YANGÓN, (apro).- Parecen dos lados contrapuestos de Myanmar (antes Birmania), que en realidad son las dos caras del mismo fenómeno: el jueves 29 de marzo, en vísperas de las elecciones legislativas del domingo 1 de abril (las primeras que pueden tener un carácter democrático desde las de 1989, que fueron anuladas por el Ejército), en el distrito sur de la ciudad principal, Yangón, las banderas y camisetas del mayor partido de oposición, la Liga Nacional por la Democracia (LND), tiñen de rojo las calles y las avenidas en repetidas ondas de entusiasmo, a pesar de los 35 grados, con humedad de 87%, que sofoca poco antes del ocaso.
Esa noche de jueves, en el centro comercial Juntion Square, inaugurado apenas el 16 de marzo, los brillos no podrían ser más cegadores, dadas las superficies blancas y la potencia de la iluminación.
Con ánimo similar al de los activistas políticos, cientos de yangoneses se dispersan por sus pasillos, juegan en las escaleras eléctricas, curiosean en las primeras salas multiplex del país y disfrutan de helados presuntamente “italianos”.
“¡Fascinante, fascinante!”, repite Patricia Pun, una dinámica galerista y empresaria de Myanmar de 70 años. No es alguien fácil de impresionar con el relumbrón: Hong Kong (donde vivió en el exilio durante casi 30 años), Kuala Lumpur y Bangkok, ciudades que compiten en número, dimensiones y derroche de sus superficies de compras, son destinos que visita tres o cuatro veces al año. “¡Jamás pensé ver algo como esto aquí!”, explica. “¡Fascinante!”
Patricia sabe bien que Junction Square es comparativamente pequeño, que no se ve una sola de las grandes marcas internacionales y –lo más importante— que sus compatriotas capaces de gastar en bienes y objetos superfluos son una minoría muy pequeña….todavía.
Y esto pesa en las consideraciones de grandes inversionistas de Oriente y Occidente. En términos de oportunidades de negocio, Myanmar es una presa que ya va dejando caer agua y que está a punto de abrir sus compuertas, probablemente de par en par, para hacer correr el río donde muchos pescadores encontrarán pingües ganancias.
Todos están esperando la señal, el pistoletazo de salida. Algunos, sin embargo, se encuentran en desventaja: estadunidenses y europeos, australianos y canadienses, cuyos países han montado un aparatoso y complejo sistema de sanciones económicas, destinadas a hacer caer la terrorífica dictadura que rigió Myanmar durante 49 años, de 1962 a 2011.
Tardarán un poco en deshacer la madeja y, mientras tanto, sus competidores de China, Singapur, Malasia, Taiwán, Tailandia y Hong Kong, además de los plutócratas myanmar que guardan su dinero fuera del país, se apresuran a tomar posiciones para estar fortalecidos cuando llegue la bonanza. Junction Square es un proyecto de chinos y myanmar.
La prisa de Washington
A Occidente le tomó dos décadas instalar su sistema de castigos. Las sanciones impuestas por Estados Unidos, por ejemplo, dependen de cinco leyes federales aprobadas por el Congreso, y de cuatro órdenes ejecutivas emitidas por los presidentes George Bush padre, Bush hijo y por Bill Clinton, entre 1990 y 2008.
Ahora se quieren deshacer de ellas en tiempo récord. Y para ello, esperan que el proceso electoral se realice de manera convincente y, sobre todo, que Aung San Suu Kyi, alma de la lucha democrática de Myanmar y que ha sido comparada con Mohandas Gandhi y Nelson Mandela, Premio Nobel de la Paz y ahora, a sus 66 años, candidata a diputada por el distrito de Yangón sur, le dé el visto bueno al proceso.
La prisa de Washington, Londres y otras capitales no es un secreto. El martes 27, la agencia Reuters difundió un análisis cuyo primer párrafo afirma: “Los países occidentales desesperadamente quieren que las elecciones parciales del domingo (1 de abril) se desarrollen suavemente –y que la líder opositora Aung San Suu Kyi obtenga un escaño en el Parlamento—, para poder empezar a levantar las sanciones y dejar que sus compañías inviertan en la antes aislada nación”.
“Me molesta muchísimo que me afecten las decisiones de Estados Unidos”, dice James Douglas Irving, un pequeño emprendedor australiano que tendrá que marcharse el domingo sin haber logrado montar un proyecto, ya que “los pagos se tienen que hacer por Paypal (una página de transferencias por Internet) y Paypal no puede operar aquí, por las sanciones”.
Irving se aloja en un hostal modesto porque “en los hoteles decentes no hay ni una sola habitación disponible de aquí a agosto, todo el mundo está haciendo contactos y cerrando negocios, menos yo”, afirma. Por eso quiere “que hagan sus elecciones, que sean libres y felices y que nos dejen trabajar”.
