China: la 'nueva era” de Xi Jinping

viernes, 20 de octubre de 2017 · 15:01
BEIJING (apro).-- El XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) que se celebra esta semana servirá para delinear sus políticas de los próximos cinco años y renovar sus órganos de poder. El cónclave llega en un momento sensible por la acumulación de retos tanto internos como externos del gigante asiático, pero será previsiblemente analizado en torno a la figura ubicua de su presidente, Xi Jinping. No ha habido evento internacional o cónclave político en el último lustro que no se haya presentado como el de la consolidación, confirmación o coronación del líder que más poder ha acumulado en esta generación. Casi 2 mil 300 delegados llegados de todo el país se reúnen durante estos días en el Gran Palacio del Pueblo, al oeste de la Plaza Tiananmén. El PCCh nació en 1921 en Shanghái con un congreso de apenas 13 asistentes, entre ellos un barbilampiño Mao Zedong. El “Gran Timonel” levantó un país arrodillado por el colonialismo europeo y el imperialismo Japonés; Deng Xiaoping diseñó la apertura y de Xi se espera que lo renueve cuando los patrones económicos dan síntomas de agotamiento y el mundo espera de China un rol más protagonista. Cambian las circunstancias, pero se mantiene el partido sin que se atisbe un relevo. El presidente describió ese nuevo contexto en su discurso de inauguración del pasado miércoles 18. “El desarrollo de China sigue en una fase de importantes oportunidades. Las perspectivas son brillantes, pero los desafíos también son serios. El socialismo con características chinas entra en una nueva era”, resumió Xi aludiendo a la conocida fórmula eufemística que permite compatibilizar las esencias fundacionales con la actual deriva capitalista. “Democracia de consenso” La prensa oficial se ha esforzado en las últimas semanas en subrayar los desastres causados por lo que llaman sistemas democráticos multipartidistas “de confrontación”, en contraste con su armoniosa “democracia de consenso”. La mayor amenaza que se cierne sobre China reside en la tentación de copiar las recetas ajenas, aclaró Xi frente a la hoz y el martillo que decoran la pared más noble del Gran Palacio del Pueblo. El mensaje que late es que China funciona y vale más perseverar en el rumbo que cambiarlo. El líder también exigió a sus compañeros que aprieten las filas y luchen por el progreso. “Cada uno de nosotros tiene que hacer más para sostener el liderazgo del partido y el sistema socialista con características chinas y oponerse a todas las declaraciones y acciones que lo minen, lo distorsionen o lo nieguen”, añadió. En su discurso aparecieron asuntos habituales como la corrupción, el medioambiente, el libre comercio o la soberanía nacional. Lo último va dirigido tanto a los viejos conflictos del Tíbet, Xinjiang o Taiwán como a los nuevos anhelos independentistas de Hong Kong o a las islas artificiales que Beijing levanta en el Mar del Sur de China a pesar de los reclamos de sus vecinos. La receta de Xi es un conjunto de políticas tan manidas como imprescindibles pero aliñadas con un efervescente nacionalismo y promesas de un porvenir esplendoroso que le dan un aire renovado. Las formas enfatizan los nuevos tiempos. Fue el discurso de un líder carismático, con continuas inflexiones de voz en busca del aplauso y apuntando más a las vísceras que a la razón. Las diferencias son obvias con el átono Hu Jintao, su predecesor y epítome tecnócrata, quien ventilaba sus discursos en hora y media con ortodoxas radiografías de logros, problemas y directrices. Xi empleó 65 hojas en su versión en inglés y tres horas y media, un síntoma de su querencia por los focos. Jiang Zemin, el otro expresidente vivo, soportó a sus 91 años el discurso con furtivas miradas al reloj y bostezos. Scott Kennedy, experto del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos, otorga una aprobación alta a los primeros cinco años del gobierno de Xi, una calificación muy superior a la de Hu. “Ha luchado contra la corrupción, evitado una masiva crisis financiera, mantenido el crecimiento económico y aumentado la influencia regional y global. Pero también es responsable de debilidades económicas importantes como la deuda y la baja productividad, de