Argentina: La espiral de la violencia

viernes, 24 de enero de 2014 · 22:43
ROSARIO, Argentina (apro).- El empresario Luis Medina iba con su novia en un automóvil Citroën CS3 rojo por la vía rápida que rodea la ciudad de Rosario. Eran las seis de la mañana del domingo 29 de diciembre. El sol asomaba en las islas del delta frente a la tercera urbe argentina. La avenida Circunvalación corre en este tramo paralela al río Paraná. Cinco kilómetros más adelante está el Hotel Pullman, perteneciente al casino internacional de la ciudad, donde la pareja se alojaba desde el 24 de diciembre. De 42 años de edad, cuerpo fibroso, mirada torva, Medina iba con la ventanilla baja, escuchando cumbia. Su bella acompañante, 19 años más joven, prefería usar su nombre artístico, Justine Fuster, al que indicaba su documento, Justina Pérez Castelli. La modelo había cobrado cierta notoriedad tres años antes en los programas de chismes del espectáculo. Allí ventiló detalles de su relación con un par de futbolistas. Desde fines de 2012, Medina y Pérez Castelli vivían en una mansión valuada en un millón y medio de dólares, en un barrio privado en las afueras de Buenos Aires. El hombre casi no salía. Temía por su vida. Estaba de paso en Rosario para monitorear sus negocios y firmar una escritura. “Luis Medina era el jefe narco de la zona oeste de la ciudad de Rosario”, dice a Apro el periodista Carlos del Frade, una voz autorizada en la materia. “A partir de 2006 se había vuelto un hombre millonario con varios negocios como máscaras para lavar dinero: empresas de alimentos, importación de neumáticos, venta de autos de alta gama, la discoteca Esperanto”, enumera. “Su patrimonio creció de manera exponencial, a través de testaferros e inscripciones en registros públicos de comercio que nadie quiso investigar”, sostiene el periodista especializado. Un automovilista que conducía por la avenida Circunvalación en dirección contraria al jefe narco dijo haber visto cómo “desde un auto le estaban tirando tiros a otro que se fue para el acotamiento”. Medina recibió tres disparos en el torso de izquierda a derecha y 14 tiros en la espalda. Se supone que los atacantes eran dos y que bajaron y lo remataron dentro del auto. La joven recibió tres tiros. Alcanzó a arrastrarse fuera del coche. Cuando llegó la policía, le quedaba un hilo de vida.  El motor del Citroën estaba en marcha. La cumbia sonaba aún en el estéreo. Otros tres asesinatos violentos, cometidos en las pocas horas que le quedaban al año, elevaron a 265 la cifra de homicidios dolosos a lo largo de 2013 en la ciudad y su periferia. La tasa en el departamento Rosario trepó así a 22 por cada 100 mil habitantes. Cuadruplica la nacional, que ascendió a 5.8 por 100 mil en 2012, de acuerdo al informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. En Buenos Aires la tasa ascendió a 5.4 cada 100 mil habitantes. En la ciudad de Córdoba, equivalente en población al departamento Rosario (1,3 y 1.2 millones, respectivamente), la tasa fue de 6.9 cada 100 mil habitantes en 2013. El promedio rosarino supera largamente los 12 asesinatos dolosos cada 100 mil habitantes que se registraron  en el del Distrito Federal en 2012. La escalada de asesinatos violentos en Rosario se vincula en parte con el crecimiento del narcotráfico. Bandas dedicadas a la venta de drogas al menudeo se enfrentan por el control del territorio. Las ejecuciones en la vía pública, impensables hace sólo cuatro o cinco años, se sucedieron a lo largo de 2013, incluso en las calles del centro. Funcionarios importantes de la policía de la provincia de Santa Fe participan del negocio. Su antiguo jefe, Hugo Tognoli, se encuentra detenido desde marzo de 2013, acusado de connivencia con un traficante. La mayoría de los casos de asesinato doloso, sin embargo, no pueden achacarse de manera directa al narco. Son el resultado de conflictos entre familiares o vecinos. La disputa en torno a las responsabilidades del fenómeno enfrenta al gobierno de Cristina Kirchner con el de la provincia de Santa Fe, donde se encuentra Rosario, gobernadas ambas por el Partido Socialista. Su líder, Hermes Binner, gobernó Santa Fe entre 2007 y 2011. Fue segundo en las elecciones presidenciales de 2011. Los asesinatos en Rosario aumentaron el 134% entre 2007 y 2013. Contrastes La exportación de soya transgénica y sus derivados es uno de los pilares de la economía argentina. Del total de su producción, 80% sale de los 17 puertos sobre el río Paraná que se encuentran en Rosario y su zona de influencia. Los excedentes del negocio se vuelcan en la construcción. Entre 2003 y 2010 la ciudad registró 6.2 millones de metros cuadrados de construcción, con una inversión estimada en 4 mil 645 millones de dólares, según un informe de la