Los tres errores de Washington que propiciaron el surgimiento del Estado Islámico
BRUSELAS (proceso.com.mx).- Después de los atentados del 11 de septiembre la CIA quería saber si el yihadista jordano Abu Musab al Zarqawi estaba implicado en tales ataques.
La agencia reconstituyó su vida. Encontró que era un pequeño delincuente y que había caído en una prisión de Jordania, donde se radicalizó por estar en contacto con combatientes yihadistas. Ahí comenzó a destacar por sus actos de extrema violencia frente a otros detenidos.
Al salir de la cárcel cinco años después, su mente estaba concentrada en el establecimiento del “imperio islámico”. La CIA supo que entonces viajó a Kandahar, en Afganistán, para conocer a Osama Bin Laden, quien no lo consideró un buen recluta para Al Qaeda y lo rechazó.
En 2002, Zarqawi se instaló en un campo terrorista al norte de Irak dispuesto a probarle a Bin Laden su equivocación respecto a él. Las alertas se dispararon en la CIA: según sus informadores, Zarqawi estaba trabajando con armas químicas y biológicas, en particular cianuro.
Para la dirección de la CIA, Zarqawi se planteaba como una amenaza si Estados Unidos tomaba la decisión de invadir el país y derrocar a Sadam Hussein, como finalmente sucedió.
“Zarqawi era alguien que nos daría problemas, por lo que lo mejor sería eliminarlo si teníamos los medios y la oportunidad de hacerlo”, señala el agente de la CIA Michael Scheuer en el documental titulado Del 11 de septiembre al califato: la historia secreta del Estado Islámico, realizado por Michael Kirk y Mike Wiser, producido por la televisora pública alemana ZDF y transmitido por el canal franco-alemán ARTE el 30 de agosto pasado, dos semanas antes del 15 aniversario de los ataques terroristas contra las torres gemelas de Nueva York, que se cumple este domingo 11.
“Todo lo que necesitábamos era enviar unos aviones sobre la posición que conocíamos y hubiéramos suprimido de inmediato a ese tipo”, explica Sam Faddis, el agente de la CIA que comandó las operaciones de observación de Zarqawi en esa época.
El plan de ataque fue comunicado a la Casa Blanca, que lo desechó “porque no queríamos comenzar la guerra contra Irak antes de estar listos”, afirma en el documental el entonces secretario de Estado estadunidense Colin Powell.
“No lo creía. Teníamos la oportunidad de oro de deshacernos de un yihadista que sabíamos que era una amenaza para nuestros aliados y para nuestras fuerzas armadas cuando invadieran el país”, se lamenta Nada Bakos, una analista de la CIA también implicada en el seguimiento de Zarqawi.
En cambio, el vicepresidente Dick Cheney quería servirse de Zarqawi para establecer un vínculo entre Bin Laden y Hussein con el propósito de justificar la invasión. “Queremos que haya una relación”, ordenó a la CIA, que no halló pruebas de ello.
El 5 de febrero de 2003, Powell leyó un discurso ante la ONU planteando la necesidad de declarar la guerra a Irak. Dedicó siete minutos de su discurso a Zarqaui, a quien mencionó 21 ocasiones y afirmó que había vínculos entre el jordano, Al Qaeda y el dictador iraquí, a pesar de que la CIA había recibido anteriormente una copia del discurso y corregido tal tipo de imprecisiones.
Pero Powell todavía afirma ante la cámara que Zarqawi no formó parte importante de ese discurso y que sólo habló de él una ocasión.
Bakos relata que varios analistas de la CIA estaban en la oficina frente al televisor escuchando el discurso con una copia del mismo en las manos. Cuando Powell se desvió de lo que había corregido la CIA, los presentes se voltearon a ver y comenzaron a buscar frenéticamente entre las páginas lo que estaban escuchando. El texto había sido modificado por la Casa Blanca.
Ante los ojos del mundo, prosigue la analista de la agencia, Powell transformó a Zarqaui en una figura emblemática del yihadismo mundial sin haber hecho nada.
Ese fue el primer error de Estados Unidos que habría permitido la creación y el ascenso del autollamado Estado Islámico, afirma el documental.
Con el tiempo, Abu Musab al Zarqaui se convertiría en el ideólogo y fundador del autollamado Estado Islámico.
Segundo error: el desmantelamiento
El documental expone --a través de entrevistas exclusivas con los principales actores de las decisiones-- que el segundo error de la casa Blanca siguió a la invasión de Irak, cuando Paul Bremer, que lideró la autoridad de ocupación, anunció el desmantelamiento del ejército de Hussein, compuesto por 250 mil hombres de confesión sunnita.
En el documental Bremer defiende esa decisión, pero el comandante de las tropas estadunidenses en el terreno, David Petraeus, afirma que las consecuencias fueron “desastrosas”, pues así plantaron el germen de la futura insurrección sunnita contra la ocupación.
