Refugiados centroamericanos: ¿Cuánto más tardaremos en llamarlos por su nombre?
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Un nuevo 20 de junio, un nuevo día del Refugiado, un nuevo año en el que nos tenemos que lamentar de la falta de avances en el reconocimiento de los derechos de los refugiados sin poder dar ninguna respuesta creíble al porqué de la incapacidad de proteger a los más vulnerables, a aquellos que huyen de la guerra y de conflictos, cada vez más agudos, más violentos.
Con unos Estados ávidos por blindar sus territorios que convenientemente han olvidado la solidaridad a la que ellos mismos se comprometieron por ley en el pasado cabe preguntarse: ¿Quién será el último refugiado? No porque no vayan a existir personas que quieran huir de la guerra, sino porque no podrán huir de ella, atrapados entre conflictos, incapaces de buscar refugio, abandonados en tierra de nadie sin poder cruzar los muros construidos entre todos.
En Centroamérica, la violencia crónica que agrava la recurrente crisis económica, así como la incapacidad de los gobiernos para mejorar las condiciones de sus ciudadanos, obligan a cientos de miles de personas a huir de sus comunidades, año tras año, en busca de supervivencia. Al igual que en África y Oriente Medio, la huida es para muchos ciudadanos la única posibilidad para salvar sus vidas y la de sus familias.
En México, desde el año 2012, los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) brindan atención a la población vulnerable que huye de la violencia en Honduras y El Salvador, principalmente. En 2015, MSF ofreció atención médica y de salud mental, incluyendo actividades psicosociales, a nueve mil 130 centroamericanos.
Según una Encuesta de Victimización, realizada por nuestros equipos, el 88.2% de los migrantes encuestados, manifestó que la violencia generalizada en sus países de origen era una fuerte razón de preocupación. De entre las razones específicas para migrar, los ataques directos fueron mencionados por el 18% de los hondureños y el 19% de los salvadoreños; mientras que las amenazas directas y los intentos de reclutamiento forzado representan el 32% y el 8% en relación a la población de El Salvador o el 30% y el 7% en relación a los hondureños.
En el Océano Pacifico no se avistan embarcaciones con cientos de migrantes abordo como se ha visto en el mar Mediterráneo. En los límites de la frontera sur de México con Guatemala y al norte con los Estados Unidos, no hay campamentos asentados con cientos de guatemaltecos, salvadoreños, ni hondureños; aun así los migrantes centroamericanos que pasan cada día por estas zonas se cuentan por miles. En su huida, cruzan en neumáticos los ríos, caminan varios kilómetros por veredas, viajan en la bestia o escondidos en los dobles fondos de los camiones de transporte y se refugian en albergues.
Por si fuera poco, desde que se empezó a aplicar el Plan Frontera Sur, hemos podido constatar que se encuentran ahora más expuestos a tratos inhumanos, extorsiones, violencia sexual y secuestros por parte del crimen organizado. En ocasiones, con la complicidad de las autoridades mexicanas.
Los equipos de MSF desplegados en varios puntos de la ruta a lo largo del territorio mexicano, atienden las múltiples afectaciones médicas y de salud mental que esta población padece a consecuencia de la violencia en sus países de origen y durante su tránsito por México.
“Esta vez traje a mi vecina y ambas fuimos retenidas por un grupo de delincuentes. Los policías federales fueron cómplices de ellos y cada una de nosotras fue entregada a uno de los pandilleros. Fui violada, me pusieron un cuchillo en el cuello y no me resistí; me da vergüenza decirlo pero creo que fue mejor porque si no me mataban”, contó a MSF una paciente de nacionalidad hondureña.
Los acuerdos bilaterales entre Estados Unidos, país receptor, y México considerado por la mayoría de los migrantes como nación de tránsito, se centran en políticas enfocadas en la contención de los flujos migratorios, cuyos principales recursos son destinados a la persecución, detención y deportación, sin mayores protocolos, que impiden saber cuáles de ellos, sobre todo grupos vulnerables como mujeres, niños, grupos LGBTI, adultos víctimas de violencia extrema, requieren asilo u otras medidas de protección.
Nos preocupa enormemente que muchos de nuestros pacientes, que ya presentan cuadros agudos de ansiedad, depresión o estrés postraumático, puedan ser devueltos a sus países origen, aun cuando han sido amenazados por pandillas y su vida corre serio peligro. La devolución masiva y sistemática de menores vulnera la legislación mexicana que establece que siempre prevalecerá el interés superior del niño o del adolescente. MSF considera que esta situación debe ser reconocida y abordada por los gobiernos de la región.
Además de la asistencia médica, las autoridades de México y Estados Unidos deben garantizar la implementación de mecanismos de protección efectivos incluyendo los previstos en las convenciones sobre el estatuto de refugiado y las directrices para el reconocimiento de las víctimas del crimen organizado y las maras.
El Día Mundial del Refugiado –que se celebró este 20 de junio-- no puede estar ausente en la agenda de las sociedades y los gobiernos de mundo. La región tampoco puede dar la espalda a la crisis de refugiados centroamericanos, originada por otras situaciones de violencia extrema, cuyas consecuencias humanitarias se ponen en evidencia a diario a lo largo del territorio mexicano.
*Marc Bosch es responsable de Operaciones para América Latina de Médicos Sin Fronteras.