universo paralelo que nunca se cruza con la realidad. “Mejorar el funcionamiento de la democracia requiere mucho más que la ley. Necesitamos unas elecciones más transparentes e impedir la participación de criminales, una reforma de los partidos políticos para que dependan menos de los miembros de una familia y aislamiento de la burocracia y la policía de la clase política”, señala el historiador Ramachandra Guha. “Para conseguir estos cambios se necesitan la experiencia y el conocimiento de indios que compartan el idealismo de Hazare, sin las limitaciones de su provincialismo”, añade el reconocido autor. La escritora y activista india Arundhati Roy también teme que la nueva institución anticorrupción “se convierta en una burocracia gigante, supuestamente erigida para equilibrar la que ya tenemos, suficientemente corrupta”, señala en un artículo en el diario The Hindu. “En lugar de una oligarquía, habrá dos”, añade. Según un estudio reciente del Centro de Recursos Anticorrupción U4, mientras que el establecimiento de una oficina del defensor del pueblo en Filipinas no logró prácticamente ningún impacto, sí que lo hizo la establecida en Indonesia. La razón que U4 alega es que “parte del éxito se puede explicar por la capacidad investigadora otorgada al KPK (en Indonesia), que el Defensor del Pueblo en Filipinas carece. Y también por la rigurosidad del proceso judicial y del tribunal anticorrupción del KPK”. Hazare es una figura polémica. Con su aura de santidad también ha sido acusado de “dictador pueblerino” y se le ha asociado a la extrema derecha del país. Se ha convertido en un líder singular de la juventud y la clase media, sus principales seguidores, con quienes no tiene mucho en común: antiguo conductor del Ejército, siempre sentado frente a un enorme póster de Gandhi y con la gorra y la ropa de almidón blanca tradicional del país, sin cuenta corriente y con una estricta moral de la austeridad y el respeto a la naturaleza en el mundo rural indio. En su pueblo nativo del estado meridional de Maharastra, Ralegan Siddhi, además de reforestar la zona y mejorar el sistema de riego de los cultivos, Hazare también prohibió el consumo de tabaco, alcohol, carne y la televisión por cable. Quien incumplía la ley era atado a un árbol y azotado en público. Pide la pena de muerte para los corruptos. “Las comparaciones con Mahatma Gandhi son obvias, pero todavía realmente improbables, porque Hazare ha señalado una y otra vez que él es un seguidor de Mahatma Gandhi, pero que en ningún momento está tratando de rehacer su herencia”, explica a Apro Ankit Lal, miembro del equipo Anna. “Los objetivos de ambos movimientos son completamente diferentes, aunque subyace la misma ideología que predicó Buddha hace miles de años. De todos modos, Mahatma Gandhi y Anna Hazare son incomparables en sus propósitos”, continúa Lal. Como sea, Hazare y su equipo han puesto el dedo en la llaga: luchan tanto contra la pequeña corrupción diaria que sufren y practican todos los estratos sociales, como contra los grandes escándalos de corrupción política, como los recientemente relacionados con las licencias de telefonía móvil de segunda generación que se regalaron a amiguetes a precio de ganga y las licencias de obra concedidas para los Juegos de la Commonwealth el pasado octubre. “La segunda independencia” La tradicionalmente apática clase media acudió en masa a la explanada de Ramlila en la capital en apoyo del ayuno de Hazare, mientras que los jóvenes se dejaban pintar en la mejilla la bandera de La India por 10 rupias en lo que su equipo denominó con demasiado énfasis “la segunda lucha por la independencia”. “Se trata de un primer paso muy importante y ha habido una movilización social, pero no sé si me atrevería a definirlo como ‘una segunda lucha por la independencia’”, explica a Apro Anil Bairwal, coordinador nacional de la Asociación para Reformas Democráticas. “Pero aún quedan muchas cosas por hacer tan necesarias o más que la ley Lokpal, como una reforma judicial, de la policía, electoral…”, continúa