Fundación del Banco Municipal de la ciudad del año 2011. Rosario sumó torres lujosas, hoteles de cinco estrellas, el casino más grande de Sudamérica. “Hay barrios con niveles de pobreza degradantes y a la vez ha habido un boom inmobiliario donde se ha acumulado la riqueza que proviene de la industria agropecuaria, la soya, y de otros dineros de dudoso origen, ya que en la sociedad de las corporaciones el límite entre lo legal y lo ilegal es una tenue voluta de humo, que se difunde fácilmente”, dice a Apro el psicoanalista y psicólogo social Horacio Tabares. “La ciudad ha acumulado múltiples tensiones: por un lado están la pobreza, la exclusión, la marginalidad, y por el otro la opulencia, el lujo, la exhibición obscena de dinero y de poder”, explica el también, autor del libro Sobre consumos y violencias (Editorial Gabas, 2011). Rosario tuvo durante décadas una tasa de homicidios inferior a la del resto de las grandes ciudades en Argentina. El aumento persistente comenzó a partir de 2005. De las víctimas, 70% son hombres menores de 35 años de edad que provienen de sectores populares. La mayor cantidad de los homicidios se producen en los barrios periféricos. Los especialistas mencionan las reformas neoliberales de los noventa como factor determinante en la ruptura del tejido social. “Tenemos 38 mil familias, unas 170 mil personas, viviendo en situaciones inhumanas, en las villas miseria”, dice Horacio Tabares. “Allí recluta el narco los ‘soldaditos’, pibes que son la escoria de la sociedad de mercado. Esta sociedad les ha negado todo: los sueños, las posibilidades, incluso la identidad. Muchos empiezan a ser alguien en el momento en que lamentablemente mueren y hay que ficharlos”. Para el subsecretario de Investigación Criminal de la provincia, Andrés Ferrato, la creciente cantidad de muertes vinculadas al comercio de drogas no alcanza para explicar el brusco aumento de homicidios dolosos en Rosario. En una entrevista publicada el pasado 4 de noviembre en el diario La Capital, el funcionario sostiene que sólo 16% del total de los homicidios tiene relación directa con el narcotráfico. Los que se dan en ocasión de robo o ataque sexual son los que producen mayor alarma. Ascienden a 15% del total y no se incrementaron. Los asesinatos de mujeres pasaron de 6% a 7% del total de 2012 a 2013. La mayoría de los casos que terminan en muerte son resultado de conflictos entre familiares, vecinos o conocidos en barrios con problemas sociales. “Esto no niega el fenómeno del narcotráfico y su violencia distintiva, pero las explicaciones desde lo estrictamente criminal fallan para sostener por qué en Rosario vivimos una espiral violenta. En muchos puntos vemos resultados de procesos sociales donde la violencia en diversos puntos -lo doméstico, lo familiar, lo vecinal, el tránsito-, se ha acrecentado”. El especialista Tabares replica: “el desglose en las diversas categorías de motivos puede ser importante para estudiar la incidencia del fenómeno, pero me parece que quedarnos en compartimentos estancos es una mirada un tanto mecanicista”. Considera que la presencia del narco en el barrio tiene relación con muchos episodios de violencia doméstica que allí se producen. “El contexto narcocriminal es productor de cultura, de una cultura violenta y narcisista, explica. Estas violencias generan a su vez una situación de indefensión, que a su vez produce efectos de encierro en la propia piel: cada uno se mete en si mismo y empieza a mirar al otro como enemigo. Crecen las fantasías paranoicas, basta que levantes la mano para que yo suponga que me vas a atacar y que me tengo que defender.” Partícipes Gustavo Sandoval salió a dar una vuelta en moto con su amigo Jeremías el pasado 15 de octubre por la noche. Sandoval, de 16 años de edad, iba en el asiento trasero. Su amigo, un año menor, conducía la Yamaha YBR que le había prestado su hermana. Un tiroteo los sorprendió cuando circulaban por una calle del oeste de la ciudad. Allí un grupo de vecinos se trenzó en un intercambio de balazos con los tripulantes de dos motos que pasaban. El joven de 16 años fue alcanzado por un disparo en el glúteo y otro en la espalda. Su amigo lo trasladó hasta un hospital donde murió minutos después. En 2003, en 265 casos de muerte violenta se usaron armas de fuego. “Es más sencillo para un pibe que no termina la secundaria conseguir un arma que un trabajo”, sostiene el periodista Carlos del Frade. “Y ese parece ser el corazón del problema: en los barrios ausentes de fuentes laborales directas y concretas, se mata o se muere por un lugar en la economía informal que puede ser el narco, el desarmadero de autos, el robo y otros delitos organizados por las matrices de impunidad y corrupción de las fuerzas de seguridad, nacionales y