Para Zarqawi no fue difícil reclutar a sus combatientes entre esos antiguos soldados del régimen de Hussein y comenzar los atentados suicidas, incluyendo aquellos contra la embajada de Jordania y de la ONU en Bagdad.
Pero la casa Blanca negaba que existiera una insurrección. La violencia creció a niveles insospechados. La ONU, las ONG y otras instituciones abandonaron el país y quedaron únicamente los estadunidenses en el terreno de combate.
Bakos envió al presidente Bush un memorando --sin citar su nombre, como dictan las reglas de la CIA-- donde responsabilizaba a Zarqawi de esa ola terrorista de 2003 en Irak y advertía que su estrategia era fomentar una guerra civil. El director de gabinete, Lewis Libby, la convocó a ella y a su superior con el objetivo de poner en cuestionamiento ese análisis, en particular la parte en que se planteaba que Zarqawi dirigía una “insurrección organizada”, lo cual significaba que los iraquíes no aceptaban la presencia estadunidense, algo que contradecía el discurso oficial.
Zarqawi inició la transmisión de decapitaciones, la primera la de un estadunidense judío a quien él mismo degolló en video. Esa imagen lo volvió un héroe entre los jóvenes sunnitas radicalizados. Estados Unidos ofreció una recompensa de 25 millones de dólares por Zarqawi, casi la misma que por Bin Laden, quien entonces decidió integrarlo a Al Qaeda.
Zarqawi lanzó entonces una campaña de atentados ultraviolentos (los carros bomba fueron su sello distintivo) contra la población chiita, buscando desatar en ella una respuesta del mismo tipo contra los sunnitas, quienes así, calculó, pedirían la protección de los yihadistas. Al Qaeda le pidió detener la masacre, pero Zarqawi no escuchó y destruyó de un bombazo el domo de la Gran Mezquita de Samarra, lugar sagrado de los chiitas.
La situación degeneró y el país entró en una guerra intercomunitaria, atizada por Zarqawi, que provocó decenas de miles de muertos.
El documental relata que en ese momento apareció por primera vez en un video de propaganda invitando a unirse a su ejército en formación, y lanzó una “proclamación sorprendente”, expone el reportaje: su intención de crear un Estado Islámico como un primer paso hacia el establecimiento de un califato mundial gobernado por los sunnitas.
En 2006 un drone estadunidense bombardeó el escondite de Zarqawi y lo mató. Estados Unidos aprovechó el momento y envió más tropas para detener el baño de sangre. La militarización en las calles se intensificó y a golpe de dinero el ejército estadunidense construyó una red de alianzas con tribus sunnitas que habían colaborado con Zarqawi.
Los simpatizantes de Zarqawi fueron eliminados y los estadunidenses retomaron el control del país tras su ofensiva de 2007 y 2008. Sólo un puñado de hombres de Al Qaeda en Irak sobrevivieron y durante tres años permanecieron en la clandestinidad.
Tercer error: el retiro
La tercera decisión equivocada la tomó el nuevo presidente estadunidense Barack Obama, quien desde el inicio de su mandato en 2009 advirtió que el ejército de su país comenzaría a retirarse de Irak y terminaría de hacerlo para 2011.
“Fue un retiro militar, pero también político. Dijimos: ‘La guerra ha terminado, nos vamos’. No advertimos lo que vendría, no medimos todas las consecuencias que acarrearía ese retiro”, reconoce en el trabajo periodístico quien fuera el embajador estadunidense en ese periodo, Ryan Crocker.
Las tropas de Zarqawi, que estaban aisladas en el noroeste del país, comenzaron a reconstruirse, comandadas ahora por Abu Bakr al-Baghdadi, quien compartía con él la misma obsesión por la violencia extrema y la creación de un califato.
Al Baghdadi ya había sido capturado en una ocasión por las tropas estadunidenses al principio de la ocupación de Irak. Fue en la cárcel donde estudió los métodos de Zarqawi y estableció una red yihadista.
Cuando salió de prisión ascendió rápidamente en las tropas de Zarqawi y ganó parte de su legitimidad presentándose como parte de la familia descendiente del profeta Mahoma.
Al-Baghdadi eliminó a sus rivales dentro del grupo terrorista. Fiel al pensamiento de Zarqawi, el nuevo líder consolidó sus fuerzas aprovechando la guerra civil en la vecina Siria. Las manifestaciones contra el régimen de Bashar al Assad fueron reprimidas brutalmente y Al-Baghdadi envió agentes desestabilizadores para engendrar más violencia.
Así comenzó a tomar forma el proyecto del califato. Utilizó en Damasco los mismos métodos terroristas que Zarqawi en Irak y con el mismo éxito. Las antiguas tropas de Zarqawi comenzaron a extenderse y conquistar territorios en ambos lados de la frontera sirio-iraquí.