Rusia: El tablero de ajedrez sirio

viernes, 1 de marzo de 2013 · 21:08
MÉXICO, D.F. (apro).- El estado nacional de Siria hace explosión en el corazón de Medio Oriente. Se divide en clanes poderosos y su territorio se convierte en campo de batalla entre alauitas, chiitas y sunitas, así como entre árabes y kurdos, y cristianos y musulmanes. Siria se vuelve terreno fértil para los más radicalizados combatientes islámicos, y los arsenales repletos de gas mostaza corren el peligro de caer en manos de simpatizantes de Al Qaeda. Además, la guerra civil ha dejado 70 mil muertos, 2 millones de personas sin vivienda, un millón de refugiados en las fronteras y un país fragmentado que desestabilizaría a Líbano y Jordania, alentaría las luchas en Irak y se desparramaría hasta el explosivo Cáucaso ruso. Este aterrador escenario se hace cada vez más real, después de dos años de que inició la cruenta guerra civil. Hasta los países más amigos del régimen de Bashar Assad, como Rusia, sacaron a sus ciudadanos de Siria ante el riesgo de sufrir ataques. El pasado 21 de febrero, una bomba que estalló en el centro de Damasco causó 50 víctimas y afectó las instalaciones de la sede diplomática rusa. Por la importancia de lo que está en juego, esta vez, a diferencia de Irak, Afganistán y Libia, los grandes poderes del mundo intervienen de manera indirecta. Divididos en torno de la cuestión de armar a la oposición siria y cruzar la fina línea roja de la intervención militar directa, intentan buscar una solución negociada que todavía se ve muy lejos. Y es que si bien la oposición, reunida ahora en la Coalición Nacional de Oposición, ha avanzado militarmente, no logra imponerse sobre las fuerzas leales a Assad, que por su parte tampoco logran derrotar a la insurgencia armada. Por esto mismo, Lakdar Brahimi, el argelino que sucedió a Kofi Annan como enviado internacional a Siria, inició en diciembre pasado un diálogo entre Estados Unidos y Rusia con la idea de realizar una operación en pinzas: Moscú deberá ejercer su influencia sobre Assad, al tiempo que Estados Unidos y la Unión Europea deberán hacer otro tanto sobre la oposición. Para Moscú se trata de una oportunidad para recuperar la iniciativa perdida en el Medio Oriente en los últimos años, tras la Primavera Árabe y la guerra civil en Siria. Sus expertos creen que el actual empate entre las fuerzas de la oposición y las fuerzas del régimen puede ser un punto a favor para la diplomacia. El pasado 20 de febrero se realizó en Moscú el primer Foro de Cooperación Ruso-Árabe, y cinco días después el canciller sirio Wald al-Moallem viajó a Moscú, donde anunció que su gobierno aceptaba la propuesta de negociar con los rebeldes. El 26 de febrero el canciller ruso Serguei Lavrov y el nuevo secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, se reunieron por primera vez en Berlín para discutir el tema y colocaron a Siria en el primer lugar de la agenda. Los conflictos que surgieron en los últimos meses alrededor de la prohibición de adopciones de niños rusos por parte de familias estadunidenses pasó a segundo término. Kerry y Lavrov discutieron cómo instrumentar el Acuerdo de Ginebra del 30 de junio de 2012, según el cual se pide un alto al fuego y se contempla la formación de un gobierno de transición. Las dificultades son enormes, pues la oposición de Siria tiene distintas posturas: el Ejército de Liberación Sirio (ELS), conducido por el general Selim Idriss, rechazó cualquier posibilidad de negociación hasta la renuncia de Assad, algo inaceptable para el gobierno sirio y para Moscú. Por su parte, el sheik Moaz al Jatib, líder moderado de la Coalición Nacional de Oposición, dijo que aceptaba negociar con miembros del gobierno, siempre y cuando no tuvieran “sangre en las manos”. Armas para Assad El pasado 20 de diciembre el presidente ruso Vladimir Putin declaró en rueda de prensa: “No estamos preocupados por la suerte del régimen de Assad”, sino “por lo que sucederá después”. No obstante, el hecho es que Rusia continúa proveyendo de armas a Siria, bajo