Egipto: Entre generales e islamistas

viernes, 2 de agosto de 2013 · 21:48
MÉXICO, D.F. (apro).- El miércoles 24 de julio, el general Abdel Fatah al Sisi tomó el micrófono para explicar que no creía haber sido desleal cuando el ejército que comanda derrocó al presidente Mohamed Mursi el pasado 3 de julio, apenas un año después de que éste fue elegido democráticamente: “No lo engañé ni le dije que lo apoyaba sin importar nada más, ni que seguiría cada uno de sus deseos”, dijo. Los soldados detuvieron e incomunicaron al entonces jefe de Estado, tomaron el control de las emisoras de televisión y lanzaron una ofensiva de arrestos contra dirigentes de los Hermanos Musulmanes (HM, el grupo de Mursi). Después persiguieron a quienes protestaban contra el golpe militar. “Terroristas en potencia”, los llamó Sisi. El 8 de julio, unos 2 mil seguidores de Mursi sostenían un plantón afuera del club de la Guardia Republicana, donde sospechaban que estaba aprisionado su líder. A las 3:17 horas, cuando la multitud desarmada se inclinaba para rozar el suelo con la frente, en la primera oración del día, las tropas atacaron desde tres puntos distintos, ‘encapsulando’ a los inconformes. Causaron 51 muertes y 435 heridos; uno de cada cuatro manifestantes resultó afectado. Dos semanas más tarde, en su discurso, Sisi no mostró señal alguna de remordimiento o de que pensaba que se había cometido un exceso. Al contrario: pidió a los ciudadanos que se manifestaran en su apoyo. “Hemos estado a la altura de sus expectativas y conseguido lo que pidieron. Insto a todos los egipcios honestos que salgan a las calles este viernes (26 de julio) para otorgarme el poder de enfrentar la violencia y el terrorismo potenciales”. El 26 de julio, la plaza de Tahrir, que pasó a la historia en 2011 y 2012 por ser el eje de las protestas contra el régimen militar de Hosni Mubarak (derrocado el 11 de febrero de 2011) y de sus sucesores del Comando Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), y por ser escenario de los asesinatos de cientos de manifestantes a manos de los soldados, se llenó con miles de personas que, al grito de “el ejército y el pueblo son una sola mano”, pedían que se reconociera que la acción de los generales contra Mursi no había sido un golpe y exigían mano dura contra la oposición. Fueron escuchados. Pocas horas después, en la mañana del sábado 27, la calle de la morgue Zeinhom de El Cairo se colapsó con ambulancias de color naranja que transportaban al menos 83 cadáveres que dejó la segunda matanza del mes de julio. Las víctimas pertenecían a los Hermanos Musulmanes que marchaban hacia la mezquita Rabaa al Adawiya, donde estaban acampados en plantón. El frente de apoyo que los militares crearon en torno a sí, pese a todo, empieza a fragmentarse. Grupos egipcios que se oponen a verse forzados a escoger entre el CSFA y los HM, y que rechazan las matanzas que se cometen en nombre del pueblo, están dando los primeros pasos de lo que han llamado “Tercera Plaza” o “Tercera Corriente”: un movimiento que pretende regresar al espíritu de la revolución de 2011.   Sin crítica ni condena   En el plano internacional, las potencias que han exigido a Egipto de manera reiterada que siga los caminos de la democracia y la libertad, tuvieron poco qué decir. En Estados Unidos, una funcionaria de tercer nivel del Departamento de Estado, la vocera suplente Marie Harf, aseguró el 31 de julio que “hemos seguido insistiendo con el gobierno interino (de Egipto), con funcionarios y fuerzas de seguridad para que respeten el derecho de reunión pacífica”. En esa misma jornada, los senadores estadunidenses rechazaron por 86 votos contra 13 una propuesta para cortar la ayuda militar de mil 500 millones de dólares que Estados Unidos entrega al ejército egipcio. Un día antes, la Unión Europea había logrado que las autoridades egipcias permitieran que su alta representante para Asuntos Exteriores, Catherine Ashton, fuera la primera persona a quien se le permitió ver al derrocado presidente Mursi. Después del encuentro, sus comentarios a la prensa no se refirieron a las masacres, al estado de la democracia tras el golpe ni a la legalidad de la detención del exmandatario: el preso se encontraba “en buen estado de salud” y “de buen humor”. Afirmó: “Creo que estaba encantado de verme”. ¿Mursi le dijo acaso algo más sustancial?, quisieron saber los reporteros. “No voy a poner palabras en su boca”, respondió la diplomática. Internamente, las masacres agudizaron la crisis política y moral por la que pasan los sectores liberales y revolucionarios que durante dos años y medio se plantaron en oposición a los generales del CSFA y, a lo largo de los 12 meses en que gobernaron, en rechazo a Mursi y los HM, a quienes acusaron de abusar de su mandato para tratar de imponerle restricciones religiosas a la población. Esto generó una extraña alianza de facto en las calles (del 28 de junio al 3 de julio, los revolucionarios que derrocaron al dictador Hosni Mubarak se manifestaron junto a sus herederos, los felul o remanentes, en contra de Mursi) que, tras el