Hungría: Las claves de la xenofobia
BUDAPEST (apro).- El proceso llevaba tiempo generándose, pero fue Petra Laszlo, la camarógrafa húngara que pateó a varios migrantes que se escapan de la policía, quien suscitó la indignación mundial. De repente, el planeta giró su mirada hacia Hungría, y se preguntó si allí, en ese país de Europa del Este, sentaba sus reales el estigma contra la inmigración.
“Los inmigrantes encuentran poca comprensión por su situación en Hungría”, escribió The New York Times. “Hungría: traficantes, alambres de púa, xenofobia… el camino de lucha de los inmigrantes”, contó la radio francesa RTL. “¿Quién es el primer ministro xenófobo de Hungría?”, se preguntó incluso el diario brasileño O Globo.
Mientras tanto, el primer ministro húngaro, el nacionalista Víktor Orbán, echaba leña al fuego: lanzaba campañas públicas contra los no húngaros y los no cristianos; instalaba vallas hechas de alambres de púas aquí y allá; impedía la partida de trenes que pasaban por su país, aun si éstos querían huir hacia otros destinos; cerraba fronteras y lanzaba gas lacrimógeno.
Ello provocó la condena por parte de la Unión Europea (UE), el club al que pertenece su país, en medio de un creciente (y mediático) alarmismo por la más grave crisis migratoria desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Pero, ¿Cuán real y extendido es el recelo de los húngaros hacia los inmigrantes? Y ¿qué hay detrás de estas manifestaciones? ¿Cómo se explican? ¿Qué agenda política existe detrás? Estas fueron algunas de las preguntas que Apro hizo a tres analistas húngaros —un sociólogo, un politólogo y un investigador de un centro de estudios—, quienes, con datos e información a la mano, escarbaron en las entrañas de su sociedad.
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Disparidad
En comparación con el conjunto de la región, la economía de Hungría —10 millones de personas que son parte de la UE, pero no de la Eurozona— no ha ido mal en los últimos tiempos. El PIB del país aumentó un 1.2% en 2013, un 3.6% en 2014 y FMI, la OCDE y el gobierno húngaro coinciden en que este año Hungría registrará un crecimiento de alrededor de 3%.
No obstante, como ha ocurrido en otros países europeos, las turbulencias económicas desatadas por la crisis financiera en Estados Unidos pegaron duro en el país, dejando un nivel de desigualdad social más alto.
De acuerdo con el informe Creciente desigualdad y su impacto en Hungría, realizado con la metodología de cálculo del coeficiente GINI, la distancia entre ricos y pobres se incrementó drásticamente después de la caída del Muro de Berlín en 1989, disminuyó a partir de 1995 y volvió a subir a partir de 2009. De hecho, a partir de esta fecha, “se registró un significativo aumento de la proporción de aquellos que han experimentado dificultades financieras o incapacidad para pagar el alquiler o las facturas (de luz o gas)”, se lee en el informe.
Más aún, se trata de un fenómeno que ha sido acompañado por una caída de la tasa de natalidad, un envejecimiento de la población, un incremento de la distancia entre los más educados y los menos y una tendencia creciente al endeudamiento privado, entre otros factores.
Por el contrario, el nivel de desigualdad en el período anterior a los años noventa era similar al de los países escandinavos; es decir, bajo.
La suma de estas circunstancias explica en parte la situación que relata el sociólogo István György Tóth, uno de los autores del informe. “Uno de los principales miedos de la gente en Hungría es que la llegada de nuevos trabajadores conlleve una disminución de sus derechos laborales, a raíz de la mayor oferta laboral”, dice Tóth a Apro.
“Es el miedo a que las cosas puedan ir peor de lo que ya están. Un miedo que padecen sobre todo las clases más desfavorecidas”, reflexiona el politólogo Attila Nagy Tibor, del Center for Fair Political Analysis de Budapest.
Asimismo, revelador resulta que, a pesar de que Hungría no es uno de los países peor parados del Este europeo, la percepción de la desigualdad es muy fuerte. Esto, al tiempo que, si bien la tasa de desempleo no es altísima (oscila entre 7%, y 19% para los jóvenes), también registra una escasa satisfacción de los húngaros en relación con sus empleos. Lo que, dice Tóth, está relacionado también con el aumento de las personas que están en riesgo de pobreza.
Tanto es así que, según la edición de 2015 del Informe mundial sobre la felicidad, Hungría se encuentra en el número 104, detrás de sus vecinos geográficos e incluso de la maltrecha Grecia. Algo que también explica por qué lamentablemente el país sigue teniendo una de las tasas más altas de suicidios de la UE. “Es importante subrayar que el nivel de vida en Hungría es muy inferior al de Europa Occidental, por lo que los húngaros temen que esta situación pueda conllevar a un empeoramiento añadido de sus condiciones de vida y que el impacto provocado por los inmigrantes sea dañino para su economía”, puntualiza Daniel Mikecz, investigador del centro de estudios Republikon.
