Castro y García Márquez, la mutua fascinación*

sábado, 26 de noviembre de 2016 · 08:51
No hay amistad sin complicidad. La frase es justa para la relación entre Fidel Castro y Gabriel García Márquez. A partir del afecto, ambos comparten secretos del poder, realizan gestiones políticas y se lanzan en delicadas misiones diplomáticas. El líder cubano no ha tenido un intelectual en la isla con el carisma y la habilidad para interceder por la Revolución cubana como lo hace el Nóbel de la literatura ante gobiernos y jefes de Estado; el escritor colombiano, por su parte, parece disfrutar su cercanía con el líder cubano para hacer política a su manera: en la negociación en corto, tras bambalinas; con la libertad que otorga el no tener un cargo; entrando en las esferas del poder para influirlo y saliendo después de ellas con desparpajo. BOGOTÁ.— El escritor colombiano Gabriel García Márquez –premio Nóbel de Literatura-- asegura que su amistad con Fidel Castro se debe simplemente a una gran afinidad personal, intelectual y literaria. Sin embargo, dicha amistad –que data de 1977-- ha redituado dividendos políticos para ambos: Fidel se ha apoyado en Gabo para realizar delicadas misiones diplomáticas a favor de la Revolución cubana; y el escritor colombiano ha disfrutado de las mieles del poder a su manera: interlocutor íntimo del líder cubano, a quien ha influido para lograr en distintos momentos la liberación de presos políticos de la isla. “El colombiano se ha convertido en un hombre de Estado; y no en uno cualquiera, sino en el embajador preferido de Castro” para apoyar a la Revolución “dentro y fuera de Cuba”, aseguran Angel Esteban y Stéphanie Panichelli en Gabo y Fidel: el paisaje de una amistad, un libro que relata detalles sobre la relación de estos dos personajes. César Leante en su libro Gabriel García Márquez, el hechicero, coincide: “Gabo es considerado en Cuba como una especie de ministro de cultura, jefe de cinematografía y embajador plenipotenciario, no del Ministerio de Relaciones Exteriores, sino directamente de Castro, que lo emplea para misiones delicadas y confidenciales que no encarga a su diplomacia”. Los presidentes Francois Miterrand, Carlos Andrés Pérez, Omar Torrijos, Felipe González, entre otros, se convirtieron en grandes amigos del escritor. La amistad con varios de ellos surgió a raíz de sus misiones diplomáticas, especialmente en defensa de los intereses de la Revolución cubana y la búsqueda de la paz en Colombia. Alta diplomacia Uno de los primeros presidentes que se hizo amigo de Gabo fue el panameño Omar Torrijos, posteriormente él sería el encargado de establecer el vínculo entre el mandatario español Felipe González y el escritor, comentan Esteban y Panichelli. El Nóbel “estuvo muy cerca de las negociaciones para la firma del tratado del Canal de Panamá (1977) (...) Concluidas las negociaciones, Gabo siguió muy de cerca el cumplimiento de los acuerdos y, sobre todo, el equilibrio de la zona del Caribe y América Central, donde Cuba ocupa el lugar de la reina”, aseguran los autores. También habría participado en las negociaciones para terminar con la guerra civil en El Salvador y Nicaragua. Según el periodista y escritor colombiano Pedro Sorela, “con cierta frecuencia” García Márquez colaboró en “la liberación de rehenes de ambos lados de la contienda”, y trató que hubiera “una protección internacional de la Revolución sandinista, pues, además, se reunía en su casa de México con sus dirigentes en los tiempos de la lucha clandestina, y contribuyó a las negociaciones que culminaron en la unificación de tres grupos de oposición en el común Frente Sandinista”. En 1977 Gabo viajó a Caracas para hablar con el presidente Carlos Andrés Pérez. La idea era lograr el apoyo del mandatario venezolano en la ofensiva que lanzaría el sandinismo contra la Guardia Nacional de Anastasio Somoza. El intelectual venezolano Teodoro Petkoff relata que en la segunda mitad de los años 70, Gabo lo llamó para decirle que iría de incógnito a Caracas, estando allí le dijo que era Fidel Castro quien lo había enviado y no los sandinistas. Esteban y Panichelli aseguran: “la intervención del colombiano parece, a todas luces, decisiva, y las conexiones con los intereses cubanos, evidentes: es Castro quien lo envía a Venezuela a negociar con Pérez, ese Pérez que se reunía con Torrijos y Gabo en la casa del panameño después de su primer contacto en Caracas; es un apoyo a una Revolución (la nicaragüense) que tiene muchas conexiones y similitudes con la cubana”. En 1994 García Márquez volvió a cumplir una nueva misión diplomática: ayudar a resolver con Estados Unidos la llamada Crisis de los Balseros. Esteban