Brasil vs. Brasil

viernes, 4 de julio de 2014 · 21:54
RÍO DE JANEIRO (apro).- El fuego quema el cielo carioca, aquel que quedó representado en la bandera de Brasil cuando se promulgó la República. Las estrellas se esfuman, mientras arde la franja que reza el orden y progreso. El humo se disipa y trae consigo un olor a petróleo, el mismo olor del nacionalismo brasileño, que hoy se divide en distintas ideologías que van del brillo auriverde a las cenizas. Existe una clara división ideológica entre los brasileños que comienza por alejar a muchos ciudadanos de las protestas. Dicha división ha sido detonada por algunos manifestantes radicales que se han dedicado a violentar el “proceso”, como los integrantes del Black Bloc, un grupo anarquista criticado por causar destrozos y provocaciones. Éstos suelen queman la bandera de Brasil, lo que en otros provoca resquemor y rechazo. “Un extranjero no tiene derecho a prenderle fuego, pero un brasileño sí, pues es su bandera, una que al mismo tiempo simboliza la imposición del Estado”, dice Ana María Padua, quien fue activista militante en la época de la dictadura y que ahora vive en Estados Unidos. “La dictadura sólo cambio de lado, ahora vive en la izquierda”, afirma. Paulo Dias, empleado de 54 años de edad, comenta que no todo en el gobierno brasileño ha sido malo. Argumenta que el actual es un escenario en que el grupo político de derecha está aprovechando la beligerancia de ola de protestas de cara a las próximas votaciones. “Hoy Brasil es un anfitrión y ahora no es el momento de causar desorden. Me gustaría ver cuando los medios internacionales se vayan y venga el proceso electoral, a ver si sigue habiendo las protestas con la misma intensidad”, expresa Dias. Este domingo 6 –una semana antes de que se juegue la final de la Copa del Mundo-- inician las campañas políticas de cara a las elecciones presidenciales y legislativas. Nunca el fútbol en Brasil había podido influir tan directamente en las votaciones. “Si Brasil no es campeón, exhibirá aún más los gastos del dinero público que realizó el Estado, mientras FIFA se va a casa con la billetera llena”, dice el activista Vitor Mariano, representante del Comité Popular de la Copa y las Olimpiadas de Río de Janeiro. ¿Y Dilma? La presidenta Dilma Rousseff no ha asistido a ningún juego de Brasil desde los insultos que recibió en Sao Paulo durante la inauguración del mundial. Esto no pasa por alto para la opinión pública, la cual maneja la siguiente hipótesis: la FIFA, junto con los asesores de la mandataria, están aconsejando a ésta que se aleje de los estadios para no exponerse a eventuales ofensas que deriven en problemas de imagen de cara a las urnas. A muchos sorprendió la ausencia de la lideresa en el partido de los anfitriones contra Camerún, donde la verde-amarela se jugaba la clasificación a octavos de final en el estadio Mané Garrincha de Brasilia, corazón político del país sudamericano. “¿Habrá tenido miedo? Sería inconcebible que una dura exguerrillera, considerada como una de las mujeres más poderosas del mundo, que dirige los destinos de la sexta potencia económica del planeta, pudiese maniatarse a las opiniones de una FIFA tan desprestigiada internacionalmente”; dice el escritor y periodista Juan Arias. La mayoría de los brasileños condenó los insultos de los aficionados a la presidenta, por lo que analistas políticos dicen que aún si éstos se hubieran repetido, probablemente sería más eficaz que diera la cara a toda la gente, tanto a sus adversarios como a simpatizantes; simplemente mostrar el valor de estar allí, apoyando al equipo en una contienda deportiva tan simbólica para la nación. Joaquim de Sousa, recién egresado de la Facultad de Historia de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, opina que los estereotipos impiden analizar los cambios que necesita Brasil, tal como el plebiscito popular que desde el año pasado ha propuesto Rousseff para hacer una profunda reforma política en temas de salud, educación, transporte y control de inflación. Para Sousa eso es lo que precisa el país en lugar de prácticas autoritarias como las que se utilizaban en España, donde se asociaba el triunfo de los equipos nacionales a la dictadura. “Qué tontería es esa, de qué nos va a servir que Dilma esté en los estadios, esto es producto de los medios de comunicación que buscan seguir estableciendo esos estereotipos de un falso nacionalismo, que anula nuestra capacidad crítica”. En la acera de la avenida Atlántica, que dibuja con piedras bicolores la silueta de la playa de Copacabana, el artista Lauro Filho recoge una máscara caricaturizada de Dilma, dice que le servirá para hacer una instalación de arte en la que está trabajando; el acto de protesta contra la copa mundial de futbol Não Vai Ter Copa (No va haber copa) ha dejado marcas de descontento por todo el asfalto. “Tenemos el gobierno que nos merecemos. Siempre dicen que el petróleo es nuestro y yo no he recibido ni una gota de combustible. Estoy de acuerdo con