LONDRES (apro).- La princesa Sara bint Talal bin Abdulaziz Al Saud, sobrina del rey de Arabia Saudita Abdulá bin Abdulaziz, pidió asilo político en Londres, el pasado viernes 6, luego de denunciar “abusos físicos y persecución” por parte de su propia familia.
Se trata de un caso que podría tensar las relaciones diplomáticas entre Gran Bretaña y Arabia Saudita, países con fuertes lazos comerciales, principalmente en el área armamentística.
Sara, de 38 años y conocida como la Princesa Barbie, sostiene que las autoridades sauditas planean secuestrarla a ella y sus hijos y llevarlos de regreso a RIAD, después de que, asegura, la acusaron con falsedades de aliarse con opositores políticos en Arabia.
La princesa saudita dice además que fue víctima de abusos físicos y de amenazas por razones políticas, debido principalmente a que es una reformista, aunque no se le conocen actividades políticas ni de defensa de los derechos humanos.
Sara vive en un exclusivo hotel cinco estrellas del centro de Londres junto con sus cuatro hijos, dos perros y varios sirvientes y mayordomos.
En un comunicado, el gobierno británico confirmó el mismo viernes 6 que evaluará su caso y decidirá si otorgarle o no el asilo político, en un caso que amenaza con generar fuertes tensiones diplomáticas entre Gran Bretaña y Arabia Saudita.
La princesa saudita vive en Londres desde 2007, tras distanciarse de su padre, el príncipe Talal bin Abdulaziz al Saud, de 80 años. A partir de entonces mantiene una batalla judicial con su hermano, el príncipe Turki bin Talal bin Abdulaziz al Saud, por la herencia de la familia, estimada en unos 500 millones de dólares.
En un comunicado dado a conocer por sus abogados defensores, la princesa confirmó que pidió asilo político en Londres para ella y sus hijos, tras vencerse sus correspondientes visas temporales en el Reino Unido.
“Con profunda pena y tras haber quedado sin otra opción, le he escrito al Ministerio del Interior británico indicándole que yo y mis hijos solicitamos el asilo político”, indicó.
“Mi reputación ha sido manchada en los medios de prensa por una campaña de desprestigio sin fundamentos y maliciosa. Por años he soportado todo esto en silencio, mientras trataba de resolver mi situación con dignidad a través de los canales normales, sin fanfarrias o publicidad”, agregó.
Sostuvo que su pedido a las autoridades sauditas "ha sido obstruido y denegado", y agregó que la embajada saudita en Londres "me dio la espalda".
“Mis bienes han sido congelados. Me acusan de estar en la oposición, con Irán. No me han dejado nada. Me han crucificado de todas las formas posibles”, subrayó.
Aunque la princesa viste al estilo occidental y no lleva el velo que la sociedad saudita impone a sus mujeres, no cuestiona ni la autoridad absoluta de su tío, el rey Abdalá, ni la de la Sharía o ley islámica que se utiliza en el reino para justificar la sumisión de las mujeres.
La princesa Sara dijo en el comunicado "respetar mucho" a su tío el Rey de Arabia, como también a todo el pueblo de esa nación. "Todo lo que he pedido es por mis derechos legítimos, para que mis hijos y yo podamos retomar nuestras vidas con dignidad, y volver a mi vida y trabajo normales", continuó.
Por su parte, un vocero de la embajada saudita en Londres confirmó que los diplomáticos de ese país "están tratando de resolver el problema de visa y residencia de la princesa".
Añadió:
"Este asunto es personal, así que no hay mucho que el gobierno pueda hacer. No es un asunto político".
“Barbie”
La princesa Sara es hija de Talal –más conocido como el Príncipe Rojo por su coqueteo con el naserismo en los años sesenta del siglo pasado y sus inclinaciones liberales– y su tercera esposa, Mudie Bint Abdulmohsen Alangary.
Apodada Barbie por su cabellera rubia y su pasión por la moda y el lujo, fue criada por una institutriz británica, estudió en la Universidad Rey Saud de Riad y se casó joven con un primo, como es costumbre en Arabia Saudita, del que se divorció pocos años después.
Mantenía una buena relación con su padre, hasta que en 2007, por un asunto que Sara no aclara, se enfrentó a su progenitor y decidió establecerse en Londres con sus hijas. Su pasaporte caducó dos años después y ahora corre el riesgo de ser deportada, dado que su visado también ha vencido y las autoridades británicas rechazaron su extensión el año pasado.
Desde la muerte de su madre, en 2008, Sara ha batallado con su hermano mayor, el príncipe Turki, por la herencia multimillonaria, que además de dinero incluye joyas, obras de arte y propiedades en Arabia Saudita, Suiza, Egipto y Líbano.
Las autoridades sauditas le han pedido que regrese a Riad para defender su causa en lugar de airearla en el extranjero, pero el asunto puede ir mucho más lejos, ya que su petición de asilo, justo tras la muerte del príncipe Nayef, que estaba enfrentado a su padre y le brindó su protección cuando se distanció de él, deja ver las crecientes tensiones dentro de la familia real saudita.
Sara es además nieta del rey Fahd bin Abdelaziz al-Saud, fallecido el 1 de agosto de 2005.
Abdelaziz al-Saud fue uno de los 36 hijos del fundador saudita Ibn Saud, y el cuarto de sus cinco hijos que han gobernado (Saud, Faisal, Jalid, Fahd, y Abdalá).
Arabia Saudita tiene las segundas reservas de petróleo del planeta y es el segundo exportador mundial de crudo. Este sector concentra 90% de sus exportaciones y le genera cerca de 75% de sus ingresos, lo que le ha facilitado la creación de un Estado del bienestar para su población.
Sin embargo, los grupos de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han denunciado la falta de protección de los derechos individuales en el país.
“Soy una amenaza porque soy una reformista desde dentro. Mi manera es la manera islámica moderna”, afirmó la princesa al periódico Daily Tellegraph, en una entrevista publicada el sábado 7.