y Panichelli citan el relato del escritor cubano Roberto Fernández Retamar, presidente de Casa de las Américas: “Con la salida masiva de isleños hacia las costas de Florida se temía una nueva crisis parecida a la del Mariel, y Clinton habló con el presidente mexicano, Carlos Salinas de Gortari, para llegar a una solución, sabiendo que las relaciones entre México y Cuba eran muy buenas. Éste se puso en contacto con Fidel, el cual acudió con García Márquez, una vez más, como ministro, embajador, diplomático, comodín y negociador plenipotenciario de las crisis cubanas”. De hecho, García Márquez se reunió en dos ocasiones con el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton. En la primera reunión, García Márquez estuvo acompañado por el escritor mexicano Carlos Fuentes y por el exsecretario de Relaciones Exteriores de México, Bernardo Sepúlveda. El mandatario estadunidense los escuchó atentamente, pero no contestó ninguna pregunta relacionada con Cuba. “A la vuelta, Gabo le dijo a Fidel algo así: ‘Clinton no habló de Cuba, pero lo que no dijo fue esperanzador’”, según contó el escritor español Manuel Vázquez Montalbán en su libro Y Dios entró en La Habana. Vázquez Montalbán asegura que en la segunda reunión entre Clinton y Gabo éste quedó con un mal sabor de boca: “Es muy oportunista, sólo tiene en cuenta las elecciones, pero no tiene una filosofía claramente contraria a levantar el bloqueo, y si no lo levanta es para no crearse problemas políticos”, habría dicho el escritor colombiano. Liberar presos Plinio Apuleyo Mendoza asegura en su libro El caso perdido. La llama y el hielo que García Márquez utiliza su influencia sobre Fidel Castro para ayudar a salir de la isla a presos políticos. Calcula en unos 3 mil 200 los presos liberados por gestiones de Gabo. Mendoza fue gran amigo de García Márquez en su juventud y compartían su inclinación por el socialismo. Sin embargo, a raíz del silencio del Nóbel ante el sonado caso del escritor Heberto Padilla (1971), quien fue encarcelado en Cuba debido a su oposición al régimen, su amistad se deterioró. Cuando Padilla fue hecho prisionero, un grupo de intelectuales envió dos cartas de protesta al gobierno cubano por lo que consideró una violación de las libertades civiles. García Márquez decidió no adherirse al reclamo. No obstante, diez años después del escándalo, Gabo intercedió ante Castro para que Padilla abandonara la isla. En una entrevista citada por Esteban y Panichelli, García Márquez le dijo al periodista Jon Lee Anderson que había ayudado en una gestión que terminó con la salida de Cuba de más de 2 mil personas. “Yo sé qué tan lejos puedo llegar con Fidel. A veces me dice ‘no’. A veces viene más tarde y me dice que yo tenía razón (...) A veces voy a Miami, aunque no con frecuencia, y me he quedado en las casas de gente a la que he ayudado a salir”. Gabo admitió que ayudó con la liberación del dirigente religioso Reynol González, quien pasó 15 años en prisión en Cuba. Según relató Gabo a Anderson, una vez libre, González entró a formar parte de una de las comisiones negociadoras de los exiliados y volvió a Cuba para contribuir en la salida de 45 presos más. “Hace poco me llamó desde Miami para contarme que había vuelto y estaba muy contento. Le pusieron automóvil, casa de protocolo, e incluso conversó tres horas con Fidel”. También ayudó a Armando Valladares, un opositor cubano que permaneció 20 años en la cárcel y quedó inválido, según él, a causa de las torturas a que fue sometido. En 1982 el Nobel confirmó al diario El País que hizo labores de mediación entre Castro y el entonces presidente Fracois Miterrand para lograr la liberación de Valladares. Así mismo, logró que el gobierno de Castro permitiera a los padres de Severo Sarduy, poeta cubano exiliado en París, salir de la isla para visitar a su hijo. Gracias a los oficios de García Márquez, el escritor cubano Norberto Fuentes, logró salir de Cuba a mediados de los años 90. Fuentes era amigo cercano del general Arnaldo Ochoa y del coronel Tony de la Guardia, ambos fusilados en La Habana en 1989 después de que un Tribunal Militar los juzgó por realizar actividades de narcotráfico. La policía cubana, además, había encontrado en poder de Fuentes una maleta llena de dólares propiedad de Tony de la Guardia. El escritor cubano no estuvo en prisión, pero sufrió el ostracismo. Fuentes “se fue con él (Gabo) en el avión del propio presidente mexicano (Carlos Salinas) hacia el país azteca”, aseguran Esteban y Panichelli. De hecho, cuando Castro ordenó la detención de Tony de la Guardia –y la de otros implicados en el llamado Caso Ochoa— el Nóbel viajó de México a La Habana para conocer de cerca