golpe de Estado, se formalizó el 16 de julio cuando el CSFA dio posesión a un gobierno interino con un desconocido juez felul en la presidencia, Adly Mansur, y un conocido dirigente liberal, Mohamed ElBaradei (quien ganó gran prestigio como director general del Organización Internacional de la Energía Atómica), como vicepresidente a cargo de relaciones internacionales. También, tres mujeres y dos cristianos (grupos marginados por los HM), y economistas formados en Estados Unidos recibieron posiciones ministeriales. Además de miembros del ejército. Uno de ellos es el general Sisi, quien en agosto de 2012 había sido nombrado ministro de Defensa por el mismo presidente al que derrocó. Ahora retuvo el cargo y se adjudicó además el de viceprimer ministro. Ninguno de los nuevos asociados del CSFA protestó por la masacre del 8 de julio, en vísperas de la repartición de puestos del gabinete. Tampoco hicieron mucho ruido con la del 26-27 de julio. ElBaradei, quien fue reconocido en 2005 con el Premio Nobel de la Paz, manifestó algo de incomodidad por la última matanza: “La violencia sólo profundiza los problemas”, declaró el martes 30 de julio, antes de volver a dirigir baterías hacia el enemigo al recordar que “Mursi fracasó al manejar el proceso político y ahora tiene que darse cuenta de que vivimos una nueva etapa después del alzamiento (del 30 de junio), que corrigió el rumbo de la revolución del 25 de enero” (de 2011). Al asumir la decisión de terminar con las protestas, ElBaradei deseó que no hubiera platos rotos: “Espero que no haya violencia al romper los plantones”. El vicepresidente interino no hizo referencia a la restauración –anunciada por el ministerio del Interior el 29 de julio-- de los servicios de policía secreta que fueron desmantelados en 2011 (y que fue calificada como “un regreso a la era de Mubarak” por Aida Seif al Dawla, un importante abogado defensor de derechos humanos). Como tampoco lo hicieron otras antiguas víctimas usuales de los agentes represivos, los miembros de Tamarod (“rebélate”), una campaña lanzada en la primavera por jóvenes activistas de la revolución que recogieron firmas para pedir la renuncia de Mursi. Aquellos que ayer fueron reprimidos y calificados de terroristas por los militares, hoy están de su lado: “Describir las protestas del 30 de junio como un golpe es una mentira”, establece tajante su portavoz, Hasán Shajín, en declaraciones a Apro. “Nosotros en Tamarod apoyamos al gobierno de transición y al ejército egipcio para enfrentar cualquier violencia o terrorismo”. Es una postura que no admite dudas ni remordimientos. Pero que, de acuerdo con hechos recientes, ya no es compartida por muchos de sus compañeros. El Movimiento de la Juventud del 6 de Abril (el detonador de las protestas de enero y febrero de 2011), grupos de izquierda como los Socialistas Revolucionarios y el Partido Egipto Fuerte, liderado por Abdel Moneim Aboul Foutouh, un destacado disidente de los HM, han creado lo que se conoce como Tercera Plaza o Tercera Corriente: una tendencia que rechaza tanto las movilizaciones de los Hermanos Musulmanes como el gobierno tutelado por los militares. “Lo que intentan es echar a perder las ganancias obtenidas por el pueblo egipcio mediante el derrocamiento de Mursi”, sentenció Shajín. “Quieren dividirnos”.   Alternativa difícil   “La Tercera Corriente podría ser representada por cualquier egipcio razonable que no se encasille, que se oponga a la continuidad del mandato militar y a la colaboración con figuras del régimen de Mubarak, y que sea crítico con los Hermanos Musulmanes”, explica Shimaa Helmy, activista de la revolución de 2011 y directora del grupo de periodistas jóvenes El Egipto No Escuchado. “Es gente que no está afiliada a la conversación política polarizada de militares contra HM, de laicos contra islamistas, de militares y remanentes de Mubarak contra HM”, explica. El 31 de julio, los ministros del gabinete ordenaron el levantamiento forzoso de los campamentos de protesta de los HM, algo que Amnistía Internacional (AI) calificó como “una receta para el desastre” que conducirá “a más abusos”. Sin ser simpatizantes de los HM, unos 300 jóvenes revolucionarios, liberales e islamistas moderados se congregaron ese mismo día en la plaza cairota de la Esfinge para protestar por las matanzas y oponerse a la represión. “No aceptamos que nos obliguen a escoger entre generales e islamistas”, dice uno de los participantes, Ahmed Tarik Aziz. “Esa es la grieta que va a destruir Egipto. No son opciones: unos nos quieren gobernar con la bota militar y otros con la dictadura religiosa”, acota. --Dado que se oponen a las dos principales estructuras de poder del país, ¿no les parece que tienen todo en contra y son demasiado pocos para retarlas? --Queremos crear otro punto de referencia, una voz renovada que atraiga a los millones que se sienten atrapados por esa odiosa pinza de violencia. Ya hicimos una revolución cuando nadie creía que era posible retar a Mubarak. Tenemos que volver hacerla posible.

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