Brasil en guerra... contra un mosquito

miércoles, 24 de febrero de 2016 · 11:17
Con el lema “un mosquito no es más fuerte que un país entero”, Brasil lanzó la semana pasada una campaña para eliminar los focos de reproducción del aedes aegypti, vector del zika. Pero ello no ha despejado las dudas sobre los riesgos asociados al virus y sobre la capacidad del país para contener su propagación. Más aún, crecen los temores de que la epidemia afecte los Juegos Olímpicos que se celebrarán el próximo verano en Río de Janeiro. Algunos deportistas han amenazado con no asistir y muchos turistas han cancelado sus reservaciones para el evento. RÍO DE JANEIRO/PERNAMBUCO (Proceso).- No son aún las 10 de la mañana cuando tres militares uniformados y desarmados entran en una pequeña lavandería del barrio carioca de Copacabana con una funcionaria del Departamento de Sanidad. Los dos empleados y los tres clientes presentes en el local fruncen el ceño ante la llegada súbita e inesperada de los miembros de las fuerzas armadas. “Estamos aquí para informarles de las medidas que deben adoptar para ayudar en la lucha contra el mosquito transmisor del zika”, explica uno de los militares, mientras entrega dos didácticos panfletos sobre cómo evitar que los depósitos o cubetas de agua sirvan de criadero para las larvas del aedes aegypti. “Tome también usted uno, señora”, dice la agente sanitaria, quien viste una playera blanca con un estampado que muestra un mosquito gigante encerrado en una señal de prohibido. Con los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro a la vuelta de la esquina –faltan menos de seis meses– y localizado en la ‘zona cero’ de la expansión del zika, que ha infectado ya a 1.5 millones de brasileños, el país sudamericano puso en marcha el pasado sábado 13 una ambiciosa campaña para conscientizar a la población. La presidenta Dilma Rousseff viajó a Río de Janeiro y, vestida como funcionaria de sanidad, visitó un barrio pobre, dio instrucciones a la población sobre cómo impedir que el mosquito se reproduzca e incluso depositó ella misma químicos contra las larvas en contenedores de agua. “Le ganamos la guerra a la fiebre amarilla en el pasado, y ahora vamos a ganarla contra el virus zika”, aseveró la jefa del Estado, retratada por una nube de fotógrafos; llevaba una gorra blanca y una playera en la que se leía el eslogan “Zika Zero”. “Dos tercios de los criaderos del mosquito están dentro de las residencias. Por eso necesitamos la movilización de la población”, aseveró la mandataria, quien calificó de “guerra” la acción emprendida por su gobierno contra el insecto. A juzgar por los medios desplegados, razón no le faltaba: 220 mil militares fueron movilizados el sábado 13 por todo el país. Y en los días siguientes –del domingo 14 al jueves 18–, 55 mil soldados y 310 mil funcionarios de salud y medioambientales visitaron millones de residencias, negocios y edificios públicos en 270 municipios, según datos del Ministerio de Salud. Cuando lleguen los Olímpicos La preocupación en Brasil es alta no sólo por las imprevisibles consecuencias de un virus poco estudiado al que se le atribuye malformación craneal en neonatos, si infecta a embarazadas antes del quinto mes de gestación. También preocupan las eventuales consecuencias para los Juegos Olímpicos de Río, un acontecimiento para el cual el país lleva años preparándose y que, sin vacuna contra el zika, amenaza ahora con desembocar en fiasco: Kenia –potencia en corredores de medio fondo y maratones– ha amenazado con no participar, mientras atletas como la nadadora medallista española Mireia Belmonte o Hope Solo, portera de la selección estadunidense de futbol, dijeron que no asistirán si el virus supone un riesgo para su salud. Las agencias de viajes brasileñas también han reportado las primeras cancelaciones de reservaciones, realizadas por turistas que asistirían a los Juegos Olímpicos. “Esta situación no pone en peligro los Juegos Olímpicos. Confiamos en tener éxito para acabar con el mosquito antes de que empiecen”, aseguró Rousseff, quien repitió los mismos argumentos que el alcalde de Río, Eduardo Paes, acerca de la menor proliferación del mosquito en agosto, por ser invierno en el hemisferio sur. Los organizadores defienden que el clima en ese mes será más frío y seco, por lo que el insecto se reproducirá menos. Pero la realidad es que en agosto de 2015 hubo una canícula que elevó el termómetro hasta los 37 grados. El estigma más visible del virus es, sin duda, el nacimiento de bebés con microcefalia, una deformación craneal provocada por calcificaciones en el cerebro del feto. Aunque no está probado científicamente, Brasil y la Organización Mundial de la Salud tienen sospechas más que fundadas de que la infección del virus en embarazadas genera esta anomalía en los bebés, cuyas vidas quedan generalmente marcadas de por vida por discapacidades físicas, ceguera o dificultades crónicas asociadas con el aparato cognitivo-nervioso. “Ahora mismo estamos viviendo un periodo de gran inseguridad, porque no sabemos qué consecuencias tiene el virus zika. Nos enfrentamos a un problema de salud pública que no tiene parangón en años”, señala la infectóloga María Ángela Rocha, también pediatra en el Instituto Oswaldo Cruz, de Recife, uno de los centros de referencia para la enfermedad. Es en esta ciudad –capital de Pernambuco, en el noreste de Brasil– donde está el epicentro de la epidemia de microcefalia asociada al zika: 35% de los casos confirmados de microcefalia en neonatos –182 de un total nacional de 508– se concentran en este estado pobre y tropical de Brasil. El número amenaza con aumentar exponencialmente, porque