el caso y abogar por la vida de los condenados, pues siempre se ha opuesto a la pena de muerte. Andrés Oppenheimer cuenta en su libro La hora final de Castro que la gestión del escritor colombiano fue infructuosa. “De pie en el umbral de la casa del Gabo (en La Habana), agitando las manos para subrayar sus palabras, Fidel comenzó a explicar la equidad de los procedimientos legales que habían terminado con el veredicto de la corte marcial. Dijo que la opinión unánime del tribunal había sido que Ochoa y Tony de la Guardia merecían morir. “--He consultado con todos los organismos del Estado, y encuentro una abrumadora mayoría a favor del fusilamiento--, le dijo Castro. “--¿No crees que ellos lo dicen porque piensan que tu quieres eso?--preguntó García Márquez “--No, no lo creo--, respondió Fidel. “García Márquez estaba triste cuando Fidel se despidió y se alejó. Estaba convencido de que el Consejo de Estado no salvaría las vidas de Ochoa, Tony de la Guardia y sus ayudantes”, relató Oppenheimer. Sin embargo, “cuando la mayoría de los intelectuales volvieron a cerrar filas a favor de la vida y los derechos humanos, condenando la ejecución de estos cubanos, García Márquez calló. Ni una línea de protesta. Más papista que el Papa. Fiel a Fidel”, escriben Esteban y Panichelli. El mismo silencio guardó cuando en 2003 el gobierno cubano fusiló a tres hombres que habían secuestrado una embarcación con pasajeros a bordo para huir de Cuba. En ese año, el escritor Mario Vargas Llosa lo criticó duramente en un artículo publicado en diario El Tiempo. “Es un escritor cortesano de Fidel Castro, al que la dictadura muestra como una coartada en el campo intelectual, y él se ha acomodado hasta ahora muy bien con todos los abusos, los atropellos a los derechos humanos que ha cometido la dictadura cubana, diciendo que, en secreto, él consigue la liberación de algunos prisioneros políticos. Para nadie es un secreto que Fidel Castro les regala a sus cortesanos y amigos algunos presos políticos de vez en cuando. Eso le lava la conciencia (…)”, escribió Vargas Llosa. García Márquez ha aguantado o ignorado este tipo de críticas. Y Fidel ha premiado su lealtad. Para él no tiene mas que halagos y consideraciones. En noviembre del 2002, con motivo de la publicación del primer tomo de las memorias del Nóbel, Fidel escribió: “A Gabo lo conozco desde siempre, y la primera vez pudo ser en cualquiera de esos instantes o territorios de la frondosa geografía poética garciamarquiana. Como él mismo confesó, llevó sobre su conciencia el haberme iniciado y mantenerme al día en ‘la adicción de los best-sellers de consumo rápido, como método de purificación contra los documentos oficiales'. A lo que habría que agregar su responsabilidad al convencerme no sólo de que en mi próxima reencarnación querría ser escritor, sino que además querría serlo como Gabriel García Márquez, con ese obstinado y persistente detallismo en que apoya como en una piedra filosofal toda la credibilidad de sus deslumbrantes exageraciones. En una oportunidad llegó a aseverar que me había tomado dieciocho bolas de helado, lo cual, como es de suponer, protesté con la mayor energía posible”. ¿Por qué García Márquez cultivó la amistad con Fidel Castro y la mantiene a pesar de las críticas?. Esteban y Panichelli escriben: “Gabo, obsesionado por el poder, los caudillos y la mediación diplomática del más alto rango, vio en el patriarca cubano el modelo a partir del cual América Latina podría construir algún día un socialismo propio, una sociedad feliz sin clases ni diferencias, más rousseauniana que marxista”. Señalan que, aunque el escritor declaró su desencanto por el socialismo soviético en 1971, vio una esperanza en el proyecto de Fidel Castro: “Gabo estaba convencido de que el líder cubano era diferente a los caudillos, héroes, dictadores o canallas que habían pululado por la historia de Latinoamérica desde el siglo XIX, e intuía que sólo a través de él esa Revolución todavía joven podría cosechar frutos en el resto de los países americanos”. Mendoza dice en su libro El caso perdido. La llama y el hielo, que “las simpatías de García Márquez van actualmente hacia el caudillo y no a la burocracia (...) A él, lo sé, la burocracia no le dice nada. El caudillo, en cambio, forma parte de su paisaje geográfico e histórico, subleva los mitos de su infancia, habita recuerdos ancestrales, está latente en todos sus libros. Con él, con el caudillo, con su aventura de soledad y poder, con su destino inmenso y triste de dispensador de dichas e infortunios (tan parecido a Dios), es solidario”. *Texto inédito escrito en 2007.

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