Grecia en estado de coma

sábado, 14 de enero de 2012 · 20:10
Familias súbitamente hundidas en la miseria que para alimentarse acuden a comedores públicos, jóvenes universitarios desempleados que escapan del país o regresan a sus comunidades rurales para convertirse en campesinos, calles desoladas por el cierre masivo de tiendas, obreros y periodistas en huelga... Las escenas describen a un país en bancarrota y cuya población se siente humillada por haber perdido de golpe nivel de vida, sueños y futuro, y que está furiosa con sus políticos y con la Unión Europea, pues les impone medidas de austeridad que este año harán aún más precaria su sobrevivencia. ATENAS (Proceso).- “Me llamo Yorgos y tengo 13 años. Vivo con mi madre, que trabaja de noche tres veces por semana. Cuando me quedo solo me siento muy triste y tengo miedo, porque una vez los ladrones se metieron a la casa. Con la crisis todo se hizo más difícil. Falta dinero. Mi madre se atormenta mucho. Mi padre dejó de pagar mi pensión alimentaria y ella no me deja verlo. Es para presionarlo. Echo mucho de menos a mi padre. Mi único placer es el futbol. Quiero ser un jugador famoso para ganar dinero y sacar a mi madre de todo esto.” Grave es la mirada de Yorgos. Sólo esboza una sonrisa cuando se despide de la reportera y le agradece su atención. Kalliopi Stiga, su maestra de música, es nuestra intérprete. Se ve turbada. Sospechaba el desasosiego de sus alumnos. No lo imaginaba tan profundo. Se acerca Theodora, de 14 años, dinámica, también muy seria. Habla a toda velocidad: “Desde que nos tocó la crisis mi madre y yo vivimos con mi tía para compartir gastos. Mi madre trabaja medio tiempo en un supermercado. Mi tía era cajera en un cine, pero la despidieron. Mis abuelos nos ayudan porque el salario de mi madre no nos alcanza. Antes tomaba clases particulares de francés. Ya no se puede. Tengo temple, nunca me desplomo porque me toca darles ánimo a mi madre y a mi tía.” Estamos en un helado salón de fiestas del Colegio 39 del barrio Ano Kypseli, donde viven griegos de clase media baja e inmigrantes integrados a la sociedad helénica. Kalliopi presentó a la reportera ante los 25 adolescentes del coro que anima con un entusiasmo a toda prueba. Cuando se les preguntó si aceptaban contar cómo la crisis económica afectaba su vida cotidiana sólo dos alumnos salieron del salón. Los demás se mostraron deseosos de hablar, pero insistieron en brindar su testimonio por separado. Todos se expresaron en forma demasiado madura para su edad; sin timidez, a veces con coraje. Ninguno se quejó. Varios apretaron los dientes para disimular su desazón. Ekaterina, de 14 años: “Mi madre se jubiló hace varios meses, pero todavía está esperando que le paguen su pensión. Era jefa de personal de un banco. Mi padre trabajaba en una empresa de mudanza, pero lo echaron. Antes nos iba bien. El refri estaba lleno. Ahora da pena abrirlo. Hay mucha tensión entre mis padres porque ya no pueden pagar los nuevos impuestos y los créditos”. El padre de Annie (14 años) era capitán de un barco mercante y acababa de jubilarse cuando estalló la crisis. Se vio obligado a trabajar de nuevo porque la familia no lograba cobrar su pensión. “Nunca voy a conocer realmente a mi padre, porque desde que nací anduvo navegando y ahora empezó de nuevo”, confía desanimada la joven. Annie sabe que algunos de sus compañeros de la escuela tienen hambre, “pero –comenta– no hablamos de esos problemas entre nosotros. A los que se volvieron muy pobres les da vergüenza, temen las burlas de los demás. Por eso decidimos hablar uno por uno con usted”. En la familia de Rodulla la madre quedó desempleada y el padre teme ser despedido de la compañía de teléfonos en la que labora. “Mi padre se la pasa haciendo cuentas. Está cada vez más nervioso”, explica la joven de 14 años. “Antes nos íbamos a caminar los dos. Ahora ni me ve. Cuando mi hermano y yo nos reímos mi padre se enoja. Lo único que me salva es la música. Me gusta Bach y cantar en el coro”. Se suceden los testimonios de Mijailis, Nontas, Apostolos, Eleni, Iliana... Dicen