Murió el futuro soñado hace 25 años

viernes, 7 de noviembre de 2014 · 23:09
MÉXICO, D.F. (apro).- El futuro que pudo haber nacido el 9 de noviembre, en esa noche de fiesta y libertad en la cual dos mundos se dieron la mano, ha muerto. 25 años después, el sueño de la “casa común europea desde el Atlántico hasta Vladivostok”, en los términos de Mijail Gorbachov, se ha desvanecido. La Europa que lloraba y cantaba al lado del Muro de Berlín está en una grave crisis económica.   La guerra ha vuelto al centro del continente. En lo que va del año, en Ucrania, entre campos de girasoles, han muerto más de 4 mil personas, según los cálculos más conservadores. En pleno siglo XXI, decenas de pueblos han sido destruidos, ciudades de millones de habitantes han visto sus edificios y sus barrios bombardeados; los vecinos reabren los refugios de la Segunda Guerra Mundial; modernos aeropuertos recién inaugurados son convertidos en hierro humeante; aviones comerciales estallan en el aire dejando 300 víctimas inocentes; soldados rusos cruzan la frontera subrepticiamente para apoyar a los separatistas; batallones paramilitares auspiciados por el gobierno de Kiev incendian edificios con gente adentro (Odesa), combaten a la población civil y marchan con esvásticas a la luz pública en un revival del nazismo, aplaudidos por las democracias europeas. El muro de piedra construido por el gobierno comunista de Alemania Oriental en 1961, vergüenza de la humanidad, ya es una curiosidad histórica, pero hoy se levantan nuevos muros de aislamiento que ya no parten a Europa por el medio a través de Alemania, sino que se corrieron al este, hasta la frontera misma con Rusia, dividiendo Ucrania. La Unión Europea y Estados Unidos erigen una barrera de sanciones contra Rusia impidiéndole a sus bancos recibir créditos y a sus empresas recibir tecnología, los precios del petróleo caen, provocando una masiva huida de capitales y un fuerte debilitamiento del rublo. Rusia fue excluida del Grupo de los Ocho, la Unión Europea redujo sus contactos con Moscú, la OTAN congeló su asociación con Rusia, los líderes occidentales suspendieron sus visitas a Moscú, Rusia no participa más en la Asamblea Permanente del Consejo de Europa y se frenó su ingreso a la OECD. La alianza militar occidental, OTAN, que nació para combatir la amenaza soviética en 1948, no se disolvió al desaparecer su enemigo. Por el contrario, en este cuarto de siglo, sigilosa, se extendió hasta las fronteras de Rusia y hoy instala hombres y equipos en Polonia y los países Bálticos, mientras que países neutrales como Suecia y Finlandia abandonan su neutralidad y discuten ingresar a la OTAN, que volvió a sus objetivos de los años cuarenta: “dejar a los rusos afuera”, como si nada hubiera pasado mientras tanto. En el Medio Oriente, 190 mil muertos en dos años de guerra civil en Siria. Los decapitadores del Estado Islámico, que surgieron con el apoyo de Estados Unidos y Arabia Saudita para combatir al régimen de Bashar Assad, han ocupado el norte de Irak y de Siria. Libia está camino a la desintegración, las armas de Gaddafi se reparten por el desierto, y nuevos grupos armados y terroristas secuestran centenares de niñas. Se rompen los tratados de contención de armas tan difícilmente negociados en los años setenta y una nueva carrera armamentista aparece en el horizonte. No en vano el papa Francisco dijo que “se puede hablar de una tercera guerra combatida por partes”. ¿Qué pasó? El mundo bipolar pactado en Yalta y Potsdam sobre las ruinas de Europa al terminar la Segunda Guerra Mundial fue bastante estable, a pesar de la amenaza de una guerra nuclear pendiendo sobre las cabezas de la humanidad, gracias al acuerdo entre las dos potencias triunfadoras, Estados Unidos y la Unión Soviética, que se dividieron el mundo en zonas de influencia y se encargaron, cada uno a su manera, de contener los conflictos. Así, Estados Unidos intervenía en América Latina y apoyaba las dictaduras, mientras que la URSS mantenía el orden en el Medio Oriente, apoyando a gobiernos totalitarios como el de Saddam Hussein e invadía Afganistán. Desaparecida la URSS, una vasta área del mundo que va desde el centro de Asia hasta la punta occidental de África, quedó sin control ni autoridad. Y en Europa del Este, región clave del equilibrio mundial