Vietnam-Canadá: De la pólvora a la nieve

viernes, 24 de abril de 2015 · 22:43
MONTREAL (apro).- Un éxodo de colosales proporciones comenzó en Vietnam la mañana del 29 de abril de 1975. Los combatientes del Vietcong y los tanques del ejército norvietnamita se encontraban ya a pocos kilómetros de Saigón, la capital de la República de Vietnam del sur y rebautizada más adelante como Ciudad Ho Chi Minh. La artillería de las fuerzas comunistas demolió el puente Newport, dificultando la comunicación por tierra, y sus obuses destruyeron las pistas del aeropuerto. Esto obligó a los que deseaban abandonar la urbe a escabullirse entre los helicópteros que despegaban de la embajada estadounidense para evacuar a diplomáticos y periodistas, a encontrar sitio en algún barco militar o a intentar la aventura utilizando cualquier cosa que flotara en el mar. Videos y fotografías guardan testimonio de la desesperación de aquellas horas. “Hasta los postes de luz habrían abandonado el país si hubiesen podido hacerlo”, señala Trang Levan, con el sosiego que le brindan sus 80 años de vida. Trang Levan funge actualmente como presidente de la Asociación canadiense de antiguos combatientes de Vietnam del Sur. Es uno de los miles de vietnamitas que encontró refugio en este país después de la llamada “caída de Saigón”, hecho que marcó el fin de la guerra de Vietnam y cuyo 40 aniversario se cumple el próximo 30 de abril. Levan nació en la ciudad de Hue y formó parte del ejército durante 20 años, alcanzando el grado de teniente coronel. Recuerda que en los últimos días de la guerra, la información era confusa. A pesar del avance de las fuerzas norvietnamitas, algunos mandos castrenses del sur aseguraban que aún era posible repeler los ataques. Otros daban ya muestras de pesimismo. “Todo me quedó claro cuando un superior me recomendó abandonar el país por cualquier medio”, comenta Levan como si los hechos hubieran ocurrido la semana pasada. “Tuve media hora para tomar la decisión. Debía garantizar la seguridad de mi esposa y de mis tres hijos. Finalmente partimos con una maleta y algunos dólares ocultos entre la ropa interior”. De haber permanecido en Vietnam, al teniente coronel le habría esperado la horca o una celda en los campos de reeducación. Hace pocos años se enteró de que algunos de sus colegas que no pudieron escapar fueron ejecutados. Dos más pasaron 17 años en esos campos, bajo condiciones atroces. Estados Unidos fue el país que recibió al mayor número de vietnamitas al final de la guerra y durante los primeros años de la reunificación. El segundo fue Australia, seguido de Canadá. Algunos factores ayudan a comprender la posición de este último país en la lista: una tradición de puertas abiertas a los refugiados, la necesidad de poblar grandes espacios de su territorio y el carácter francófono de la provincia de Quebec. Muchos vietnamitas conocían la lengua francesa como producto de la antigua colonización gala. Así, una cifra importante de ellos eligió radicar en esta provincia, principalmente en Montreal. Louis-Jacques Dorais, profesor de antropología en la Universidad Laval de Quebec, es uno de los mayores estudiosos de la migración vietnamita a Canadá. Señala que la presencia de esta comunidad en el país data de antes de la guerra. Varios jóvenes de dicha nacionalidad estudiaban en las grandes ciudades canadienses, pero no representaban un número de importancia. Dorais y otros expertos distinguen dos grandes olas migratorias. La primera tuvo lugar de 1975 a 1978 y estaba integrada por personas que habían formado parte del ejército y de la burocracia, así como de profesionales que no deseaban vivir bajo el régimen comunista. Alrededor de 7 mil 800 vietnamitas llegaron a Canadá en este primer movimiento migratorio. Entre ellos, Trang Levan, su esposa e hijos. La familia Levan encontró sitio en un barco de bandera estadunidense que la misma tarde del 29 de abril partió hacia Filipinas, donde se