provinciales”, agrega. “La policía no ha removido a fondo los lastres que vienen de la época de la dictadura”, aporta Horacio Tabares. “Sus cuadros superiores han sido educados con una visión corrupta y autoritaria. Se conocía desde hace tiempo su participación en el negocio del juego ilícito, la prostitución, la trata de personas. Cuando la circulación y comercialización de sustancias psicoactivas se instaló con peso en las tramas sociales, la policía pasó a ocupar un rol importante en ese tema.” En varias provincias argentinas el gobierno civil le habilita a la policía sus negocios a cambio de mantener tranquilo el territorio. En Santa Fe, desde la asunción de Antonio Bonfatti en 2011, el gobierno habría decidido “no tocar” la caja de recaudación ilegal. “Eso generó desconcierto en la policía, en torno a cómo y a quiénes seguir cobrando y frente a eso, sectores criminales perdieron la regularidad de pago, lo que generó que las personas que antes respondían a determinados pactos, como el manejo de zonas específicas, se pasaron a otras zonas”, explicó en septiembre de 2013 el director de policiales de La Capital, Hernán Lascano, a la revista Mascaró. “Así empezó la guerra –prosiguió Lascano–. No es un elogio de virtud al gobierno socialista que, creo, no supo qué hacer, o peor aún, pensó que al no meterse con las cajas negras, no iba a tener el problema.” La casa del gobernador Bonfatti, en Rosario, recibió una lluvia de balas el 11 de octubre de 2013. Tres disparos impactaron en la sala en la que Bonfatti miraba esa noche el partido de fútbol entre Perú y Argentina. De los seis detenidos por el hecho dos son policías en actividad. En diciembre de 2013 la policía de la provincia de Santa Fe se acuarteló en reclamo de mejoras salariales. “Queda la sensación que el poder político no controla a la totalidad de la policía: ¿Quién o quiénes la controlan entonces?”, se pregunta Carlos del Frade. “Los distintos ensayos que ahora se ponen de manifiesto de manera pública parecen ser parte de un avance sin mayor planificación”, dice. El primero Claudia Crocche tiene los ojos claros y el pelo rubio recogido atrás. Aún no puede reponerse de la violenta pérdida que sufrió hace poco más de un año. Se muestra desconfiada. Atiende a Apro a través de la ventana enrejada de una habitación que da a la calle. En esta misma habitación dormía con su marido, Raúl Omar Bragos, a las 03:15 de la mañana del primer día del 2013. “Esa noche comimos acá en casa y después fuimos a brindar a casa de unos vecinos”, dice la mujer. Su marido era conductor de autobuses en Rosario. Tenía 53 años de edad y le faltaban sólo dos para jubilarse. “Nos despertaron los gritos: ‘¡Dame la billetera!’. Mi marido saltó de la cama porque nuestro hijo de 14 años se había quedado celebrando con algunos amigos del barrio.”, cuenta la mujer. “’Deja que yo toco la alarma, no salgas’, le dije, pero mi marido era muy arrebatado”, cuenta. El hombre salió al patio. Se asomó a la mirilla de 20 por 10 centímetros de la puerta que da a la calle. Dos muchachos que se movilizaban en una moto asaltaban en la banqueta a cuatro adolescentes. “Él los insultó”, dice la mujer y hace una pausa. Sabe que esa acción, que años atrás hubiera bastado para disuadir a los asaltantes e inducirlos a emprender la fuga, fue para su marido la sentencia de muerte. “Yo me fui a hacer sonar la alarma y en eso escucho los tres tiros”, cuenta. “Oí cuando se desplomó en el patio. Pensé que le había dado un infarto”, dice la mujer, que salió al patio, y se acercó a su marido, echándose un poco hacia atrás, porque la mirilla seguía abierta. “Ví gotas de sangre en el pie”, se lleva la mano al pecho. “¡Le dieron!” Raúl Bragos recibió un tiro en la frente. Fue la primera víctima de los 265 asesinatos violentos con que se cerró en Rosario el año 2013. “Todavía estamos con terapia”, dice la mujer. “Me gustaría mudarme pero no puedo”. Uno de los muchachos que sufrió el asalto reconoció y denunció a uno de los agresores. La viuda de Raúl Bragos no es optimista. “Ninguno quiere declarar porque están amenazados”, dice. La provincia de Santa Fe ha lanzado programas interdisciplinarios que estimulan el regreso a la escuela de chicos de los que se nutre el delito. “Unos 400 volvieron a la secundaria en 2013, es una cifra real y concreta, pero el universo de adolescentes que no están alcanza los 50 mil, según han dicho las propias autoridades”, explica Carlos del Frade. “Hay que hacer masivas estas propuestas para intentar empatarle a la seducción que produce el narcotráfico y la violencia, no solamente como fenómeno económico, sino como pauta de identidad cultural, social y hasta de autoestima”, sostiene el especialista.

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