donde se iniciaron las dos guerras mundiales, ya fuera en Sarajevo o en Polonia, se abrió un “agujero negro”, al decir de Zbignew Brzezinsky, una vasta zona gris de inestabilidad política y económica. En los años noventa, con una Rusia que peleaba por sobrevivir entre las ruinas soviéticas, había dos posibilidades: avanzar hacia un mundo multipolar, integrando a Rusia a la mesa de las decisiones, crear un sistema político y de seguridad mundial y un mercado europeo unido, haciendo realidad el sueño de Gorbachov. La otra posibilidad era repetir la experiencia de Versalles, como al final de la Primera Guerra Mundial, e imponer condiciones de vencedor y de vencido, como se humilló y hundió a Alemania en los años veinte. El camino elegido fue el segundo. La visión de Moscú de lo sucedido en el último cuarto de siglo, fue expresada por el presidente Vladimir Putin en la reunión anual del club Valdai en Sochi, el 29 de octubre. “La Guerra Fría terminó, pero no se firmó ningún tratado de paz con acuerdos claros y transparentes sobre el respeto a las leyes existentes o creando nuevas reglas. Esto dio la impresión de que los así llamados “triunfadores” de la Guerra fría, decidieron rediseñar el mundo según sus propias necesidades e intereses”, dijo. Los mecanismos para garantizar el orden mundial que se pactaron al finalizar la Segunda Guerra Mundial, no se podían “tirar por la borda sin construir nada nuevo en su lugar, o el mundo se quedaría sin otro instrumento que la fuerza bruta”, agregó. Pero “Estados Unidos, habiéndose declarado ganador de la Guerra Fría, no vio ninguna necesidad para esto”, y “dio pasos que arrojaron el sistema en agudos y profundos desequilibrios”. Según Putin, “estamos presenciando nuevos esfuerzos para fragmentar el mundo, trazar nuevas líneas divisorias, armar coaliciones no construidas para algo sino dirigidas contra alguien, crear la imagen de un enemigo, como en los años de la Guerra Fría”. La consecuencia es un mayor desorden mundial: “En lugar de resolver los conflictos, lleva a su escalada, en lugar de países estables y soberanos, vemos la propagación del caos, y en lugar de democracia, vemos el apoyo a una muy dudosa colección que va desde neofascistas a radicales islámicos”. “No dejo de asombrarse de la manera en que nuestros amigos siempre cometen el mismo error una y otra vez. Apoyaron a los islamistas extremistas contra la Unión Soviética que adquirieron experiencia de combate en Afganistán y dieron nacimiento a los talibanes y Al Qaeda. Después, hicieron la operación en Irak y en Libia, que hoy es un país en camino de desintegración y un campo de entrenamiento para terroristas”, y en Siria, “empezaron financiando y armando a los rebeldes permitiéndoles reunir mercenarios de distintos países”, lo cual permitió el nacimiento del Estado Islámico. La conclusión es, según el líder ruso, que los líderes de Estados Unidos “están serruchando la rama en la que están sentados”, porque “luchan contra las consecuencias de sus propias políticas, usan todos sus esfuerzos para resolver los riesgos que ellos mismos crearon y pagan un costo cada vez mayor”. El fin del mundo unipolar “La crisis ucraniana llevó a que Rusia desafiara abiertamente todo el sistema internacional creado después de la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS. Ese statu quo terminó”, señaló Dimitri Trenin, director del Centro Carnegie de Moscú, en un artículo del 15 de octubre. “En el terreno económico, político y militar, el continente europeo se ha vuelto a dividir: Rusia en el oriente, la OTAN y la Unión Europea en el occidente, y los países que están en el medio se convirtieron en la zona de conflicto. La guerra entre las grandes potencias en Europa, que había quedado en las páginas de los libros de historia, es, aunque improbable, posible”, concluye el analista. “Occidente no pudo reconocer a Rusia como un creador, de igual a igual, de la nueva Europa, y Rusia no se resignó a su papel subordinado”, escribió el analista ruso Fiodor Lukyanov el 5 de noviembre en el sitio Global Affairs. Vladimir Putin lo dijo con todas las letras: el oso “es el dueño de la taiga, y estoy seguro de que no se quiere mover a otras zonas climáticas”, pero “no dejará a nadie ocupar su taiga”.

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