acondicionaron campamentos para los refugiados. Días después volaron a la isla de Guam. Como miembro del ejército, Trang Levan tuvo la posibilidad de solicitar asilo en Estados Unidos, pero por motivos sanguíneos y políticos optó por Canadá: “Un hermano mío radicaba en Montreal y ofreció apadrinar nuestra llegada. Además, sentía yo rencor porque los estadunidenses nos dejaron solos al final de la guerra y también porque Kissinger y los demás negociadores fueron unos ingenuos”, dice en referencia a los acuerdos de paz firmados en París en 1973 entre las partes beligerantes, y en virtud de los cuales el gobierno comunista se comprometió a respetar la soberanía del país del sur, algo que evidentemente no ocurrió. A los 40 años, Trang Levan debió comenzar con su familia una nueva vida en Montreal. El dinero de reserva se agotó en poco tiempo, así que tuvo que ejercer diversos empleos: “Yo fui educado desde muy joven para la guerra. No sabía hacer otra cosa. Traté de integrarme al ejército canadiense, pero al no ser ciudadano y al tener más de 35 años de edad, las puertas se me cerraron”. Trabajó lavando platos en un restaurante y luego en la bodega de una distribuidora de muebles. Fue escalando posiciones en la empresa y al mismo tiempo estudiaba por las noches para alcanzar un certificado en comercio en la Universidad de Montreal. Llegó a ocupar el puesto de subgerente, pero meses después su hermano le propuso abrir un restaurante. Aceptó, laboró sin parar, agrandó el recinto, vivió periodos de bonanza y desde hace más de una década está retirado de toda actividad profesional. * * * Pocos pueblos han sufrido tantos conflictos como este país del sudeste asiático. Invasiones chinas, presencia japonesa, emancipación de Francia y, en uno de los episodios que más abiertamente reflejaron el espíritu de la Guerra Fría, un sangriento enfrentamiento entre el norte y el sur, con cientos de miles de efectivos estadunidenses participando en los combates. Parecía que los vientos de concordia soplarían por fin luego de la reunificación, pero los líderes comunistas tenían otros planes: la próxima estación bélica indicada en el mapa era Camboya. Entre 1979 y 1982 se dio el segundo flujo migratorio de vietnamitas, donde un importante contingente --mayoritariamente de origen campesino-- escapó del país. A los miembros de este segundo flujo se les conoce hasta la fecha como boat people y se calcula que 59 mil de ellos se instalaron en Canadá. Si los vietnamitas de la primera ola huían de las represalias del régimen comunista, los boat people escapaban de la pobreza de los campos, del férreo control estatal y, en muchos casos, de la conscripción impuesta para pelear en una nueva guerra. En 1978 el gobierno vietnamita comenzó su invasión a Camboya. El éxito de esta empresa necesitaba de una cifra importante de combatientes. Tri Du vivía en Qui Nhon, una pequeña ciudad costera ubicada en el centro de Vietnam. Auxiliaba a su padre todas las mañanas descargando pescados y mariscos. Una mañana de mayo de 1979, con apenas 18 años cumplidos, recibió una carta exigiendo su incorporación al ejército en cuestión de días para ir a luchar a Camboya. La misma misiva aguardaba en los buzones de varios de sus amigos del barrio. “No quería matar ni morir”, comenta Tri Du mientras deja entrever en los brazos tatuajes de estilo japonés. “Decidí con cuatro de mis vecinos que lo mejor era escapar, pero no sabíamos cómo hacerlo. Por fortuna, descubrimos una pequeña lancha que los militares no vigilaban. Tres noches después la robamos y partimos con el motor a todo lo que daba”. No llevaban provisiones suficientes para el trayecto; apenas un garrafón de agua, galletas y un poco de fruta. Felizmente llovió una tarde y una red les permitió atrapar algo de pescado. Cuatro días después, sin saber a dónde los llevaba la corriente y con el tanque de gasolina completamente vacío, divisaron la costa filipina. Pasaron algunos meses en