asfixiar innecesariamente a la sociedad civil e internet y de generar tensiones con sus agresivas políticas en Taiwán y en el Mar del Sur de China”, señala el experto en una entrevista por e-mail. Leyes no escritas La teoría dice que los delegados elegirán al Comité Central (205 miembros), al Politburó (25) y al Comité Permanente (siete), pero es costumbre que las decisiones más importantes se hayan tomado ya en secretas reuniones durante las semanas anteriores. La clave reside en el Comité Permanente, que dirige el país. Cinco de sus siete miembros serán renovados si nos atenemos a las leyes no escritas sobre la jubilación forzada a los 68 años. Sólo permanecerán Xi y el vicepresidente, Li Keqiang. Pero la influencia del presidente podría romper la tradición y alargar la estancia de Wang Qishan, el zar anticorrupción. El íntimo colaborador de Xi se ha reunido en las últimas semanas con consejeros estadounidenses y con el primer ministro singapurés, Lee Hsien Loong, para discutir asuntos que exceden sus atribuciones. No parece la agenda del que otea su jubilación a pesar de que Wang, cuya campaña contra la corrupción ha limpiado el horizonte de adversarios a Xi, ha cumplido ya 69 años. La solución al enigma llegará la semana próxima con el tradicional “paseíllo” que sirve para concluir el congreso y para presentar al nuevo Comité Permanente. La inclusión de Wang revelaría que Xi ha logrado quebrar la norma sobre el retiro forzoso y su rumoreado plan de atarse al poder más allá de los dos mandatos reglamentarios será más viable. Esa posibilidad ha monopolizado los debates de los expertos en las vísperas del cónclave. Existen otros indicios que apuntan a esa dirección. No hay un candidato claro a relevar a Xi cuando era costumbre que el presidente hubiera ungido ya a estas alturas a un protegido para que fuera fogueándose en las cocinas del poder. Lo más parecido a un sucesor era Sun Zhengcai, jefe del partido de Chongqing, pero fue cesado recientemente por arrastrar los pies en el cumplimiento de las directrices de Beijing. “Xi está buscando su tercer mandato. La pregunta correcta no es si el partido se lo permitirá porque el partido no es una fuerza unificada en estas cuestiones. La pregunta es si los rivales políticos serán capaces de vencerle tras las bambalinas. Y eso es difícil de aventurar”, señala Perry Link, profesor de Estudios Asiáticos de la Universidad de Princeton. Cai Qi, líder del partido en Beijing, calificó recientemente la regla de la jubilación forzosa de “puro folklore”. La prensa oficial aclara reiteradamente que el delicado contexto nacional e internacional exige un liderazgo fuerte como el de Xi. Es la Constitución la que habla de dos mandatos presidenciales, pero no los estatutos del partido y en China nada se impone al Ejecutivo. No es probable que los clanes rivales amparados por los expresidentes tengan suficiente fuerza para oponerse a Xi. El grupo de Shanghái, dirigido por Jiang, languidece tras sufrir los embates de la guerra contra la corrupción. Y el de la Liga de la Juventud, liderado por Hu, ha sufrido reformas forzosas porque Beijing la veía como un nido de intelectuales elitistas. Incluso si Xi no consigue su mandato extra, no le costará llenar el Comité Permanente de acólitos para reinar desde la sombra. Es sabida la influencia que proyectó Jiang durante la década de Hu. Xi ha arrasado con la gestión colectiva del poder y el sistema de contrapesos que impuso Deng tres décadas atrás para impedir que se repitieran desmanes maoístas como la Revolución Cultural o el Gran Salto Adelante. Xi preside el país, el partido y el Ejército, acumula una veintena de cargos y del último plenario salió con el título de núcleo o hexin. El término fue acuñado en la apertura para definir a los líderes de autoridad incuestionable. Sólo Mao y Deng, padres de la China moderna, lo disfrutaron antes. “Nadie esperaba que Xi pudiera concentrar tanto poder y tan rápidamente cuando fue elegido en 2012. Creo que sintió que el sistema se había atascado y que un partido unido y potente era imprescindible para llevar adelante las necesarias reformas”, indica Anthony Saich, sinólogo y profesor de Harvard Kennedy School.

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