que no se atreven a pensar en el futuro ni a tener sueños, que todo se derrumbó abruptamente, que les duele ver a tantos indigentes y a tanta gente pidiendo limosna en el centro de Atenas y a sus padres tan cambiados. Angustia Tasso Anastasios Papadopoulos tiene hipertensión. Es el director del Colegio 39. Su aspecto es atípico para su cargo: cabello largo y canoso y gran bigote, pantalón de mezclilla, mirada profunda. Papadopoulos no pretende esconder su angustia: “Me es insoportable saber que en mi escuela hay niños que no comen todos los días ni tienen ropa caliente para el invierno. En sólo cinco o seis años nuestra sociedad pasó del sobreconsumo a la escasez de bienes esenciales. Fue vertiginoso. Y es violentísimo para los muchachos. Tuvieron una ilusión de abundancia y ahora se van hundiendo en la miseria. Todos los días me pregunto cómo ayudarlos. Es mi obsesión.” Después de un breve silencio agrega: “Hace poco recibí una llamada de la Secretaría de Educación. Un funcionario me preguntó si había problemas de alimentación en la escuela y le describí la situación que enfrentamos. Hasta ahora no me ha vuelto a llamar. Intenté movilizar a gente rica. En vano. Voy a seguir buscando una solución, tocando todas las puertas. “Acabamos de organizar una fiesta navideña con músicos, el coro, juguetes que donaron los muchachos más acomodados, pasteles que hicieron madres y profesoras que aún pueden hacerlo... Recogimos mil euros... Es poco pero nos permitió volver aprender a ser solidarios. En realidad me siento desarmado. ¿Qué va a pasar con los miles y miles de adolescentes de todo el país que están en la misma situación que mis alumnos?” Papadopoulos, quien también enseña física y química, percibe a diario el malestar de los jóvenes. “¡Tengo tantas dudas sobre su porvenir! Busco motivarlos, pero es difícil convencerlos de que sus estudios les permitirán tener un buen trabajo. Busco inculcarles valores humanos, les hablo de solidaridad y del bien común. Les digo que sólo podremos salvar al mundo siendo atentos los unos con los otros. Me miran perplejos. Saben muy bien que la crisis que nos azota se debe a políticos y financieros griegos e internacionales que se burlaron del bien común, y lo siguen haciendo.” El director del Colegio 39 busca darse ánimo. “El impacto de una crisis siempre es complejo. Por un lado siento que los muchachos empiezan a preocuparse por sus compañeros y me honra decir que no hay problemas de racismo en esta escuela, donde 40% de los alumnos son griegos y 60% son de Albania, Bulgaria, Rusia, Polonia, Ucrania, Argelia o Ghana. Por otro lado cada día veo cómo crece su angustia y siento que 2012 va a ser peor que 2011. Por el momento no veo solución.” Después de otro silencio, Papadopoulos confía: “La mayoría de los griegos vive agobiada. Tienen que enfrentar al mismo tiempo la supresión de aguinaldos, la disminución de salarios o la pérdida de empleos, el aumento del costo de vida, de los impuestos y el pago de créditos. Los días 15 ya no les queda nada. “Hoy en Grecia nos da asco el sistema político, los partidos que nos engañaron, los tecnócratas de Europa y el FMI. Si hubiera elecciones en este momento creo que 75% de la población no votaría. En ese contexto sigo esforzándome para insuflar fuerza a mis muchachos.” Largo suspiro. La antesala de la oficina del director está llena de profesores, entre ellos Anna C., que enseña inglés. Un problema administrativo impide que tenga un puesto fijo. Sólo consiguió un contrato para el año escolar en curso. No sabe lo que pasará el siguiente. Después de 55 años de trabajo su esposo cobra 700 euros mensuales de jubilación. Su hijo está desempleado. Su hija trabaja en una notaría, pero su salario no le alcanza para vivir y está buscando emigrar junto con su novio. “No les queda de otra”, dice Anna y de pronto explota: “Perdí el orgullo de ser griega. Trabajamos toda nuestra vida y ahora estamos hundidos en la precariedad, vulnerables, empobrecidos, humillados, sobreviviendo en una sociedad que no ofrece el mínimo porvenir para nuestros hijos”. Los demás