un campo de refugiados. Los cuatro amigos de Tri Du obtuvieron una visa humanitaria para Estados Unidos, pero él no corrió con la misma suerte. Tiempo después le informaron que una familia residente en el norte de Quebec ofrecía apadrinar su traslado. Partió decepcionado porque deseaba como nada en el mundo llegar al país de Elvis Presley y de las películas de vaqueros. “El invierno era duro, pero lo era más el aburrimiento”, señala entre risas. “La familia me trató muy bien pero un año y medio después decidí irme a Montreal”. Recuerda que llegó solo a la estación de autobuses de la metrópoli quebequense. Tampoco se le olvidan las noches en las que tuvo que dormir en un parque. Por fortuna, encontró trabajo en una pastelería. Al principio limpiaba los pisos y los utensilios, pero poco a poco aprendió a preparar muchos productos de repostería con sólo mirar. El dueño del negocio detectó que el vietnamita tenía un verdadero talento para la cocina, así que como estaba por inaugurar un restaurante de sushi, lo envió a capacitarse con un chef japonés. Años después, Tri Du consiguió con mucho esfuerzo abrir su propio establecimiento, el cual es señalado como uno de los mejores de comida japonesa en Montreal. Hoy en día es toda una celebridad: aparece en revistas, lo invitan a cocinar en programas de televisión, su restaurante se llena todas las tardes, es amigo cercano de Guy Laliberté (fundador del Cirque du Soleil). “Mejor suerte no pude tener. Canadá me ha dado todo. Siempre me pregunto qué habría sido de mí si no hubiera escapado con mis amigos. Seguramente estaría enterrado en alguna fosa en Camboya”, comenta Tri Du. * * * La comunidad vietnamita en Canadá se caracteriza por contar con altos niveles de educación y con un raquítico número de desempleados. También posee fuertes redes entre sus miembros gracias a centros recreativos, templos religiosos (budistas y cristianos), cámaras de comercio y asociaciones de personas de la tercera edad. Es lo que los expertos definen como un sólido capital social. Pero las divisiones políticas en su seno no son un fenómeno aislado. “Es un error pensar que toda la comunidad vietnamita está en contra del régimen comunista. La vieja generación sí se opone con vehemencia, pero otros con menos años en Canadá demuestran tolerancia e incluso simpatía hacia las autoridades actuales”, señala el antropólogo Louis-Jacques Dorais. También comenta que antiguos combatientes del Vietcong, hartos de la pobreza y desencantados de las decisiones políticas del régimen, abandonaron Vietnam, aunque prefieren ocultar cualquier información sobre su pasado. Dorais precisa que no todos los vietnamitas sienten la misma pasión por las discusiones políticas. Trang Levan asiste a cada manifestación que sirva para denunciar la cerrazón del régimen. En cambio, Tri Du prefiere ocuparse en otras cosas, aunque afirma que le interesa más seguir la actualidad política de Quebec y de Canadá. ¿Los años, como un ácido que todo lo deshace, han borrado los recuerdos dolorosos? A pesar de su rango militar, Trang Levan participó en pocas acciones en el frente de batalla. En los últimos años del conflicto, sólo tuvo responsabilidades como jefe de un grupo de vigilancia en Saigón y sus alrededores. En realidad, las atrocidades de la guerra casi nunca se presentaron en esa ciudad, aunque experimentó el caos sobre todo durante los últimos meses de la conflagración, al recibir a miles de refugiados provenientes del campo. “Lo que aún me duele es la separación que viví de mis padres y hermanos y el hecho de salir de Vietnam como un apestado”, afirma Levan. Tri Du fue testigo de varias ejecuciones a manos del Vietcong contra supuestos simpatizantes del régimen de Vietnam del Sur. “Los comunistas lograban que la gente les creyera todo y castigaban sin investigar a fondo a los acusados. Los cadáveres se amontonaban en las calles. Esas imágenes nunca las he podido olvidar. También recuerdo cómo