Chipre: Aquel triste verano del 74

viernes, 18 de julio de 2014 · 22:19
ESTAMBUL / ATENAS / NICOSIA (apro).- En la mediterránea isla de Chipre nadie olvida aquel caluroso verano de hace 40 años cuando las griegos y turcos se enfrentaron a muerte. Los asesinatos de familias enteras, las fosas comunes y la limpieza étnica se sucedieron entonces en un terrible avance de lo que pasaría años después en el Líbano o en los Balcanes, territorios todos ellos que habían pertenecido anteriormente al multiétnico Imperio Otomano. A raíz de este conflicto, Chipre continúa dividida entre norte y sur –separada por un contingente de cascos azules de la ONU-- en un estado más propio de la Guerra Fría que de la Unión Europea a la que pertenece desde 2004. A las 7:20 horas del 20 de julio de 1974, Zeynep Süngü puso pie en las cálidas arenas de una playa de Kyrenia (norte de Chipre). “A las cinco de la mañana nos despertó el ruido de las bombas. A una compañera y a mí nos ordenaron dejar el buque en el que nos hallábamos e introducirnos en una lancha de desembarco. Al cabo de dos horas habíamos llegado a Chipre”, relata Süngü, quien con apenas 22 años participó como enfermera en la invasión lanzada por el Ejército de Turquía. “En la playa, los nuestros habían instalado un nido de ametralladoras y había tiroteos. No puedo negar que tenía miedo. La guerra había comenzado”. Dada su estratégica situación frente a las costas de Tierra Santa y Medio Oriente, Chipre fue una isla codiciada desde la Antigüedad. Bizantinos, cruzados católicos, franceses, venecianos, otomanos y británicos han regido sus destinos, convirtiéndola en un cruce de culturas. Pero ya antes de la guerra de 1974 las cosas habían comenzado a torcerse. Chipre obtuvo su independencia de Gran Bretaña en 1960 tras una campaña de lucha armada de la organización grecochipriota EOKA. “Antes las relaciones eran buenas. Nosotros acudíamos a las ceremonias musulmanas de los turcos y ellos a nuestros bautizos y fiestas cristianas. Pero luego las cosas fueron de mal en peor”, recuerda con nostalgia Lukas, un anciano funcionario grecochipriota. Los británicos prolongaron todo lo que pudieron su control sobre esta isla mediterránea utilizando la vieja técnica del “divide y vencerás” y enfrentando así a las dos comunidades que habitan la isla: la mayoría grecochipriota, muchos de cuyos miembros apostaban por la unión con Grecia (enosis), y la minoría turcochipriota, que veía en Turquía su protector. La República de Chipre nacía muerta. El sistema político que se decidió, basado en un equilibrio entre las dos comunidades y muy parecido al actual del vecino Líbano, hacía muy difícil la acción de gobierno. Gran Bretaña, Grecia y Turquía se erigieron además en estados legalmente garantes de la soberanía chipriota, lo que utilizaron una y otra vez para inmiscuirse en sus asuntos. Es más, el comandante de la Guardia Nacional de Chipre era un general enviado desde Atenas. En 1963 comenzaron los enfrentamientos y las masacres intercomunales y muchos turcochipriotas se refugiaron en enclaves protegidos por irregulares, como ocurriría en Bosnia décadas después. En este punto, los nacionalistas de ambos bandos habían creado sus propios grupos paramilitares que se dedicaban a atacar a la otra parte y a los más moderados de su propio lado, por lo que en 1964 la ONU se vio obligada a enviar a los cascos azules para detener los choques. Medio siglo después, los cascos azules –entre los que hay un amplio contingente de argentinos, así como de chilenos, paraguayos y un brasileño-- continúan desplegados, lo que convierte a esta misión en la más larga de la historia de la ONU.   El golpe   El 15 de julio de 1974, la Junta Militar que entonces gobernaba en Grecia y los oficiales grecochipriotas partidarios de la enosis organizaron un golpe de Estado contra el presidente democrático de Chipre, el arzobispo Makarios III. Los combates entre grecochipriotas, unos partidarios de Makarios y otros favorables al golpe, se sucedieron durante varios días por toda la isla provocando cientos de muertes hasta que los rebeldes, comandados por el pistolero ultraderechista Nikos Sampson, se hicieron con el control. Makarios logró escapar del asedio al Palacio Presidencial y huir del país. “Lo que está ocurriendo en Chipre desde el pasado lunes es una gran tragedia. El régimen militar de Grecia ha violado cruelmente la independencia de Chipre. Sin ningún tipo de respeto por los derechos democráticos del pueblo chipriota y de la soberanía de la República de Chipre, la Junta griega ha extendido su dictadura a Chipre”, dijo el arzobispo-presidente ante el Consejo de Seguridad de la ONU, acusando a los oficiales griegos estacionados en la isla de haber urdido el golpe de Estado. La comunidad turca de la isla temía por su supervivencia, ya que el objetivo de los golpistas era la unión con Grecia. “De camino a nuestro pueblo vimos a griegos armados. Nos decían que (tras Makarios) llegaría nuestro turno a los turcos y nos matarían a todos”, recuerda el turcochipriota Kamil Meriç. Ante la pasividad internacional frente a los tejemanejes de la Junta griega, al gobierno de Turquía, liderado por el socialdemócrata Bülent Ecevit, se le acabó la paciencia. Ecevit temía que los estadunidenses, siguiendo el ejemplo de Chile el año anterior, estuviesen detrás del golpe de Estado, dado que Chipre era un país del Movimiento de los No Alineados y Makarios tenía buenas relaciones con Moscú. Además, el gobierno de Richard Nixon no veía con malos ojo a la Junta Militar de Grecia mientras las relaciones entre Ecevit y Washington se habían deteriorado a raíz de que el primero autorizó el cultivo de adormidera, a lo que se oponía Estados Unidos. Hasta la fecha no se ha probado la participación estadunidense --o su conocimiento previo-- en el golpe de Chipre, sino que más bien fue un acto más de insensatez de los militares de Atenas.   