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Heridas
Mikecz, sin embargo, apunta también a la herida que ha dejado la historia en la psique popular. “A causa de su pasado, la gente es más sensible a las cuestiones demográficas, pues hay una percepción de que las minorías étnicas representan una amenaza para la seguridad del Estado. Este fenómeno ha resurgido también en época reciente, por ejemplo, durante la guerra de Yugoslavia, la anexión de Crimea y ahora con la guerra en el este de Ucrania”, dice el experto, al referirse a la desintegración del imperio austro-húngaro, a las pérdidas de territorios que implicó aquel evento y la posterior disolución de la cortina de hierro.
“Por eso, existe una tendencia en el país a encerrarse en sí mismos, a alejarse del mundo exterior y a velar únicamente por sus propios intereses (…) el pasado es todavía considerado como una tragedia nacional, lo que echa gasolina sobre el recelo que le tienen los húngaros a los extranjeros”, continúa Mikecz.
Los reportes corroboran, al menos en parte, este análisis. Según un reciente informe del centro de análisis Tarki, uno de los principales del país, el porcentaje de húngaros que profesaba su miedo hacia los extranjeros ascendía al 15% en 1992, un dato que se elevó hasta el 46% en 2015. Son los inmigrantes extracomunitarios (además de los gitanos) los que más sufren este rechazo en Hungría. De igual modo, otro sondeo del Századvég Institute, think tank cercano y afín al gobierno, señaló que en la actualidad más del 80% de la población apoya la construcción de las vallas anti-inmigrantes.
“Los húngaros consideran los derechos políticos y civiles menos importantes que los habitantes de la Europa occidental. Ellos están menos interesados en el día a día de la política y menos en participar activamente en la vida política de su país. Y son menos tolerantes hacia las opiniones que se alejan del pensamiento de la mayoría”, se lee en el blog Hungarian Spectrum, que administra Eva S. Balogh, una exprofesora de Historia de Europa del Este de la universidad de Yale.
Por eso quizás, por las distancias culturas y étnicas con los migrantes, sólo 19% de los húngaros considera un deber moral acoger a los migrantes, señaló una investigación del Instituto Republikon.
Otro factor: en Hungría existe una escasa experiencia con los nuevos aspectos del fenómeno de la migración, sobre todo si se compara con la de otros Estados que llevan más tiempo dentro de la UE y no tuvieron que lidiar con un pasado comunista. Valga recordar que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima en no más de 230 mil personas la afluencia de población extranjera hacia la UE entre 2000 y 2010. Una parte de ellas eran étnicamente húngaros provenientes de otros países.
Además, está la Iglesia católica húngara, que es especialmente conservadora y progubernamental. Una prueba más ha sido la reciente declaración del obispo Laszlo Kiss-Rigo, jefe de la diócesis de Szeged-Csanádi en el sur de Hungría, quien le llevó públicamente la contraria al Papa. “No son refugiados. Esto es una invasión. Vienen aquí con gritos de Allahu Akbar (Alá es grande). Quieren tomar el control”, dijo Kiss-Rigo, al subrayar también que Francisco está equivocado cuando habla de refugiados.
Según los especialistas, estos factores explican el éxito de Orbán, de sus políticas represivas hacia la migración y de la indiferencia de buena parte de los húngaros por las desgracias de éstos.
“No hay que olvidar que él se basa a menudo en encuestas y sondeos”, afirma Tóth, al añadir que esto se debe también a que no hay suficiente información imparcial en los medios de comunicación húngaros. “La foto de Aylan (el niño kurdo-sirio muerto ahogado en Turquía) no fue transmitida por la televisión local, arguyendo que no se puede emitir imágenes de menores”, coincide el politólogo Tibor.
“Cuando en 2010, la coalición conservadora Fidesz-KDNP ganó las elecciones —continúa Tóth— supo captar el fastidio de la gente hacia la migración, lo extremó y lo usó para su beneficio electoral”. O sea, actuó con el maquiavelismo digno de un peso pesado de la política, más aún que en esas mismas elecciones el partido de extrema derecha Jobbik (más radical que Orbán) obtuvo el 16.7% de los votos y este partido sigue ganando terreno en Hungría, según las encuestas.
Además, el tema migratorio también se convirtió en una excelente excusa para no hablar de otros temas, como los escándalos de corrupción.
Hungría no está sola en todo esto. Por el contrario, hay ejemplos muy negativos en toda la región. “No hay dudas de que Orbán no es el primero que decide levantar una valla. Él mismo ha tomado ejemplo de la que se levantó en Bulgaria, la que existe entre Grecia y Turquía y la españolas”, advierte Mikecz. “Y también es importante señalar que hay muchos voluntarios húngaros en estas horas están ayudando a los refugiados que se encuentran en el país; fueron hasta las autopistas y allí les dieron comida, ropa e incluso cochecitos para bebés”, agrega.
Cuando Orbán anunció la primera valla en junio pasado —llevando a cabo una campaña publicitaria contra los migrantes—, frente a sí mismo no encontró voces de apoyo. Más bien lo contrario. El extravagante Partido del Perro de Dos Colas recaudó 26 millones de florines húngaros (82 mil 700 euros) para financiar una contra-campaña de vallas y también protestaron los socialistas húngaros, así como movimientos de jóvenes que le dijeron ‘no’ a la xenofobia.
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