Duterte se 'realinea” con China y altera los planes geopolíticos de Washington
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Los dirigentes chinos esperaban una declaración que les fuera favorable, pero difícilmente una tan clara, enfática y terminante: “Anuncio mi separación de Estados Unidos en lo militar y también en lo económico. Estados Unidos perdió”, dijo Rodrigo Duterte, el nuevo presidente filipino, frente al viceprimer ministro anfitrión, Zhang Gaoli, y 200 empresarios en un Foro Internacional de Negocios realizado en el Gran Salón del Pueblo, en Beijing, el jueves 20.
Por si no quedaba claro, Duterte continuó: “Quiero decir, me he realineado con su tendencia ideológica, y tal vez también iré a Rusia a decirle a Putin que somos los tres contra el mundo: China, Filipinas y Rusia”.
En comparación con los otros dos miembros del dúo, Filipinas es una pequeñez tanto en lo militar como en lo económico, muy lejos de alcanzar la proyección global de quienes ahora Duterte quiere convertir en aliados.
Pero su papel histórico y estratégico le da una importancia significativa para Estados Unidos y para los equilibrios regionales de poder. En la cada vez más intensa disputa por la hegemonía en Asia Oriental, de China por acrecentar su influencia, y de Estados Unidos por contenerla, Beijing corre controlando la pelota y preparando el disparo, mientras Washington se descubre súbitamente abandonado por la defensa e incapaz de bloquear los espacios abiertos.
El “pivote a Asia”, el proyecto geoestratégico más ambicioso de Barack Obama, está sufriendo fuertes erosiones, primero por el agravamiento de las guerras en Medio Oriente y las tensiones con Rusia, después por la radicalización de la campaña electoral estadunidense, y por último --tomando descuidados a todos--, por un político malhablado de un pequeño país insular, cuya guerra contra las drogas, que ha dejado miles de muertos en ejecuciones extrajudiciales, y sus gestos estrafalarios como compararse a sí mismo con Adolfo Hitler, de pronto se volvieron secundarios en las preocupaciones del presidente de Estados Unidos.
Sorpresa y confusión
Durante su campaña, Duterte prometió lanzar una ofensiva total contra traficantes de drogas, adictos y otros “maleantes”, tan dura que “habrá tantos cuerpos flotando en la bahía de Manila que los peces van a engordar”.
Tras garantizarles a los agentes policiacos que no serían procesados penalmente por matar personas, y convocar a los civiles en general a disparar contra cualquier sospechoso que “resista” el arresto, su decisión de cumplir su compromiso quedó demostrada cuando se alcanzó la cifra de tres mil muertos, de los cuales mil fueron asumidos por la policía y dos mil atribuidos a “desconocidos”. Ello sucedió sólo en las primeras 11 semanas desde que asumió el poder, el pasado 30 de junio.
Cuando el Parlamento Europeo y el propio Obama criticaron estas acciones por violar los derechos humanos, Duterte les respondió con el mismo lenguaje que utiliza para cualquier persona: “¡Jódanse!”, sentenció mientras mostraba el dedo medio, hablando de la Unión Europea, e “¡Hijo de puta!”, en referencia al presidente estadunidense.
Así ganó lugares en la prensa mundial a lo largo del verano. Sus gestos, sin embargo, no habían tenido impactos mayores hasta que fue a Beijing a escenificar su rechazo hacia el antiguo amo colonial y después aliado y patrón de Filipinas: Estados Unidos.
España perdió sus últimas posesiones en la guerra de 1898: Cuba recibió una independencia relativa y Puerto Rico y Filipinas pasaron a manos estadunidenses. Durante la Segunda Guerra Mundial, la conquista japonesa de Filipinas fue combatida y resistida por guerrillas locales apoyadas por el ejército de Estados Unidos, bajo la promesa de libertad.
Los gobiernos filipinos desde 1945, tanto los originados en elecciones como las dictaduras, han actuado bajo tutelaje estadunidense. El país recibía algunas concesiones económicas, facilidades de migración y el compromiso de ser defendido de agresiones extranjeras, a cambio de servir como pieza clave en una estructura militar que, con el ascenso de China, se convirtió en una cadena de contención: el eslabón que une a los aliados del norte (Japón, Corea del Sur y Taiwán) con los del sur (Malasia, Singapur y más recientemente, Vietnam).