el argumento de que no hay ninguna prohibición de las Naciones Unidas y que está cumpliendo sus obligaciones contractuales. Rosoboronexport, la agencia de armas rusa, tiene un contrato de 550 millones de dólares para proveer 36 aviones de entrenamiento Yak 130, que también pueden usarse para combate. El 13 de febrero último, Anatoly Isaikin, director de Rosoboronexport, dijo en una conferencia de prensa: "En ausencia de sanciones de las Naciones Unidas, seguimos cumpliendo nuestras obligaciones contractuales. Estamos enviando sistemas de defensa antiaérea y equipo de reparación para distintas ramas militares”. La cuestión es que las defensas antiaéreas apoyadas por los rusos han sido fundamentales para frenar la declaración de una zona de prohibición de vuelo, como se hizo en Libia. Rusia continúa aprovisionando a Assad y se ha plantando con intransigencia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para impedir cualquier intervención armada, porque sus relaciones con Siria son profundas. Cuando en 1972 Egipto, que hasta entonces era el principal aliado soviético en la región, firmó la paz con Israel, Siria se convirtió en el soporte de la influencia soviética. En 1980, Siria y la Unión Soviética firmaron un tratado de cooperación militar. La URSS proveía las armas al ejército sirio y mantenía a 6 mil militares soviéticos y personal civil. Miles de sirios estudiaban en la URSS y miles de estudiantes soviéticos hacían sus especializaciones en Siria. Tras la disolución de la Unión Soviética, Rusia abandonó su política de gran potencia, pero continuó manteniendo la base militar de Tartus en el Mediterráneo y vendiendo armas al ejército sirio. Lo anterior no significa un alineamiento ciego y suicida del Kremlin con Assad. Como dijo Putin, lo que está en juego en Siria va más allá. Se trata de impedir que la OTAN y Estados Unidos intervengan donde les plazca, metiéndose en la política interna de los Estados y derribando gobiernos desagradables, dejando de lado a Moscú. El canciller Lavrov lo dijo claramente en una entrevista al canal RT de Rusia, el 24 de diciembre de 2012: “No estamos en el negocio de cambiar regímenes”. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, añadió, “no alienta revoluciones”. La disputa sobre Siria ilustra los grandes temas de la política mundial del momento: soberanía versus derechos humanos, el uso de la fuerza o de la negociación, el papel del Consejo de Seguridad, la extensión de los poderes de la OTAN. Estos temas ya no tienen el peso ideológico de la Guerra Fría, pero demuestran que 22 años después de la desaparición de la Unión Soviética, no ha surgido un nuevo orden internacional para lidiar con ellos de manera efectiva, es decir, un sistema de cooperación para encausar los conflictos regionales. En cuanto al Medio Oriente, la visión del Kremlin siempre ha diferido de la de Occidente. Los analistas rusos, viejos conocedores de la región, no tienen una visión tan optimista y alegre. Donde Occidente ve una “revolución democrática” y una “Primavera Árabe”, Rusia ve “una revolución islámica” que envalentona a las fuerzas más radicales del islam y que hará más ingobernable la región. Donde Occidente veía a un Bashir el Assad doblegado y al borde de caer, Rusia sostenía que el régimen tenía reservas y que todavía mantenía una base de apoyo popular. Consultado por Apro, Andrey Ryabov, investigador del Instituto de Relaciones Internacionales de la Academia de Ciencias de Rusia, señala: “Moscú tiene una gran preocupación, porque no cree que la oposición sea dirigida por los voceros que hablan en el exterior, sino por los islamistas radicales, y cree que estas ideas pueden penetrar en el Cáucaso, por su cercanía”. Con las Olimpiadas de Invierno de 2014 que se realizarán en Sochi, a menos de 2 mil kilómetros de Damasco, la perspectiva genera una seria preocupación en Moscú. El factor iraní La desintegración de Siria cambiará para siempre la relación de fuerzas en la región. En un largo artículo titulado “La alianza mítica: la política siria de