profesores aprueban en silencio. Anna comienza a llorar. Sale disculpándose. “Epidemia de quiebras” La crisis que flagela a Grecia es implacable. Es difícil confiar en las estadísticas porque la degradación permanente de la situación las vuelve caducas apenas publicadas. Oficialmente en octubre de 2011 el desempleo afectaba a 13.5% de la población económicamente activa. Pero después de las recientes medidas de austeridad –más drásticas que las anteriores– impuestas a Grecia a finales del año pasado por la Troika (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) esa cifra fue rebasada. Los jóvenes son los más golpeados: oficialmente 34.6% de los que tienen entre 15 y 29 años no tiene empleo. Según investigadores de la Universidad Panteion de Atenas, 43% de los que tienen entre 15 y 24 años busca empleo. En 2008, después de los primeros efectos de la crisis, 20% de los griegos vivía bajo el umbral de pobreza. Hoy uno de cada tres padece esa situación, que amenaza con empeorar. A finales de noviembre pasado, 19 mil empleados públicos se enteraron por correo de que se habían convertido en “reserva de trabajo”. Ese eufemismo inventado por los tecnócratas de Bruselas –sede de la Comisión Europea– y del FMI significa que cobrarán sólo 60% de su salario durante un año y que después se les despedirá. La Troika exige en total el despido de 30 mil burócratas. Según datos publicados por las cámaras griegas de Comercio, cada mes quiebran 4 mil micro, pequeñas y medianas empresas. Basta caminar por la calles de esta ciudad para ver el derrumbe de los comercios. En todos los barrios abundan tiendas, cafés y restaurantes cerrados con avisos de renta o venta. Cerca de la plaza Omonia, zona bastante empobrecida del corazón de la ciudad, una de cada dos tiendas de informática está cerrada. En la calle Ermou, en la zona comercial predilecta de la clase media, se perdió la cuenta de las tiendas que cesaron actividades. Los barrios residenciales de Koliniki, Patriarchou Ioakim e Irodotou no escapan a esa epidemia. Si bien sus tiendas de lujo siguen exhibiendo bolsas, botas de cuero fino o vestidos de marca cuyos precios no bajan de 800 euros (el salario mínimo es de 750 euros mensuales y la Troika pretende alinearlo con el de Portugal, de 500), muchos comercios ya quebraron. Estos barrios, en el norte de la ciudad, albergan también tiendas de antigüedades y galerías de arte. Estas últimas nunca abrieron sus puertas a los jóvenes artistas griegos desconocidos. Sólo se interesaban en “valores seguros” y en creadores “consagrados”. Hoy los pintores y escultores ninguneados saborean una pequeña venganza. Algunos comerciantes les permitieron exponer sus obras en los locales vacíos y polvosos de sus tiendas en bancarrota. Un mapa detallado facilita la visita de estas muestras improvisadas en las exclusivas calles Nikis, Amerikis, Solonos, Pindaru y Patriarchou Ioakim. “No hay mal que por bien no venga”, lanza a la reportera un profesor de pintura y dibujo trepado en un andamio en el céntrico barrio de Monasteriki. Es de noche y lo acompañan estudiantes de bellas artes que pintan un fresco en el muro de un edificio. “Es nuestra hora de gloria –exclama uno de ellos con humor negro–. La alcaldía no tiene presupuesto para borrar los grafitis ni nuestras obras maestras. La ciudad nos pertenece.” En toda Atenas los muros se van cubriendo con eslóganes rabiosos contra la crisis y los políticos; grafitis, frescos, murales, pinturas abstractas con colores agresivos. Esa explosión de obras anónimas da vida a la ciudad golpeada. Suenan como gritos. Son expresiones de vida, brotes de resistencia que participan del encanto particular y paradójico que sigue teniendo la capital griega a pesar de la crisis. Con “un nudo en la garganta” Atenas es inmensa y no es una ciudad bonita. Acoge a la tercera parte de los 11 millones 250 mil habitantes del país, mientras que la aglomeración que la rodea y que se extiende hasta el puerto del Pireo alberga a 6 millones de personas. La capital creció en forma caótica, sin planeación, pero no deja de ser extrañamente