Erwiana, una esclava entre rascacielos y magnates

viernes, 15 de julio de 2016 · 09:03
BEIJING (apro).- Aquellas fotos obligaban a preguntarse por los límites de la abyección humana. El cuerpo de Erwiana Sulistyaningsih estaba deformado por los golpes y surcado de heridas abiertas. Tenía los ojos hinchados, y pies y manos chamuscados. La joven indonesia, entonces de 23 años, había sido torturada durante ocho meses por la empleadora en cuya casa había servido. Las fotos dieron la vuelta al mundo dos años atrás. Sorprendió que tales desmanes no hubieran ocurrido en un país subdesarrollado sino en Hong Kong, una de las urbes más avanzadas y cosmopolitas del mundo y con la herencia británica aún fresca. Y sorprendió más que no fuera un caso aislado. Erwiana develó durante las seis semanas del mediático juicio sobre su caso que había dormido un promedio de cuatro horas sin descanso semanal, ingerido míseras raciones de arroz o pan y sufrido rutinarias humillaciones y golpes con perchas, palos de escoba o lo que tuviera a mano su empleadora. También le introdujo en la boca el tubo de la aspiradora en marcha. Law Wan-tung, una antigua esteticista y madre de dos hijas, fue condenada a seis años sin haber mostrado arrepentimiento ni compasión en un proceso que avergonzó a la pudiente sociedad hongkonesa y reveló al mundo el drama de muchas trabajadoras domésticas en la isla. “Como ser humano la he perdonado, pero tiene que afrontar las consecuencias legales por todo lo que me hizo y espero que sirva de lección a todos los empleadores”, señala Erwiana desde Indonesia durante una entrevista por teléfono con Apro. Conserva aún el trauma psicológico y múltiples cicatrices físicas que la avergüenzan. La jueza describió a Erwiana como una prisionera: “Estaba completamente aislada y eso explica que ese abuso durase tanto tiempo sin que nadie se diese cuenta”. Y añadió una denuncia contra el sistema: “Debe haber un elemento de explotación ahí, la asistente doméstica queda atrapada cuando es infeliz, no puede irse ni cambiar de empleadora porque tiene una deuda que pagar". Erwiana era una de las 325 mil jóvenes indonesias y filipinas que han abandonado la frustrante pobreza rural para emplearse como nannies, trabajadoras o asistentes domésticas en Hong Kong. Buscaba el sustento para su familia en la excolonia británica y sólo encontró el infierno. El caso desbordó la indignación en Indonesia, obligó a intervenir al presidente y la revista Time incluyó a Erwiana, una humilde joven rural, en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo. Las asistentes del hogar integran el paisaje hongkonés tanto como su icónica línea de rascacielos. Cada domingo repiten su saludable atentado contra la británica armonía de la isla. Cientos de miles de ellas toman el exquisito centro de la excolonia, se desparraman a la sombra de escaleras mecánicas, en los pasos elevados o en la calzada, cortan el paso de calles neurálgicas, comparten vivencias y arroces y se hacen la manicura frente a los escaparates de las más reputadas firmas del planeta como Cartier o Bvlgary. La excolonia británica es un imán para las jóvenes del entorno asiático menos afortunado con ofertas atractivas sobre el papel: salario mínimo de 4 mil dólares de Hong Kong (516 dólares, más del doble de lo que ganarían en sus países), seguro médico, un día de descanso semanal y una semana de vacaciones. Son condiciones mucho más beneficiosas que las habituales en Asia y muchas acuden para pagarse los estudios, enviar dinero a sus familias, ahorrar para su jubilación o montar un pequeño negocio de regreso a su país. Pero la práctica permite el desamparo y los abusos y desincentiva las denuncias. Las nannies sufren en muchos casos impagos y otras violaciones de contrato, además de ataques físicos y verbales, hambre, falta de sueño y otras formas de explotación. Un estudio de Mission for Migrant Workers, una organización de Hong Kong, reveló que 58% había sufrido abusos verbales, 37% trabajaba al menos 16 horas diarias, 18% padeció abusos físicos como bofetadas o patadas, y 6% fue víctima de violaciones, tocamientos o comentarios sexuales. Algunas aseguraron que dormían en lavabos o cocinas. Otro estudio de Amnistía Internacional (AI) denunció que muchas soportan condiciones laborales próximas a la esclavitud y responsabilizaba tanto a los gobiernos de Hong Kong como a los de los países exportadores de la mano de obra de permitir su indefensión. Las indonesias afrontan un cuadro más duro que sus colegas filipinas porque son más jóvenes, su conocimiento del inglés es más limitado, suelen aceptar salarios más bajos y tienen reputación de ser más sumisas. El caso Erwiana estimuló las promesas de amparar a las nannies con más supervisión y garantías legales y poco después se creó la llamada Mesa Redonda de Trabajadoras Domésticas, una iniciativa de la Universidad de Hong Kong con representantes de los gobiernos de la excolonia, Indonesia y Filipinas. Las organizaciones de derechos humanos critican la falta de control sobre las agencias reclutadoras en los países de origen, la obligatoriedad de vivir en el domicilio