la pobreza aumentó con el nuevo régimen. Obtener comida era algo sumamente complicado”, comenta Tri Du. Las heridas del conflicto permanecen. Los recuerdos son difíciles de borrar. Sin embargo, la percepción de los miles de jóvenes canadienses de origen vietnamita no es la misma que la de sus padres o abuelos. “La guerra en nuestra generación no ocupa un lugar importante. Reconocemos el esfuerzo de nuestras familias por brindarnos una vida mejor, pero no es un tema del que hablemos con frecuencia”, comenta Linh Nguyen, estudiante de administración por las mañanas y ayudante en los fogones de un restaurante por las tardes. La juventud habla la lengua vietnamita en el hogar y se expresa en francés o en inglés con los amigos, tiene parejas de otras nacionalidades, visita Vietnam pero extraña en poco tiempo la rutina canadiense: algo que han vivido en carne propia los hijos de Tri Du y los vástagos y nietos de Trang Levan. Los más viejos llaman a estos jóvenes “bananas”: amarillos por fuera y blancos por dentro, aunque no se trata de un fenómeno exclusivo de la comunidad vietnamita. Sólo basta mirar lo que ocurre entre los jóvenes coreanos en Los Ángeles y dentro de los barrios de origen mexicano en Chicago. * * * Vietnam ha cambiado significativamente en pocas décadas. El motivo reside en Doi Moi (“renovación”, en vietnamita): el conjunto de reformas llevadas a cabo a partir de 1986 por el régimen comunista, en una copia del modelo chino basado en la apertura económica pero en el férreo control del poder político. En los últimos años, Vietnam ha crecido en cifras cercanas a 6%, el Estado ofrece generosas ventajas fiscales para atraer la inversión, obtiene recursos del turismo e invita a los vietnamitas residentes en otros países a implicarse en diversas esferas productivas. También hay que subrayar la contribución de la diáspora por medio de las remesas. Como ejemplo de ello, el Banco Mundial informó que en 2013 los “Viet Kieu”, como se les conoce a los vietnamitas del exterior, enviaron cerca de 11 mil millones de dólares a su país de origen. A pesar del dinamismo mostrado por la economía, la sociedad vietnamita continúa acusando marcados problemas: corrupción, rezagos educativos, una población mayoritariamente rural y sin acceso a servicios básicos. Tri Du ayudó desde la distancia a los hermanos para construir sus casas. Está contento con los avances del país en lo económico, visita Vietnam con asiduidad e incluso planea pasar ahí algunos meses al año para ahorrarse el invierno canadiense. “Los comunistas son muy listos. Saben que un modelo como el chino les asegura el control del país e incrementa la calidad de vida de sus habitantes, pero también he visto que los nuevos ricos forman parte de esa élite política que tanto criticaba al capitalismo”, expresa con irónica sonrisa. Por su parte, Trang Levan nunca ha vuelto a Vietnam. Sigue enviado dinero para apoyar a sus familiares, pero renuncia a retornar al país mientras los comunistas permanezcan en el poder. El destino ofreció a Tri Du, a Trang Levan y a miles de vietnamitas la posibilidad de una nueva vida en Canadá, aunque caracterizada por bajas temperaturas gran parte del año: el aspecto canadiense menos amable de acuerdo con los miembros de esta comunidad. Pero los copos de nieve y los termómetros en negativo son una frivolidad si se les compara con sucios calabozos, hambre cotidiana, insolación en el mar y las negras nubes provocadas por la pólvora. El tiempo señalará la suerte de Vietnam en lo económico y en lo político. También en Canadá se acercan momentos de probables cambios: el próximo otoño se llevarán a cabo las elecciones federales, con la posibilidad de la llegada de un partido distinto al poder o de una reelección más de los conservadores, quienes se han distinguido en los últimos años por limitar considerablemente la entrada de refugiados a suelo canadiense.

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