Cambios gatorpadianos
No queda claro, sin embargo, que este proceso electoral esté dando lugar a un cambio político de fondo, más allá de lo formal. Estados Unidos y la Unión Europea lo consideran clave. Ya han dado muestras de que están dispuestos a dar grandes saltos a cambios de pequeños pasos del gobierno myanmar.
El 16 de enero, por ejemplo, el régimen firmó un acuerdo de paz con el grupo guerrillero Unión Nacional Karen (que representa a la etnia karen y es sólo uno de varios movimientos alzados en armas). Sólo un día después, el 17 de enero, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, citó ese acto para justificar la reanudación de relaciones diplomáticas entre su país y Myanmar. Ello pese a que el 3 de febrero, The New York Times publicó que los líderes karen negaban haber pactado.
Ahora esperan que este domingo 1 de abril queden todos contentos y Aung San Suu Kyi se apresure a legitimar el resultado. Si todo sale bien, y si La Dama --como llaman a la líder-- llega al Parlamento, muy poco va a cambiar.
El régimen militar realizó elecciones fraudulentas en 2010, en las que la LND rechazó participar. Aung San seguía bajo arresto domiciliario, como lo estuvo durante un total de 17 años, en varios intervalos, entre 1989 y su liberación en 2011.
De aquel proceso salió una Cámara baja de 440 diputados, de los que 40 han dejado el asiento para sumarse al gobierno. Son sólo estos 40 escaños más otros 8 de la Cámara alta los que están en juego. Aun si la LND barriera y conquistara la totalidad, ocuparía apenas 9% del recinto parlamentario. Del resto, pequeños partidos opositores forman el 2%, mientras que 88% de los diputados son fieles al régimen: civiles (militares que pasaron a retiro) miembros del oficialista Partido de Solidaridad y Desarrollo de la Unión (PSDU) y soldados en activo, un total de 110 diputados (25% de la Cámara) que son designados directamente por el Ejército.
Absolutamente nada se dice de hacer justicia. Miles de muertos y desaparecidos en varias olas represivas, miles de torturados y de personas cuyas vidas quedaron destruidas al estar presas sin cargos durante décadas, cuyos bienes fueron incautados o robados. El régimen ha liberado a varios centenares de prisioneros políticos, pero nadie sabe cuántos quedan.
Las fortunas que ahora se alistan para aprovechar las nuevas oportunidades son las que se crearon al amparo de los abusos del régimen, casi todas pertenecientes a militares o asociados del Ejército, y no se habla de exigir cuentas. El discurso actual de derechos humanos de los países occidentales no va más allá de pedir una democracia de fachada, en espera de las elecciones generales de 2015.
Los myanmar con mayor conciencia política se muestran cautos. Aung Zaw, un antiguo estudiante opositor que tuvo que escapar del país tras una de tantas sangrientas represiones, en 1988, y que ahora dirige el periódico en línea Irrawaddy, dedicado a Myanmar pero con base en la vecina Tailandia, regresó la semana pasada por segunda vez al país (la primera fue en febrero). La recepción oficial fue “muy cálida, lo que fue verdaderamente una sorpresa”. El presidente Thein Sein, en el cargo desde marzo de 2011, había hecho una invitación a los exiliados a regresar.
Zaw percibe, además, que “los funcionarios del régimen, que rara vez le hablaban a la gente, han empezado a demostrar que pueden escuchar”.
A pesar de ello, no ha decidido quedarse todavía: “Todo el mundo sigue teniendo cautela, hay escepticismo. Hemos visto muchas subidas y bajadas en los últimos 30 años y sabemos que esta ola de cambios puede ser fácilmente revertida”.
No es lo que sienten los ciudadanos comunes. En Yangón sur, los activistas hablan de Aung San Suu Kyi como una santa, “ella va a hacer que desaparezca la miseria y nos traerá bonanza”, asegura una joven que reparte volantes.
En Junction Square, el cambio se hace más evidente. “Hasta hace muy poco, no se veían faldas cortas ni shorts, y todos los hombres vestían longyi (una falda recta con estampado de cuadrícula que es la vestimenta masculina tradicional)”, dice Patricia Pun, que en medio de su fascinación encuentra que esto la incomoda.
Más de la mitad de las personas en el centro comercial lucía ropas occidentales. Muchas chicas dejaban ver las piernas hasta la parte superior del muslo, como es común en las ciudades de Oriente. Pero también había mujeres a la vieja usanza, con coloridas faldas largas y amplios blusones blancos. Y jóvenes en longyi. Y cuatro monjes budistas. Y una decena de muchachas ruidosas con la camiseta roja de la LND y carteles de Aung San Suu Kyi. Miraban el cartel que anunciaba la última película de Walt Disney.