Rusia”, publicado el 12 de febrero en el sitio web del Centro Dimitri Trenin, el director del Centro Carnegie de Moscú escribió que las dinastías del Golfo y de Arabia Saudita quieren echar a Assad “para robarle a Irán su mayor aliado”, ya que esto debilitará a las milicias chiitas de Hezbollah en Líbano y a otras fuerzas chiitas aliadas. “Estados Unidos y sus aliados ganarían una posición más fuerte, y los funcionarios rusos sospechan que el emplazamiento de misiles Patriot en la frontera turco-siria está dirigida más contra Irán que contra Siria”, sostuvo. El doctor Paulo Botta, del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de La Plata en Argentina, experto en Irán y el Medio Oriente, explica las razones del alineamiento iraní tras el régimen de Assad: “Siria es el único país que apoyó a Irán en la guerra contra Irak en los años ochenta, porque competía con Irak por el liderazgo del mundo árabe. A fines de los años noventa, con Bashar el Assad hubo un acercamiento religioso con Irán, porque el sistema alauita es considerado más cercano al chiismo que al sunismo. A partir de 2003, con la ocupación de Irak, se creó un corredor entre Irán y Siria: los iraníes empezaron a ir a los centros de peregrinación de Irak y de Siria y los negocios inmobiliarios. Se cree que casi 50% de la zona que está cerca del mercado, la gran mezquita de Damasco, fue comprada por compañías iraníes. Esta situación afectiva, geopolítica, religiosa y económica, es lo que une a los dos países”. Rusia, en tanto, no quiere repetir el mismo error que cometió en Libia, cuando permitió la creación de una zona de prohibición de vuelo que derivó en el involucramiento militar de la OTAN, la muerte de Gaddafi y el cambio de régimen. El resultado fue una Libia desestabilizada y la guerra en Mali, mientras que el gobierno y las empresas rusas fueron dejadas de lado en el diseño de la nueva Libia. Contrario a ello, Rusia quiere ahora utilizar Siria como un caso testigo de una nueva política internacional. Dmitri Trenin cree que este conflicto “ha sido una bisagra en la política exterior moscovita. Rusia ha dejado de ser un observador enojado pero pasivo, como en Irak en 2003, o un descontento compañero de viaje, como en Libia en 2011. Tomó una posición clara y no se atemorizó del fuerte desacuerdo con Estados Unidos y Europa, cargó con las críticas árabes y occidentales, y se negó a cambiar de curso, al tiempo que demostraba su voluntad de colaborar con otros países, en particular con Washington, en una base igualitaria y respetando la ley internacional”, puntualiza. El hecho nuevo, para Trenin, es que Washington y Moscú son, por primera vez desde la Guerra Fría, socios en el manejo de un conflicto y de su resolución. “Ni Estados Unidos ni Rusia quieren caos tras la partida de Assad. Y ninguno de los dos saludará un régimen sunita islamista radical en Siria con vínculos con Al Qaeda”, dice. De ahí la coincidencia entre la posición de Estados Unidos, que por ahora se niega a proveer de armas a los rebeldes sirios, oponiéndose a la posición de Gran Bretaña y otros países europeos. Para la diplomacia de Barack Obama se trata de reforzar el apoyo económico y material al sector más moderado de la oposición, reunido en la Coalición Nacional de Oposición, para contrarrestar el apoyo en armas y dinero que reciben de otros países árabes las fuerzas radicales del Ejército Sirio de Liberación. “Este patrón de colaboración basada en intereses comunes podría ser aplicado a otras situaciones conflictivas”, agrega el analista, pues Rusia, con su experiencia histórica “desde la teoría de la revolución permanente de Leon Trotsky, hasta la invasión y retiro de Afganistán, ofrece una perspectiva interesante que sería erróneo subvalorar”. Añade: “En Medio Oriente y en Siria en particular, la visión más sobria y escéptica de Moscú, si bien tiende a colocarse en un modo conservador, a veces está más cerca de la realidad que la sucesión de entusiasmo y desespero occidental”.

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