atractiva con sus tabernas ruidosas, sus amplias terrazas de café, sus calles peatonales, sus callejones estrechos que serpentean en las faldas de la Acrópolis, sus hermosas iglesias y capillas bizantinas escondidas entre edificios modernos, sus múltiples vestigios arqueológicos que la construcción reciente del metro sacó al aire libre. Pero el tesoro de Atenas es el Partenón: eterno, suntuoso e imponente que domina la ciudad; inmaculado bajo el sol, misterioso bajo la lluvia, dorado de noche. Con los Juegos Olímpicos de 2004 la Atenas contemporánea tuvo momentos de gloria. “Quisimos impresionar al mundo y lo logramos”, confía Dimitra Nousi, alta funcionaria de la alcaldía capitalina. Recuerda la efervescencia que reinaba en la capital griega en los años que precedieron a los juegos y durante la celebración de los mismos que atrajeron a millones de visitantes. “Entonces administrábamos la opulencia. Hoy batallamos con la miseria”, comenta. Es una mujer culta y sensible que tiene una novela publicada y un posgrado en sociología del derecho. Desde finales de agosto pasado es responsable de una de las instituciones de ayuda social del gobierno de Atenas. Todavía no se repone del choque que le causa su nuevo cargo. Atiende a la corresponsal en su oficina en la calle de El Pireo, a escasas cuadras del Parlamento y de la plaza Síntagma en la que se reunían los indignados griegos el verano pasado. La sede de la institución está convertida en una inmensa bodega: centenares de cajas y bolsas llenas de aceite, harina, arroz, granos, azúcar se amontonan en todas las oficinas, en los corredores y las escaleras. Hay gigantescas pilas de ropa usada en una gran sala de la planta baja. Dimitra tiene que abrirse paso entre bultos para alcanzar su computadora. Debe organizar la distribución –al mediodía y a las cinco de la tarde– de mil 250 raciones de comida caliente para los necesitados. También administra una “tienda social” que reparte bolsas de productos básicos a 200 familias que viven en la precariedad. La lista de espera de estas familias es tan larga que las seleccionadas sólo se benefician de esa ayuda durante seis meses. Después se atiende a otras 200. A las 12 del día Dimitra lleva a la reportera al patio arbolado del centro social en el que se va formando una cola muy larga. Hay adultos y niños, griegos e inmigrantes, ancianos y jóvenes. Nadie habla. Algunas personas se tapan el rostro con el periódico al sentirse observadas. “No me acostumbro –dice Dimitra–. Desde septiembre trabajo con un nudo en la garganta. Y lo peor está por venir. Cada día crece más el número de personas que nos pide de comer. La Iglesia ortodoxa reparte también mil comidas dos veces al día en ese mismo patio. Pero no nos damos abasto. Estamos totalmente rebasados por la amplitud de esta crisis humanitaria. No estamos preparados material y psicológicamente para enfrentarla. Nos vamos organizando a marchas forzadas.” Agrega: “Hace sólo cinco años no hubiéramos visto a familias griegas en este centro. Sólo se atendía a personas marginadas, como las hay en todas las grandes ciudades del mundo. También ayudábamos a inmigrantes de Bulgaria, Rumania, Afganistán y Paquistán, cuya meta era cruzar Grecia para ir a Alemania. Ahora los griegos son cada vez más numerosos”. ONG y asociaciones de barrio reparten también comestibles y comida caliente. ¿Cuántas personas viven de esa asistencia? No hay cifras al respeto. Nadie tiene tiempo de hacer ese recuento. “Urge sacar cuentas –insiste Dimitra–. Si podemos demostrar con cifras fidedignas a la Troika que miles de atenienses padecen hambre, quizás reconsidere sus dictados... La generación de mis padres, que vivió la Segunda Guerra Mundial, nunca se imaginó que volvería a ver semejantes escenas en nuestro país”. Otro fenómeno preocupa a Dimitra. Bajo presión de la Troika el gobierno creó un impuesto sobre la vivienda que se debe pagar junto con la cuenta de la energía eléctrica. Si no se paga, se corta la luz. “Quienes trabajamos en los servicios sociales de la alcaldía hemos detectado a familias que