Una revisión a la prensa local revela que, en su propio país, la confusión sobre el significado y alcance del anuncio de Duterte también es extensa.
Columnistas conocidos, como Yen Makabenta, del Manila Times, y Jarius Bondoc, del Philippines Star, han optado por “copiar y pegar” decenas de párrafos de artículos estadunidenses tratando de aclarar lo que se piensa afuera antes de llegar a conclusiones propias.
En respuesta a preguntas de Apro, la doctora Aileen S. P. Baviera, decana del Centro Asia de la Universidad de Filipinas, dice esperar que “el llamado realineamiento sea más que nada económico, debido al escepticismo del público aquí, y que la llamada separación de Estados Unidos a lo sumo será sólo un gradual paso atrás de la muy activa cooperación en defensa”.
Si acaso...
En 2011 el gobierno de Obama anunció el inicio del proceso llamado “pivote a Asia”: si Medio Oriente había sido la prioridad por décadas, su pérdida de importancia relativa, debido a que Estados Unidos apuntaba ya a convertirse en un gran productor de petróleo y decaería su dependencia de los hidrocarburos del Golfo Pérsico, se producía en un contexto en el que aumentaba el valor político de Asia Oriental, debido al creciente poder chino y la expansión de su influencia.
El “pivote” sería, entonces, una reorientación de prioridades para que Washington concentrara sus recursos económicos, militares y diplomáticos en el Pacífico Occidental (el que baña China y el cinturón de aliados estadunidenses) con el propósito de fortalecer su posición dominante.
El primer obstáculo provino de Medio Oriente, donde guerras y dictaduras y otros conflictos se recrudecieron, la organización Estado Islámico provocó una emergencia y la intervención directa de Rusia en Siria representó un reto abierto para las potencias occidentales.
El segundo fue interno: Donald Trump batió a los candidatos del establishment republicano y Bernie Sanders movilizó a la izquierda del Partido Demócrata, ambos con un discurso frontalmente opuesto al Acuerdo Trans-Pacífico de Cooperación Económica (conocido como TPP), un pacto destinado a crear un bloque comercial sin China (o contra China), que constituye la pata económica del pivote a Asia, y todavía está en vías de ser aprobado: ante el daño que le estaba provocando la crítica de Trump y Sanders, Hillary Clinton cambió su postura de apoyo al TPP y ahora dice estar en contra, con lo cual, al menos en el discurso, en enero tomará posesión una presidenta o presidente que no querrá impulsar el acuerdo.
Por si a los proyectos de Obama les faltara un problema, el filipino Duterte apareció para anunciar lo que probablemente no será la derrota de Estados Unidos, pero sí un sonoro gol de la escuadra china: el inesperado cambio de bando de un aliado estratégico tradicional.
No es fácil que se materialice: una encuesta del Centro Pew, realizada en 2015, reveló que 92% de los filipinos tiene una visión favorable de Estados Unidos (más que entre los estadunidenses, con un 82% que ve positivamente a su propio país); la clase empresarial filipina mantiene lazos económicos con Estados Unidos que no han dejado de crecer desde la independencia; y el ejército filipino, aunque siente como una afrenta que la ayuda militar que recibe de Washington sea muchísimo menor que la que va a Israel o Egipto, sigue apreciando los 50 millones de dólares que le entregan cada año.
Más allá de agitar el nacionalismo, Duterte todavía tiene que explicarles a los filipinos cuáles será la relación costo-beneficio de su “realineamiento” con China, la potencia que hasta ahora era vista como una gran amenaza militar, y que tiene ocupados dos grupos de islas en el Mar del Sur de China que Manila reclama como suyos, las Spratly y el arrecife Scarborough.
--¿Filipinas se verá beneficiada en el largo plazo?
--Sólo si China se comporta de una manera más cooperativa y constructiva en el Mar del Sur de China, en Asia del Sudeste y más ampliamente en Asia Oriental, responde la Dra. Baviera.
“Y en este momento, eso sigue siendo un gran ‘si acaso’”, añade.