La invasión   Sea como fuere, el 20 de julio los paracaidistas del Ejército turco llovieron sobre Nicosia, los buques de guerra desembarcaron miles de soldados en el norte de la isla y los cazas turcos bombardearon las posiciones griegas y grecochipriotas. “Nuestra ciudad, Famagusta, fue bombardeada desde el primer día y había que refugiarse en los sótanos de los hoteles. Pero nadie entendía lo que estaba pasando. Era una ciudad turística e incluso durante la guerra la gente continuaba bailando en las discotecas”, asegura Nikos Karulas, quien entonces tenía 15 años. Durante unos días, la alianza occidental se temió lo peor: dos socios de la OTAN, Grecia y Turquía, parecían abocados a la guerra total. El oscuro jefe de la policía militar y hombre fuerte de la dictadura griega, Dimitrios Ioannidis, no podía creer que los turcos hubiesen desembarcado en Chipre y ordenó la movilización general, dispuesto a declarar la guerra. “Voy a atacar Turquía”, bramó lleno de furia Ioannidis al enviado estadunidense Joseph J. Sisco. Finalmente, la diplomacia de Estados Unidos logró detener a los griegos. En pocos días, las dictaduras de Sampson en Chipre y la que gobernaba en Grecia se desplomaron cual castillo de naipes. Se estableció un alto el fuego pero nadie lo respetó: los turcos continuaron avanzando en territorio chipriota, los soldados griegos y los grecochipriotas tomaron los enclaves y pueblos turcochipriotas y se desataron las masacres. Kemal Meriç fue hecho prisionero y llevado a un campo de concentración grecochipriota. Cuando finalmente pudo regresar a su aldea, ésta había sido arrasada. Su mujer y sus cinco hijos de corta edad asesinados y enterrados junto a otros vecinos en una fosa común. “Aquellos que dejé atrás cuando salí de mi aldea, aquellos a quien quería más que mi propia vida, no estaban enterrados uno junto al otro, sino amontonados en la fosa de cualquier manera. Ni su inocencia pudo salvarles de la crueldad de los despiadados”, relata Meriç.   Diálogo de sordos   Las conversaciones de paz entre las partes en Ginebra, Suiza, se convirtieron en un diálogo de sordos. El 14 de agosto, Ecevit –violando su promesa de que la invasión turca estaba sólo dirigida a restaurar la normalidad constitucional tras el golpe de Sampson-- ordenó una segunda operación militar que, pese a la condena internacional, conquistó el tercio norte de la isla, expulsando de ella a los grecochipriotas. Más de 4 mil 500 personas, incluyendo a civiles, murieron en los combates, de los cuales un millar aún continúa desaparecido. Chipre quedó dividida de facto y más de la mitad de la población de la isla se convirtió en refugiada en su propia tierra: los grecochipriotas huyeron hacia el sur y los turcochipriotas hacia el norte. “Nosotros permanecimos en Famagusta hasta el final. Huimos unas horas antes de que los turcos entrasen en la ciudad. No nos llevamos nada pensando que en unos días podríamos regresar. Pero no sólo perdimos las cosas materiales. Perdí mi vecindario, mi escuela, mi playa, mi bicicleta, mis fotos, mi conexión con la infancia. No tengo ninguna fotografía en la que aparezca con menos de 15 años. Es como si mi infancia nunca hubiera existido”, deplora Karulas. “Era muy duro. A medida que avanzábamos veíamos cómo los griegos habían dejado, en su huida precipitada, los libros abiertos encima de las mesas, incluso un cepillo con pasta de dientes en el baño. Había una niña grecochipriota, a la que su familia había olvidado en un campo. La cuidé durante una semana. A pesar de que ni yo la entendía ni ella a mí, cuando la entregamos a las fuerzas de la ONU, no se quería separar de mí. Nunca más volví a saber de ella”, explica Süngü sin poder reprimir las lágrimas. “La guerra es algo terrible, que no se puede entender sin haberla vivido. Cada vez que recuerdo veo las fosas comunes con las manos surgiendo de la tierra. Vuelvo a sentir el olor de los cadáveres y la sangre. El calor. La sed y el hambre que sufrimos”, señala. Cuarenta años después, y a pesar de las innumerables negociaciones de reunificación, la isla mediterránea continúa dividida. En violación de las resoluciones de la ONU, unos 40 mil soldados del Ejército de Turquía continúan presentes en el norte de Chipre, conformado ahora en la República Turca del Norte de Chipre, sin reconocimiento internacional. Las sucesivas generaciones han crecido en la desconfianza mutua, pues en las dos partes sólo existen museos y monumentos que recuerdan las barbaridades cometidas por el otro bando y no las propias; y los libros de texto y medios de comunicación inciden en la propaganda nacionalista, salvo honrosas excepciones. Los sacos terreros en las ventanas, las marcas de disparos en las paredes y el alambre de espino que cubre las vallas que separan a las dos comunidades de Chipre son un recordatorio de aquel triste verano de 1974.

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