ya viven sin electricidad. Es un auténtico escándalo. Pero no logramos tampoco calcular cuántas personas viven en esas condiciones porque les da vergüenza confesar su problema. Es gente de clase media cuyo estatus se derrumbó. Por orgullo no se manifiestan, pero va a llegar un momento en que les tocará dar la cara.” Los días 25 y 31 de diciembre la alcaldía organizó fiestas para los sacrificados de la crisis económica. La reportera estuvo en la de la Navidad. En un inmenso gimnasio del barrio de Rouf estaban alineadas largas mesas alrededor de las cuales estaban sentados centenares de desamparados, en su mayoría griegos, comiendo a toda velocidad. Pocos conversaban entre sí. Impactaba observar sus rostros exhaustos, cerrados, deprimidos o inexpresivos. Era insoportable ver cómo los camarógrafos de televisión filmaban a altos funcionarios de la alcaldía bien vestidos y a sus esposas bien arregladas sonriendo a los comensales taciturnos. Otras personas hacían colas para recibir bolsas de pan o pastelitos ofrecidos por guapas muchachas contratadas por una gran multinacional copatrocinadora de ese lúgubre almuerzo navideño. Resistencia La huelga de los obreros de la acerera griega Helleniki Halivourgia es emblemática. Empezó el 1 de noviembre y al cierre de esta edición el movimiento se mantenía. Cuando la reportera los visitó cumplían 59 días de resistencia. La siderúrgica está en el área industrial, a orillas de una amplia carretera a unos 30 kilómetros del centro de Atenas. Cuando pasan frente a los huelguistas, muchos choferes de autobuses, camiones de carga y autos tocan el claxon para expresar su solidaridad. Las rejas de la entrada de la fábrica están cubiertas con carteles y banderas de sindicatos metalúrgicos de países europeos que apoyan la huelga. Altoparlantes difunden canciones de lucha. 50 trabajadores montan guardia. Tres de ellos reciben a la reportera con una copa de raki que definen como el “tequila griego”. Uno trabaja en la producción, otro en las bodegas y el tercero es chofer. Se llaman Kristos, Panayotis y Stavros, respectivamente. Tienen entre 40 y 45 años. Dos de ellos llevan más de 20 años trabajando en la empresa, el otro cinco. Todos están casados y tienen hijos. Nuestro intérprete se llama Ioannis Nakos. Es un reportero desempleado que vino a expresar la solidaridad con los huelguistas de numerosos periodistas de radio, medios impresos y televisión despedidos o en huelga en sus propios medios. Explica Kristos: “El dueño de Helleniki Halivourgia pretende que la industria del acero está en crisis. Es falso. La producción va viento en popa. Pasamos de 194 mil toneladas en 2009 a 266 mil en 2011. Las ventas bajaron a escala nacional, pero aumentaron a escala internacional. En realidad la dirección de la empresa quiere aprovechar la situación general para romper nuestros contratos colectivos y disminuir el costo de la mano de obra. Nos propuso trabajar cinco horas al día en lugar de ocho y bajar nuestros salarios 40%”. Agrega Panayotis: “Convocamos a una asamblea general que decidió rechazar esas propuestas. La dirección despidió primero a 16 obreros, luego a 13 más. Suspendimos las labores con el primer despido”. Precisa Stavros: “Desde entones la situación está bloqueada. Llevamos dos meses sin cobrar un centavo. La dirección hace lo imposible para dividirnos. Ingenieros llaman por teléfono a nuestras esposas para que nos presionen. Pero no vamos a ceder. Sólo volveremos a trabajar cuando reintegren a nuestros compañeros despedidos y con el compromiso de mantener nuestras condiciones laborales”. Vuelve a tomar la palabra Kristos: “Al principio sólo nos movilizamos para defender nuestros derechos. Pero con el paso del tiempo entendimos que nos estábamos convirtiendo en un símbolo de resistencia para miles de griegos afectados por la crisis. No podemos perder esta lucha. No podemos dejar que se apague esta llama de esperanza”. Helleniki Halivourgia emplea a 400 obreros que trabajan en lugares donde la temperatura alcanza los 40 grados centígrados y donde hay escasas medidas de seguridad. Enfatiza