otros 3 mil 935 pacientes son investigados por las autoridades. Y no cesan de reportarse nuevas incidencias, según el último boletín del Ministerio de Salud, del miércoles 17. Zona cero En las clínicas de maternidad y en unidades de atención primaria de salud de Recife se acumulan los casos de embarazadas que sienten indisposición o presentan manchas rojas en la piel –síntoma del zika–, y acuden alarmadas a urgencias para diagnosticar si sus hijos corren el riesgo de nacer con microcefalia. “Ahora sólo les interesa saber el tamaño de la cabeza”, explica una enfermera en el Instituto Materno Infantil Profesor Fernando Figueira, de Recife, mientras realiza una ecografía a una embarazada. Los médicos creen que si el bebé nace con un perímetro craneal menor a 32 centímetros, el neonato tiene muchas posibilidades de ser microcefálico. “¿Cuánto le mide al tuyo? Yo creo que no está enfermo…” Alice Gabrielle, de apenas 16 años y madre ya de dos hijos –uno de ellos el pequeño Joao, de cuatro meses y microcefálico–, trata de confortar a otra madre que espera en el Oswaldo Cruz que la atienda la doctora Rocha. “No sé, nació con 31.5 centímetros de circunferencia”, responde la otra. Es una escena habitual en las salas de espera de los centros de salud. La microcefalia no supone sólo un duro golpe para los padres y el pequeño, que puede tener problemas de por vida para caminar o incluso hablar. Es también un drama que tiene repercusiones sociales, como el abandono de los esposos a las madres o la erosión de la economía familiar, ya que el bebé necesita cuidados especiales que requieren cuantiosos recursos y disponibilidad de tiempo. No hay por el momento estudios o datos publicados, pero médicos como Rocha no dudan que los más impactados por la microcefalia asociada al zika son bebés de madres jóvenes, de origen humilde y progenitoras de dos o tres hijos de varios matrimonios. “Mi opinión es que tendremos un grave problema de inclusión a largo plazo. ¿Cómo vamos a incluir a esos pequeños en la sociedad? ¿Será capaz el sistema público de salud brasileño, ya de por sí deficiente, de proporcionar especialistas para todos esos bebés?”, inquiere Rocha, quien tiene una experiencia de cuatro décadas y en cuya consulta se acumulan los casos de madres con bebés microcéfalos. El zika era un virus desconocido para Brasil hasta 2014, cuando se cree que llegó al país por medio de un extranjero que asistió al Campeonato Mundial de Futbol. Otra posibilidad que barajan los científicos es que el zika llegó por medio de un fiel infectado que viajó desde Oceanía para asistir a la visita papal de 2013. Sin embargo, para muchos ese desconocimiento no exime a las autoridades de su responsabilidad en lo que consideran una deficiente gestión del problema. En especial porque si bien el virus es nuevo para Brasil –y para prácticamente todo el planeta–, el país sudamericano lleva años encadenando récords históricos de afectados por dengue, enfermedad que se transmite por el mismo mosquito aedes aegypti. Como ya sucedió en 2015, Brasil inició 2016 con crecimientos exponenciales de los casos de dengue. En las tres primeras semanas de enero fueron reportados 73 mil 872 casos, 48.2% más que en el mismo periodo del año pasado. En Río de Janeiro, sin embargo, el aumento de casos es de 146%. Ante este escenario, ¿por qué no se hizo nada años atrás contra el mosquito, si ya suponía una amenaza? ¿Por qué se esperó hasta la actual situación de emergencia sanitaria para movilizar todos los efectivos disponibles? Rousseff se defendió con vehemencia de la sugerencia de la prensa de que Brasil había perdido “la guerra contra el dengue” y que, por lo tanto, lo mismo sucedería con el zika. “Fue el mundo quien perdió la batalla contra el dengue. Lo digo porque la enfermedad está presente en 133 países y nadie consiguió exterminar el dengue en el mundo. Se trata de algo que ocurre en toda América Latina y en todos los lugares tropicales donde está el mosquito”, dijo la mandataria. Es probable que, ante la alarma desatada por la presencia continua en los medios haya ahora más notificaciones a las autoridades de casos de dengue y zika, y que ello repercuta en las abultadas estadísticas. Pero no menos cierto es que el país, que ha gozado de un extraordinario crecimiento económico en la última década, no ha priorizado el saneamiento básico o el suministro de agua corriente en las viviendas, lo que obliga a los habitantes a almacenar agua en cubos que son los criaderos perfectos para el zika. “Estamos corriendo detrás de décadas de abandono en la cuestión del saneamiento básico”, admitió la presidenta. Los residuos generados por 50.2% de los brasileños no son captados por el sistema de tratamiento de aguas, según datos oficiales. No contribuyeron a fomentar la imagen de capacidad de gestión las declaraciones del ministro de Salud, Marcelo Castro, quien dijo hace unas semanas que “apoyaba que las personas contrajeran el zika antes de la edad fértil”. Un eufemismo para indicar que las autoridades poco podían hacer –o poco han sabido hacer– para evitar lo que está sucediendo. A escala internacional la polémica también ha sido notable. Autoridades sanitarias de las Naciones Unidas y de Estados Unidos criticaron hace dos semanas con dureza que Brasil mostrara reservas para compartir muestras de sangre infectada por el zika. Una postura que se fundamenta en la restrictiva legislación brasileña en lo que se refiere a compartir muestras genéticas, pero que parece cuando menos cuestionable en momentos en que buena parte del planeta trata de encontrar soluciones al problema del zika.

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