del empleador, debido a que fomenta los abusos; la de regresar a su país en un plazo de dos semanas si se rompe el vínculo contractual para reiniciar desde ahí los costosos trámites, y la ineficacia del Tribunal Laboral para exigir los salarios adeudados. Así que ante una agresión carecen de opciones atractivas: si abandona la casa, le espera la expulsión; si denuncia, no podrá volver a trabajar hasta que salga la sentencia; si regresa a su país, sufrirá el oprobio social del fracaso. La mayoría de los casos no se denuncian y escapan a las estadísticas oficiales, lo que permite a muchos a calificarlos de esporádicos. Para Hans Ladegaard, profesor de la Universidad Baptista de Hong Kong y estudioso del tema desde 2008, los malos tratos son “escandalosamente comunes”. “El caso de Erwiana tuvo un impacto a corto plazo en Hong Kong. La gente fue más consciente de los abusos durante un tiempo y quizá disuadió a los empleadores de ejercerlos. Pero desafortunadamente no creo que haya tenido ninguna consecuencia a largo plazo. Ninguna regulación ha sido modificada”, señala Ladegaard por e-mail a Apro. Las líneas telefónicas creadas ad hoc y las promesas de mayor contundencia policial no han estimulado las denuncias en Hong Kong. Tampoco las multas a las agencias colocadoras han impedido los abusos. Una asistente despedida el pasado año tras derramar involuntariamente la sopa sobre su empleadora fue alojada en un apartamento por su agencia, pero no recibió ningún alimento porque no podía pagar los mil 800 dólares de “gastos de reubicación” que adeudaba. Hong Kong recibió una bofetada el mes pasado con la publicación del Índice de Esclavitud Global de la Fundación Walk Free. El gobierno de la excolonia ocupa el puesto 157 de 161 países en la lucha contra la esclavitud, sólo superada por Corea del Norte, Irán, Eritrea y Guinea Ecuatorial. Hong Kong, uno de los lugares con más millonarios por metro cuadrado del mundo, es la estruendosa excepción entre países africanos o asiáticos subdesarrollados y de gaseoso respeto a los derechos humanos. La ONG Justice Centre de Hong Kong afirmó que la clasificación era “cualquier cosa menos una sorpresa”. El gobierno cuestionó la metodología del estudio y rechazó sus conclusiones. Eni Lestari, coordinadora de la Red de Trabajadoras Emigrantes de Indonesia, califica la situación de su gremio de esclavismo moderno y lamenta la indiferencia gubernamental. “La gente cree que el problema radica en casos aislados de empleadores y no en la legislación (…) Soy optimista pero será necesario mucho tiempo para mejorar nuestra situación, tendrá que haber muchas más víctimas”, señala por e-mail desde Hong Kong. Lestari apunta al factor económico: las asistentes del hogar son imprescindibles para el desarrollo de Hong Kong. Han pasado de 65 mil en 1990 a 325 mil en la actualidad y suponen ya 8% de la fuerza laboral. Hacen posible que las madres trabajen, aumentan los ingresos domésticos y el consumo privado, lo que permite que la rueda siga girando y Hong Kong alcance una renta per cápita de 56 mil dólares, casi seis veces la mexicana. Muchos de los niños, futuros magnates, pasan más tiempo con ellas que con sus padres. Hong Kong sólo ha mostrado desagradecimiento. Los tribunales han mantenido una regulación discriminatoria y posiblemente inconstitucional que impide a estas mujeres pedir la residencia permanente después de siete años ininterrumpidos en el territorio, como el resto de extranjeros. La justicia finalizó en 2013 un proceso iniciado dos años atrás por una asistente que había vivido en Hong Kong casi tres décadas. El juicio dividió a la sociedad entre los que se preguntaban por qué un banquero alemán puede beneficiarse y no una asistente indonesia, y los que anticipaban el apocalipsis si se les daba el derecho a traerse a sus cónyuges e hijos: un aluvión inmediato de 500 mil habitantes en una pequeña isla donde ya se aprietan 7 millones dispararía los ya desorbitados precios inmobiliarios, aumentaría el desempleo y la factura de la salud pública hasta lo inasumible. Erwiana estudia hoy gestión empresarial en la universidad. Ha sido un camino más pedregoso del planeado, pero ha cumplido el sueño que la había empujado a Hong Kong. La conversación telefónica revela a una chica con vitalidad y de risa fácil, con esa actitud tan asiática de mirar adelante sin ocultar las tragedias pasadas que traumatizarían al resto. Trabaja de maquilladora para sufragar sus estudios y colabora en organizaciones de defensa de las trabajadoras. Ignora qué hará en el futuro y sólo descarta regresar a su antiguo trabajo por las secuelas físicas. Lamenta que su caso no haya mejorado el cuadro pero espera que, al menos, haya servido para que otras en su situación “se atrevan a denunciar y romper el silencio”. Y da un mensaje dirigido al ejército de jóvenes indonesias, pero homologable a cualquiera que sueñe con labrarse un futuro en el extranjero: “Que aprendan antes el lenguaje, la cultura y las leyes de ese lugar y se preparen mentalmente para poder protegerse de las experiencias que yo sufrí”.

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