Kristos: “Sólo podemos seguir con la huelga porque recibimos ayuda de todas partes de Grecia. Nos animan también los mensajes de solidaridad de sindicatos de Luxemburgo, Rusia, España, Argentina, Chile…”. Los obreros organizaron cuatro turnos de seis horas para vigilar las instalaciones de Helleniki Halivourgia. Cada turno moviliza a 50 trabajadores. Temen sabotajes y provocaciones. No se pueden dar el lujo de un “accidente” que desacreditaría al movimiento. Ninguno de los sindicatos afiliados a los partidos Pasok (socialdemócrata) o Nueva Democracia (de derecha) –integrantes de la coalición gubernamental– ha tratado de contactarlos. En cambio todos los días reciben visitas de griegos solidarios, organizaciones, partidos de izquierda y asociaciones de barrio que les entregan artículos de primera necesidad y dinero. Hemorragia En varias ciudades del país y en muchos barrios populares de Atenas se organizan fiestas en las que se recogen fondos para los trabajadores de Helleniki Halivourgia. La corresponsal asistió a una de ellas en un mercado abandonado convertido en lugar de reunión del barrio Ano Kypseli. Había comida, bebida y música. A los participantes parecía alegrarlos juntarse para apoyar a David contra Goliat. Entre los asistentes destacaban unos jóvenes. Platicar con ellos resultó aleccionador. Eran estudiantes o egresados de universidades. Confesaron que se aprestaban a dejar el país. Algunos ya habían hecho trámites en las embajadas de Australia, Canadá y Estados Unidos; otros movían sus contactos en Irlanda, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Según datos de investigadores de la Universidad Panteion, en los tres últimos años alrededor de 50 mil griegos emigraron; 80% de ellos tiene menos de 30 años, muchos con diplomas universitarios. En opinión de los investigadores, es sólo el principio de la hemorragia. “Es terrible –confía Ioannis Nakos, nuestro intérprete en la fábrica Helleniki Halivourgia–, es una fuga de cerebros sin precedente. Gran parte de la materia gris de Grecia se va”. Él mismo confiesa que se dispone a emigrar. Tiene dos propuestas, una en Gran Bretaña, otra en África. Le es más atractiva la segunda. “Me da mucho coraje tener que buscar trabajo en Francia”, confía unos días más tarde Loukianos Zaganiaris, quien termina sus estudios de comunicación social en París. “Mi sueño era volver a vivir y trabajar en mi país. Pero es imposible”. “La mayor parte de mis amigos de la infancia ya se fueron de Grecia o están a punto de hacerlo”, explica Elengo Bargilli-Panourgias, estudiante de bellas artes. “Quizás tendré que hacer lo mismo”, comenta. Hay jóvenes que deciden irse a vivir al campo, explican a la reportera Irini Gonou, pintora, y su esposo Miltos Pantelias, pintor y escultor. Tienen una casita heredada de los padres de Miltos en la isla de Naxos, la más grande del archipiélago de las Cícladas. Empiezan a ver a jóvenes de las ciudades que regresan a la isla de su infancia. Ellos mismos piensan retirarse en Naxos si se les complica seguir viviendo en Atenas. Tienen un hijo músico en Francia al que ayudan económicamente y quien abandonó la idea de regresar a Grecia. “La discográfica en la que trabajaba acaba de quebrar –comenta Irini–. Por el momento su porvenir está fuera de aquí”. El fenómeno del regreso a la tierra es aún embrionario y llama la atención de sociólogos. Casi todos los atenienses tienen raíces rurales y conservaron en el campo las casas de sus padres o abuelos. Suelen habitarlas en verano. Los jóvenes empiezan a quedarse en ellas todo el año. Cultivan legumbres, cuidan sus frutales, hacen vino y queso. Tienen cabras y computadoras... ¿Qué tan viable es esa alternativa? El tiempo lo dirá. “De todas maneras suena mejor que el suicidio”, reconoce Ioannis con el humor negro que caracteriza a los griegos en estos tiempos de desmoronamiento. El periodista alude a otro fenómeno que deja a psicólogos, psiquiatras y sociólogos totalmente desubicados. La tasa de suicidios ha crecido. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, antes de la crisis Grecia tenía la tasa más baja de suicidios de Europa. En junio pasado Andreas Loverdos, secretario de Salud del gobierno de Yorgos Papandreu, reconoció ante el Parlamento que la tasa de suicidios aumentó 40% entre el primer semestre de 2010 y 2011. Los psiquiatras griegos subrayan que el pantano económico del país causa tanto estrés y desmoralización que la gente ya perdió el control. La ONG Klimaka abrió una línea telefónica de emergencia para dialogar con los desesperados. La organización atendió 5 mil llamadas en el primer semestre de 2011, dos veces más que el año anterior. Estos datos coinciden con los de Loverdos. “Dictadura financiera” George Filipakis, periodista de armas tomar, es uno de los responsables sindicales de Alter TV, un canal privado de televisión cuyos 700 empleados –reporteros, técnicos y personal administrativo– tienen que batallar para cobrar sus salarios. Sus enfrentamientos con la dirección de la empresa empezaron en septiembre de 2010 y se agudizan cada vez más. Alter TV es un canal de información continua de referencia en Grecia. Hoy está en huelga indefinida. Explica Filipakis: “El dueño lleva un año pagándonos a cuentagotas. Ahora nos debe varios meses de salario. Por eso suspendimos la emisión de los programas. Estamos día y noche en nuestras oficinas y en ellas nos quedaremos hasta que nos paguen”. El periodista, de 65 años, tiene una larga trayectoria de lucha. En su juventud combatió contra la Dictadura de los Coroneles (1967-1974). Fue encarcelado y torturado. Hoy está en pie de guerra contra la dictadura financiera cuya violencia “no tiene nada que envidar a la de los militares”, afirma. La reportera platica con Filipakis en la sala de redacción de los noticiarios de Alter TV. Las pantallas de las computadoras y las de control están apagadas. Los empleados y sus hijos –de vacaciones de fin de año– ocupan el lugar. Como las oficinas del Departamento de Ayuda Social de la alcaldía, las de la canal se volvieron bodegas. “Los televidentes no nos dan dinero, pero nos mandan productos de primera necesidad y muchas cosas para los niños”, precisa Filipakis al tiempo que muestra uno de los estudios lleno de donativos. Otra oficina se convirtió en cafetería y una tercera en enfermería, donde un médico de la organización Peace Doctor da consultas una vez a la semana. “Gran parte de los empleados ya está bajo el umbral de la pobreza. Pero no vamos a capitular”, insiste Filipakis. Igual que la de Helleniki Halivourgia, la huelga de Alter TV se ha convertido en un símbolo: el del combate de los periodistas griegos por sobrevivir. Desde principios de 2012 Filipakis aparece varias veces al día en las pantallas de la emisora para difundir exclusivamente noticias sobre luchas sociales, huelgas, despidos de trabajadores y manifestaciones de solidaridad nacional e internacional. “Quieren amordazarnos para bajar el nivel de información sobre los estragos causados por las medidas de austeridad que nos impone la Troika con la complicidad de nuestro patético gobierno de unión nacional”, denuncia Filipakis. Agrega: “La dirección de la televisora afirma que los bancos rehúsan otorgarle préstamos para recapitalizar Alter TV. ¿Con qué dinero pudieron crear Kontra TV en mayo pasado?”. Esyea, poderosa asociación de la prensa ateniense, no tiene la cifra exacta de los periodistas despedidos porque ese número aumenta cada día. Dimitris Trimis, su presidente, habla de varios centenares de desempleados en los medios griegos. Fue emblemático el colapso en noviembre de 2010 de Apogevmatini, el mayor diario conservador de Grecia. Y es alarmante el estado comatoso de Eleftherotipia, periódico progresista cuyo tiraje alcanzaba 200 mil ejemplares diarios hace tres años. Creado en 1975 después de la caída de la Dictadura de los Coroneles, pluralista y muy profesional, Eleftherotipia se volvió un elemento capital de la vida democrática griega. Sus 800 empleados, que dejaron de recibir salario desde agosto pasado, se fueron a la huelga el 1 de diciembre de 2011. Eleftherotipia es libertad de prensa en griego.

Comentarios