Bairwal, quien lleva décadas denunciando que una parte importante de los miembros de los parlamentos nacional y regionales son criminales. “Hay que esperar y ver la reacción del gobierno. Por el momento ha mandado señales contradictorias. Por un lado, parece que están dispuestos a cambiar, por otro se muestran arrogantes”, añade. “Si tan sólo dos de cada diez personas estuvieran dispuestas a no pagar ni exigir un soborno, el movimiento de Anna Hazare tendría un gran sentido”, señala la joven profesora de canto en Nueva Delhi Jasmita Barreto, sin querer entrar en detalles sobre la ley. En La India actividades cotidianas como la solicitud de un pasaporte o el certificado de viudez pueden suponer fácilmente el pago de un soborno a los burócratas. Los medios de comunicación internacionales se lanzaron enseguida con una comparación de las manifestaciones en la explanada de Ramlila y otros lugares en India con las revueltas de la Primavera Árabe. Los ciudadanos se echan a la calle, a las plazas, recuperan el espacio público para demandar un mejor gobierno. Pero Lal, del equipo Anna, también se encarga de recordar las diferencias. “La similitud con otros países es que en La India tanto la juventud como la clase media han salido a la calle en masa”, recuerda Lal. “Pero las diferencias son numerosas. En primer lugar, las protestas en La India fueron absolutamente pacíficas. Además, el movimiento no trata de derrocar al gobierno actual, nuestro objetivo es poner en marcha un sistema donde incluso el más corrupto de los hombres no se vea envuelto en ningún caso de corrupción. Pretendemos cambiar el sistema, no el gobierno”, continúa. Las revueltas árabes también pretenden un cambio en el sistema, más allá del dictador de turno, pero el seguidor de Hazare no parece darse cuenta. “En tercer lugar, nuestro movimiento no está apoyado por ninguna ideología política. Sólo apoyamos la ideología de Gandhi. Y, en último lugar, los líderes de este movimiento han demostrado mucha mayor convicción y honestidad moral que cualquier otro líder en el escenario actual”, concluye Lal, sin dudar un segundo ante tal afirmación. Pero los métodos pacíficos y gandhianos que Hazare defiende no parecen muy claros cuando éste dice en un canal de televisión en hindi que hay que “colgar” a los corruptos y “cortarles las manos”. No parece que se trate de una metáfora y los azotes públicos que tienen lugar en su pueblo natal así lo atestiguan. De ahí a la ideología talibán o de países como Arabia Saudita no queda a mucha distancia. Éste aspecto es con el que los intelectuales indios no comulgan: la deriva autoritaria del personaje. El entusiasmo que ha generado este activista indio parece hablar más de una sociedad –y sobre todo, de una clase media, que cubre los gastos de salud y educación privadas sin encontrar una contrapartida a sus impuestos-- harta de la corrupción y que no encuentra en el gobierno del Partido del Congreso, ni en el liderazgo de Manmohan Singh, una voluntad firme para acabar con este mal. Aunque el primer ministro es un hombre valorado por su integridad moral y su honestidad, el resto del Partido Congreso no es percibido con los mismos ojos. “Singh es una margarita en mitad de una pocilga de cerdos”, considera el joven informático Deepak. Mientras los bienes declarados de los diputados del partido de la oposición BJP han aumentado 288% y 102% entre los miembros del gobernante Partido del Congreso durante los últimos cinco años, según un estudio de la Revista de Ciencias Sociales de Asia-Pacífico. El escritor Patrick French en su reciente libro India: un retrato también recoge cómo 37.5% de los diputados del Partido del Congreso obtuvieron su escaño gracias a algún tipo de parentesco familiar. Los indios han comenzado a dar muestras de impaciencia con el rumbo de su clase política y burocrática, aunque otra ley no parece que sea la respuesta a la corrupción que como Deepak describe “es el oxígeno con el que respiramos en La India”.

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