el filósofo Olhavo de Carvahlo cuando dice que el nacionalismo en Brasil está basado en el sentimiento de falsa propiedad sobre el suelo, un amor basado en el territorio y sus riquezas. Éste es un país de gente materialista que sólo le importa el dinero y no así la historia, ni los valores que tenemos”, afirma. Es cada vez más común en Brasil ver a jóvenes que portan la playera de Argentina con el nombre de Messi en la espalda. Nadie se mete con ellos. Caminan tranquilos. Hoy las agresiones están entre los que llevan las playeras amarillas. Se las llegan a rasgan entre ellos. Así sucedió con un joven radical que portaba una máscara de Guy Fawkes (el conspirador inglés inmortalizado en el filme V de Vendetta) quien se identifica con el grupo de protesta Anonymous, y otro transeúnte que no soportó los insultos hacia la selección brasileña, situación que lo llevó a romper una botella de vodka para amenazar con incisivos vidrios a su opositor. Se maltrataban en una escena triste y lamentable. “Mucha gente se está uniendo a nuestras ideas, y el gobierno va a saber las consecuencias de sus malas decisiones”, dice uno de los radicales. “Es deprimente que esté pasando esto. El movimiento estaba lindo, con orgullo”, dice Luciano Chaves, ferviente participante de la generación de los Cara Pintada que en 1992 formaron un movimiento estudiantil contra las políticas calificadas como corruptas del entonces presidente Fernando Collor de Melo, mandatario que terminó por renunciar a su cargo. Chaves recuerda que a inicios de los noventa salían a las calles para preservar sus derechos. Comenta que hoy, en cambio, los radicales salen a protestar en contra de Nike y destruyen un McDonald’s. “Eso es un triunfo para la alienación política de este Brasil”, afirma. El exprofesor Fernando Hackmann, quien abandonó las aulas por los bajos salarios, dice que el ciudadano común se encuentra desmotivado para manifestarse, “hemos dado un paso atrás”, afirma. Para Hackman, un movimiento que se auto-boicotea, hace que la población tenga más incertidumbre y opte por políticos de derecha que, según él, serán artífices de imposiciones más duras contra cualquier disturbio. Luiz Carlos, militante del Movimiento de Trabajadores Sin Techo, un grupo con mucha fuerza que busca transformar la realidad de más de 50 millones de trabajadores que no tienen una morada digna, afirma que la visión política en Brasil es una utopía y lo que prevalece es el sistema. Argumenta que que desde el año 1500, cuando Portugal descubrió las riquezas de Brasil, el robo se ha mantenido como la mayor cultura del país. “Existen muchos honestos, pero el sistema diluye la acción de estos; o bien, los elimina. La historia muestra que sin lucha, ¡no hay victoria!”, expone. “Pão e circo Complexo de Maré es una comunidad que alberga a 132 mil personas, repartidas en 16 comunidades. Allí hay tráfico de drogas y una gran cantidad de adictos al crack. Las banquetas son testigos de cómo los cerebros se incendian, las miradas se extravían y las venas se evaporan. La noche tiembla y la atmósfera es de una tristeza violenta. Este complejo está vigilado desde el mes de abril por 2 mil 700 soldados de las fuerzas armadas federales, que estarán presentes hasta el 31 de julio, después de que concluya la copa mundial de futbol. Allí vive Luizão, uno de los llamados “bandidos” quien no para de tomar aire compulsivamente por la nariz, la manía clásica de quien aspira cocaína. Él es también compositor de samba y le emocionaría ver a Brasil campeón. Luizão columpia su memoria entre anécdotas de samba y brutales abusos de la autoridad en las ocupaciones de la policía dentro del complejo. “¡Esos hijos de puta se están gastando nuestro dinero!”, dice mientras cuenta al reportero que, por otro lado, no existen protestas contra la aplicación de sumas ofensivas de dinero público en fiestas de la calle, que duran días o hasta un mes entero. “Yo compongo samba y en lugar de que apoyen a gente favelada que quiere oportunidades, gastan un dineral en pésimas bandas populares, digan ‘Não vai ter Copa’, pero también griten ‘Não vai ter festa com dinheiro público’ (No habrá fiesta con dinero público)”. Remata. Río de Janeiro lideró en 2013 la lista de gastos para las fiestas urbanas en Brasil con 35 millones de reales (casi 16 millones de dólares). Mucho de ese gasto fue destinado al más reciente carnaval. Brasil se juega su partido más importante: respetar las diversas ideologías que hoy no sólo debaten, sino pelean violentamente. La Copa del Mundo está poniendo en evidencia los grandes problemas que tiene un país de 200 millones de habitantes, pero también desnuda la idiosincrasia de un pueblo que camina sobre una división férrea que termina por debilitar a los actos honestos de protesta. Muchos brasileños no acaban de darse cuenta que en el proceso, no sólo están exhibiendo el abuso de poder del Estado y desprestigiando, y con mucha razón, a la FIFA; sino que también lo están haciendo con ellos mismos.

Comentarios